Ella se permitía un momento como este cada vez que tenía ganas.
A estas alturas, estaba tan desesperado que desde hacía mucho tiempo había dejado de protestar o cuestionar o mendigar.
Ella lo masajeaba cuando ya estaba erecto, luego le acariciaba hasta que la primera humedad aparecía en la punta. Lo limpiaría con la punta de un dedo, presionándolo en su boca, para que él probara, y limpiara. Entonces llegó la hora de que él volviera a ponerse los pantalones, hasta que ella volvia estar de humor para darle algún jalón.
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