Me toco como el Señor me ha dicho. Dentro, al otro lado de la
puerta, oigo a Raquel, y me lo puedo imaginar todo. Oigo grititos y me
da miedo que salga el Señor y yo no me haya corrido. Procuro centrarme
en recordar cuando ella y yo... o por lo menos cuando yo todavía...
Aquel día, con una semana de castigo ya a
las espaldas como solícita sirvienta, me levanté antes que ella, me
puse la bata y el delantal sobre el sujetador y las braguitas con las
que había dormido, le preparé el desayuno, y la desperté de rodillas a
su lado, besándola y acariciándola. Cada mañana me levantaba pensando si
ese día lograría que hiciera un paréntesis para darme el placer que
solo ella sabía. Se levantó, desnuda, y me puso una mano en el culo.
¿Sería ese el día? Tenía que hacer algo que le agradara especialmente.
-Ven conmigo.
Se metió en la ducha. Cogí la esponja y fui pasándosela por todo el
cuerpo, con especial atención a los pechos, pero ella me paró.
-No te entretengas, que se hace tarde.
La esperé con la toalla abierta para envolverla y secarla bien.
-Tráeme el conjunto beige con motas marrones.
Corrí a su mesilla y le llevé el conjunto que me había pedido. Le puse el sujetador y las braguitas, acariciándole las piernas.
-¡Qué pesado estás! Anda, vete a arreglar la habitación. ¿Está el desayuno preparado?
-Sí, claro.
-Pues vete a hacer algo útil.
Me fui a trabajar y a esperar alguna foto con la que ella me
recordaba mi situación: yo acariciándome las tetillas sobre el
sujetador, o poniéndome la bata con mi ropa interior todavía a la vista,
o trabajando en la cocina... Ese día llegó una conmigo de rodillas en
la cama, en bragas y sujetador y la bata desabrochada, y con mis manos
en mis pechos.
Volví corriendo a casa, y limpié, preparé la comida, recogí el
salón, puse la mesa para uno. desde que estaba castigado no podía comer
en el salón, sólo servirla. Le serví la comida mientras ella me metía
mano, y después seguí trabajando en la casa mientras ella descansaba.
Estaba acabando de fregar, de rodillas, la cocina, cuando me llamó.
Estaba sentada en el sillón con los pies, descalzos, sobre un puf.
-Dame un masaje largo y suave en los pies.
Me arrodillé delante del puf y cogí uno de sus pies con mis manos.
-Con la boca y la lengua.
La miré con cara de extrañeza.
-¿Qué gesto es ese? ¿Quieres alargar el castigo? te he notado hoy
muy pesado, así que me vas a comer los pies durante una hora. después te
voy a dar una azotaina por no limitarte a hacer tus tareas.
Solo había habido una azotaina hasta ese día. Fue con su mano y muy
suave y casi acariciadora. Y fue el prólogo de una tarde revolcándonos
en la cama. ¿Sería ese día igual?
Estuve una hora lamiéndole los pies, y ya me los sabía de memoria, cuando me dijo:
-Ve a por una de mis zapatillas.
Corrí a por ella. En aquel momento cualquier cosa me parecía excitante, incluso que me pegara con su zapatilla.
-Túmbate boca abajo sobre mis muslos.
Me tumbé como decía. Me subió la bata y me bajó las bragas, me
sujetó la cabeza con su mano izquierda, y las piernas con las suyas.
-Te va a doler, porque un castigo tiene que ser un castigo. Serán
solo veinte azotes, pero si oigo una queja te doblaré el número.
Empezó suave, y yo más excitado entre sus piernas, deseando sólo que aquello terminara como esperaba.
Pero los azotes fueron endureciéndose, y desde el sexto o el
séptimo dejaron de parecerme un juego, más porque caían sobre mi culo
cada vez más dolorido. Y más y más fuertes. Intentaba contarlos y cuando
iba por quince estaba seguro de que iba a quejarme en cualquier
momento, Se me pasó la excitación y sólo quería ya que aquello
terminara. Llegué a veinte y respiré cuando ZZAAASSSS, otro, y
ZZAAASS...
-aHHH ya ya vale, ya, ya
Paró un momento
-¿cómo que ya vale? ¿estás diciendo que he contado mal?
-Sí, sí.
-Bueno. Tengo una idea: para estar seguros de no equivocarnos, los vas a contar en voz alta.
-Pero...
-Chssss. Ni una queja, ni una protesta. Ahora van a ser treinta. Cuenta.
ZZZAASSSSS
-uuuno..
ZZZZAAAASSSS
-dos..
Cuando terminó, sentía arder mi culo, me daba la impresión de que se había roto y que no podría volver a sentarme.
Dejó la zapatilla y empezó a acariciarme el culo con una crema que
me supo a gloria. Y en el culo llegó al ojete, y su dedo empezó a entrar
y salir. Dios, cómo me empalmé en un instante. ella lo sintió, claro, y
siguió con sus caricias y su dedo. Era genial y yo ya sólo quería que
siguiera y poder correrme. Pero se detuvo. Me empujó de su regazo y me
dejó de rodillas frente a ella:
-Estoy segura de que querías sexo, pero no puede ser, cariño. Tres
semanas, ¿te acuerdas? Piensa en el final mientras sigues fregando la
cocina y el resto de la casa.
Al día siguiente me llegó un mensaje a la oficina con la película
de la azotaina, con un texto que me dejó muy preocupado: "Casi me
equivoco y le mando la peli a Carlos. ¿te imaginas el pitorreo en la
oficina si te ven así vestido y recibiendo azotes? Será un buen castigo
cuando no te portes como debes."
Y allí, de repente, caí en que tenía una razón más para obedecerla,
para tenerla contenta: no sólo lo que sucediera al final, sino también
lo que no podía permitir que sucediera en ningún momento. Y esto iba más
allá del sexo que practicábamos, o que yo quería seguir practicando con
Raquel, lo que me daba que pensar. Aunque por si acaso, yo continué
sirviendo a mi novia como ella quería y esperaba.
Era sábado, el castigo había terminado sin más novedades que otra
azotaina más, cuarenta azotes de zapatilla que me habían hecho ver las
estrellas todo el día y el siguiente, al sentarme en la oficina, y que
al final era también el siervo sexual de mi novia, a la que llegaba a
chupar durante horas. Pero el premio no había defraudado. Aquella mañana
Raquel, por fin, se había dedicado en cuerpo y alma a mi felicidad. Me
corrí varias veces, una de ellas tocándome únicamente los pezones, y
otra en el culo, y otra... Raquel parecía ansiosa de recuperar las tres
semanas, y yo de que no se arrepintiera de hacerme feliz. Salimos por
ahí, cenamos fuera, volvimos a follar al regresar, aunque el alcohol no
lo puso fácil, y el domingo fue parecido, hasta el mediodía.
Terminamos de comer y Raquel se sentó en el sofá. Yo corrí a su lado.
-¿por qué no recoges antes, cariño?
-Luego recogemos. Déjame disfrutar de mi novia.
-¿No estás disfrutando lo suficiente?
-Todo es poco cuando se trata de estar contigo, más después de estas tres semanas...
-O sea que sólo me vas a atender como es debido cuando estés castigado.
Raquel se había puesto de repente muy muy seria.
-Yo no he dicho eso, mi amor...
-Ni tu amor ni nada, Andrés. ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?
-Pero yo... no sé. Sólo... sólo lo he dejado para luego...
-Ya. Y no sólo lo has dejado para luego, sino que además has insinuado que no lo harás tú, sino que "recogeremos" los dos.
-Bueno, no quería decir nada, sólo que cómo ya no estoy castigado... y antes hacíamos las cosas a medias...
-eso da igual. A medias hemos hecho la comida, y yo he hecho la
habitación esta mañana, y a medias seguiremos, como siempre. Pero ahora
yo te he pedido algo, sin más, como tú me podías haber pedido algo, y te
has negado, y ¿sabes por qué? No, no digas nada, yo te lo diré: porque
ya has conseguido lo que querías: que te folle durante horas. Yo me
desvivo por ti y tú no eres capaz de atender mi más mínima petición, una
vez que estás satisfecho. ¿Qué ganas me van a quedar de follar contigo
si en cuanto lo hacemos pierdes el interés por mí.
