jueves, 10 de noviembre de 2016

Memorias de un sumiso criada. 10 Nuevo curso

Relato enviado por colaboración
"Como siempre", habían sido las palabras con las que mi Señora Teresa se había referido al curso que empezaba. ¡Qué ironía! Mi vida siempre había sido distinta, muy distinta. La vida normal de un tipo normal, al que le gustaba vestirse de mujer en casa o que fantaseaba con ello y con ser una criada sumisa. Qué diferente cuando la vida pasaba a ser realmente la de una criada, ya no sumisa sin más, sino esclava de mi Señora, carente de libertad incluso para dejarlo. O qué maldición si ese siempre se refería a siempre desde aquel momento en adelante, y lo peor era que así parecía ser.
El nuevo curso empezaba con mi deseo sexual totalmente perdido, castrado químicamente por mi Señora. Ya daba igual la ropa que me pusiera o las humillaciones de que fuera objeto, nada me excitaba. Y entonces, más que nunca, sin que me causara nada más que vergüenza, debía llevar ropas femeninas. Y cada vez con más gente a mi alrededor conociendo "mi secreto" y usándome a su antojo. Las últimas palabras de Alicia, mi colega de instituto, fueron demoledoras para mí.
Terminaban (podría decir terminábamos, porque yo también estuve en la fiesta, pero yo realmente no participé en ninguna fiesta, yo solo fui la víctima y la hazmerreír de todos) la fiesta de fin de verano, de mi vuelta de la residencia religiosa donde había servido durante el mes de agosto, y cuando Alicia se despedía, la última, de Teresa, conmigo al lado, de rodillas, vestida únicamente con un picardías, mi Señora le dijo:
-Entiendo que estés muy enfadada con Andrea. No dudes en hacer con ella lo que quieras. Ella sabe que sólo puede negarse si se pone en peligro el potencial de los vídeos, que por otra parte es algo que después juzgaré yo (y como no sea así, le espera un castigo muy serio).
-Pensaba hacer que me obedeciera en todo en el instituto.
-Me parece justo. Y cuando quieras llevártela a casa, solo tienes que avisarme.
-Gracias. Hay unas amigas que quiero que la vean de chacha.
-Por supuesto. 
-Me dijiste hace tiempo que siempre lleva bragas.
-sí, y sujetador, y medias, cuando está castigada, y lo que quieras.
-Ah, estupendo. Pues mañana me gustaría que fuera con todo, ya sabes, braguita, sujetador, medias, y el picardías que tenía hoy puesto.
-Ya has oído, andrea.
Agaché la cabeza.
-Y que sea un conjunto bonito, eh Andrea -me dijo Alicia-, ya sabes, finas, muy femeninas, con puntilla y todo eso. Una tiene que ir siempre guapa, por si tiene que enseñarlo.
-No te preocupes, le daré un conjunto mío que te va a encantar. Y a ella.
Alicia se marchó.
-Vaya, vaya -dijo Teresa-, y parecía una mosquita muerta. Vas a conocer una variante nueva de la sumisión: Una mujer resentida con mucho poder sobre ti. A las demás nos das igual... bueno, quizá Alberto tenía algo contra ti, pero a ese chico le falta imaginación, le basta con verte entre sus piernas chupándosela, pero Alicia... será interesante ver qué quiere de ti. Y además, compañera en el instituto. Seguramente lo pasemos bien. Yo al menos.
Yo, no, desde luego.
-Hay mucho que hacer, Andrea. Pero no hace falta que te pongas el uniforme. Con el camisón corto y el delantal bastará. Además, esta noche dormirás aquí. Mañana puedes ir al insti con la ropa que traías hoy, que prácticamente no has usado. Y ahora a trabajar mientras veo un poco la tele.
Agotada después de aquella tarde, tuve que pasarme otras dos horas dejando la casa impecable, para terminar de rodillas en la puerta del salón. Lo peor era que temía que me obligara a dormir atada contra una silla, como la otra vez, pero esta vez no fue así.
-Vete al servicio para vaciarte bien y te colocas el plug que encontrarás en el cajón de la mesilla al lado de tu cama. Quiero las correas bien ajustadas. No creo que después del uso que has hecho hoy de tu culo necesites crema alguna. Y te acuestas en tu cama, boca abajo y con las piernas y los brazos abiertos.
Por lo menos era en la cama. El plug ya lo conocía de otra vez. Grande y muy grueso en la punta, y bastante fino al final, antes del tope. A pesar de lo que mi Señora decía, tuve que ensalivarlo bien para poder colocarlo.
Poco después llegó mi Señora para esposarme manos y pies a las patas de la cama.
