lunes, 14 de noviembre de 2016

Memorias de un sumiso criada. y14 De vuelta a casa

Relato enviado por colaboración
Al regresar, fuimos directamente a su casa.
-Vete a tu cuarto. Te desnudas, te pones el babydoll y te vienes al salón. te traes el potro, cuatro pañuelos para atarte, el consolador grande y la fusta.
Sus órdenes me sorprendieron, porque ya no estaba acostumbrada, pero por supuesto no se me ocurrió titubear al obedecer. Me iba a castigar por algo que yo no sabía, y su primera parte del castigo ya había empezado diciéndome lo que necesitaba, es decir, lo que me iba a hacer.
Poco después estaba en el salón tal como me había dicho, vestida únicamente con el babydoll.
-Túmbate en el potro, boca abajo.
Me ató fuertemente muñecas y tobillos a las cuatro patas, me clavó con poco lubricante el consolador en el culo, y me metió unas bragas en la boca, que ya sabía yo que no debía en ningún caso sacarme sin su permiso. ¿Qué habría hecho mal?
Puso una elegante caja delante de mi, en el suelo, para que la viera bien.
-¿Te gusta el regalo de reyes que te tenía preparado? Fíjate bien en la foto de la caja, porque no voy ni a abrirla, para devolverlo.
Me fijé, y vi lo que iba a devolver: un maravilloso camisón de seda de color rosa, largo y de tirantes, y después una bata a juego con él, de la misma tela y color, con media manga terminada en volante de encaje.
-Te gusta, ¿verdad?
Dije que sí con la cabeza, desde luego que me gustaba. Era el conjunto de mis sueños.
-Pues ya ves. Para culminar este periodo en el que tan bien te he tratado, te iba a poner, yo misma, ese conjunto, te iba a sentar a mi lado, charlaríamos como dos amigas de tus experiencias como mujer trabajadora mientras tomábamos unas copas y, quién sabe, a lo mejor hasta te dejaba dormir a mi lado.
Y  lo tenía allí delante. Pensar en vestirme con aquellas prendas, y sentarme al lado de mi Señora... la excitación era brutal, como la decepción que me ponía al borde de las lágrimas. ¿qué había hecho mal? No lo sabía, pero lo que veía era que en vez de ponerme esa ropa con mi Señora, volvería a arrastrarme por cualquier club y ser humillada polla a polla.
Se pudo detrás de mi.
-Y sin embargo -zasss, zasss, empezó una lluvia de fustazos furiosos en mi culo y mis muslos- ¿qué me encuentro? -zzaasss, ZZZAAASSSS, zzassss-. Una mentirosa -ZZAAASSSS, ZZZAASSSSS, ZZZAAAASSS-. Una mentirosa que no me cuenta lo que ha hecho, lo que ha desobedecido -los golpes eran cada vez más duros, y que sentía muy dentro cada vez que acertaba en el consolador-. Una zorra y una mentirosa que va a recibir un castigo que no olvidará, y que va a dormir inmovilizada en la silla contra la pared, atada de la manera más dolorosa.
Treinta o cuarenta fustazos más tarde, con mis nalgas ardiendo y yo llorando sin atreverme a escupir las bragas, paró y se separó un momento, para volver con una jeringuilla que me colocó ante los ojos.
-Una eunuco mentirosa. ahora que ya no puedes irte, por muy desgraciada que seas. ¿Te acuerdas de tu confesión de pedófilo? Ya no te puedes ir a ninguna parte. Sólo a trabajar, para mí. Tu sueldo, íntegro, a mi cuenta, y aquí de criada o de puta, pero sólo para perros, en el club que ya conoces. Y lo que más te va a gustar: con calzoncillos y ropas de hombre. Serás una perra, sí, pero travestida de hombre. Y castrada. Qué ironía, no.
Los fustazos caían más espaciados, pero con más furia, mucha más furia.