-No, no pierdo el interés, en absoluto, sabes cuánto te quiero.
Sólo digo que, claro, estar todo el día, todos los días, limpiando y
fregando...
-Pues ayer, y esta mañana, poco te has quejado de eso. Así que
ahora a ver cómo lo arreglas. Y no quiero seguir hablando de esto, sólo
quiero ver qué actitud tomas, para actuar yo en consecuencia.
-Pero...
-¿ves? otra vez me estás llevando la contraria. Te he dicho que no quiero hablar. Solo quiero ver si has entendido algo. Verlo.
Me levanté y fui a ponerme el delantal sobre la camiseta y los
shorts que llevaba puestos. Recogí la mesa, me encerré en la cocina a
fregarlo todo, puse la lavadora aunque casi no había ropa, planché lo
que estaba pendiente, barrí la casa y la fregué de rodillas y todavía me
dio tiempo a limpiar algunos cristales antes de ponerme a preparar la
cena, que serví en el salón para los dos, aunque no estaba seguro de que
eso estuviera bien. Cenamos en silencio y luego ella se quedó viendo la
tele y yo recogiendo y limpiando todo y preparando algunas cosas para
el día siguiente.
Agotado, me fui a la cama, sin olvidar ponerme el sujetador para dormir, como a Raquel le gustaba que hiciera.
Por la mañana me comporté como cuando estaba castigado. Raquel se dejó hacer sin decir ni una palabra.
A media mañana, en la oficina, sonó un mensaje en el móvil de Carlos.
-Anda, si es de tu novia -me dijo.
Me puse muy nervioso y casi salté de mi mesa.
-Déjame que lo vea.
-Qué dices. Si es para mí.
Lo abrió mientras yo me moría de inquietud.
-Dice que si tienes el móvil apagado, que no te puede mandar un mensaje.
Respiré por fin y cogí mi móvil.
-No debía de tener cobertura porque está encendido.
Carlos contestó algo a Raquel, y al momento sonó mi móvil.
Era una de las primeras fotos. Se me veía tumbado en la cama y con
braguitas, y decía: "¿Te has asustado? Ayer, cuando me enfadaste, pensé
en mandársela, pero ya he visto que quieres reformarte. Sigue así."
A mediodía esperé a Raquel como ella quería: vestido de mujer y
atendiéndola como su sirviente más solícito. Puse sólo un servicio en el
salón, y ella comió viendo la tele, pero metiéndome mano, lo que le
agradecí.
Al terminar se sentó en el sillón y puso los pies en el puff.
-Dame un masaje en los pies, con la lengua, por favor. cuando me
duerma, puedes comer tú y seguir con tus tareas. Luego iremos de
compras.
Cuando llegó el momento me dijo que me vistiera, pero que me dejara puesto el sujetador.
-Ponte estas medias de relleno, y no te preocupes, que no se va a notar debajo del jersey y la cazadora.
No me preocupaba eso, sino el cariz que estaban tomando las cosas.
Pero salimos de casa y ella se agarró cariñosamente a mi brazo.
-Confía en mí, no seas tonto. Me hace mucha ilusión lo que vamos a comprar, y esta noche te lo agradeceré como a ti te gusta.
¡Esa noche! Cuando yo creía que me iba a pasar semanas sin premio
alguno. Me dieron ganas de tirarme sobre ella a besarla, pero enseguida
se me enfriaron:
-Primero pasaremos por la corsetería a por cositas que necesitamos,
tú y yo, ¿no te hace ilusión que vayamos juntos a comprar lencería
femenina?, aunque ese no es el regalo especial.
Entramos en la lencería de la otra vez, y tras los saludos de rigor, raquel le dijo:
-Necesito varias braguitas y algún sujetador.
-¿Qué talla? -preguntó la dependienta.
-Las braguitas son para mí, que aquí el hombrecito me está dejando sin ellas. De las que llevo otras veces, ya sabes.
Me puse rojo como un tomate, porque aunque su comentario pudiera
significar muchas cosas, aquella chica sabía de mí lo suficiente para
saber lo que quería decir.
Escogió sus bragas, y siguió:
-El sujetador es para él. ¿Talla...? Déjame un momento, Andrés, que mire el que llevas puesto.
Me quedé delante de la chica, absolutamente avergonzado, mientras
mi novia me levantaba jersey y camisa por detrás, hasta ver la etiqueta
del sujetador.
-La 90 estará bien, que le gusta apretadito, y de copa la más pequeña.
-¿Te gustan con aros? -me preguntó, a mí, la dependienta.
No sabía que contesta.
-¿te has quedado mudo? -me dijo raquel.
-Sí, sí, con aros, por favor.
-¿Y fino, como el que llevas, o con algo de relleno?
Raquel contestó:
-Mejor con relleno, que le haga la forma para que le quede mejor la ropa.
Me pusieron delante varios sujetadores.
-elige el que te guste.
-Yo... me da igual.
-Vamos, hombre, que no tenemos todo el día.
-este -cogí uno de color carne, como si eso pudiera disimular algo.
-Hala, ese es muy soso. Mira, mejor este... y este, nos llevamos los dos.
Ya tenía un sujetador blanco, y otro rosa con encaje.
Cuando salimos de la tienda yo no sabía si debía sacar el tema de tanto sujetador para mí, pero ella me sacó de dudas:
-¿Te gustan tus nuevos sujetadores?
-Sí, sí, son bonitos, pero necesitaré tantos?
-¿Tantos? Pero si sólo tienes tres.
-Ya, pero como sólo me los puedo poner en casa, y cuando estoy castigado...
-¿en casa? ¿estamos ahora en casa? No, cielo, los necesitarás más
veces, como ahora. Y lo del castigo... verás. Después de mucho pensarlo
ayer y esta mañana he decidido que en casa siempre vas a estar vestido
de chica, porque así es como estás más atento conmigo.
-¿Siempre? -dije asustado.
-Bueno, no siempre. Vamos a decir que normalmente.
-¿como si estuviera castigado?
-Llámalo como quieras, pero los castigos serán otra cosa, unos
buenos azotes, nada de sexo, una foto que se desvía a otro móvil...
-es que eso... qué van a pensar de mí?
-Pues dependerá de cómo te portes y de lo que vayan viendo. Desde
que eres un pelín caprichoso, o un novio atento, o un vicioso, o un
triste calzonazos que sólo sirve para chacha de su novia, tú verás...
también les puedo mandar un mensaje diciéndoles lo que llevas debajo de
los pantalones, jeje, o que te den unas palmaditas a ver si notan alguna
tira extraña en tu espalda... pero todo esto no tiene por qué suceder,
hombre, no te pongas en lo peor.
-Pero, mi amor, no sé si podría continuar así.
-Claro que sí, porque nos queremos, que es lo importante. Y no
estarás castigado, sino que serás así: en casa, braguitas, por supuesto,
como en todas partes, sujetador y bata, o lo que sea. El delantal es lo
que dejaremos solo para cuando te haga falta. Pero eso no será estar
castigado, en absoluto. Es más, cuando estás así vestido y te muestras
tan servicial conmigo es cuando más ganas tengo de follarte. Fíjate esta
semana, la de veces que has tenido que comerme. Ahora sólo pensar que
llevas un sujetador puesto, y las braguitas, y que lo haces porque yo
quiero, y ya estoy deseando tirarme encima de ti. Y si yo estoy deseando
eso, ¿tú crees que no puedes continuar así?
La verdad es que visto así... le sonreí.
-sí, claro que puedo
-Y deseas
-Y deseo continuar así.
-Y lo harás, no te molestes en pensarlo. Tú lo deseas. De hecho,
cariño, y mira que no quiero que ocurra, nuestra relación sólo podrá
terminar cuando yo quiera. Y eso sólo será porque no has sido todo lo
servicial que tienes que ser. Ese sería el último castigo: dejarte y
dejar a todos nuestros conocidos una dirección de internet con
fotografías tuyas vestidita de niña, acaricándote las tetas y el culo,
haciendo tus tareas de casa, probándote ropita de chica en una tienda...
