Relato enviado por colaboración.
Desde el susto de la visita de mi
compañera a casa de mi Señora, donde tuve que descubrirlo todo ante
ella, los días y las semanas fueron pasando con relativa normalidad, en
los que mi vida transcurría con la rutina habitual de un sumiso sometido
como esclava y sirvienta las 24 horas de todos los días.
Salía cada día a trabajar con braguitas, sujetador y medias bajo mi
ropa de profesor del instituto, y un pañuelo colgando del cuello, lo
que no era fácil conforme llegaba el calor. Cada vez que me cruzaba con
Alicia me moría de vergüenza, pero ella me evitaba, sobre todo a solas.
No así Alberto, y sus caprichos. Estos,
que al principio se reducían a que le enseñara mis bragas o el sujetador
y que me pusiera de rodillas delante de él para darme unas bofetadas,
pasaron a otro nivel el día que abrió la puerta de mi despacho y me
ordenó:
-Ven conmigo, putita.
Fui detrás de él hasta el servicio de alumnos. Por fortuna era en
horas de clase, así que no nos vio nadie. Entramos en una de las
cabinas. él se puso frente al servicio.
-De rodillas. Tengo ganas de mear. Sácame la picha y apunta bien.
Le abrí la bragueta y saqué, como quería, su picha. Se la sujeté mientras él meaba.
-Límpiamela bien.
Fui a coger un trozo de papel.
-Con la lengua, estúpida.
Acerqué mi boca y se la limpié, saboreando las últimas gotas.
-No me la guardes. Baja la tapa y límpiala con la lengua, que me tengo que sentar.
Bajé la tapa y con mucho asco la limpié como pude con la lengua.
-No te preocupes de tu saliva, que luego me limpiarás el culo.
Me apartó un poco y se sentó.
-Aquí, de rodillas entre mis piernas, bonita. Las manos atrás.
Me puse como él decía.
-Así, sin manos. Cométela hasta que me corra. Vamos.
¿Podía negarme? Las instrucciones de mi señora eran muy claras:
solo podía negarme a lo que pusiera en peligro su dominio, es decir, el
secreto con que me chantajeaba para que siguiera siendo suyo. Así que no
podía negarme si no quería sufrir un castigo que seguro que sería mucho
peor. Me metí su polla en mi boca y se la chupé hasta que sentí su
semen. Debía llevar muchos días sin correrse, porque mi boca se llenó
por completo.
-Trágatelo, putita. Que no sobre ni una gota.
Me lo tragué todo, y más que seguía saliendo.
-Lo haces muy bien. Estoy viendo un negocio contigo. Límpiamela otra vez, que tengo que ir a clase.
Le limpié la polla con mi lengua y volví a colocársela en su sitio.
-El culo.
Se dio la vuelta y le chupé el culo hasta que se cansó.
A partir de aquel día, dos o tres veces por semana tenía que chupársela, hasta que se le ocurría alguna putada mayor.
Un día entró en mi despacho y se quedó contra la puerta:
-Quédate en ropa interior.
-Podría entrar alguien.
-No, porque estoy yo en la puerta. Obedece.
Me quité la ropa, quedándome en bragas, sujetador y medias.
-Métete debajo de la mesa, con toda la ropa que te has quitado, menos el pañuelo. Dámelo.
Mi mesa tenía dos cajoneras a los lados y en medio el hueco para
las piernas. El tablero de delante llegaba hasta el suelo, por lo que
desde el frente no se veía nada.
Él se sentó en mi sillón, abrió las piernas y se pegó a la mesa.
-Ya sabes lo que tienes que hacer.
Le saqué la picha y me la metí en la boca. Empecé a chupársela con prisas, cuando le oí decir:
-Vaya, creo que le he dado al botón que pone "llamada" sin querer.
¿Tú crees que vendrá alguien? No quiero que pares, en ningún caso.
Se me paró el corazón. Claro que vendría alguien.
Un momento después llamaron a la puerta y entró la administrativa.
-oh, perdona, creí que había llamado Andrés.
-Lo siento, debo haber presionado el botón sin querer.
-¿Y Andrés?