-¿Y sabes lo peor? Que me siento engañada, frustrada, traicionada. Yo buscando el regalo de reyes ideal para mi querida, sí, querida!, esclavita, y ella follando por ahí con tíos.
Mis lágrimas debieron tocar alguna fibra especialmente sensible, porque de repente se calmó.
-Deja caer las bragas y dime por qué follaste con tíos y por qué no me lo has contado.
Comiéndome mis lágrimas, acerté a decir:
-No follé con tíos, mi Señora. Me violaron. Me metieron en un coche, me raptaron, me llevaron a una casa y me violaron un montón de veces, por la boca y por el culo. Me obligaron con una navaja y estuvieron varias horas follándome como querían y cuando querían..
-No es eso lo que me han contado. te fuiste con unos tíos y estuvisteis varias horas follando.
-No, Señora. Me violaron y cuando se cansaron me tiraron cerca del club donde me alojaba. Llegué hecha una mierda, sangrando por el culo. Las chicas me cuidaron aquella noche. A aquellos hombres les hacía gracia que yo fuera una mujer, pero como yo no tenía vagina, se reían y me rompían el culo una y otra vez. Señora, no quiero irme, quiero servirla, estos días han sido maravillosos y se lo agradezco muchísimo. Y aunque vuelva a castrarme no querré irme, sólo querré ser mejor para tenerla contenta, Señora. No le conté lo de la violación porque quería que estas vacaciones fueran solo las de mi trabajo en la peluquería, mis faldas y vestidos todo el tiempo, mis paseos como chica por la ciudad, y no los de la violación, que quiero olvidar cuanto antes. Quería que usted supiera que su regalo de navidad fue maravilloso. Y quería olvidarme cuanto antes de la violación, porque fue lo peor que me ha pasado nunca. Mucho peor que cualquier castigo.
-¿Y si los hubiera mandado yo?
-Ahora lo vería diferente, pero el terror que pasé entonces no cambiaría. aquello no tuvo nada que ver con ser una esclava sumisa, ni con chupar pollas, incluso de perros, ni con ser follada por perros obedeciendo a mi Señora. Si supiera cómo eché de menos el club donde me arrastraba a gatas de una polla a otra. En el fondo, siempre me he sentido protegida por usted, mi Señora, pero allí era distinto. Sentía que podían hacerme mucho daño, o incluso matarme. Pasé muchísimo miedo.
Mi Señora salió entonces hacia su habitación, donde la oí hablar por teléfono.
Volvió con una crema que me extendió por toda la piel donde me había pegado.
-Lo siento, esclavita. Me dejé llevar por mi enfado, pero te compensaré. Además, te conferaré que me ha emocionado oírte decir que estás contenta y que no piensas en dejar tu sumisión en ningún caso.
Me desató casi acariciándome, me ayudó a incorporarme, me quitó el picardías, abrió la caja y cogió el camisón que me regalaba y me fue acariciando con él todo mi cuerpo para ponérmelo después, y la bata que se sujetaba con un lazo a la altura del pecho. Mientras lo hacía, me recorría el cuerpo con sus manos por encima de la seda. Fue lo mejor que me había pasado en toda mi vida. Y todavía mejoró cuando me ató las manos atrás con uno de los pañuelos, se sentó en el sofá y me colocó de rodillas frente a ella, entre sus piernas.
-¿estás mejor?
-Señora, mi Señora, estoy en el cielo.
-¿Quieres que te quite el consolador?
-No, Señora.
-¿Quieres que lo ponga en marcha?
-Como usted deseé, Señora.
Se levantó la falda, y empujó con delicadeza mi cabeza hasta su ingle, hasta que mis labios se encontraron con su sexo. Saqué la lengua y empecé a saborearlo. Por primera vez, mi Señora me permitía acceder a su intimidad. Sentía que ya no era solo su esclava y su criada. Y como siempre, ella parecía adivinar mis pensamientos.
-Sigues siendo solo la criada, andrea, pero ya te veo más como una chica que como un tío, por eso te dejo hacer eso, como premio. Y hazlo despacio, porque te voy a dejar mucho rato.