¿Y sabes qué diría, verdad? Que te dejo porque eres un triste mariquita
al que sólo se le empina si se le dan azotes o se le tocan las tetas
mientras él está vestido de mujer. Y esta ciudad es muy pequeña, ¿te
imaginas?
Me imaginé y me entraron temblores. ¿Sería capaz mi novia de hacerme eso?
-Pero no te preocupes, todo eso no tiene por qué suceder. Esta
noche ni te acordarás de ello. Y ahora vamos a por tu regalo especial,
que va a hacer que nos corramos los dos de gusto. Es aquí.
Se paró delante de una tienda de uniformes. En el escaparate había
varios uniformes, de celador, de camareros y camareras, de limpieza, y
muchas batas, sobre todo escolares, de maestras, pero también de
limpieza.
-¿Voy a tener que llevar una de esas horribles batas de conserje o de señora de la limpieza?
-Jajajaja, ¿no te gustan?
-No, pero bueno, me puedo hacer a todo.
Entramos, había un hombre atendiendo a unos clientes, y una chica que se dirigió a nosotros.
-Buenas tardes.
-Hola -contestó Raquel-. ¿Tienen uniformes de criada?
Al oírla se me vino el mundo encima, porque inmediatamente me imaginé el resto. Pero no, pensé, no sería capaz... allí...
-Sí. Lo quiere con pantalón o con bata.
-Con bata cerrada por abajo, por favor.
Yo no apartaba los ojos de Raquel, a la que se veía muy divertida.
Se acercó a mi oído: "Elige bien, y esta noche tendrás tu premio".
Sacó y desdobló el primero, de algodón, granate, con rayitas
blancas haciendo cuadros, y solapas y dobladillo de las mangas, cortas,
blancos. Encima de él puso el delantal a juego, blanco y con el reborde
del color de la bata, que se abrochaba de arriba a abajo.
-Como este lo tenemos también en azul marino, y puede que en algún
otro color, dependiendo de la talla. Y tenemos también de este otro
estilo, más clásicos.
Y desdobló otro gris clarito, de tela más fina y más entallado,
abierto hasta la cintura y desde allí, con falda con algo de vuelo,
también de manga corta, pero los rebordes de la manga y el cuello,
redondo, con puntilla. Extendió también el delantal, del mismo color, y
con un volante blanco alrededor.
-Mira a ver cual te gusta más, andrés, que eres tú el que se lo va a poner.
No dijo nada más, se me quedó mirando, y yo embobado mirando el
uniforme porque no quería verle la cara a la dependienta. Toqué el gris
como si quisiera comprobar algo, ella lo cogió y me lo puso delante,
contra mi cuerpo, comprobando la talla. Eso ya era suficiente para que
yo me sintiera terriblemente humillado, pero no iba a ser suficiente
para ella.
-Lo veo pequeño ¿tenéis tallas como para él?
-sí, sí tenemos tallas grandes, supongo que le valdrán. También lo tenemos en azul claro y rosa.
-¿Nos enseñas el rosa, por favor?
Sacó un uniforme igual al gris, pero en rosa, y lo extendió sobre el mostrador.
-Es la talla 48, que a mí me parece que es la que le puede valer. Pero la hay más grande.
-A mí me gusta éste, pero tú eliges, cariño, que es para ti.
¿cuántas veces repitió que era para mí? No lo sé. Yo solo quería irme de allí volando.
-Pues este, vale.
-Tenéis probadores, ¿verdad?
Otra vez!
-Sí, claro. ¿Me acompañas?
Cogió el uniforme rosa.
-si quieres llevamos también el granate, para que veas de puesto cual te gusta.
-No, no hace falta.
Raquel, por supuesto, se vino conmigo al probador, y se quedó fuera, diciéndome, con la chica al lado dándome la bata:
-No nos salgas con los pantalones debajo, que no queda bien. Quédate sólo con las bragas y el suje y nos enseñas cómo te queda.
Para eso quería que llevara el sujetador, para exhibirme otra vez con ropas de mujer, y para proclamarlo a los cuatro vientos.
La supuesta bata era como un vestido, cerrada la parte de la falda,
con elástico en la cintura para hacer la forma, y cerrada con botones
hasta arriba. Me lo puse. La falda, con algo de vuelo, me llegaba unos
dedos por debajo de la rodilla. Me abotoné la parte superior y me miré
al espejo.
Era el primer vestido que me ponía. al ser rosa claro, y la tela
como de camisa fina, se veía el contorno del sujetador negro, así como
de las braguitas también negras. Creo que por primera vez sentí que
Raquel era mi dueña. ¿me lo quitaba sin salir? ¿que pasaría? ¿me dejaría
Raquel, o tendría que cumplir un castigo mucho peor, incluido el
uniforme, claro, si quería seguir con ella? Y sí, quería seguir con
ella, a pesar de estos caprichos. La quería y la necesitaba.
Respiré, abrí la puerta y allí no había nadie.
-Ven, andrés, ven aquí.
-Me queda bien -dije desde donde estaba-, me voy a cambiar.
-Ven -repitió ella.
Ella, la chica, el otro dependiente y los clientes se quedaron
mirándome. Y yo caminé hacia el mostrador como si estuviera ensayando
para alguna función, consciente no sólo del uniforme, sino también del
sujetador, del relleno, de las braguitas..
-Perfecto -dijo Raquel- y con el delantal, a ver.
Me puso el delantal rosa y con volantes.
-Date una vuelta. Sube las manos, a ver si te va a molestar la sisa cuando estés haciendo tus tareas. Perfecto. ¿Te gusta?
-Sí.
-¿estás cómodo?
-Sí, me queda muy bien.
-Agáchate, a ver si tiene juego.
Me agaché, con las piernas juntas, sintiendo correr la tela por mis muslos.
-Y ponte de rodillas, como cuando friegas el suelo.
Obedecía sin pensar en nada, y ella me dio un azote en el culo.
-Perfecto. Levántate.
en aquel momento ya no era lo peor el uniforme, sino mi manera sumisa de obedecer a Raquel. Me levanté.
-Por supuesto, aunque no se vende con el uniforme, tenemos cofias a
juego, de horquillas o de diadema -añadió la dependienta, que tenía
ganas de vender.
-¡Una cofia, Andrés! ¿No te gustaría?
-No, por favor, no me obligues a llevar cofia -¿cómo había sonado eso? Mejor ni pensarlo.
-Bueno, de momento vamos a dejar la cofia. Nos llevaremos el uniforme tal cual. Hala, ve a cambiarte.
Volvimos a casa.
-Ponte tu uniforme nuevo y ven al salón, que no aguanto más.
Sus palabras, aunque fueran una orden, me sonaron a gloria. Una vez más, ¿merecería todo eso la pena?
a los pocos minutos entraba en el salón, convertido, ya sí, en una auténtica criada.
-Parezco una empleada de hogar, una criada -dije.
Ella se acercó, empezó a tocarme por todas partes, me abrazó, me levantó la falda por detrás y me pellizcó y acarició el culo.
-No, bonito. No lo pareces: eres una criada. Eres MI criada. Vete a por el plumero.
Fui a la cocina a por el plumero y volví con él.
-Haz tu trabajo: vete limpiando el polvo de los muebles y las estanterías.
ella tenía el móvil en la mano, y empezó a hacerme fotos.
-Estoy deseando quitarte esa ropa. Agáchate, pero mírame. Pon la
cara que vas a tener dentro de un rato, cuando te coma esa picha tuya.
-Ponte de puntillas para limpiar arriba, así, y mira para acá. Te voy a deshacer los pezones a lametazos. Así.
-Mira para acá, sujeta el plumero con los dientes, súbete la falda,
que se te vean las braguitas y tu picha enorme, sobresaliendo, así.