Andrés estaba allí debajo, en ropa interior de mujer, chupándole la
polla a aquel alumno, ahora muy muy despacio, porque no quería hacer
ruido ni que se corriera con la otra delante. Y lo peor, viendo cómo él
jugaba con el pañuelo sobre la mesa, pero dejando colgar una parte, para
que yo la viera.
-Ha tenido que salir y me ha dejado aquí para hacer unos deberes. Y fíjate, se ha dejado aquí su pañuelo.
-Bueno, pues procura no tocar nada otra vez.
-Tranquila. Toma, toma su pañuelo y así se lo das cuando vuelva. No sé cómo puede usar estas cosas tan... de mujer.
¡Mi pañuelo! Y yo debajo de la mesa, chupándole la polla. La oí acercarse, y el pañuelo desapareció.
Un rato después, cuando pasé por secretaría, vi que la
administrativa lo llevaba al cuello. En cuanto me vio, se lo quitó y me
lo tendió.
-Toma, Andrés, que te lo vas dejando por ahí.
-Gracias.
Lo había doblado a lo largo, como yo solía llevarlo. Un pañuelo de
seda, estampado en fucsia y blanco, que me puse al cuello sin más. Ya
por entonces debía parecer el más mariquita del instituto.
Cuando se lo conté a mi Ama, estalló en carcajadas.
-No dejes de llevar nunca pañuelos, Andrea.
A mediodía salía volando del insti para ir a casa de mi señora.
Allí, de rodillas, y ya en combinación, me quitaba el aparato de
castidad y me ordeñaba, mientras le contaba si había habido alguna
novedad por la mañana con respecto a mi esclavitud. Luego comía los
restos de la comida de ella mezclada con comida de perros y mi semen,
siempre en el cuenco de la perrita (yo), siempre en el suelo.
Luego, con mi uniforme de sirvienta, me dedicaba a dejar su casa
como los chorros de oro, a hacer la colada, a tender la ropa a la vista
de cualquier vecino que se asomara al patio, a planchar. También me
ocupaba de la compra, a donde tenía que ir con pantalones vaqueros de
chica, ligeramente maquillado y con alguna blusa y el pañuelo al cuello.
De momento, al menos, no me había hecho llevar por la calle la blusa y
la falda-pantalón que me había dado Carmen.
Y cuando le parecía bien, me ponía el aparato de castidad y me mandaba a mi casa, hasta el día siguiente.
Tal como ella quería, este plan diario se fue haciendo rutina, y ya no tenía que ir diciéndome qué tenía que hacer.
Incluso a mí empezaba a gustarme. Al fin y al cabo, la cosa había
empezado porque yo quise ser la sumisa sirvienta de mi Señora. Nunca
imaginé hasta qué punto podía llegar a estar dominado por ella, el
verdadero significado de la palabra esclava, y cuando pensaba que eso
iba a ser así para siempre me daba casi un mareo. Pero cuando no pensaba
en eso, o cuando no se la estaba chupando a un alumno en el instituto,
sino simplemente haciendo las tareas de la casa con un uniforme de
criada, o haciendo la compra medio vestido de chica, mi situación se
parecía bastante a mis fantasías.
Y así fueron pasando las semanas, y se acercaron las vacaciones de verano, como mi señora me recordó a mediados de junio.
-Hay que planificar las vacaciones, vicky. Perdona, mis vacaciones,
porque tú, obviamente, no tienes. Una esclava lo es todos los días, y
para siempre. Te parece bien, verdad?
-Sí, Señora.
-en julio yo seguiré por aquí, así que seguiremos igual. Además, me
gusta la autonomía que vas cogiendo. Esto ya se parece bastante a lo
que yo quería: tener una criada en casa que se ocupe de todo sin darme a
mí trabajo. Como te portas muy bien, no necesito ni castigarte. Así que
en julio, seguiremos igual, pero por las mañanas, desde que cojas las
vacaciones en el instituto, te he apuntado en una academia, para que
aprendas alguna cosa útil. ¿No quieres saber de qué?
-Sí, Señora.
-Pues vas a hacer dos cursos: de ocho (entrarás algo antes que al
instituto, pero eso no importa) a diez, clases de cocina. Tienes que
aprender a hacer más cosas, para prepararme comidas y cenas
interesantes. Te gusta, ¿verdad?