-Acostúmbrate a dormir así, porque serán muchas las noches que pases aquí, y necesitamos mucha confianza para dejarte suelta.
Al día siguiente, después de servir a mi Señora el desayuno y dejar los cuartos, la cocina y el baño perfectos, me fui al instituto con el conjunto que Teresa me vendió ("no pienses que te voy a prestar nada de mi ropa"), de raso y lycra, malva, pequeñas las braguitas y con dos tiras de encaje que las recorrían en diagonal por delante, y el sujetador a juego, o sea, como Alicia quería. Más las medias, transparentes, y el babydoll. Y, como sorpresa para Alicia, mi Señora me ató un lazo de raso rojo en la picha.
Era el primer día después del verano, reencuentros, saludos, y relatos de vacaciones, relato que yo preferí obviar, por razones evidentes. En cuanto pude, me metí en mi despacho, con la esperanza de que a Alicia se le hubiera pasado el cabreo del día anterior.
Esperanza vana, como pude comprobar cuando a media mañana sonó la línea interior del teléfono. Llamaban desde el departamento de inglés. Sin mediar ningún saludo, la voz de Alicia sonó tajante:
-Andrea, ven inmediatamente -y cortó sin dejarme contestar.
¡Andrea! Ya me llamaba en femenino en el instituto. Y yo que creía que sin Alberto por allí mi vida sería más tranquila. Esperaba que por lo menos estuviera sola en el departamento. Llamé.
-¡Pasa!
No estaba sola. Con ella estaban tres colegas. Yo no sabía cómo esperaba que me comportara. Y pensé que lo mejor era quedarme en silencio, cómo esperando el porqué de la llamada, y pensando cual sería la mejor manera de salir medio airosa de aquel trance. Pero no me lo iba a poner fácil. De hecho, no me iba a dejar salir airosa de ninguna manera.
-Ayer fuiste mucho más educado cuando llegué a casa de Teresa. ¿qué se dice? -por lo menos me había tratado en masculino.
-¿Qué desea...?
-¿qué desea... quién?
-¿qué desea usted?
-¿Usted?
Se lo estaba pasando en grande a mi costa. Las otras tres mujeres estaban boquiabiertas y expectantes. Y yo estaba claro que no tenía alternativa. ¿Podría pasar todo por un juego?
-¿Qué desea la Señora?
-Eso está mejor.
-Ve a la cafetería y tráenos unos cafés: dos descafeinados de máquina y dos normales con leche. Y date prisa.
Llevar unos cafés a cualquier reunión no era algo extraño, así que por lo menos por los pasillos no llamé la atención. Pero allí dentro era distinto. Llamé de nuevo, y dejé la bandeja encima de la mesa, pensando si ya habría terminado la prueba. Ellas estaban sentadas en un par de sofás que había en un rincón.
-Para mi descafeinado, Andrea.
No había terminado. En realidad, estaba empezando. Le llevé su café a Alicia. Pero ella no lo cogió, sino que se me quedó mirando.
-¿Como era esa bonita reverencia que sabes hacer?
Hice la reverencia para darle su café, con lo que las cuatro se empezaron a reír.
-¿No es genial? -cogió su taza-. Sigue repartiendo, anda.
-A mí también descafeinado -dijo Maruja, profesora de geografía a punto de jubilarse.
Se lo llevé con otra reverencia, y así a las otras dos, que casi no podían sostener el plato de la risa.
Al terminar, me dirigí hacia la puerta, pero ese no era el plan.
-No creo que te hayamos dado permiso para retirarte. Ven acá y ponte ahí de pie, frente a nosotras, hasta que terminemos y puedas llevarte el servicio.
En parte porque sabía que eso era lo que esperaba, y en parte porque no me atrevía a mirar a la cara a ninguna, me puse frente a ellas, con las manos atrás y la cabeza inclinada.
-Estábamos hablando del libro ese tan de moda, el de las sombras de Grey, y comentaba María que no podía creerse que existieran personas tan sumisas. Por eso te hemos llamado, para que vean un hombre muy sumiso... o una mujer... ¿qué eres, Andrés o Andrea?
-Andrea, Señora.
-¿Por qué Andrea si eres hombre, creo? -preguntó Maruja.
-Mi Señora ha decidido llamarme así.
-¿Y antes, cómo te llamaba? -dijo Alicia con una sonrisa.
-Vicky.
-Y antes, Andrea, cuando tú te ponías el nombre.
-Sophie, Señora.
-En realidad, creo que Andrea te han empezado a llamar en estas vacaciones. ¿Dónde has pasado las vacaciones?
-En una residencia religiosa, Señora.
Nuevas carcajadas.
-¿Qué hacías allí?