Yo estaba incómoda, casi caída contra el pubis de mi Señora, moviendo muy despacio la lengua y los labios y saboreando su sexo. Después de haber rememorado la violación, aquello era el cielo y mi polla así lo atestiguaba. Había necesitado año y medio de dolor y humillaciones, pero allí sentía que merecía la pena, mientras sentía el tacto de aquel camisón y con las manos atadas lamía despacio su coño.
No sé cuánto rato después, cuando ella se había corrido varias veces y yo ya apenas sentía mi lengua, me apartó con la misma suavidad y me ayudó a levantarme. Me llevó hasta su cama, la abrió y me tendió en ella boca arriba después de quitarme la bata. Me desató las manos, y volvió a atármelas por encima de la cabeza, a un extremo del cabecero.
-Hay que atarte, andrea, porque no eres nada más que una perrita que hoy va a dormir con su dueña. Con su dueña, ¿me oyes bien? tu dueña. Y te vendaré los ojos, porque no me apetece nada que mi perra esclava me vea desnuda.
Mientras lo decía, me cubrió los ojos con un pañuelo que me ató en la nuca.
-Así, bien atadita y sin ver nada. Y para que no grites... pero esta vez limpias, que te estamos tratando bien.
Me metió unas bragas en la boca. Me levantó el camisón y se puso entre mis piernas, abriéndolas cuanto pudo, y entonces sentí, ohh, su lengua en mi glande y aquello era realmente el cielo, atada, vestida con un maravilloso camisón, amordazada y con mi Señora chupándome el pene.
Al poco rato dejó de hacerlo y me puso un condón.
-Hay que recogerlo todo, porque no vamos a desperdiciar tu leche.
Empezó a ordeñarme, pero qué diferente era esto de otras veces, cuando debía hacerlo para sentirme más humillado después. Me acariciaba la ingle y la parte de dentro de los muslos con un pañuelo y yo no tardé nada en correrme, y fue espectacular el orgasmo. Sentí deseos de postrarme delante de mi Señora para darle las gracias.
-Ahora hay que tomarse la leche.
Me quitó las bragas de la boca, y fue vaciando el condón en ella.
-Gracias, Señora, gracias, gracias...
-Chsssss, calla, no olvides tus buenas maneras.
Sentí que se acostaba a mi lado, me bajaba el camisón que seguía enrrollado en mi cintura, y apagaba la luz.
-Buenas noches, dulce... perrita. ¿Te ha gustado que te folle una mujer, verdad?
-Oh, sí, Señora, mucho, muchísimo.
-¿Y que la mujer fuera yo, te ha gustado?
-Síii, me ha encantado ser follada por usted
-Cuánto tiempo has esperado! ¿Ha merecido la pena?
-Si, sí, sí.
-¿Te has enamorado de mí, perrita?
-sí, Señora.
-Muy bien. Pero no creo que vuelva a follarte. No me gusta la zoofilia como a ti. Quien te va a follar habitualmente es un perro, tu perrito y esposo. Me parece que no va a tener tantos miramientos contigo. Por ejemplo, nada de camisones ni ropitas así: las perras no se visten de mujer. Pero pronto lo irás viendo. Pronto visitaremos a León, que creo que vais a formalizar vuestra relación. Y ahora duerme, y sueña conmigo, o mejor, sueña con León, el que pronto será tu marido, el único que te folle.
Hay que reconocer que era una maestra jugando con mis sentimientos, pero aquella noche me daba igual lo que fuera a pasar después, porque habíamos llegado a un sitio donde nunca antes había estado. Y dormí con un brazo de mi señora rodeando mi cuerpo.
Cuando sonó el despertador me parecía que acababa de dormirme. Sin apenas moverse, Teresa me desató las manos y me quitó la venda de los ojos
Me levanté, cogí la bata y salí al pasillo. Me la puse sobre el camisón y me fui a recoger y limpiar el salón y la cocina. Qué placer moverme por allí con aquella ropa acariciando mi piel. Pero estaba visto que la felicidad de ser la esclava de mi Señora tenía los días contados.
