Relato enviado por colaboración. Mañana capítulo siguiente.
Después del castigo recibido, mi vida volvió a ser la de antes,
pero con mucha más atención por mi parte. Comer deprisa y volar a casa
de Teresa, donde me vestía para ser su criada, no sabía hasta cuando.
Al menos, volvía a vestirme de sirvienta, después de ir de compras, como me había dicho al terminar el castigo con el perro.
Primero fuimos a una lencería. entré yo
solo, y ella lo hizo un momento después, como si no fuera conmigo,
quedándose curioseando algo de ropa mientras me vigilaba, porque me
había dado indicaciones (órdenes estrictas) de qué debía hacer.
-Quería un camisón, largo, de raso -le dije a la dependienta tras los saludos.
-¿Talla?
-No sé... es para mí.
La dependienta me miraba como calculando la talla. Y sacó varios
camisones. Escogí uno, rosa fuerte. Lo extendí delante de mí, llevando
los tirantes a mis hombros.
-¿Puedo probármelo?
-Sí, claro. Ahí tienes el probador.
Me quité la ropa de hombre y me quedé en braguitas, sujetador y medias. Con el camisón puesto descorrí la cortina.
-Quizá me queda algo estrecho.
La dependienta se acercó, no dijo nada, me miró (a mí, a la ropa que llevaba puesta).
-sí, quizá una talla más. Espera un momento.
Volvió con una talla más, volví al probador, me cambié, y volví a salir.
-No entiendo mucho de esto. Usted cree que me queda bien?
Vuelta a mirarme, incluso a tocarme para comprobar la holgura.
-Perfecto.
-Pues me lo llevaré. Y... también necesito un conjunto de bragas y sujetador.
-Aquí -me señaló un expositor- tenemos varios modelos. Mira a ver cual te gusta más.
Me acerqué al expositor, en camisón, vigilado por mi señora y con
pavor de que entrara alguien más en la tienda, y elegí uno azul, con
encaje.
-Me llevaré este conjunto. Pero no sé la talla del sujetador.
-¿Es también para ti?
-Sí.
-Pues pasa al probador, te lo pones y miramos.
Ese era el peor momento, porque tendría que salir con el suje, y
las braguitas y llevaba puestas, que a duras penas podían mantener medio
oculta la polla erecta. La metí como pude, inclinándola mucho, y
descorrí la cortina.
La dependienta, una profesional con ganas de vender, no dijo nada. Miró el sujetador y metió un par de dedos.
-Esta está bien.
Salí vestido a pagar. Teresa ya se había ido. Pero faltaba ir a por el uniforme nuevo. Allí se repitió la misma historia.
Era la misma tienda de un mes antes, y el mismo dependiente, y se acordaba de mí.
-Necesito un uniforme de sirvienta. Para mí -era mejor ir acortando el tema.
Me sacó, como la otra vez, uno de mujer, pero con pantalones.
-No, no. Tiene que ser con bata, cerrada por abajo, como un vestido.
Mirada extrañada.
-¿Algún color?
-Mejor si es negro.
Me probé uno abrochado delante, con cuello y puños blancos, con el delantal blanco con un largo lazo atrás.
Salí del probador con él puesto
-¿Qué tal lo ve?
-Te queda bien. ¿Alguna función?
-No, no. Es para mi trabajo de criada.
-Ah. La cofia puede ser de diadema o con horquillas.
-No necesito cofia. Suelo llevar un pañuelo en la cabeza.
-Ya, pero la cofia va con el uniforme.
-Bueno. De diadema.
El dependiente salió de detrás del mostrador para ponerme la cofia.
-Gracias.
-A ver, muévete un poco...
Paseé por delante de él, y de mi Señora, que miraba desde el escaparate.
Ya tenía mi ropa nueva. Y, para qué engañarnos, pasado el primer
trago, en las dos tiendas lo pasé estupendamente. Al fin y al cabo, eran
esos gustos míos los que me habían llevado hasta donde estaba.