-Servía a las señoras.
-Allí le enseñaron a hacer esas reverencias. Aunque quedan mejor con falda, claro.
-¿Sirvienta? jajajaja. No esperarás que nos creamos todo eso. Vosotros habéis leído lo de Grey y os habéis pasado el último mes maquinando esta broma.
Que pensaran así sería bueno si no significara lo que me temía: tendría que demostrarles que no era broma.
-Ya os iréis convenciendo poco a poco. Para empezar, y para que veáis que es toda una señorita... bueno, a veces, otras es sólo una putita o eso que tú y yo sabemos, Andrea. Pero hoy es una señorita, ¿verdad?
-sí, Señora.
-Enséñanos algo que lo demuestre.
Muerta de vergüenza, me fui desabrochando el pantalón y lo abrí para mostrarles las bragas.
-¡Fíjate, si lleva unas braguitas más monas que las mías!
-¡Y que las mías!
-No seas tímida, bájate el pantalón y sube la camisa, que veamos que llevas debajo.
Hice lo que me ordenaba, y quedé a su vista con las bragas malva con encajes que me había dado Teresa, con el picardías, las medias, el sujetador. María insistió:
-¿Ves como es una broma? Sólo está disfrazado. Si fuera sumisa, estaría excitado (qué lío con el género, chica), y mira esa colita que se intuye: ni fu ni fa.
-¿Tienes colita, Andrea? Vamos a verla. Bájate las bragas. -Alicia estaba disfrutando tanto como yo sufriendo.
Me bajé las bragas lo suficiente para que mi pene quedara colgando, adornado con el lazo rojo. Las carcajadas debieron de oírse en todo el instituto.
-¿No es un encanto? Diles por qué tienes la colita así, Andrea.
-Estoy castrada.
-¡Venga ya! Si tienes los huevines ahí colgando -dijo Maribel, que hasta entonces había estado callada.
-Está castrada químicamente. Se lo hicieron en la residencia. para ser una buena sirvienta, como las demás. No iban a dejar a un hombre suelto por allí. ¿No le notáis ya algo afeminada la voz?
-¿Puedo retirarme, Señora?
-¿Ya? anda, vete a tu despacho.
Me subí las bragas, me coloqué la ropa, y salí hacia mi despacho. Mi esclavitud empezaba a ser muy conocida en el instituto, y no sabía si era bueno o no que algunas pensaran que era una broma, porque en este caso no tendrían el más mínimo reparo en comentarlo por ahí. Bueno, seguramente lo comentarían en cualquier caso.
Diez minutos más tarde, supe que había hecho muy mal hablando para solicitar marcharme. Sonó el teléfono.
-Me ha llamado Alicia para decirme que te has ido de manera un poco impertinente, sin retirar los servicios del café. Vuelve a donde esté, arrodíllate delante de ella y suplícale perdón. Te has ganado cincuenta azotes con la fusta. Espero que no sean más.
Volví al departamento. Las cuatro seguían allí, evidentemente esperándome. Me acerqué a Alicia con la cabeza inclinada, le hice una reverencia y me arrodillé.
-Le suplico que me perdone, Señora.
Ella se quitó el pañuelo que llevaba al cuello, de seda, de tonos rosas y blanco, y me lo puso en mi cuello, atándolo a un lado, con un extremo colgando por delante y el otro por detrás.
-Esto es un detalle para que veas que no te guardo rencor. Recoge los servicios y llévalos a la cafetería. Luego pasas por secretaría, les preguntas que si tenemos correo para el departamento y vienes con lo que te den.
No pensar, era lo mejor que podía hacer en aquellos momentos. Recogí las tazas en la bandeja, les hice una reverencia (¿me perdonaría? cincuenta azotes era un castigo dentro de lo normal, doloroso, pero ya conocido, lo que me daba miedo era siempre lo nuevo), y salí con mi pañuelo al cuello, primero a la cafetería, y luego a secretaría. Durante el curso pasado ya había sufrido humillaciones así, con ropas cuando menos equívocas. Y por lo que se veía, sólo iba a aumentar. ¿Tendría que pasearme en alguna ocasión con falda por el instituto? No había nada en secretaría porque, me dijeron, ya lo habían recogido. Lo peor eran las miradas al pañuelo, más que por la prenda, hacía tiempo que siempre llevaba pañuelos de mujer al instituto, por la nueva colocación. Volví al departamento, a arrodillarme delante de Alicia. Mejor pasarme que quedarme corto.
-Ahora vete a conserjería y les pides un plumero para el polvo.
Me levanté y ya salía cuando Alicia remató:
-Y una bata de las de la limpieza. Que te quede bien. Te la pruebas allí y te vienes con ella puesta.