Cuando llegó la hora me vestí para ir al instituto: braguitas, medias y sujetador, blusa rosa, vaqueros de chica superajustados, rebeca fina y corta, pañuelo al cuello... total, ya me daba igual mi imagen en el instituto. aquellos días habían sido determinantes. Incluso valoré seriamente la posibilidad de ir con vestido, pero me dio miedo provocar tal escándalo que pondría en peligro mi trabajo. Esperaría al carnaval para llevar faldas al instituto.
Y el tiempo fue pasando sin que mi Señora hiciera la más mínima referencia a la noche en que habíamos dormido juntos.
Mi Señora estaba muy contenta con la criada esclava que tenía, y yo lo notaba. Notaba que estaba contenta y notaba que era su esclava.
Como buena criada, ya me ocupaba de la casa sin más indicaciones de mi Ama que lo que quisiera para comer el día siguiente. Y a cambio de mi entrega total, ella me permitía comer algún día a su lado, o charlaba conmigo mientras yo limpiaba el salón o su cuarto. No parecía acordarse de mi carácter de perrita, no me obligaba a andar a cuatro patas, comía sus restos habitualmente, sí, pero en el cuenco sólo cuando estaba castigada, y podía hacer mis necesidades sentada en la taza, como una señorita. Y ella me decía cuando debía correrme, en mi casa casi siempre, y cada vez me lo ordenaba menos, porque quería verme excitada, y no humillada.
Un día me dio el babydoll con el que me había humillado tantas veces y me dijo: "Tíralo, porque ya no vas a necesitarlo". En su casa siempre vestía impecablemente de criada. Y los castigos, cuando me equivocaba en algo, cuando se me olvidaba comprar alguna cosa, siempre eran azotes en el culo, con su mano y conmigo en su regazo. Me encantaban, y lo mejor es que ella sabía que yo no hacía nada para provocarlos, lo que no le hubiera gustado. Muchos días me quedaba a dormir en su casa, en mi cama, con mi maravilloso nuevo camisón, y sin ataduras.
Varias veces me ordenó ayudar a Juani, la encargada de la limpieza en mi portal, como le había prometido, para lo que tuve que comprarme un uniforme.
Ya no tenía vegüenza al comprar estas cosas, al decir que eran para mí y probármelas. Mi Señora vino conmigo, pero como una amiga. Yo llevaba la voz cantante, elegí uno de bata y delantal azul clarito con el cuello y algunos adornos blancos, me lo probé, salí del probador con él puesto.
-¿qué le parece, Señora?
-Perfecto, andrea.
Era para limpiar la escalera de mi casa, me iban a ver muchos vecinos, por eso lo quería sobrio, que para femenino ya llevaba el pañuelo en la cabeza, aunque, como me recordó Juani, todo el mundo pensaba que yo era mariquita y travesti. Sólo había que verme, o ver la ropa en el tendedero.
Lo peor de esos días no era vestirme así (vestirme así ya siempre, en cualquier entorno, era fantástico) sino levantarme para empezar a limpiar a las seis de la mañana, aunque Juani no hubiera llegado.
En carnaval fueron Alicia y mi Señora las que tuvieron la idea de cómo vestirme: de puta fina esperando a un cliente. Cuando me lo dijo me temí lo peor: algún conjunto brutalmente humillante, incluso para el carnaval.