Así, las siguientes semanas fueron casi agradables, cuando no
pensaba en que todo mi tiempo lo pasaba haciendo las tareas del hogar en
casa de mi ama.
Pero siempre había novedades. como sucedió más o menos mes y medio después del asunto de León.
Como todas las tardes, después de comer
me dirigí a casa de Teresa, me fui al cuarto de la cocina y me cambié.
Aquel día tenía preparado el uniforme rosa de la primera vez. Llevaba
casi quince días sin ordeñarme, así que ponerme aquella ropa me produjo
un gran placer, aunque el aparato de castidad impedía que ese placer se
tradujera en nada físico. A la vez que me producía ese placer,
desconocido cuando me hacía ordeñarme y beberme mi leche cada día, ese
periodo me daba miedo, pues parecía indicar que mi Señora preparaba
algo, como sucedió. Me presenté en el salón para postrarme de rodillas
ante mi Señora, con las manos atrás y la cabeza inclinada, y recibir sus
órdenes. La mayor parte de las veces ella apenas me miraba, y yo me iba
inmediatamente a realizar las labores que me tenían ocupado todas las
tardes.
Pero ese día se quedó mirándome y sonriendo.
-Hoy tenemos una sorpresa, Sophie.
Yo seguí de rodillas y con la cabeza inclinada. Nada debía
contestar, pues nada se me había preguntado, pero el miedo ya había
aparecido en mi cuerpo.
-¿te gustan las sorpresas, Sophie?
-Depende, Señora.
-Claro, claro. Esta te va a encantar, seguro. Vamos a recibir una
visita. Bueno, casi mejor tendría que decir que vas a recibir una
visita. Alguien que conoces desde hace tiempo va a venir a verte.
Yo no podía decir nada, pero sus palabras me estaban asustando
muchísimo. Ya era bastante duro hacerme a la idea de que todas las
tardes, fines de semana y vacaciones debía pasarlos trabajando como
chacha para una mujer que no sentía ningún interés por mi, más que como
criada, aunque a veces me engañara pensando que eso podía terminar. Que
ya no tenía vida privada, pues fuera del trabajo, yo era de todo de
Teresa . Más duro era que el trabajo no sólo lo hacía gratis, sino que
debía recibir castigos cada vez que ella quisiera. Y los castigos, como
había podido comprobar, podían no ser sólo unos azotes. Y que no podía
obtener ni siquiera placer de todo ello, pues lo primero que hacía cada
día era ordeñarme y beberme mi leche. Sin excitación aquello era
realmente lo que parecía: estaba a su servicio, como una chacha. Sin
más. Todo el tiempo que ella quisiera y hasta que se cansara. Muy de vez
en cuando me permitía disfrutar sexualmente de aquella situación. Como
ese día. Pero de repente toda mi excitación desapareció envuelta en
temor.
-¿Por qué te creías si no que iba a dejarte tanto sin ordeñar?
¿Para dejar que te ordeñaras después, en vez de antes? Para eso no hacía
falta una semana. No, en esta ocasión quería que estuvieras bien
excitada, para disfrutar al máximo de la visita. Estoy segura de que te
va a encantar. Vas a esperarla ahí de rodillas, que ya no tardará. Y
quiero recordarte dos cosas. La primera es para tranquilizarte: yo soy
la única que puede poner en circulación esos vídeos que te destrozarían
la vida (¿te acuerdas de León? por cierto, creo que tiene ganas de
volver a verte) y no lo haré mientras me obedezcas como hasta ahora.
Esto te lo digo por si tienes miedo de que esta persona pueda contar
algo por ahí. Tú lo niegas y ya está. Yo te seguiré la corriente
mientras seas mi fiel criada. Pero también tengo que decirte que por
supuesto espero que sigas obedeciendo como debes, y que no me dejes mal
delante de esta amiga. Ella será tu señora, y tú las obedecerás en todo
lo que no ponga en peligro tu esclavitud conmigo. ¿Entendido?
-Sí, Señora.
-Siempre se me olvida tu nuevo nombre, Vicky.
Creo que iba a decirme algo más, pero en ese momento sonó el timbre.