Bájate las braguitas y acaríciate la picha, muy bien. Límpiala con el
plumero... genial, ¿te hace cosquillas? ¿te excita como a mí verte?
-Colócate bien las bragas, bájate la falda y el delantal, alísalo
con las dos manos, el plumero en la boca. Desabróchate tres botones, que
se te vea el suje, acaríciate el pecho por encima del sujetador... muy
bien.
-Deja el plumero y ponte de rodillas, a cuatro patas, súbete la
falda por detrás, por un lado, pon tu mano en las bragas... así... dios,
me voy a correr solo de verte...
-Ahora ve a la cama y te tumbas boca arriba con brazos y piernas abiertos, tendrás que subirte un poco la falda, lo justo.
Me acosté como me había dicho. Era consciente de la sesión de fotos
que había hecho, pero no podía pensar en negarme en aquel momento, todo
lo que quería era tener a Raquel entre mis brazos...
Esta llegó y se subió entre mis piernas. Me bajó un poquito las
bragas y empezó a acariciar mi picha, los huevos, la ingle, y conmigo
así, a su merced, incapaz de reaccionar, empezó a hablar:
-¿Te he dicho ya que eres mi criada?
-... síiii...
-¿y sabes cómo me excita que lo seas?
-... sii...
-Ya tienes tu ropita interior, tu uniforme y ya sabes lo que eres. Ahora tendrás que comportarte como tal.
-Ya lo hago.
-Solo en parte, pero te voy a explicar todo, para que lo sepas, para que lo cumplas como yo deseo...
Se calló un rato, mientras me comía la picha y me acariciaba los muslos por dentro. Luego siguió como antes.
-Estos muslos, y estas piernas... tienes que depilarte.
-¿Qué?
-Sí, cariño, ni te imaginas lo que vas a sentir cuando te acaricie
la piel lisa, sin pelitos, esto de ahora no es nada, nada comparado con
mis manos directamente en tu piel...
-... ssiiii... ¿me ayudarás?
-Claro que sí. Y verás que sensación con el roce de tu batita o de
este uniforme... y sobre todo, mi criada no puede ir por ahí llena de
pelos, y tú eres mi sirvienta, mi criada, ¿te acuerdas?
-... siii...
-Dilo.
-..soy... tu sirvienta, tu criada
-Mi Andrea. Dilo.
-... tu Andrea...
-Y yo soy tu Señora.
-...si...
-dilo
-Eres mi Señora.
-a la Señora no se le tutea.
-usted... es... mi Señora.
-Y ahora tu Señora te va a desnudar y vamos a hacer cosas que no deberían hacer una señora y una criada.
Al terminar, me miró sonriendo:
-Andrea, voy teniendo hambre.
Por un instante tuve la tentación de decir que nos fuéramos a cenar
fuera, pero iba aprendiendo que esas cosas sólo las podía decir ella.
Me levanté, me puse las bragas, el sujetador y mi nuevo uniforme y me fui a la cocina a preparar la cena.
Cuando ella se levantó y fue al salón yo tenía ya la mesa puesta, para dos.
-Andrea.
-Dime -le dije desde la cocina.
No contestó. fui al salón.
-Dime. Estaba atareado en la cocina.
-A lo mejor no lo entendiste antes, o no te acuerdas, así que te lo
voy a repetir, pero ten cuidado, porque cuando tenga que repetirte
algo, serás castigada. En primer lugar, eres Andrea, y por lo tanto
quiero que hables de ti en femenino. En segundo lugar, soy tu Señora,
nada de tutearme: siempre de usted, y siempre terminarás con Señora, o
mi Señora. Y en tercer lugar, Andrea, bonita, ¿cómo vas a comer en el
salón? Tu sitio es la cocina. Sólo cuando hayas terminado tus tareas
podrás venir al salón a estar conmigo, a darme un masaje, a leer algo
apropiado para ti, o a lo que yo te diga. Y siempre, claro, con mi
permiso.
-Pero, Señora, no estoy castigado... castigada.
-No, claro que no. Cuando tenga que castigarte lo notarás, no lo
dudes. Esto es lo habitual: tú en casa eres la empleada de hogar, y
actuarás como tal. Y escucha: no quiero repetirlo, porque no quiero
castigarte. A ver, ¿lo has entendido?
-Sí, Señora.
-Pues ya sabes: retiras ese cubierto, me sirves la cena, luego
comes tú en la cocina, recoges y cuando esté todo listo, me pides
permiso para venir al salón.
Hice todo lo que me dijo, y al terminar le pedí permiso para sentarme en el salón.
-Claro que sí, bonita. Puedes pasar, pero en vez de sentarme, te
vas a poner ahí de rodillas para masajearme un poco los pies con tu
lengua.
Ese "un poco" resultó más de una hora lamiéndole los pies, para terminar lamiéndole el coño hasta que se corrió varias veces.
-es hora de irnos a la cama.
-sí, Señora.
Me levanté, recogí un poco el salón y en nuestro cuarto me quité el
uniforme y me puse una camiseta sobre las bragas y el sujetador.
-esta noche me apetece dormir sola. Vete al cuartito de la entrada.
-Pero...
-chsss. Tengo mucho sueño y pocas ganas de hablar. Hasta mañana.
Por cierto, que camiseta tan fea, Andrea. Necesitas un camisón. Adiós.
Me fui al cuarto de la entrada. Pequeño, con una cama, un armario,
la mesilla y una silla. Me acosté pensando en sus últimas palabras. Un
camisón. ¿Para qué quería yo un camisón? toda la ropa que hasta entonces
tenía un fin: al principio un juego erótico, después para ser su
sirvienta, ya no sabía si como juego o como qué. Pero un camisón...
¿estaría pensando en uno de esos cortitos, de raso, para seguir con el
juego...?
Me enteré dos días después.
Estaba en la oficina cuando llegó uno de sus wasaps: Cuando salgas,
pasa por nuestra corsetería. He encargado algo para ti, que nos va a
encantar. Sé obediente en la tienda y si aciertas en la compra tendrás
tu premio.
Entré en la tienda. Era la primera vez que iba solo y pensé,
inocente, que podría disimular la compra. Había dos mujeres delante, y
me puse discretamente a un lado, a esperar, pero en cuanto la
dependienta me vio, sacó un par de prendas que extendió sobre el
mostrador.
-Tu Señora ha dejado esto para que elijas el que más te guste. Después te lo pruebas para ver la talla.
Una era un pijama, de chica, por supuesto, casi blanco, de algodón: camiseta con un lazo rosa en el cuello y pantalón.
La otra prenda era un camisón, rosa, de raso, con encajes en el pecho y en los tirantes.
Las dos mujeres se habían quedado paradas, mirando, igual que la
dependienta, y yo sabía, sin lugar a dudas, qué tenía que llevarme para
acertar.
-Me llevaré el camisón. Seguro que esta talla le quedará bien.
-No, no, es para ti. Ya me dijo que seguro que preferías el camisón
al pijama -me tendió el camisón-. Pasa al probador, ya sabes dónde
está, y cámbiate, que tengo que asegurarme de que llevas la talla
adecuada.
Como no estaba allí Raquel, me quité la chaqueta y la camisa y me puse el camisón, que era, a todas luces, grande.
Asomé la cabeza por la cortina que cerraba el probador:
-Creo que necesitaré alguna talla menos.
-A ver, porque los camisones mejor que sean amplios.
La dependienta se acercó, con otro camisón en la mano, descorrió la cortina y me miró con ojos de profesional.
-Sí, a ver este. Pero quítate los pantalones, que se vea bien el efecto de la caída. Te pones este y me dejas ver cómo te queda.
Sé obediente, me había dicho Raquel, para tener mi premio. Me quité
los pantalones, me puse el camisón, muy fino, dejando bien visibles las
bragas negras de encaje que Raquel me había ordenado llevar ese día,
respiré hondo, descorrí la cortina, y di unos pasos hacia fuera. Las
miradas de las tres mujeres se centraron en mí, que me sentí enrojecer
hasta el alma. Me dieron ganas de volver al probador, cambiarme, tirarlo
todo y salir corriendo. ¿Por qué hacía todo esto? La dependienta me
sacó de dudas.