Y resultó muy humillante, pero a la vez increíblemente excitante. El día antes fui a depilarme por completo (siempre iba depilada, pero a veces había que ser más cuidadosa, así que fui a un establecimiento de estética donde ya me conocían muy bien), y el viernes de carnaval llegué al instituto sin saber qué iban a ponerme. Me esperaban las dos en mi despacho. Me desnudé, y entonces apareció mi "disfraz": un conjunto de bata y camisón de raso, o satén, o algo así, rosa. El camisón era corto, ajustado y con encajes en el pecho. La bata, un poco más larga, era normal, de solapas con encaje. Pero le habían quitado el cinturón para que no pudiera cerrarla. Debajo solo llevaría unas bragas del mismo color para que no abultara mi picha. Y carmín también rosa en los labios, y esmalte en las uñas. Nada más, para que se vieran perfectamente mis depiladas piernas. Tampoco sujetador, para no estropear el encanto, dijeron, porque a la cama no se va con sujetador.
En cuanto estuve vestida, abrieron la puerta y de un empujón me encontré en el pasillo.
Mi "disfraz" fue impactante y escandaloso. En otra persona, alguien con barba o pelos en las piernas o en el pecho, un camisón podría haber sido un disfraz atrevido e hilarante. Pero yo iba depilada, me vestía habitualmente con ropas discretas de chica, siempre llevaba un pañuelo al cuello, y aquel conjunto no era un disfraz de baratillo, era realmente un elegante conjunto, con el que sin duda muchos pensaron que yo dormía habitualmente, aunque nadie dijera nada.
Pasé toda la mañana con él puesto, incluso tuve que dar una clase así, y recibir a alguien en el despacho. El recreo lo pasé en la cafetería, para que todos me vieran.
Y al final de la mañana, en una pequeña fiesta de carnaval, donde los chicos y las chicas desfilaban con sus típicos disfraces, yo desfilé vestida así, entre gritos de "tía buena", "cuánto cobras?" y muchos, muchos pitidos de toda clase.
Y al terminar, seguí así vestida para ir a la compra, para ir a casa de mi Señora, y para ir por la noche a la mía.
al día siguiente, sábado, así, depilada, pintada y con mi conjunto de bata y camisón, pasé una hora ayudando a Juani a limpiar el portal, y no eran las seis, sino de diez a once. "estamos en carnaval" intentaba decirle a todo el mundo que pasaba, y creo que pasó todo el vecindario.
Fue maravillosamente humillante, y creo que aquella tarde, cuando me desvestía delante de mi sonriente Señora para ponerme un uniforme, cuando pensé que, a lo mejor, tal vez, todo podía haber merecido la pena y que aquel era mi sitio. Y que mi Señora... mi Señora ya no me trataba como al principio.
Yo pensaba eso, y una semana después, el siguiente viernes, ese mundo se me vino abajo.
Al llegar a casa, mientras me desnudaba, me dijo:
-Ordéñate, ahí, en el cuenco, sobre tu comida.
¿Estaría enfadada? Pero no sabía por qué. Mi comida era una lata de carne para perros, la conocía muy bien.
Comí en el suelo, a cuatro patas, como antes.
-Ponte esto.
Esto era el aparato de castidad, y el collar de perrita.
-El uniforme.
Me vestí sin entender nada. El uniforme era uno rosa, también de los primeros. Y el pañuelo rosa en la cabeza. Era como si volviéramos a empezar.
-Ya sé que te lo has pasado muy bien estas últimas semanas, pero hay que dejar las cosas claras, perrita. A cuatro patas y ni una palabra, ya sabes, sólo ladra. Nos vamos a ver a León, que lleva mucho tiempo echándote de menos.
Una tristeza inmensa se apoderó de mí.
-Ven conmigo, en la escalera puedes levantarte.
en la escalera me levanté, sí, con mi uniforme rosa de criada para quién quisiera verlo. Y eso, realmente, no me importaba.
Bajamos al garaje, abrió el maletero.
-Vamos, perrita.
Subí y me acurruqué allí. No me ató, eso ya no hacía falta. Y aunque me hubiera encantado verle la cara, no me atreví en ningún momento a alzar los ojos hacia ella.