-Esto no me lo quiero perder -le oí decir a Maruja.
-Ni yo -María.
Me acerqué a conserjería y, mientras a cierta distancia, María y Maruja simulaban mirar algo en el tablón, le dije al conserje:
-Necesito un plumero para el polvo.
-Vaya, Andrés, ¿no tienes el despacho bien limpio?
-Sí, sí, pero ya sabes, en los libros siempre que algo.
-Le puedo decir a las mujeres de la limpieza...
-No, no hace falta, no es nada. Y me das también una bata, por favor.
-¿Una bata? ¿Para ti? -y en ese momento me pareció que miraba fijamente el pañuelo de mujer que yo llevaba al cuello.
-Sí, no quiero llenarme de polvo.
-Pero son de señora. Y no sé si te valdrán.
-Ya paso yo y así la cojo de mi talla.
-No, no, faltaría más. Espera un segundo.
Y un segundo después, sacó una bata, que me puse y me quedaba muy estrecha. ¿Lo habría hecho adrede, para verme quitar y poner ropa de mujer?
Sacó otra, que me quedaba bien. Una bata azul con rebordes blancos en los bolsillos y al final de las mangas cortas. Con ella puesta y el plumero en la mano volví al departamento. Maruja y María entraron detrás de mí muertas de risa.
-¿Qué desea la Señora que limpie?
-Primero vístete bien para el trabajo. Pasa al servicio y te quitas toda tu ropa de hombre, y te pones la bata bien abrochada de arriba a abajo. Deprisa que no tenemos toda la mañana.
Pasé al servicio con ganas de llorar. Eso era el instituto, el único lugar que me quedaba para ser yo mismo, no la esclava de Teresa. En aquel momento los episodios del curso pasado, las humillaciones de Alberto, las pollas que chupé en los servicios, parecían naderías, porque habían sido en privado. Pero ahora se me venía todo abajo, porque allí también había señoras a las que tendría que obedecer, y que parecían dispuestas a humillarme en público, aunque el público, de momento, fuera poco. ¿Había llegado el momento de terminar con todo, de buscar otro trabajo? ¿O podría negarme a esto? ¿Me permitiría mi Señora Teresa negarme ahora? ¿Negarme a ponerme una bata y limpiar? No, ni hablar. Poco más pude pensar, porque ya estaba lista. Salí vestida únicamente con la bata sobre mis ropa interior, y sobre las medias, que, aunque transparentes, no dejaban de notarse, y el pañuelo en la mano, porque no sabía qué hacer con él.
-El pañuelo, Señora, no sé si...
Seguían sentadas en el mismo sitio, en amena conversación que se cortó con las risas y comentarios al verme.
-Ven acá. Ponte de rodillas mirando hacia allá.
Alicia hizo un triángulo con el pañuelo, y me lo colocó en la cabeza, anudándolo atrás y sujetándolo delante con dos horquillas.
-Así, no se te vaya a llenar el pelo de polvo. Ya puedes ponerte a limpiar todo el departamento.
Por suerte, no había mucha gente en el instituto ese primer día, y no entró nadie allí mientras yo, con mi bata y el pañuelo en la cabeza, iba quitando el casi inexistente polvo en mesas, sillas, armarios o estanterías. Y por lo que podía oírles, hasta ellas se habían olvidado de mí. Con detenimiento, con el corazón casi parándose cada vez que oía a alguien en el pasillo, pasé uno de mis peores ratos en el instituto. ¿cómo iba a explicar a nadie mi apariencia, y lo que estaba haciendo? Casi una hora más tarde, ellas decidieron irse también.
-Cámbiate, Andrea, y vete a tu despacho que a lo mejor tenías cosas que hacer por allí. Y no se te olvide devolver la bata y la bayeta a los conserjes. Mmm, no sé... tal vez deberías ir así y quitarte la bata allí -la miré con ojos aterrorizados-, jajajaja, bueno, mira, ni para tí, ni para mí. Vete así a devolver el plumero. Luego vuelves, te cambias, y le llevas la bata, ah, y quédate con el pañuelo, es un regalo, y mañana lo traes puesto al cuello. De momento guardaremos tu curioso secreto, aunque vas a parecer muy mariquita.
-¿Va a salir así? ¿Con las medias y el pañuelo? -dijo Maruja.
-No sé. Las medias apenas se notan, y el pañuelo... no es más que un pañuelo en la cabeza. ¿Vas a obedecerme, andrea?
-sí, Señora, lo que usted ordene.
Yo misma no sabía donde estaría el límite que mi señora me permitiría desobedecer.
Salí, caminé a toda velocidad con la cabeza baja, no se veía a nadie por los pasillos. Me animé y casi corrí.