-Tu Señora -me venía diciendo según se acercaba- estará orgullosa y muy contenta cuando le diga lo bien que te estás portando.
Era por eso. Quería a Raquel, y deseaba que ella me siguiera
queriendo, y si tenía que hacer algunas cosas raras... las haría para
que siguiera conmigo. Así que dejé, sumiso, que la dependienta me mirara
detenidamente, me diera una vuelta, me hiciera andar delante de las
clientas.
-¿Le queda bien, verdad?
-Perfecto, contestó una de ellas. ¿Es para alguna función?
-Qué va. Este hombrecito es la criada de su mujer, y ella quiere
que sea una chacha del todo, y a todas horas. Creo que tienes hasta
uniforme de chacha, ¿no?
-sí, Señora.
El "Señora" me salió solo, natural.
-¿Y qué sueles llevar debajo del uniforme?
-Braguitas y sujetador.
-Ah, pues tengo una idea. ¿Por qué no te llevas una combinación? Le
darías una grata sorpresa a Raquel si viera que tomas alguna iniciativa
por tu cuenta. Mira.
Sacó de una cajita una combinación blanca, también de raso, de finos tirantes y con encaje en el pecho y en el bajo.
-No sé...
-sí, mujer -¡mujer!-, con la combinación la caída del uniforme es
más bonita. Estoy segura de que le va a encantar. Y si no, le dices que
me empeñé yo, y que no tuviste más remedio que obedecerme. Creo que eso
también le gustará.
Tenía razón, y con el camisón y la combinación me dirigí a casa.
Raquel llegó a su hora, pasó al salón y fue ojeando el periódico
mientras comía y yo le servía. Tras el postre, y como me había enseñado,
le pregunté:
-¿donde desea el café, Señora?
-Aquí mismo, Andrea.
Le puse la taza delante y empecé a servirle el café, cuando sentí
su mano subir por mis piernas y acariciar mi culo. Me puse nervioso,
porque iba a descubrir la sorpresa y yo no estaba seguro de cómo le
sentaría, y tiré un poco de café sobre el mantel.
-Oh, perdón, Señora.
-No importa, Andrea. Pero... qué es esto que estoy tocando.
-Una combinación, Señora. Pensé que le agradaría... el uniforme me queda mejor con ella.
-Sin duda, Andrea, sin duda. Ponte ahí, en el centro, y desfila un poco subiéndote el uniforme para que pueda verla y grabarte.
Hice lo que me ordenaba. Paseé despacio, me di algunas vueltas, y
siempre con las manos abiertas sobre la falda del uniforme, subiéndola y
bajándola sobre la combinación. Ella me grababa con el móvil.
-¿Te das cuenta, Andrea, de que es la primera prenda de mujer que
te compras para ti, sin que yo te lo diga? Estoy orgullosa de ti. Ve a
por la otra prenda que has comprado.
Volví con el camisón en la mano.
-Genial, me encanta. Enséñalo bien, así, sujetándolo delicadamente por los tirantes. Dale la vuelta para que quede bien grabado.
Me entretuve un rato, mientras ella grababa con su móvil a mi
alrededor. Luego lo dejó y empezó a meterme mano. Mi picha se puso de
inmediato a reventar. Ella seguía, me abrazó por detrás y me subía el
delantal, la falda y la combinación para masajearme la polla. Yo ya
estaba pensando en la cama y en lo que vendría, eso que hacía que todo
mereciera la pena, cuando ella se apartó y volvió a coger el móvil.
-Lo de esta tarde va a ser glorioso, Andreíta. Me pone muchísimo
verte así, con esas ropas, tan solícita, tan sumisa, tan mía. Pero
quiero alargarlo, para gozar más. Te vas a desnudar por completo,
despacito, poco a poco, yo iré diciéndote lo que te tienes que quitar, y
jugarás con cada prenda hasta que te indique la siguiente, mojándote
los labios, con cara de viciosilla, contoneándote como mi putilla, y te
pondrás el camisón para mí. cuando estés lista, te acercarás a mí, a
gatas, mirándome con la misma cara de deseo, me bajarás las bragas y me
chuparás ahí hasta que yo me canse de correrme.
Obedecer sin rechistar, para luego gozar más, esa era mi idea. Y
chuparle el coño a mi mujer, o mi Ama, me encantaba, y hacía tanto...
-el delantal.
Y despacio, contoneándome, bailando, me quité el delantal y seguí con él, frotándome y mostrándolo, hasta...
-El vestido.
Lo mismo, pero mucho más tiempo, porque ella quería verme con mi nueva combinación.
-La combinación.
Me la quité despacio, los tirantes uno a uno, y dejándola caer a
mis pies acariciándome todo el cuerpo, y después, ya solo en bragas y
suje, seguí bailando con la combinación en la mano y pasándomela por
todo el cuerpo.
Mi pito sobresalía completamente erecto por encima de las bragas, y
quería empinarse más aún. Pensaba en lo que vendría después, en cómo
estaba excitando a mi mujer, en qué iba a hacer conmigo. Y no pensaba en
que me estaba grabando toda la actuación.
-Tienes que depilarte, Andrea. Un día de estos te ayudaré a hacerlo. El sujetador.
Y un poco más tarde.
-Las braguitas.
-Y ahora ponte el camisón, despacio, gozando del momento, y ya sabes lo siguiente.
Me puse el camisón muy despacio, y después, a gatas, mirándola, me
acerqué hasta ella, le quité las braguitas, y metí mi cabeza entre sus
muslos para comerme su sexo. Me encantaba, y sabía que a ella también.
Me olvidé de todo y me centré en darle todo el placer que pudiera.
Pero casi una hora después, cuando ya ni sentía mi lengua y hasta
me dolía la mandíbula, y cuando ella ya se había corrido varias veces,
pensaba, temía, que tal vez eso fuera a ser todo.
Y ella debió pensar que ya era hora. Me acarició el pelo, me apartó la cabeza y me agarró una mano.
-Ven.
No hubo más palabras. Sólo sexo. Todo fue compensado, me sentí
feliz y volví a sentir que claro que sí, que aquello merecía la pena.
Al final, cuando descansaba a su lado, y sentía el camisón sobre mi
piel y, la verdad, no me importaba aunque no resultara, en aquel
momento, excitante, ella me preguntó:
-¿Estás contenta, Andrea?
-Sí, ya lo creo. Mucho.
-Mucho... Señora.
-Sí, sí... mucho, Señora.
-es que... verás, llevo unos días pensando que gracias a ti he
descubierto que a mí lo que me gusta es ser Ama, dominante, y que me
obedezcan, y si a ti no te gusta ser sumisa y obediente... pues a lo
mejor deberíamos dejarlo.
-¿Dejarlo? ¿dejar este juego, Señora?
-No es un juego, Andrea. Y no me refiero a eso, sino a nuestra relación.
La tierra se abría a mis pies.
-¿cómo? Pero si yo te quiero con locura.
-Sí, pero no me ves como tu Ama, y eso es lo que yo necesito.
-No, Señora, perdone, pero la quiero como siempre, o más.
-Pero no puedes darme lo que yo necesito.
-Le daré lo que usted deseé, Señora. Lo que usted necesite para que me quiera como siempre.
-¿De verdad? ¿Estás dispuesto a ser mi sumisa, mi criada, mi
esclava, sin esperar nada a cambio más que lo que yo quiera regalarte?
No lo pensé. Quería seguir con ella como fuera.
-sí, Señora, lo que usted quiera.
-Eso es muy difícil, Andrea... pero podemos probarlo.
-Por favor, Señora, lo que usted deseé.
-bueno, veremos. Te quedarás conmigo, a prueba. A ver si puedes ser tan sumisa como yo necesito.
-sí, Señora, no lo dude.
-Pues hala, levántate, te vistes y a trabajar, que seguro que tienes cosas que hacer.
-Sí, Señora.