-Ya está aquí. Cierra los ojos, Vicky. Y levanta la cabeza. Quiero
que te vea bien la cara. Su sorpresa va a ser mayor aún que la tuya, ya
verás. Y oigas lo que oigas, no se te ocurra abrir los ojos hasta que
yo te lo ordene.
Me quedé como me ordenó, creo que además temblando. Me iba a ver
otra persona, alguien que me conocía, de rodillas, con mi uniforme de
criada, con un pañuelo en la cabeza, con el delantal, todo. ¡Si el
primer día hubiera decidido conformarme con mis fantasías!
Sentí la puerta, y voces en el vestíbulo. Luego pasos que llegaban al salón y se detenían.
-¡Ah! ¡Por favor! Pero si es... ¿Esto es una broma, Teresa ?
Su voz me sonaba de algo, pero no lograba localizarla.
-¿Es una broma, Vicky?
-No, Señora.
-Pero si es Andrés, el secretario del instituto!!
Entonces caí. Y el mundo se hundió conmigo. Reconocí la voz de
Carmen, una mujer que tenía a su hijo ya crecidito en el instituto y con
quién yo había tenido varias peloteras serias en los últimos cursos.
Una mujer desagradable, maleducada e impertinente. Una mujer que muy
posiblemente me odiaba, y que estaba convencida de que yo la odiaba a
ella y a su hijo, igual de impertinente y maleducado.
-Ya la has conocido, Vicky?
-Creo que sí, Señora.
-Dinos, ¿quién crees que es nuestra visitante?
-Me parece que es Carmen, Señora, una madre del instituto.
-¿Vicky? jajajaja. el profesor más chulo del instituto, jajajaja. ¿Pero qué hace así aquí, Teresa?
-Es mi criada para todo.
-¿Y eso? ¿Alguna apuesta?
-En absoluto. Es mi criada porque ella me ha rogado que la acepte.
Mi criada para siempre, con quién además puedo hacer lo que me dé la
gana. Vicky, dile a Carmen lo que pasa cuando no cumples como es debido.
-Que usted me castiga, Señora.
-¿Como te castigo, Sophie? Cuéntale a Carmen los castigos.
-Usted me azota en el culo, Señora.
-jajajajaja
-Más.
-Me ordena estar de rodillas durante horas.
-jajajaja
-Eso son los castigos normales, cuando no limpias bien el polvo.
Pero dile a Carmen qué te pasa cuando intentas ligar con otra chica.
-Que me convierte en perrita.
-¿en perrita? ¿qué?
-dile a Carmen quién es tu novio, con quién follas, vicky.
-Mi novio es León, Señora, un perro...
-jajajjajajajaja
-... y él me folla.
-venga ya, no me lo creo
-Pues créetelo, Carmen. Tenías que verlo chupándole la polla al perro.
-¿Qué? ¿Le has chupado la polla a un perro?
-Sí, Señora.
-No seas antipática, Vicky. cuéntale cuánto te gustó y lo que
tenías que hacer y qué conseguiste. Y esmérate en los detalles, que no
quiero castigarte severamente.
-Sí, Señora. Me gustó mucho, estaba deseando que León me cogiera, y
cuando se alejaba, yo lo perseguía como una perrita, por el jardín, y
me acercaba a él y lo chupaba y lo lamía para animarlo a cogerme. Y todo
lo hacía para que mi Señora me permitiera seguir sirviéndola con
uniforme de criada, con vestido, como estoy ahora.
-Diossss, pero qué dices. Me estáis tomando el pelo.
-Dile a Carmen cómo vas vestido al instituto por dentro, mientras busco en el ordenador un vídeo de tus amores de perrita.
-Llevo ropa interior de mujer. Siempre las braguitas, y cuando estoy castigada, también medias y sujetador.
-jajajajajaja. Va a ser genial cuando te vuelva a ver allí. jajajaja Tendré que llamarte Vicky, claro.
-Abre ya los ojos.
Entonces la vi. Probablemente la madre con la que peor me llevaba, y ahora la que más poder tenía ahora sobre mí.