-Sí, Señora.
-Y de diez a doce, clases de costura. Nada especial, al menos de
momento, pero sí aprender a arreglar descosidos, subir bajos, en fin,
cosas básicas. Lo importante es que vayas aprendiendo todo lo que una
sirvienta tiene que conocer. Genial, ¿verdad?
-Sí, Señora.
-He tenido que buscar un sitio especial, porque no es fácil
encontrar academias con ese plan, y lo encontré. En el colegio Escribá.
Como puedes suponer, es un colegio del opus, y aprovechan el verano para
enseñar a chicas. Les he contado tu caso, un hombre que desea ser mujer
y tratado como tal, y aunque te va a costar un poco más cara, bueno, en
realidad, un ojo de la cara, te han admitido. Eso sí, tendrás que ir
vestido de mujer.
¡Vestido de mujer por la calle!
-Hay pantalones de chica, igual que blusas que no son llamativas,
como sabes. Y al llegar al colegio, a las ocho menos cuarto todos los
días, te pondrás el uniforme que allí te van a dar, mejor dicho, a
vender. Todas tus compañeras son criadas, creo que todas sudamericanas,
que tienen que aprender para servir a sus señoras. Criadas de verdad, no
esclavas sumisas, ni hombres feminizados, pero creo que las tratan como
si fueran esclavas. A las doce, al terminar, te cambias de nuevo y te
vienes para acá a preparar la comida, a ver si aprovechas el curso.
-Sí, Señora.
-Y para agosto, si apruebas el cursillo de julio, te admitirán
interna en una residencia del opus, para perfeccionarte. ¿Te imaginas?
Todo el día, todos los días, vestidita como a ti te gusta, sirviendo a
mujeres y a monjas. Estoy segura de que en cuanto lo pienses, te va a
encantar. Claro que si no te admiten en agosto, tengo una oferta de
alberto, que se queda solo en casa ese mes y le gustaría tenerte a su
servicio. Todavía no le he contestado. ¿Tú que prefieres?
No tenía que pensarlo en absoluto:
-La residencia del opus, Señora.
-Claro, ya lo sabía. Pero tendrás que esforzarte. en fin. Por
cierto, Alberto, que está resultando muy emprendedor, me ha preguntado
que si puede obligarte a chupar pollas de otros amigos, cobrándoles
dinero. No me ha parecido mal, así ganaremos algo, Alberto y yo.
Me quedé helado. Me iban a conocer todos, y la señora vio mi miedo en la cara.
-No te preocupes, que ahora que empiezas a funcionar bien, no voy a
perder a mi esclava. Pero que además seas una puta que puede ganar un
dinerito está bien. Mañana te enseñará Alberto cómo tienes que hacer las
cosas. Llévate el pañuelo rosa en el bolsillo. También podrás
imaginarte para lo que te quiere en agosto, además de para atenderlo y
tener su casa en orden. Y ahora a trabajar, que con tanta charla
perdemos tiempo.
Al día siguiente supe lo que querían de mí. Al entrar a clase, Alberto pasó por mi despacho.
-A las diez y media te quiero en el servicio, en la última cabina,
como siempre, de rodillas, en ropa interior y con el pañuelo puesto como
una capucha y bien ajustado al cuello. Como no lo tengas bien puesto,
alguien más podrá reconocerte, pero no será culpa mía. Te enseñaré cómo
se pone, por si eres una putita tonta. Dame el pañuelo.
Se puso detrás de mi, y me ató el pañuelo al cuello como si fuera
un babero. Después cogió los dos extremos que quedaban sueltos por
delante y me envolvió la cabeza con el pañuelo, atándome esos dos
extremos al cuello por delante. Cogió unas tijeras e hizo un agujero a
la altura de la boca.
-Perfecto. Ya sabes donde tiene que quedar el agujero, y no lo hagas más grande, que podrían reconocerte, jejeje.
Al llegar la hora me fui al servicio, me quedé en bragas y
sujetador y me puse el pañuelo como me había ordenado. Procuré que los
nudos estuvieran bien hechos, por nada del mundo se podía caer el
pañuelo.
Unos minutos después oí hablar fuera. Llamaron a la puerta al tiempo que alberto decía: soy yo.