Pero el conserje, que nunca está allí cuando lo necesitas, sí seguía en su sitio.
-¡Andrés?!
-No veas el polvo que había. He tenido que ponerme hasta un casco, jeje.
Le di el plumero y me volví a toda prisa, sintiendo su mirada en mis piernas. Cuando volví a devolverle la bata, ya vestido de hombre, y con el pañuelo al cuello, no hizo ningún comentario.
Más tarde, en casa de mi Señora, después de comer en el suelo en mi cuenco de perra, y de hacer mis tareas de criada, a media tarde, apoyada sobre la mesa con los brazos abiertos, la falda levantada y las bragas en las rodillas, esperando a recibir el castigo de 50 fustazos, hube de contarle a Teresa todo lo que había sucedido en el instituto, con la esperanza de que me dijera que podía negarme a algo así, lo que le dije cuando me preguntó qué me había parecido.
-¿Negarte a limpiar? Ni hablar. ¿qué pasa, que la señorita no se puede poner una bata y limpiar un poco el polvo? ¿Ni salir con una bata y un pañuelo? Ni hablar. incluso el haber dudado ya me ofende. ¿Tan poco has aprendido? En realidad es estupendo que veas que tu esclavitud es de 24 horas los siete días de la semana, también en el instituto. El sistema es muy simple: hay cuatro mujeres que conocen tu estado, pues esmérate para tenerlas contentas, y así ellas no querrán que termine. Ahora vete contando.
ZAASSS  uno  ZZZAaSS dos
Cuando llegamos a cincuenta mi culo y mis muslos ardían. Me recoloqué la ropa y volví al trabajo. Todos los cristales de la casa llevaban un mes sin limpiarse. Había una pila de ropa para planchar, una lavadora, o más, que poner... iba a estar muy ocupada hasta la hora en que la señora me dejara irme a casa.
El resto de la semana fue más tranquilo de lo que esperaba, porque se limitó a mis tareas habituales en casa de mi Señora. Alicia y sus amigas parecían haberse olvidado de mi en el instituto, aparte de la comprobación esporádica de que llevaba todos los días el pañuelo.
-Mañana tienes el día libre, Andrea -me dijo cuando ya me despedía el viernes por la noche, y del susto casi le di las gracias.
No me lo podía creer, porque hacía meses que no tenía unas horas para estar tranquilo y reflexionar. ¡Un día entero!
-Bueno, libre aquí. He tenido una conversación con Alicia y me ha pedido que te preste mañana.
¡Dios! De la alegría a casi el llanto. Me quedé delante de mi Señora con la cabeza inclinada.
-Ella y las amigas que ya conoces han quedado para comer mañana, y quiere que les sirvas tú. Por supuesto, he aceptado. te presentarás en la dirección que te dejo aquí a las nueve de la mañana. Vete guapa, con medias, braguitas y sujetador, además del pañuelo que mañana le pagarás a Alicia. 200 euros. Y te llevas el uniforme negro corto, además de un cuenco y una lata de comida de perros. Creo que quiere que hagas una buena limpieza por la mañana, además de la comida. Luego se la sirves, y me pareció entenderle que tú serías el postre. Seguro que tienen alguna idea para ti.
A las nueve me abrió Alicia la puerta de su casa.
-Cámbiate y a trabajar. Quiero los baños y la cocina brillantes.
A media mañana empecé con la comida, porque Alicia quería ver lo que había aprendido en la academia, y a mediodía fui abriéndoles la puerta, una a una, a las tres compañeras que esperábamos, con mi uniforme de raso negro, con una falda muy corta, el pequeño delantal blanco, la cofia y zapatos de enorme tacón. Les hacía una reverencia y escuchaba sus risas. Fueron comiendo conmigo sirviéndolas, atenta también a que no les faltara agua y vino.
-Adorable criada, desde luego. dan ganas de pellizcarle el culito.
-No te cortes. Andrea, acércate a Maruja, que creo que quiere meterte mano.
Más risas mientras yo me ponía de espaldas al lado de Maruja y sentía su mano por debajo de la corta falda para darme un pellizco que me hizo ver las estrellas. Con el vino fueron animándose y mi culo se llenó de pellizcos y azotes.
-Andrea, acércate y pon el culito.
ZAASSS ZZASSS ZZAASSS
-Empiezo a creerme seriamente lo de la sumisión de esta chiquita, eh.
Después del café,y cada una con una copa ya trasegada y otra en la mano, empezó lo peor.
-Ve a la cocina y prepárate tu comida, que tendrás hambre.
Me incliné y salí hacia la cocina, segura de que no me iban a dejar en paz, como sucedió.