-Sé una chica educada, y saluda y preséntate como es debido.
Incliné la cabeza mientras decía:
-Buenas tardes, Señora. Soy Vicky, su humilde sirvienta para todo lo que usted desee.
-Jjajajajaj, no me lo puedo creer. Sigo pensando que esto es una broma. Muy buena y realista, por cierto.
-¿Broma? Pues ya la has oído, puedes hacer con ella lo que quieras.
Claro que así de pronto no se te ocurre nada, o lo que se te ocurre no
te atreves a decirlo. ¿Por qué no le decimos a la chica que nos sirva el
café y así lo vas pensando? Mientras tanto, mira este vídeo.
Desde la cocina, mientras les preparaba el café, oía mis "ladridos"
y los de León. Estaría viendo cómo lo perseguía por el jardín. Luego
mis ladridos suplicando la crema para el culo, y luego... no quería
pensarlo.
A continuación les serví el café, siempre bajo la a veces
divertida, a veces perversa, y siempre alucinada mirada de Carmen, que
no podía contener la risa cada vez que yo me arrodillaba para servirlas,
o cuando me iba al rincón y me quedaba esperando, también de rodillas,
la cabeza inclinada y las manos atrás, sus órdenes. Lo peor, sin
embargo, no fue ser humillado de esas maneras. Lo peor era lo que
escuchaba.
-¿Entonces hace esto porque quiere?
-Claro. ¿Tú la ves atada? Además todas las mañanas está en el
instituto, ¿no? Luego viene aquí por las tardes. Y por la noche a su
casita, a no ser que esté castigada, claro.
-¿y le gusta?
-Bueno, a ella le gusta travestirse, ya sabes, vestirse de chica.
Cuando quieras vamos a su casa a que nos haga un pase de modelos con la
ropa que tiene allí Lo que a lo mejor ya no le gusta tanto es pasar a
depender totalmente de mí, o ser una perrita, pero sabe que si se va,
tengo unos vídeos con los que esto que estás viendo sería un juego de
niños. Al fin y al cabo, travestirse es una cosa mucho más corriente de
lo que te crees.
-No me puedo creer lo del perro, aunque lo haya visto.
-Va, es solo zoofilia, muchos lo hacen con ovejitas o gallinas, pero desde luego es llamativo.
-Que no, seguro que es un truco de esos de cine. Y tenéis un trato para una temporada o qué.
-Nada de tratos. Yo ordeno y ella me obedece, sin rechistar, como
has visto. Y así hasta que a mí me parezca. Si me parece bien, para
siempre. Vicky perdió su libertad cuando no sabía que se la estaba
jugando. Se creyó que podía utilizarme para sus fantasías de sumisa,
pobre.
-¿Siempre?
-Sí, es como si se hubiera casado conmigo, pero no como marido, ni
mujer, sino como esclava sumisa y criada. Imagínate, alguien que te hace
todos los trabajos de la casa, gratis, y además a quién le puedes pegar
unos azotes si no lo hace perfectamente. Pero lo mejor es que yo no me
he casado, claro. Si me harto, me deshago de ella.
-¿lo dejarías libre?
-Podría, pero no creo. Tendría que tenerme muy contenta para que le
regalara su libertad. Y si estoy contenta con mi chacha, ¿para qué la
voy a perder? Lo más fácil es que si me harto la venda a alguna otra
mujer dominante como yo, que le divierta esto. Me pagaría bien por los
vídeos y Vicky pasaría a ser de ella.
-Me encantaría tenerla para mí. ¡Cómo me iba a vengar de su prepotencia de estos años.
-jajajaja. Pero eso ya puedes hacerlo, mujer. ¿Quieres que se
desnude y baile para ti en bragas y sujetador? ¿O prefieres pegarle unos
azotes hasta dejarle el culo morado? ¿O unos tortazos, que seguro que
se lo tiene merecido?
-Lo que me gustaría es mandarlo así vestido al instituto, para que sea el hazmerrír de todos.
-Eso no puede ser, porque entonces yo perdería el poder sobre él.