Descorrí el pestillo a tientas y sentí como empujaban la puerta.
Alguien entró y cerró tras de sí. Cogió mis manos y las llevó a la
bragueta. Se la abrí, saqué su picha y me la llevé a la boca a través
del agujero. No sabía a quién se la estaba mamando, podía ser incluso un
chaval de trece o catorce años y me dije que debía comentárselo a mi
señora, pues podía acabar en la cárcel por corrupción de menores, pero
de momento todo lo que podía hacer era chuparla, lo que hice hasta que
se corrió, me bebí el semen y le dejé la polla bien limpia antes de
devolvérsela a su sitio.
Cuando pensé que iba a entrar Alberto, fue otro alumno, que no
necesitó ni mis manos, sino que directamente metió su polla por el
agujero y se repitió lo de antes.
Salió y entró Alberto.
-Quítate el pañuelo, que me gusta verte la cara mientras me la chupas. Y guárdalo, que lo necesitarás.
Cuando terminó, me vestí deprisa y salí con cuidado de que nadie me viera.
Al día siguiente se repitió la historia: tres alumnos más, o los
mismos del día antes, y Alberto para terminar. Siempre en ropa interior
femenina, con mi pañuelo rosa, de rodillas ante la taza, esperando al
que quisiera pagarle a Alberto por meter su picha en mi boca.
Y otra vez el día siguiente, pero esta vez me hizo ir antes, porque
tenía más clientes, y ya era mucho tiempo el que desaparecía de mi
despacho, y demasiados alumnos los que pasaban por aquel servicio.
Seguro que ellos pensaban que era otro alumno, o algún puto de fuera,
pero en cualquier caso...
En casa, le dije a mi señora mi miedo de que podía estar
haciéndoselo a alguien demasiado joven, y de que me podían ver al salir.
-Muy bien, Vicky, me alegra ver que lo has hecho porque yo te lo
ordené, a pesar del peligro. Hablaré con alberto para que no te visite
más en lo que queda de curso.
La cosa quedó así, pero por la noche, cuando me estaba despidiendo, me dijo:
-Pobre alberto, yo creo que está un poco enamorado de ti. Como lo
vi tan triste al no poder disfrutar de tus servicios, le he dicho que
este sábado te irás por la tarde a su casa, para acompañarlo el fin de
semana, que va a estar solo. Seguro que lo pasáis muy bien.
Fui a abrir la boca, pero su mirada me dijo que no debía. Agaché la
cabeza: yo era su esclava, no sólo su sirvienta, y debía saber que me
lo haría recordar siempre que quisiera. Mis fantasías habían hecho que
estuviera allí, y hacían que mi situación fuera más llevadera, pero era
una esclava y mi Señora se ocupaba de recordármelo de vez en cuando.
-No es un castigo, Vicky. Es solo lo que a mí me apetece. Y a veces
me parece que te trato demasiado bien. Los sumisos tenéis demasiada
tendencia a mandar: Áteme, pégueme, vístame de mujer, hágame su
criada... Decís que queréis servir a vuestra Ama, y lo que estáis
diciendo en realidad es que necesitáis un Ama que cumpla vuestros
deseos. Y no es así, no debe ser así. Deben ser los deseos del Ama los
que se cumplan. Por eso me encanta tenerte esclavizada. Puedo hacer
contigo lo que quiera y los límites no los fijas tú, sino yo. A ti te
gustaría venir aquí a vestirte de chacha y servirme dos o tres días por
semana, y luego, bien pajeado, seguir con tu vida. Y como eso no es lo
que yo quiero, me he adueñado de ti. Y si tengo un amigo que quiere
hacer algo contigo, no eres tú el que decide, sino yo. Esto es
dominación, y no esas chorraditas a tiempo parcial que nos dan más
guerra que satisfacciones. Si te hubieras encontrado con un Ama que te
quisiera como hombre y como sumisa, y estuviera enamorada de ti, habrías
tenido más suerte. Pero te has encontrado conmigo y recuerda que
empezaste voluntariamente. Así que disfruta de la vida que tienes,
porque no vas a tener otra.