Me levanté en camisón y ya salía hacia el salón, donde había quedado mi uniforme, cuando ella me dijo:
-Ah, y mañana por la mañana, en la oficina, quiero que cambies la
domiciliación de tu nómina. Que me la ingresen en mi cuenta. Luego vas
al banco y haces una transferencia de todo el dinero que tengas en tu
cuenta, menos algunos euros, a la mía.
Me quedé un momento parado, mirándola. Ella sonreía.
-Ya te dije, andrea, que no iba a ser fácil.
-No importa, Señora. Estoy encantado de que usted controle el dinero de los dos.
-Encantada, Andrea, encantada.
-Sí, Señora, estoy encantada.
-Pero no te equivoques, no se trata de controlar de los dos.
Controlaré, por supuesto, mi dinero, porque será todo mío. Tú me lo das,
agradecida de mantenerte a mi lado. ¿O prefieres...?
No iba a ser fácil, pero a la mañana siguiente pensé que lo iba a hacer menos difícil, cuando me llegó un wasap:
"Cuando llegues, y después de dejar los papeles en la mesa y de
preparar la comida y la mesa, te pones tu camisón y te tumbas en tu
cama, boca arriba, y te pones el regalito que te he dejado, tal como te
lo he dejado, y bien puesto, estoy segura de me entenderás. Con la
puerta de tu cuarto cerrada, y con el teléfono bien puesto, grabando en
vídeo como te desnudas y te atas. Será una bonita sorpresa. ah, y
prepara comida y pon la mesa para dos. Y lo más importante: ni un ruido
hasta que yo vaya a por ti."
Para dos, y esperarla en la cama. Seguro que iba a ser un día especial.
Y tenía razón, lamentablemente iba a ser un día especial.
Un día muy especial, como el de hoy. Los oigo dentro, he oído a mi
Señora correrse varias veces, oigo sus risas, le oigo a él decirle a
ella cómo se tiene que colocar, y le oigo a ella darle instrucciones a
él, mientras yo me toco y al fin me corro, triste, humillado, no quiero
que se escape nada de la mano, la picha se me queda floja y el
humillante dolor se acrecienta mientras ellos siguen dentro, disfrutando
entre ellos, y disfrutando porque saben que los estoy oyendo. Raquel
grita más que nunca y yo siento mi mano pegajosa y las gotas que quieren
escaparse entre mis muslos y el camisón.
Hice los trámites bancarios y de nómina como me había ordenado, y
muerto de nervios corrí a casa y entré en el que ya era mi cuarto.
A primera vista no vi nada, pero cuando me fijé más las descubrí:
enlazadas en un barrote del cabecero había unas esposas, nuevas,
brillantes, de acero, abiertas. Las examiné y busqué la llave, pero no
había llave. aquello prometía.
Me puse el uniforme a toda prisa (no fuera a llegar Raquel antes de
tiempo y me viera vestido de hombre), y preparé la comida. Puse la mesa
para dos (por fin, íbamos a comer juntos de nuevo) y me volví a mi
cuarto. Cerré la puerta, me puse el camisón y me tendí en la cama. Al
cerrar las esposas en mis muñecas tuve una extraña sensación, puesto que
quedaba maniatado, sin poder moverme. Pero deseché cualquier temor:
Raquel estaba a punto de llegar, y yo la recibiría como ella quería.
Un poco más tarde que de costumbre oí abrirse la puerta. Ya estaba
allí. Pero de repente mi corazón dio un vuelco: Raquel venía hablando
con alguien, con un hombre. Me quedé petrificado: ya no quería que
entrara, que quién fuera me viera así. en camisón, atado.
Pero no entraron, pasaron junto a mi puerta entre risas y se fueron al salón.
a partir de ahí, y durante unas dos horas, los oí prepararse un
vino, comer en agradable conversación, charlar tranquilamente,
prepararse el café, y yo siempre temiendo, y a la vez deseando, que
Raquel pasara a verme, a decirme algo, a lo que fuera.
Pero no pasó hasta que la oí despedir a la visita.
entonces entró.
-Hola, querida. te has portado muy bien.
-¿Quién era...?
-chssss... No quiero ni media palabra.
Cogió el teléfono y lo miró un rato.
-Perfecto. Va a ser divertido verte estas dos últimas horas, a ver qué cara pones mientras nos oyes ahí fuera.
se acercó a la cama.
-Ya he visto los papeles, Muy bien. Verás, esta mañana me encontré
con un amigo y me dije: por qué no voy a comer con él, si soy libre. No
como tú, que eres mi criada sumisa, mi esclava para todo. Y me alegro,
me alegro mucho de que sirvas para hacerme la vida más cómoda. Así
podremos seguir juntos. Porque no te importará que quede con amigas o
amigos de vez en cuando, ¿verdad?
Esto lo decía mientras me acariciaba el cuerpo por encima del camisón, y la respuesta solo podía ser:
-No, Señora, claro que no.
-Porque si te importa, ya sabes: puerta. Porque aquí, ya sabes, hay
una criada que obedece en todo, y una Señora libre para hacer lo que
quiera. La relación de pareja que teníamos ya terminó. Seguirás a mi
lado mientras a mí me parezca bien...
fui a decir algo, pero ella me calló:
-Ya, ya sé que me quieres, y te lo agradezco, pero no esperes de mí
lo mismo. Seguirás conmigo mientras yo quiera. Y no me hagas enfadar, o
empezarán a salir a la luz fotos y vídeos en los que no quedas muy
bien.
Me abrió las esposas.
-Y ahora ponte el uniforme y a trabajar, que está todo patas
arriba. Yo me voy. Te he dejado unos euros en la cocina para que bajes a
comprar algo de pescado, y me lo preparas para las nueve y media, más o
menos.
Fue una tarde larga, muy larga. No por el trabajo, que empezaba a
hacerlo de manera mecánica, como si hubiera nacido para ser un ama de
casa clásica, sino por las vueltas que le daba en la cabeza a mi
situación. La mujer que yo quería, mi novia hasta hacía... ¿horas,
días?, ya no me quería, o sí, pero como chacha, chacha de uniforme
permanente. Criada que se quedaba en casa mientras la señora salía con
sus amigas o amigos. Recordaba las primeras bragas que me había puesto,
los primeros juegos tan divertidos, tan sexys, y empezaba a preguntarme
si no había sido todo un plan desde el principio, un plan para
convertirme en aquello. ¿Debía seguir así? ¿No sería todo también un
juego para excitarme más? Porque eso era lo que notaba, más y más ganas
de que ella me cabalgara. a ratos me convencía de que era así, y
trabajaba más contento, mientras planchaba, o limpiaba un servicio, o
preparaba la cena, y la mesa en el comedor. ¿Y si después de cenar...?
Después de cenar... nada. Y así varios días. Yo trabajaba en la
oficina, hacía la compra, corría a casa, preparaba la comida, se la
servía a mi Señora, seguía trabajando en casa mientras ella se iba de
paseo, con sus amigos (nuestros amigos), al cine... volvía más o menos
tarde, le servía la cena, recogía, y ya podía descansar un rato, ya
siempre en mi cuarto, y siempre que ella no quisiera algún masaje en los
pies, bien en el salón, donde yo de rodillas chupaba y masajeaba sus
pies mientras ella veía la televisión, o bien en su dormitorio, el
nuestro de antes, donde a veces me llamaba y yo, todavía con uniforme o
ya en camisón, me ponía de rodillas a los pies de su cama para chupar y
masajear hasta que se durmiera.
Y yo ya estaba acostumbrado a esta rutina, esperando siempre la
sesión de sexo que la justificara, y que tardaba en llegar, y que me
conformaba con lamerle los pies a la mujer que quería, cuando una nueva
vuelta de tuerca me hizo ver que todo podía empeorar.
Una tarde, mientras planchaba, llegó un wasap:
"Seremos dos para cenar. Prepáralo todo y espéranos en la cocina,
con el uniforme negro, de rodillas, con los ojos vendados y con las
manos esposadas atrás. Si superas esta prueba con nota, tendrás ese
premio que llevas tanto tiempo esperando."