Pero sí puedes ir a decirle lo que tantas ganas tienes, porque ahora
seguro que ya no te va a contestar. jajaja, Lo que se me está
ocurriendo: a lo mejor, cuando yo me canse de Vicky, te lo regalo.
Estoy segura de que eso le iba a gustar mucho, jajajaja. ¡ Vicky, ven
acá!
Estaba oyendo aquello y me estaban entrando ganas de llorar. ¿Dónde
me había metido? Me levanté y con la cabeza inclinada me acerqué a
ellas, postrándome de nuevo de rodillas.
- Vicky, ¿verdad que estarías encantada de que yo te regalara a Carmen?
-Lo que usted desee, Señora.
-¿Ves, Carmen? De hecho, he notado que últimamente ya no pone el
mismo interés en sus labores... cualquier día de estos te doy una
sorpresa, Carmen.
-Claro que no podría ir a mi casa, porque con mi hijo allí...
-Pero qué dices. Lo que tú quieras, Carmen. Si te apetece que vaya a
casa a limpiar con tu hijo allí, pues irá... ¿no te gustaría ver cómo
lava los calzoncillos de tu hijo? tú es que no has visto todos los
vídeos...
-Ya me gustaría verlos...
-Lo siento, pero una parte fundamental de su esclavitud es que sean secretos. Aunque si quieres, podemos hacer uno...
-¿Cómo...?
-Ya verás.
Teresa se levantó a por la cámara. Yo sentía la mirada y el desprecio de Carmen.
-¡desviado...! y luego tan orgulloso cuando estás en tu despacho... pero ya verás, ya, a partir de hoy.
Teresa volvió con la cámara y me dio las instrucciones de todo lo
que tenía que hacer, así que cuando se puso a grabar, yo me coloqué a
cuatro patas delante de Carmen mientras le decía:
-Señora, le ruego a usted que me perdone por todas las
impertinencias que he cometido con usted y su hijo. Usted tenía razón
siempre, y yo me aprovechaba de mi situación para hacérselo pasar mal a
usted y al chico. Estoy muy arrepentida de haberme portado así, y le
pido por favor que me castigue por ello como usted desee. Me haría usted
feliz si me diera todos los bofetones que quiera. Y después me subiré
la falda y me bajaré las bragas para que pueda azotarme también. Por
favor, Señora, castígueme usted, se lo ruego, por favor.
Me puse de rodillas con la cabeza gacha. Carmen se levantó y me
levantó la cara hacia ella, la vi sonreír y me preparé para lo que
venía.
zaaasss
un bofetón casi me tiró hacia mi derecha, pero me incorporé y pude decir:
-Muchas gracias, Señora, lo merezco, pégueme...
No puede añadir más porque el segundo bofetón me lo impidió
-Gracias...
y otro, y otro, de derecho, y del revés. Yo debía mirarla y
agradecérselo cada vez, pero no tenía tiempo. Carmen estaba pegándome
con verdadero sadismo, con todas sus ganas. Se la veía disfrutar y yo
empezaba a marearme cuando paró. Me fui levantado como pude y seguí con
mis ruegos:
-Muchas gracias, Señora, sé que lo merezco -ella se sentó en una
silla-, y le ruego que siga pegándome -mientras decía esto, me bajaba
las bragas hasta las rodillas, y me levantaba la falda, dejando el culo y
el pito en su aparato a la vista-, azóteme en el culo porque he sido
una niña perversa con usted, y merezco el castigo que usted quiera
darme, Señora -ella me agarró y me puso boca a abajo en sus muslos,
dejando mi culo en pompa, preparado para recibir; vi que Teresa le
pasaba una zapatilla con la suela de goma dura y rugosa, que yo ya había
probado y sabía lo que dolía; volví la cara hacia la cámara, pues debía
tenerla así durante todo el castigo-. Gracias, Señora, gracias por
castigarme como merezco...
ZASSS di un bote, Carmen estaba empleando toda su fuerza,
-Gra...ci -zassss- ¡ahh! grac -ZZZAASSS, zZZAASS, ZZAASSS, ZZAAASSSS.