El sábado por la tarde me presenté en casa de Alberto, con mi corto baby doll rosa y el pañuelo en el bolso. Me abrió Alberto.
-Hola, estúpida. De rodillas desde este momento y hasta que te vayas.
Me arrodillé.
-Desnúdate por completo.
Me quedé completamente desnudo. No llevaba aparato de castidad, porque acababa de ordeñarme delante de mi señora.
-Ponte lo que traes en el bolso.
Me puse el babydoll, que dejaba al aire mi picha y mi culo, y el
pañuelo, con lo que dejé de ver por completo. Alberto me puso un collar
de perra y tiró de mi.
-A gatas y de rodillas.
Me llevó a otra habitación, donde oí un coro de sonoras carcajadas.
-Muy bien, Vicky. Aquí tenemos una fiesta un grupito de amigos. No
lo puedes ver, pero estamos bebiendo unas copas mientras charlamos y
jugamos con la ps. tú solo tienes que ir a donde tiren de tu correa y
chupar lo que te encuentres. Hoy no tendrás que abrir braguetas, porque
una perra no puede hacer eso.
Inmediatamente sentí un tirón, fui hacia allá y me encontré con una
picha que entraba por el agujero de la capucha hacia mi boca. Abrí la
boca y empecé. Una, dos, tres, cuatro, habría chupado ya cuando un nuevo
tirón me llevó a lo que parecía el centro de la habitación. A mi
alrededor se hizo el silencio y yo caminaba con miedo, hasta que tropecé
con un cuerpo peludo, a cuatro patas, como yo.
-boy, échate.
Unas manos me agarraron la cabeza y empujaron hacia abajo, hasta
que otra mano me metió en la boca la picha del perro. Carcajadas y
aplausos. Empecé a chuparla y el perro se asustó y quiso levantarse,
pero alguien se lo impidió y yo recibí un correazo en el culo.
-tienes que ser más suave, Vicky, no vayas a asustarlo. Chúpala suave, que tenemos toda la tarde.
Chupé más despacio, para que el perro se relajara, que fue lo que
pasó. Su picha fue creciendo y de vez en cuando se estremecía, y al cabo
de un larguísimo rato, se corrió en mi boca.
Al servicio a lavarme la boca y a seguir "trabajando" con los amigos de alberto.
Por la noche, cuando todos se habían ido, Alberto me llevó a un
cuarto donde me hizo subir a una cama en la que me ató boca abajo,
brazos y piernas, a las cuatro patas, sin quitarme la capucha ni el
camisón, con unas almohadas o cojines bajo la tripa, con lo que mi culo
quedaba en situación de ser penetrado.
-Es sorprendente lo bien que funciona internet. Hace dos días puse
un anuncio de sumiso puta en prácticas, barata, para darle por el culo, y
no veas cuantas llamadas. Al final tuve que retirarlo, porque ya no
quedaba más tiempo. ¿Sabes lo que es una esclava sexual, Vicky?
-Sí, Señor.
-Tú. Te he puesto sólo un cliente cada media hora, porque tu Ama me
dijo que no te rompieran mucho. Así que ya sabes lo que dicen: Relájate
y disfruta. Sobre todo relájate, que no queremos disgustos. Te voy a
poner mucha crema para que todo sea más fácil.
Por suerte, había exagerado, y al final yo sólo conté cinco o seis.
Hubo uno más que ni siquiera me penetró. Se recostó a mi lado y me
besaba en la boca a través del agujero de la capucha mientras me
susurraba cuánto me envidiaba y cómo le gustaría estar en mi situación.
Luego se masturbó y cuando se iba a correr me metió la picha en la boca
para que me tragara su leche y se la dejara limpia. Seguro que después
de eso ya no me envidiaba. Lo entendí perfectamente, porque a mí me
gustaría estar en su situación, salir de aquella casa y seguir con su
vida "normal".
Cuando cesó la actividad, antes de dormirme, me juré que de ninguna
manera "suspendería" el cursillo de julio, porque no podía cambiar mi
mes de agosto de criada en una residencia de mujeres del opus (cuya
idea, por otra parte, me excitaba, como bien sabía mi ama) por un mes en
ese puticlub que acabaría conmigo.