Hundida como estaba en la miseria, el viaje se me hizo eterno, dándole vueltas y vueltas en la cabeza a lo que podría pasar. Me veía otra vez atada a una estaca, corriendo a gatas por el jardín con León, meando con la pata levantada contra un árbol y, sobre todo, me veía chupándole de nuevo la polla al perro, una y otra vez, y atada en el potro, con León encima, follándome. Me veía durmiendo en la caseta del perro, a su lado, como su perra, ¿su novia? ¿su esposa?
Y eso no era lo peor. Porque si fuera un día, un fin de semana...y luego volviera a mi vida de entonces... Pero eso podía ser el final. Muchas veces, al principio, mi Ama me había dicho que cuando se cansara de mí... me regalaría. ¿Se había cansado? ¿Sería ya solo una perra durante meses, años... hasta que Carlota se cansara y...? Por primera vez en mucho tiempo me acordé de los vídeos, y me di cuenta, con sorpresa, que no me importaban. Después de lo que había pasado, de lo que era a los ojos de todo el mundo... los vídeos me daban igual.
Y eso significaba que podía levantarme e irme.
¿Y perder a mi Señora? El corazón se me dio la vuelta. Estaba perdidamente enamorada de mi Señora. Lo sabía desde hacía tiempo, pero quizá nunca me lo había dicho tan claramente. Igual de claro supe que si volvía a ser perra, o puta en un club, o eunuco en una residencia, sería para no perderla.
Y ahí andaba, dándole vueltas a mi situación, cuando el coche paró.
Abrieron el maletero y allí estaban: Teresa, Carlota y León, esperándome.
Me bajé y me puse de inmediato a cuatro patas, y al momento tenía a León a mi alrededor.
Sin desnudarme, lo que me sorprendió, me llevaron para atar mi collar a la estaca del centro con una cadena larga, como la otra vez.
-Aquí os quedáis, mientras Carlota y yo charlamos -igual que la otra vez-. Pero nada de hacer guarradas, que ya os conocemos. Podéis jugar pero, te lo digo a ti, Sophie -oír ese nombre hizo vibrar algo dentro de mí-, que tendrás algo más de conocimiento que León: nada de chupar, acariciar, besaros y, mucho menos, follar. Imagínate que eres una niña, aunque estés atadita como una perra, que juega inocentemente, ¡inocentemente!, con su cachorrillo.
No era igual. La alegría que sentía podía más que cualquier cuidado, y me dieron ganas de besar a León, inocentemente. Paseamos, corrimos un poco, y nos tumbamos a descansar, y me dormí, allí, en el césped, atada a una estaca y sorprendentemente feliz.
Desperté con Carlota quitándome el collar.
-Queremos café, Sophie. ¿Nos lo sirves?
De mil amores, iba a decir, pero ¿podía hablar? Ladré asintiendo, y Carlota se rió.
Me ayudó a levantarme, la seguí al interior de la casa y me fui a la cocina a por café. La bandeja estaba preparada con todo, y había tres tazas. La cogí y fui al salón con ella.
Me esperaban charlando en el sofá. Yo, delante de la mesa pequeña, me arrodillé para servirlas.
-Le he contado a Carlota el impacto de tu disfraz de carnaval. ¿Te gustó, verdad, Sophie?
¿cómo no contestar?
-Me encantó, Señora.
-Quiere vértelo puesto.
La miré extrañada.
-sí, bonita, te lo he traído. No sólo te lo he traído, sino que además, te lo he lavado y planchado.
Mis ojos debían ser platos de los más grandes. Iba de sorpresa en sorpresa.
Lo sacó de una bolsa. Bata, camisón y bragas. Todo.
-Póntelo.
Me puse de pie y me desnudé ante ellas. Teresa se acercó un momento con la llave y me quitó el aparato. No sabía qué hacer con el pañuelo, así que me lo dejé puesto. Me puse las bragas, el camisón y la bata, que ya tenía cinturón, aunque la dejé abierta.
-¿Sabes que desfiló así ante todo el instituto? bueno, sin pañuelo. Quítatelo y desfila para Carlota.
Me paseé como pude por el salón.