Intentaba dar las gracias, pero sólo me salían gemidos de dolor.
-Por fav... -empezaba a decir para que parara, pero veía a
Teresa con la cámara grabando primerísimo plano- por fav..oorr.. ahh...
siga usted... cast... ahhh... castigueme.... ahh.. como merezco.
El culo me ardía y los zapatillazos caían sin misericordia una y
otra vez, cubriendo toda mi piel, casi desde la cintura, hasta los
muslos...
Por suerte, ese ejercicio, cuando se hace con las ganas y la saña
con las que lo hacía Carmen, cansa al que lo practica, y en un momento
dado, ella paró, tirándome al suelo. Yo me rehice como pude, volví a
ponerme de rodillas delante de Carmen, y entre sollozos pude decirle:
-Graaac..cia.s, Señora. Puede usted castigarme más, si lo desea... lo que quiera...
Carmen miró a Teresa.
-Lo que me dan ganas es de escupirle. ¿Puedo?
-Por supuesto. Y ella se limpiará con la lengua.
-Mírame -me dijo.
Levanté la cara hacia Carmen, que recogió todo lo que pudo en su boca y me escupió sobre mis labios.
-Límpiate con la lengua.
Abrí la boca y fui limpiando sus bordes con mi lengua.
-Abre bien la boca, más.., y no la cierres hasta que yo te diga.
Uno, dos... no sé cuánto tiempo, ni cuantos escupitajos me llenaron la boca y los labios.
-Ahora limpia y traga.
Y limpié y tragué.
-Bien, mañana iré a verte al instituto.
-Sí, Señora, lo que usted desee.
-Y vas a recibirme como si fuera el inspector, entendido.
-sí, Señora.
-¿Mañana llevará sujetador? -le preguntó a Teresa .
-Como tú quieras.
-Sí, mañana llevarás sujetador, de los de relleno, que me enseñarás en tu despacho. ¿Te parece bien, Teresa ?
-Por supuesto.
-¿Y si le llevo un pañuelo para que se lo ponga?
-Genial. ¿Qué se dice, Vicky ?
-Gracias, Señora.
-Y probablemente te dé unos tortazos en tu despacho. ¿Qué te parece, Vicky ?
-Gracias, Señora.
-Y ahora desnúdate frente a Carmen, Vicky -me ordenó Teresa, y a la otra le preguntó:- ¿has traído lo que te dije?
-sí, en esa bolsa, y ahora voy entendiendo por qué lo querías.
Tenía tan recientes todos los azotes que ni pasó por mi cabeza
dudar. Inmediatamente fui desnudándome como mi Señora me había indicado,
mientras Carmen me miraba desde el sofá en donde se había sentado a
descansar y la cámara seguía grabando todos mis movimientos. Me quité
delicadamente el pañuelo, que dejé sobre la mesa. Luego me desaté el
delantal y me lo quité, doblándolo al lado de la cofia. Siempre mirando
hacia Carmen, pero con la cabeza inclinada, me desabroché la parte
superior del uniforme, saqué los brazos de las mangas y lo bajé por las
piernas. También lo doblé y lo coloqué. A continuación me quité por la
cabeza la combinación, que doblé en su sitio. Luego los zapatos y las
medias, procurando siempre doblar las rodillas sólo lo imprescindible.
Seguí con el sujetador, y por último las bragas, y ya desnudo, volví a
arrodillarme frente a Carmen, con mi pene aprisionado en su aparato de
castidad.
-Qué aparato tan curioso -dijo Carmen.
-Lleva varios días con él puesto. No quería que se masturbase. La
tensión sexual hace que esté más receptivo, y hoy quería que su mente
fuera un pequeño caos, entre la humillación a la que la hemos sometido, y
el placer que experimenta. Ven a por la llave, Vicky , y se la das a
Carmen, para que te libere si quiere.
Carmen se entretuvo mirando el aparato, sin decidirse a nada, así que Teresa le ayudó.