Había sacado el cuenco y la lata de comida, cuando llegaron, cada una con su copa, para mirar atentamente. Abrí la lata de comida de perros y la vacié en el cuenco.
-No vas a comer solo eso. Coge las sobras de nuestros platos y sírvete, no seas tímida.
Con el cuenco a rebosar, lo dejé en el suelo y me arrodillé frente a él, para inclinarme hasta ponerme a comer como una perrita.
Las carcajadas debieron de oírse en el instituto, y los azotes en el culo, y algún tacón apretando mi cabeza contra el cuenco.
Un largo rato después, con la cocina ya recogida y limpia, me puse de rodillas delante de la puerta del salón.
-Pasa y desnúdate.
En mitad de la alfombra, sin tener ni idea de lo que pensaban hacer, me fui quitando la ropa hasta quedar totalmente desnuda.
-De rodillas.
Maruja, la colega a punto de jubilarse, se acercó y me puso las manos atrás, atándomelas con un pañuelo.
-Bueno, Andrea. Hemos dedicado estos días a investigar un poco eso de la sumisión, y ha resultado de lo más interesante. Incluso hemos ido a un sexshop a comprar algunas cosas (ya te pasaremos la factura) Ahora practicaremos contigo. Pero no estamos seguras de lo que te gusta, así que mejor que nos vayas diciendo tú lo que le gusta a una sumisa, lo que te gusta a ti, vamos.
-Sí, Andrea -añadió Alicia-. Fíjate que estas amigas todavía dudan de que no sea una broma, y quiero que al final de esta tarde estén convencidas de la verdad. Si fueras todavía medio hombre, ya no dudarían, porque podrían ver ahora cuánto te excitaba verte simplemente así expuesta. Pero en fin, ese pequeño pito que tienes colgando no nos va a ayudar, así que tendrás que hacer memoria para recordar lo que te gustaba antes de ser un eunuco. Y no hace falta que te recuerde lo mucho que sé de ti, así que no quiero que  ocultes nada.
-Por ejemplo, parece que a todas la sumisas les gusta sentir algo de dolor -siguió Maruja-. ¿A ti te gustaba?
-sí, Señora. Recibir unos azotes era muy excitante.
-Pues que se vea. Suplica.
Con la cabeza inclinada delante de Maruja, supliqué:
-Por favor, Señora, ¿quiere pegarme? Se lo ruego.
No se hizo esperar más. Con su mano izquierda me agarró del pelo, y con la derecha me dio dos tortazos que me habrían tirado de no estar bien sujeto. Y otros dos. Y otros.
-Las demás también quieren hacerte feliz. Vamos.
Caminé de rodillas hasta donde estaba Maribel, que siguió abofeteándome, y luego María, y por fin Alicia, antes de volver al centro, siempre de rodillas, con las manos atadas a la espalda.
-No nos hagas preguntarte todo el rato. Sigue.
-También me gusta que me peguen en el culo, con la zapatilla, o con una fusta, o con una vara.
-¿Ves como hicimos bien en comprarla? Incorpórate y apoya tu barriga en el respaldo de ese sillón.
Hice lo que me decían, y añadí, porque sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo:
-¿Pueden atarme, por favor, los pies a las patas del sillón, y las manos a las de delante?
-Muy bien, veo que ya empiezas a colaborar.
Me abrieron de piernas, hasta atar cada tobillo a una pata. Y me soltaron las manos, para tirar de ellas hacia delante hasta estar completamente tenso, con las muñecas atadas a las patas delanteras.
-¿Quién empieza?
-Yo misma -dijo Maruja-, que tengo ganas de ver como se acaba la broma. ¿No gritarás, verdad?
-Puede amordazarme, Señora.
-Ah, si? Cómo?
-Con las bragas, Señora. Me las mete en la boca y me ata cinta o un pañuelo alrededor.
Yo pensaba en mis braguitas, pero ella no.
-¿No habrás puesto hoy la lavadora, Alicia?
-No. ¿Quieres unas bragas sucias?
-Por favor.
Me hicieron oler las bragas sucias de Alicia, y después me las metieron en la boca, sujetándolas con una tira de cinta de embalar.
-Lo malo de esto es que así no puedes decir ninguna palabra de seguridad, como ponen en los libros. ¿Tienes palabra de seguridad, Andrea?
Negué con la cabeza.
-Es más que una sumisa, Maruja. Es una esclava y depende por completo de la voluntad de sus señoras. Puedes pegarle hasta donde quieras.
Pude ver cómo Maruja se apartaba ligeramente a un lado, para que su brazo y la fusta cogieran buen impulso.