-Ven, Sophie, siéntate ahí enfrente. ¿Quieres un café?
No daba crédito, aunque, de golpe, creí comprenderlo: estaba terminando conmigo y a lo mejor no me iba a regalar a nadie. Pero... yo no quería terminar. Ella, mientras me servía el café, me dijo:
-¿Te acuerdas de la primera vez, en tu casa, cuando te tomaste el café como una perrita, en el plato?
-Sí, Señora.
-¿Y qué crees que está pasando ahora?
Se lo dije, aunque me costaba horrores.
-¿Quiere usted... dejar de ser mi Señora?
No dijeron nada, e insistí:
-¿Ya no me quiere como esclava?
-Lo dices como con miedo.
-Lo digo con pavor, Señora.
Teresa se levantó, rodeó la mesa, me agarró de una mano y tiró de mí hacia arriba.
-Esto es solo por si acaso.
Y juntó su boca con la mía y me invadió su lengua, me rodeó con sus brazos y tanto insistía y tanto duraba que me atreví a abrazarla tímidamente al principio, y con todas mis ganas y mis fuerzas después.
-bueno, ya está bien, iros a un hotel -dijo Carlota, y nos separamos.
Teresa se sentó y yo me quedé de pie. Y empezó a hablar.
-Una vez más, otra, y ya no sé cuántas van, te dejo elegir. Para empezar quiero que sepas que ya no hay vídeos, ni fotos, ni nada. La película que te hicieron en el club sí, esa seguirá por ahí, porque no era mía. Una porno normal, donde eres una travesti violada, nada importante. Hoy no te estoy diciendo que no vaya a utilizarlos. Lo que te digo es que ya no hay nada que utilizar. Puedes levantarte y marcharte, incluso con tus ropas de hombre, bueno, casi de hombre, que también te he traído. O puedes quedarte, y seguir siendo mi sumisa, mi esclava...
-Señora, yo... -quise interrumpirla, pero no me dejó.
-Calla, que no he terminado, y si me interrumpes, no sé si terminaré, porque esto no es fácil. Mi sumisa, mi criada, mi esclava... y más. El beso, ya imaginarás, era por si eliges irte. No me iba a quedar con las ganas. Sophie, nunca pensé llegar a decir esto: eres una pequeña bruja, una zorra a la que... quiero mucho más de lo que se tiene que querer a una sirvienta. Ya está. Ya te lo dije. Mira lo que le has hecho decir a tu Señora. ¿Estás contenta? Tendré que castigarte por esto, lo sabes, así que a lo mejor deberías irte, tú verás, ¿ya sabes qué quieres?
No estaba segura de qué había dicho después de lo de quererme mucho, así que no sabía qué tenía que decir. Me quedé muda.
-Joder, Sophie, que me enamorado de ti. Y que quiero que sigas siendo mi sumisa y esclava, para poder vestirte como me dé la gana y castigarte cuando me apetezca y que seas mi criada para siempre... pero ya no tengo medio de obligarte.
Muda, pero con la boca abierta
-Se...señora...
-Te lo dije, se ha vuelto tonta -dijo Carlota.
-Joder, Carlota, que estoy intentado declararme y no sé cómo se declara un Ama a una sumisa. ¿te vas a ir, sophie, o te quedas conmigo?
-La adoro, Señora...
a lo mejor iba a decir algo más, pero Carlota no parecía una persona dada a las cursilerías.
-¿Ves? Se queda contigo, ya te dije que estaba más enamorada que tú. Así que el espectáculo del beso de antes sobraba, porque ahora querréis dormir juntas y hacer cositas y yo no cogeré en la cama y me pregunto para qué he preparado el cuarto de la criada.
-¿Cómo que para qué? Pues para Sophie, la criada, que tendrá que dormir en algún sitio. Y tú siempre cabes en mi cama, cariño. Y a lo mejor podemos meter a Sophie entre las dos.
Y mientras ellas se besaban en el sofá, yo recogía el servicio del café.
Y flotaba.

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