-Si no se lo quitas, seguirá sintiendo algún extraño placer con
todo lo que le está sucediendo. Se morirá de ganas de correrse, porque
está muy excitada, pero esa excitación hace que su humillación tenga un
sentido. Incluso te puedo decir que seguramente esperará con algunas
ganas tu visita de mañana al instituto. Y si se lo quitas y le
permitimos correrse, ahora tendrá un orgasmo brutal, y a continuación se
sentirá absolutamente humillado, se verá como un mequetrefe, se odiará a
sí mismo por haberse metido en esto y se morirá de vergüenza sólo de
pensar en lo que le espera mañana. Tú eliges.
-¿Y no podemos hacer que se corra sin sentir placer?
-No conviene. Dejar que tenga orgasmos es parte de mi táctica. Así,
la próxima vez que la veas ella se humillará más que nunca y seguirá
haciendo cualquier cosa, por muy degradante que sea, pensando en el
orgasmo de después, que tú podrás retrasarselo, claro, días, o semanas, o
el tiempo que quieras.
-jajajaja. Eres realmente perversa.
-En absoluto. Sólo me aprovecho de esta pobre infeliz. Yo creo que
debes ordenarle que se corra. te aseguro que después se sentirá mucho
peor que hasta ahora.
-Muy bien, Vicky . a ver, esa estúpida picha tuya.
Como no era una experta, estuvo trasteando un poco, hasta que quitó el aparato. Mi pene empezó a crecer inmediatamente.
-Ahora explícale a Carmen como te gusta ordeñarte. Y que no se te olvide nada.
-Sí, Señora. Cuando mi Señora me lo ordena, me gusta ponerme de
rodillas en el suelo, con las piernas bien abiertas, con un pañuelo
atado bien fuerte en la base del pene, y con pinzas en los huevos y en
la ingle y en los pezones. Luego me beberé toda mi leche, limpiaré mi
pene con un kleenex que me comeré, y limpiaré con la lengua cualquier
gota que se haya caído. Después me quedaré de rodillas, pensando en mi
situación.
-¿Te parece bien, Carmen?
-Me parece perfecto. Además lo vas a hacer mirándome a la cara.
-Sí, Señora.
-Pues ve a por las cosas, que seguro que a Carmen le apetece colocártelas.
Volví con una bolsa de pinzas, y con el pañuelo y me puse delante
de Carmen. Teresa le habría dado alguna instrucción, pues fue
colocándome pinzas en todos los sitios más dolorosos, con una verdadera
ristra alrededor de los huevos, apretando cada una con saña cuando la
colocaba. Luego ató el pañuelo en la base del pene y los huevos, y me
ordenó que empezara.
No tardé mucho, pues estaba realmente superexcitado, y aunque
tuviera que hacerlo mirando a la cara a aquella mujer temible, tuve una
corrida espectacular que lamentablemente no quedó toda en mis manos.
En ese momento empezó lo peor de toda la tarde. Tuve que limpiarme
las manos con la lengua, tragándome todo, y hacer lo mismo con el
kleenex que había utilizado para limpiar el pene, para terminar a gatas
chupando el suelo donde hubiera caído algo de semen. Carmen, muerta de
risa, cogió una fusta que le ofreció Teresa y se movía detrás de mí
azotándome otra vez en el culo, en un martirio que no sé cuanto duró,
puesto que siguió haciéndolo cuando yo ya había terminado y hube de
ofrecerle mi culo.
-Y ahora, mira lo que te ha traído: un viejo camisón de Carmen. Ella ya no lo quiere, así que lo podrás usar tú.
Sacó de la bolsa un camisón blanco, vulgar, de tela muy fina de tanto uso, que me dio para que me lo pusiera delante de Carmen.
-¿Te gusta?
-sí, señora, mucho.
-Pues es para ti. Quiero que duermas con él puesto todas las
noches. Y mañana, le llevas al instituto ese rosa tan bonito que te
compraste el otro día. Tenías que haberlo visto en la tienda
probándoselo.
Y al día siguiente, a media mañana, tal como había dicho ella y yo temido, entró en mi despacho sin llamar.