ZZZAAASSSS
El primer golpe me dejó casi sin respiración, pero apenas pude recuperarme cuando una lluvia de golpes en nalgas y muslos me dejaron casi sin sentido.
Maruja se acercó por delante y tiró de mi pelo hacia arriba.
-¡Está llorando!
-¡Me toca! Si esto sigue siendo una broma, te va a costar cara -casi gritó Maribel, que cogió la fusta de las manos de Maruja. Esta no me soltó la cara, mientras seguían los fustazos y yo seguía llorando en obligado silencio. Terminó María, porque Alicia decidió pasar de esos azotes.
Al terminar, no recordaba una paliza semejante en todo mi tiempo de esclavitud. Al desatarme caí al suelo rendido.
-¡De rodillas!
Maruja, que parecía la que llevaba la iniciativa, me quitó la cinta.
-Ve sacándote las bragas de la boca, pero no del todo, lo suficiente para hablar.
Me quedé con las bragas colgando, lo que provocó un momento de hilaridad entre ellas.
-¿Qué te han parecido los azotes?
-Me han gustado mucho, muchas gracias, Señoras.
-Pero no veo que te exciten.
-Estoy castrada, Señora.
-Puedes seguir. ¿Qué más te gusta?
Cualquier cosa menos más azotes, iba a decir, pero no sería buena idea.
-Me gusta lamer los pies.
-Buena idea. Vas a empezar por los míos -dijo María, quitándose botas y calcetines. Se acercó un puf y los puso encima.
Me acerqué de rodillas.
-Deja las bragas en el suelo, con cuidado.
A cuatro patas, acerqué la cabeza al suelo hasta poder depositar allí las bragas. cuando llegué al puf ya había allí cuatro pies, que en seguida fueron seis para ser lamidos y chupados por mí.
-Cierra los ojos -me dio Maruja detrás de mí. Me puso en ellos dos bolas de algodón, y luego me los vendó con un pañuelo fuertemente apretado; también volvió a atarme las manos a la espalda -hala, a trabajar.
De rodillas, me incliné a ciegas sobre el puf y fui lamiendo los pies que allí había.
-Ummm, no está mal esto. Vete cambiando de pie de vez en cuando, que todas queremos disfrutar de tus "encantos".
La sesión con los pies me resultó infinita. Mis rodillas empezaron pronto a dolerme, y luego todo el cuerpo de la posición forzada. Incluso empecé a conocer unos y otros por su olor y su sabor. Cuando ya no podía más, y más que chuparlos me apoyaba en ellos, Maruja, otra vez, me llamó desde su sitio. Incorporarme fue a la vez un placer y un dolor, y caminé de rodillas hacia donde había oído la voz. Me quitó la venda de los ojos, y me desató las manos.
-Vete al servicio y trae una esponja húmeda y una toalla, para limpiarnos.
Casi fue más humillante limpiarles los pies, porque las podía ver, con sus caras de guasa. Mientras lo hacía, Carlota siguió a lo suyo:
-Y dinos, Andrea, eso de la castración...además de aclararte la voz... ¿te quita el deseo sexual?
-Sí, Señora.
-Y antes ¿qué te gustaba? ¿como disfrutabas antes de ser así?
-Me excitaba vestirme de mujer.
-¿te masturbabas vestido de chica?
-Sí, Señora.
-Pero también tenías relaciones -intervino Alicia-. Cuéntanos qué relaciones has tenido este último año.
-Sólo las que me permitía mi Ama.
-¿Por ejemplo...?
¿Para qué intentar ocultar nada?
-Le chupaba la polla a hombres.
-Bueno, eso no está nada mal. ¿Eres homosexual y se la chupabas al hombre que te gustaba?
-No, Señora. Se la chupaba a todo el que me dijera mi ama, o cualquiera que pudiera ordenármelo.
-Ah, como una puta.
-Sí, Señora.
-Y a muchachos en el instituto, verdad?
-Sí, Señora.
-Pero solo pollas de tios, Andrea? No seas tímida y cuenta.
-También la polla de León.
-León?
-Es... un perro, Señora.
-¿Se la chupabas a un perro? ¡Dios! ¡Venga ya!
-Y se la sigue chupando, verdad, Andrea. Cuenta a nuestras amigas qué relaciones tienes con León.
-somos novios.
Jajajajajaja
-Y tú serás la esposa, claro.
-Sí, Señora.
-¿Qué más haces con León, o mejor, León contigo? -preguntó Alicia.
-Me folla por el culo, Señora.
No podía ver las caras, agachada como tenía la mía, pero no dejaba de oír sus risas mientras seguía limpiando sus pies.
-A cuatro patas, Andrea!
Obedecí inmediatamente la orden de Alicia.