El domingo fue más normal: vestido únicamente con el babydoll, me
ocupé de dejar la casa en más que perfectas condiciones, y después de
servir la comida a Alberto, de comer yo mismo sus sobras en un plato en
el suelo, y de volver a chupar su polla, me dejó irme.
En la duda, pasé por casa de mi Señora, que no estaba. Me fui a mi
casa, me puse un camisón largo para hacerme una foto con la televisión
encendida al lado (para que no hubiera dudas de donde estaba ni de qué
hora era) y se la mandé a mi Señora. Cada media hora debía repetir la
foto, y así ella me tenía controlado. Hasta que más allá de las diez
ella me envió un sms: "a la cama, Vicky. Mañana voy a estar fuera"
oh dios, podría volver del instituto a casa y descansar un día, me
parecía, o una tarde, maravilloso. Demasiado maravilloso.Inmediatamente
llegó otro sms:
"A las tres te quiero ver comiendo unas croquetas de perrita
delante de la webcam. Y a las cuatro te espera Marisa en su casa para
hacer una buena limpieza. Y en cuanto ella me avise de que has
terminado, te quiero en tu casa de rodillas delante de la webcam."
No habría descanso.
Tal como me había ordenado, después de trabajar me fui deprisa a
casa, me quedé en camisón (cuando ella no me decía qué ponerme, podía
elegir yo, siempre ropa de mujer, por supuesto), me preparé el bol con
croquetas de perro con agua para ablandarlas y hacerlas más digeribles,
las comí en el suelo, delante de la webcam, sin saber si ella me veía o
no, volví a vestirme, guardé el uniforme en una bolsa y me fui a casa de
Marisa, se la dejé de punta en blanco y otra vez a casa a arrodillarme
ante mi señora en la webcam.
El resto del tiempo, hasta las vacaciones, fue igual de rutinario,
excepto el día que me llevó a una tienda del barrio de ropa de señora
para comprarme el conjunto que debía llevar a la academia de cocina y
costura a la que me había apuntado. Primero escogió para mí una blusa
blanca de manga corta, fina y con encaje en el cuello. Tras probarme
varias tallas, sin abrir yo la boca para nada, entre ella y la
dependienta decidieron cual era la mía. Lo de menos ya era que me
quitara y pusiera blusas sobre el sujetador. Lo que me daba pánico es
que entrara alguien conocido.
-Vicky necesitará un traje para ir elegante. De mujer, por supuesto, aunque de momento será mejor que sea con pantalón.
Más pruebas, con ellas delante, que no se molestaban ni en cerrar
la cortina del probador, sobre mis bragas y medias. "Me quedé" con un
traje gris de chaqueta corta y entallada y un pantalón ancho y más bien
corto, como pude comprobar cuando, así vestida, visitamos una zapatería
vecina donde "me compré" unos zapatos negros de medio tacón.
-Son un poco monjiles, pero creo que en esa academia es lo que esperan.
Y a las ocho de la mañana del primer día de julio, así vestida
sobre mi ropa interior, me presenté en el colegio donde iban a ser las
clases. Me permitieron un vestuario aparte, donde me cambié por el
uniforme que llevaría allí todos los días. Una bata de cuadraditos
azules y blancos, cerrada hasta el cuello, y por abajo hasta media
pantorrilla, con un delantal blanco y con pechera. De acuerdo con sus
instrucciones, debía ir cada día con la cara bien depilada, y allí me
pintaba ligeramente los labios y me ponía un pañuelo en la cabeza. Tenía
que parecer una mujer, una sirvienta más, como todas las que me
acompañaban.
Siempre muerto de vergüenza, entre las miradas severas de las
profesoras y las risas de las demás sirvientas, pasé las mañanas de
julio, me enseñaron algo de cocina y algo de costura (estos eran los
momentos peores, sentado en una silla baja, con las piernas juntas, el
uniforme y el delantal perfectamente rectos, con un trozo de tela en las
manos y dando puntadas), y fui todo lo sumisa que se esperaba de mí.
Y el resto de la mañana y todas las tardes, en casa de Teresa, o en
casa de Marisa, o en el chalet, trabajando sin parar para ¡ganarme! una
plaza como sirvienta en una residencia del opus.
Plaza que, por supuesto, conseguí.
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