martes, 5 de mayo de 2015

Noviazgo en castidad.

Todo comenzó antes de nuestro matrimonio. Carmen ya había dado muestras de ser una mujer dominante, posesiva, autoritaria. Yo en cambio, era todo lo contrario, ciertamente pasivo, me gustaba dejar que ella tomara las decisiones, a donde ir, con quien salir, que comprar, que comer, etc. Siempre le gustaba meterme un dedo en la boca delante de terceras personas. Me pedía que lamiera como si pensara que fuera un pene. Lame pequeñito, lame como si fuera una verguita. Dame gusto. Al principio no me gustaba y tenía vergüenza, pero pronto me acostumbre a esta pequeña excentricidad de mi querida amada. Le gustaba en verano quitarme casi toda la ropa en playas solitarias y manosearme tranquila y lentamente mientras yo me revolvía de placer. Mucha gente observaba con enojo unos, con asombro otros, con lujuria algunos, como pasaba sus manitas por mi cuerpo casi desnudo. La amaba mucho, me gustaba todo de ella. Me gustaba su manera de mirarme, con cierta dosis de superioridad y dominación. Yo creía que era su carácter pero nada más. Tenía un cuerpo que consideraba perfecto, esbelta, blanca con una melena larga negra que siempre ajustaba recogida en forma de cola. No era muy alta tampoco bajita, 1.60 mts de estatura y no más de 50Kgs de peso, sus manitas apenas parecían la de una niña de 12 años. Un rostro angelical, nariz respingada, labios muy delgados, ojos grandes y unas pestañas enormes y sobre todo, su sonrisa… esa sonrisa de niña buena, de ángel, de incapaz de hacer daño ni a una mosca. Ese rostro se transformaba sin embargo, cuando algo le disgustaba… Una noche me dijo que si aceptaba casarme con ella debía aceptar sus condiciones; - ¿que condiciones? Le dije - Pues yo quiero que me seas fiel en cuerpo y alma, y por eso no quiero que te masturbes nunca ni eyacules si no es delante de mi, y con mi permiso, llevarás un cinturón de castiddad, y en casa me tendrás que ayudar con las tareas, no quiero ser tu criada, es más tu serás mi criada. Piensalo y dime si estas dispuesto a firmar un acuerdo prematrimonial en el que fijemos los términos de nuestra futura convivencia. Si lo rechazas, olvídate del matrimonio, y no me veras mas. Mientras decía esto, la vi buscar algo en los cajones de su habitación. No lo pensé mucho, la quería demasiado. Le dije que sí sin pensar en las consecuencias, solo sabía que no podía vivir sin ella. Después de un minuto de silencio, vi dibujarse en su rostro un rictus de sadismo mientras sacaba a relucir lo que había estado buscando, un cinturón de castidad metálico. Me lo puso y lo cerró con un candado. A partir de ahora seré yo la que decida cuando y donde te puedes correr.

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