Me quedé clavado mirando el wasap. No podía ser verdad que viniera
con alguien y que me viera así. No podía ser verdad, me convencí. La
prueba tenía que ser esperarla como ella decía, obedecerla aunque ella
me hubiera dicho eso.
Me convencí, y lo hice todo casi con alegría, pensando en el premio.
Y ya antes de las nueve estaba la mesa puesta y todo preparado para
poderle servir a mi Señora la cena en cinco minutos, como a ella le
gustaba. Me había puesto el uniforme negro que habíamos comprado unos
días antes, en otro momento que prefería olvidar, cuando volvimos a la
tienda de uniformes a por él, y hube de probarme dos o tres, antes de
que ella, los dependientes y una clienta decidieran cual que me quedaba
mejor: uno de raso negro con ribetes y puntillas blancos, cerrado por
delante y con multitud de botoncitos por atrás, igual que el delantal y
este ya con cofia, y de rodillas en la cocina me tapé los ojos bien
fuerte (no quería que se cayera y no poder recolocarlo) con un pañuelo,
me esposé las manos atrás y esperé.
Y esperé poco, porque en seguida oí la puerta y a mi Señora que
hablaba con alguien. Todavía podía pasar de largo de la cocina hacia el
salón, que era lo que yo esperaba, pero no. Oí abrirse la puerta de la
cocina.
-Hola, Andrea.
-Buuuennas noches, Señora.
-¿Qué, Rubén, ahora te lo crees?
-Es genial, Raquel -le oí decir al tal Rubén.
-andrea, te presento a Rubén, un amigo que conocí en internet.
-Hola, andrea.
-Buenas noches, Rubén -me atreví a decir, y un tortazo me tiró de lado.
-¿Qué confianzas son esas?
-Perdón, perdón, lo siento. buenas noches, Señor.
-Mucho mejor.
Unas manos fuertes me ayudaron a levantarme, y me quitaron la
venda. Delante de mí tenía un hombre fuerte, de mediana edad, trajeado,
que me miraba sonriente. Yo seguía esposado, y él me tocaba por todas
partes, hasta cogerme los huevos con su mano. Raquel miraba desde la
puerta.
-¿No le pones aparato?
-No hace falta, él siempre espera una sesión de sexo conmigo.
-¿No se pajea? ¿cuánto hace que no se corre?
-Un mes o así.
-¿Me permites?
-Lo que quieras, Rubén.
Metió su mano bajo mi falda y combinación, y me bajó las bragas lo justo para dejar al aire mi picha.
-¿Te importa desatarlo?
-Claro que no.
Raquel me abrió las esposas.
-¿Una zanahoria, grandecita?
Raquel abrió el frigorífico y se la dio.
-Abre la boca, Andrea.
Me metió la zanahoria en la boca, hasta la garganta.
-chupa, y no se ocurra sacarla ni un centímetro. Ponte otra vez de
rodillas, con las piernas abiertas. Así. ahora mastúrbate mientras te
vemos. Una mano en la picha, y otra en las tetas. Los ojos cerrados, y
cara de viciosa.
De rodillas, en uniforme, chupando una zanahoria que casi me
ahogaba, empecé a masturbarme mientras me acariciaba el bulto que hacía
el sujetador.
-Es mucho mejor así, ya verás. La esclava no tiene que esperar nada de placer.
-Sí, la verdad es que resulta una lata tener que tener relaciones con él de vez en cuando.
-Nada de relaciones. si alguna vez te apetece follártela, te la
follas, pero ella tiene que saber que puede que nunca más te apetezca.
-Pero a lo mejor quiere irse.
-No creo. Si habéis llegado hasta aquí, tiene que ser porque a ella le gusta esto. Y tienes los vídeos, ¿no?
-Sí, claro.
-Pues es suficiente. Y siempre podrás ir grabando cosas más humillantes. Fíjate ahora. Saca el móvil y grábalo.
-Vale.
Lo malo de aquello era que me grababa pajeándome así, y que yo
debía estar poniendo esa cara de viciosa, incluso sin querer, porque
hacía más de un mes que no me corría. Me iba a correr con verdaderas
ganas y me iban a grabar con la zanahoria como si fuera una picha que me
estaba comiendo.
-Abre los ojos y mira a la cámara. Agarra la zanahoria con la mano y
sácala y métela. Acércate, Raquel, mira qué primer plano más lujurioso.
Si se ve que le encanta. ¿Estás deseando comerme la polla, eh, Andrea?
Oh, perdón, que tú sólo obedeces. Raquel ¿permitirás después que me coma
la polla?
-Por supuesto, Rubén. Quiero que me sigas descubriendo cosas para
mi esclava. Luego le comerás la polla, Andrea, seguro que te encanta.
En ese momento, una inmesa corrida llenó mi mano de leche, y casi
al mismo tiempo dejé de vivir ese sueño de deseo para sentirme el hombre
más desgraciado. ¿Qué estaba haciendo? Pero no me dio tiempo a pensar
en nada.
-Mírate la mano con deseo. Saca la zanahoria y embadúrnala con tu
leche. así, muy bien. Mírala con deseo, con ganas. Relámete la mano para
que no quede nada. Y ahora vuelve a llevar la zanahoria a la boca,
saboreándola. Saca la lengua, chúpala con placer. ¿Te gustaría que fuese
una polla de verdad, eh?
Me sentía... no sé cómo me sentía, avergonzado, humillado, y
entonces dije que no con la cabeza, no quería su polla, quería a mi
Raquel, dije que no. Él se acercó, me apartó con suavidad la mano de la
cara, y ZZAAASSS ZZZAAASSSS ZZZZAASSSSSS
-Necesitas ser educada. ¿Cómo te atreves a contradecir a tu Señora?
Serás castigada por esto. Y más vale que no lo empeores. Habla y
contesta: ¿Qué estás deseando al chupar esa zanahoria?
-Estoy deseando que sea su polla, Señor.
-Muy bien. Y vamos, termina de una vez, que tenemos hambre. Luego probarás una polla de verdad.
-Nos vamos al salón, Andrea. Lávate bien esas manos y sírvenos la cena.
Y todavía, según se alejaban por el pasillo, pude oír a Rubén:
-Una esclava debe recibir pollas, Raquel. ¿A esta le han dado ya por el culo?
No oí la respuesta.
Entonces pensé, otra vez, si era el momento de acabar, de terminar
con Raquel, de irme. Mi Señora ya no era mi Raquel, y yo ya no era, bien
claro me lo estaba dejando, el novio de Raquel. Era su criada, su
esclava.
Pero mientras pensaba esto me ponía de pie, me adecentaba el
uniforme, me colocaba bien el delantal, la cofia, y cogía el vino para
servirles una copa para empezar la cena.
-¿una copa de vino, Señor?
Sin contestarme, Rubén metió una mano bajo mi falda y me dio un terrible pellizco en los huevos.
-Si fueras un camarero, lo habrías hecho bien, pero una esclava
hace una reverencia inclinando la cabeza. Un pie lo cruzas por atrás con
el otro mientras flexionas las rodillas, y la cabeza siempre inclinada.
Hice lo que me decía y casi me caí.
-Jajajajaja. Necesita mucha educación. Pon, pon una copa, anda.
Fui donde la Señora y repetí la reverencia.
-¿Una copa de vino, Señora?
-Sí, gracias, Andrea.
-No le des las gracias, Andrea. De hecho, a la esclava no se le
dirige la palabra más que para darle órdenes. Ella tiene que sentir que
no es una persona, es como una perrita. ¡Y esas zapatillas, por dios!
Necesita unos zapatos de tacón para ser una perra elegante.
-Mañana sin falta se los comprará.
Serví la cena sin más interrupciones. y al terminar, con el café sobre la mesa, Rubén me dijo:
-A gatas, acércate a mí bajo la mesa, que te voy a dar tu cena.
Me metí bajo la mesa y allí estaba, esperándome, la enorme polla del Señor. Me cogió del pelo y me la metió, todavía blanda.
-No tengas prisa. Y las manos en el suelo.