-Hola, Vicky -dijo casi a gritos- Cierra la puerta.
-Buenos días, Señora -me levanté corriendo a cerrar la puerta que, por desgracia, no tenía pestillo para candarla por dentro.
Ella aprovechó para sentarse en mi sillón.
-Ponte ahí de rodillas, anda, en medio del despacho, que te vea bien.
Me arrodillé donde ella decía.
-Por favor, Señora...
-Pero bueno. Estás dejando mal a Teresa, porque según ella harías
lo que te dijera sin rechistar. Creo que no le va a gustar. Así que baja
la cabeza y a callar.
Hice lo que me ordenó, esperando que fuera breve.
-Desabróchate la camisa, a ver qué llevas debajo.
Me abrí la camisa, dejando ver el sujetador.
-Muy guapo. Anda, acércate, de rodillas.
Hice lo que me decía, hasta que estuve a su lado. Fue un pequeño
respiro, porque allí me tapaba la mesa un poco por si alguien abría la
puerta de improviso.
-A ver las braguitas.
Abrí el pantalón y dejé a la vista las braguitas.
-Pero qué mono! Si lleva la ropa interior a juego. Bájate el
pantalón y las braguitas hasta las rodillas y te das la vuelta y te
inclinas, que aquí tienes una regla que está deseando ser usada.
Al momento estaba inclinado, mostrándole mi culo que todavía tenía
todas las marcas de la tarde anterior, e inmediatamente recibí el primer
reglazo. Casi no me di cuenta del dolor, porque el sonido me había
dejado aturdido. Se puso de pie, a un lado, para poder pegar más fuerte.
Otros cuatro reglazos me hicieron temblar de miedo y de dolor.
-Sabes que te los mereces, verdad?
-sí, Señora.
-Muy bien. Vuelve, así como estás, a gatas, hasta el centro del despacho, y te quedas de rodillas.
Lo hice, y ella volvió a sentarse.
Y así estaba yo, de rodillas, con los pantalones y las bragas
bajados, el culo rojo y el sujetador a la vista, cuando llamaron a la
puerta. En la cara de Carmen apareció una sonrisa, y yo exclamé:
-¡Un momento, por favor, que estoy ocupado!
-Ocupada, Vicky, ocupada. Tienes que hablar de ti en femenino, recuerdalo para otra vez. Anda, ponte de pie y vístete, guarra.
Medio minuto después, estaba visible para todo el mundo, y pude respirar.
Carmen se levantó, se acercó, y me colgó del cuello, por fuera de
la camisa, un pañuelo de mujer, fucsia y blanco, cuidadosamente doblado a
lo largo.
-¡Qué guapa! ¿Qué se dice?
-Gracias, Señora.
-¿Tenías algo para mí?
-Sí, señora. Cogí una bolsa del armario con el camisón que le iba a regalar.
-Ahora ve a abrir la puerta, a ver quién era, y déjala abierta.
Ya no había nadie, gracias a dios.
Ella había sacado el camisón y lo observaba. Se acercó a donde yo
estaba y me lo puso delante, por encima, como comprobando la talla. Yo
miraba acojonado la puerta de reojo.
-Bueno, Vicky -me dijo ella por fin, saliendo con el camisón en la
mano, desde la puerta-, espero que no te quites el pañuelo, porque te
sienta muy bien. Es un pañuelo perfecto para una secretaria. Ya nos
veremos.
Y en cuanto llegué a casa de mi Señora, con el pañuelo puesto, me
recibió con dos bofetones, me ordenó desnudarme, me colocó el aparato de
castidad y me dijo:
-Me has hecho quedar mal, Vicky, así que la semana que viene
recibirás tu castigo. Hasta entonces, nada de masturbarse, y no te visto
de hombre porque ya eres Vicky, una puta esclava, así que espero que no
pierdas también esa categoría y vuelvas a ser un vulgar sumiso. Y todos
los días, al instituto con ese pañuelo así, bien visible. Vamos, ponte
el uniforme y a trabajar.
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