-Así, como una perrita, ya sabes.
Ya sabía, y ladré para confirmarlo, y creí que les daría un ataque de risa a todas.
-Mira esto -paseó por delante de mi cara un dildo enorme- ¿sabes para quién es?
Volví a ladrar.
-Más, que se note la alegría que sientes al saber que vas a ser penetrada. Te lo vas a meter tú misma y no queremos que dejes de ladrar contenta ni un instante.
Lo dejaron en el suelo, al lado de un tarrito de nivea, y yo, sin dejar de ladrar me unté bien el culo y me introduje poco a poco el dildo en el culo.
-Y ahora la colita. Acércate.
Fui a gatas ladrando hasta donde estaba Maruja.
-Date la vuelta.
En la parte que sobresalía del dildo me ató un pañuelo que rozaba mis nalgas y muslos. tiempo atrás, eso me habría excitado, pero en aquel momento solo sentía la humillación.
-corretea por la habitación y que se vea la alegría.
A cuatro patas, dando pequeños saltitos, ladrando contínuamente, me tuvieron no sé cuánto tiempo, hasta que pensaba que no podía más, pero cuando iba parando, cualquiera de ellas se levantaba con la fusta y "me animaba" a continuar.
No me di cuenta de que Maruja había salido, hasta que oí su voz desde la puerta:
-Andreíta, ven acá.
Me acerqué deprisa, porque parecía la oportunidad de parar, y seguí ladrando al lado de sus piernas.
-Mira.
Alcé la cabeza y vi que traía el cuenco de mi comida.
-Como las perritas no pueden hablar, ya no nos cuentas nada, pero seguro que esto te gusta, porque hemos leído en internet que la lluvia dorada os encanta a todas las sumisas.
Seguí ladrando, pero con menos entusiasmo, ¿qué había preparado? ¿qué traía en el cuenco, y qué iba a hacer con ello?
-Lo echamos a suertes y me tocó. Ven.
Avanzó hasta el centro del salón seguida por mí, y bajó el cuenco delante de mi cabeza. Un fuerte olor a meada me rodeó.
-Y llevo aguantándome mucho rato, para que tengas una buena ración. Hala, saboréala y bebétela toda como una perra, con la lengua.
En el cuenco había una buena cantidad de orina amarilla. Acerqué mi boca aguantándome las arcadas. Saqué la lengua y empecé a beber aquello como una auténtica perra. El trago fue interminable, porque aquello no bajaba. Me acostumbré al sabor, y no me permitía pensar en lo que estaba bebiendo, ni en las miradas, ni en las risas de las espectadoras. Limpié hasta la última gota, y me quedé allí, a cuatro patas, mirando el cuenco vacío y limpio, con el dildo en el culo y el pañuelo colgando.
-Ya sabes donde está el servicio. anda, levántate y ve a lavarte bien la boca y a quitarte eso del culo.
Cuando volví, me puse de rodillas en la puerta, y al cabo de un rato, Alicia me ordenó vestirme y marcharme.
-Ya no nos quedan dudas de tu sumisión, lo que no dudes que sabremos aprovechar para cosas útiles, ¿verdad, Maruja?
-Desde luego, una criada gratis a la que poder castigar cuando no lo hace bien no es algo que se encuentre por ahí. Ya estoy deseando verte limpiando mi casa.
-Por eso de momento no vamos a dejar que se entere nadie más, que serías poco a repartir. Pero sí queremos que parezcas nuestro amiguito gay, eh, con tus ropitas, tus pañuelitos, y tu atención a nosotras, no lo olvides.
Me vestí delante de ellas, con el sujetador, las bragas y las medias bajo mi ropa de hombre, y me despidieron con un "hasta pronto" que no me hizo gracia.
Pasé por casa de mi Señora, pero no estaba, así que me fui a la mía, me puse un camisón y me arrodillé delante de la web cam. Ya ni me molestaba en pensar cómo podía empeorar todo, porque seguro que había alguna forma. Empecé a valorar seriamente la posibilidad de dejarlo todo e irme al otro extremo del mundo, pero ¿a qué? ¿Qué posibilidades tenía de rehacer mi vida en otro sitio, desde cero, a mi edad. ¿Y no era eso lo que siempre había querido? ¿no había fantaseado mil veces con ser una esclava feminizada?
Un lejano recuerdo de la excitación que estar así me provocaba me devolvió a la realidad. No ansiaba ser libre, lo que echaba de menos era el placer que la humillación me provocaba. Hablaría con mi Señora cuando pudiera para explicarle que no podía seguir así, que la castración iba a obligarme a irme, cuando lo que me gustaría (sí, me gustaría) es seguir a su servicio.

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