Apenas llegaba, la postura era incómoda y dolorosa, pero no se me
ocurrió retirarme. Fui chupando muy despacio, haciendo crecer su polla
poco a poco, hasta que me ahogaba en la garganta. Entonces la sacaba y
se la lamía por fuera, los huevos, el glande, y volvía a meterla, solo
la punta, luego entera... mientras oía su conversación.
-¿Esto lo empezaste como un tema sexual, no? -le preguntó a Raquel.
-Sí, ya te conté. Braguitas, sujetador, la batita... era un juego
superexcitante para él, y en parte para mí, aunque lo mejor era ver como
avanzaba su educación.
-Pero tú ya no tienes ese interés.
-Ya te digo que nunca tuve mucho. Era divertido, nada más. Desde
que empezó a usar braguitas, sabía que podía llegar a dominarlo y me
encantaba la idea. Yo siempre he sido muy dominante, y el tío que tenga
en casa tiene que ser literalmente mío. durante un tiempo estuve dudando
si seguir o dejarlo. Pero fui descubriendo el servicio que me podía
ofrecer. Sobre todo cuando veía que era capaz de pasar por cualquier
humillación. Por una parte, dejar que le grabara cualquier cosa, y por
otra, exhibirse en público con ropa de chica, con uniformes de criada.
Cada vez tenía menos interés por él, y más por tenerlo a mi servicio. Lo
de hoy ya ha sido la hostia, porque nunca había intervenido
directamente otra persona sobre él. Hoy me he convencido de que tengo un
sissy, una esclava y que me puedo aprovechar de ella mientras no
estorbe. Ya no tengo que ocuparme de estimularlo con sesiones de sexo,
porque parece que se va a estimular él solo. Todavía no me puedo creer
lo que ha hecho en la cocina, grabándolo, y que ahora te esté comiendo
la polla.
-Tienes suerte. Está enamorado de ti, por lo que querrá seguir. Y
por si tiene dudas, tienes esas grabaciones para convencerlo. Pero
además, estoy seguro de que disfruta con esto, porque si no, habría
terminado tras la primera humillación en público. ¿No te extrañó que no
se saliera dando un portazo de la tienda de lencería en cuanto
insinuaras que aquella bata de mujer era para él? Entonces era el
momento. Si no lo hizo, sería por algo, porque le gusta, porque está
encoñado contigo, porque tiene miedo de las grabaciones o, lo más
seguro, una mezcla de todo. Y ahora ella tiene que aprender que su
escasa satisfacción sexual tendrá que ver directamente con la ropa que
lleve, con su humillación y con su trabajo bien hecho, y que además será
la satisfacción de una perra esclava: ordeñarse mientras recibe pollas,
por la boca y por el culo, que son los agujeros que tiene. Y al revés,
aprenderá también sobre los castigos cuando no lo haga bien. Me lo
tienes que prestar un fin de semana, para enseñarle algunos modales.
-Por supuesto.
No sé cuántos minutos, muchos, después, se corrió en mi boca. Me bebí su semen y cuando tuvo la polla bien limpia, me empujó.
Al salir de debajo de la mesa me quedé a cuatro patas, porque temía hacer algo mal.
-Tú, levántate y trae la zanahoria de antes.
Se la llevé, con reverencia incluida.
-Mira como lo hago, porque esto lo harás tú.
Con el cuchillo fue rebajando el grosor de la zanahoria cerca del final.
-Para que se le quede bien colocada, con toda dentro, hasta esta
parte rebajada, que quedará en el esfinter, Y aquí, en el final, se hace
una muesca donde encajará la tira de un tanga, ¿tienes tangas, andrea?
-No, Señor.
-Pues cómprate varios bien pequeños y de tiras muy finas. El tanga
le dejará dentro este consolador casero, y ella se irá acostumbrando a
tener su culo lleno. La ventaja de las zanahorias es que puedes ir
variando el tamaño. ¿Has visto cómo se hace?
-Sí, Señor.
-Muy bien. ¿Sabes lo que es una Sissy, andrea?
-¿Una Sissy, Señor?
-Tú eres una sissy. Un hombrecito feminizado y sirviendo de criada a
su ama. Y cuando ella esté contenta, te permitirá follarte con una
zanahoria. Jajajajaja.
-Hala, andrea. Recoge la mesa y vete a la cocina a limpiar. cuando termines vienes en camisón a darnos las buenas noches.
Y les di las buenas noches, y me fui a mi cuarto a esperar en
camisón de rodillas, y él vino a por mí, y ahora... ya no los oigo, han
debido terminar, estarán descansando, o dormidos, y yo en la puerta, con
mi leche en la mano... la puerta se abre, y con mi cabeza inclinada
solo llego a entrever una picha con un condón colgando. Noto la
presencia de Raquel al lado, y seguramente esté grabando.
-Espero que hayas disfrutado tanto como nosotros. Como ves, en tu
sexo seguirá interviniendo tu Señora, aunque no de la forma que a lo
mejor esperabas. Chúpate esa mano hasta que quede bien limpia. Tendrías
que chuparte también el pito, pero no llegas. Limpia con los dedos lo
que haya por ahí y chúpatelos.
-¿qué tal está mi esclavita?
-Feliz, feliz de saber que su Señora lo está, jajaja. Quítame el condón, con sumo cuidado no vayas a verter tu alimento.
Le quito el condón con todo cuidado, y él me mete la picha en la boca.
-Limpia bien, que a lo mejor le queda algo de sabor de tu Señora.
Limpio con la lengua, está algo flácida y me la meto entera en la boca, hasta los huevos. Inmediatamente empieza a crecer.
-Qué bien lo hace, pero ya no me apetece. Ahora vacía el condón en tu boca. Saborea el semen derramado en honor de tu Señora.
Ya lo he probado antes, pero me sigue dando asco. Evito las arcadas y me trago aquello.
-Dale la vuelta al condón y métetelo en la boca para limpiarlo. Piensa que a lo mejor lo tienes que utilizar tú para ordeñarte.
Saboreo el latex del condón, que sigue sabiendo a la leche de Rubén.
-¿sabes, exnovio? Rubén me ha dado una idea estupenda: vas a
coleccionar los condones de mis amantes, siempre bien limpios con tu
saliva. Los irás dejando encima de tu mesilla, bueno, por lo menos unos
cuantos, porque dentro de poco tiempo supongo que no te cogerán todos.
Bueno, Andrea, te prometí un premio si superabas la prueba, y la has
superado con nota, hasta yo estoy asombrada. El premio es que ya eres
una Sissy, mi Sissy, mi esclava doméstica. También sexual, pero eso es
menos importante. Seguirás conmigo, exactamente como esta noche, hasta
que yo quiera, y como yo quiera. Y ese premio tiene dos añadidos: Una
larga sesión de cine, en la que te dejaré ver todo lo que tengo grabado
tuyo, porque creo que no te haces una idea de lo que hay, de lo que
puede ver la gente si tengo que castigarte; y un fin de semana en el
chalet de Rubén, porque hay cosas que una sissy tiene que hacer bien, y
tú todavía tienes mucho que aprender.
-Y en esa sesión de cine vas a ver lo que yo he visto -continuó
Rubén- y lo que puede ver cualquiera: Cómo estabas deseando desde el
principio ponerte las braguitas de tu novia, qué cara de placer se te
quedaba cuando te colocaba el sujetador. Eres una auténtica sissy, lo sé
desde que Raquel me enseñó los primeros vídeos. Por eso sigues aquí, y
por eso vas a seguir. No porque tu vida se fuera al carajo si se
hicieran públicos, o no solo por eso, ¿te imaginas lo que dirían tu
familia, tus amigos, tus compañeros de trabajo, que dejarían de serlo
inmediatamente, porque obviamente te despedirían? Sino sobre todo porque
tú lo que quieres es ponerte un bonito vestido, una faldita de tablas y
una blusita, un maravilloso camisón largo, y ser la novia lesbiana de
Raquel. Y quién sabe, a lo mejor Raquel te compra un vestido, pero será
el vestido de la criada. El vestido de la sissy.
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