Sinopsis. La madre de la alumna le da al joven profesor de su hija unas lecciones
gratuitas de anatomía bastante sexual. Desconocemos si el joven adquirió
las competencias adecuadas y, sobre todo, si fue capaz más adelante de
aplicarlas en otros contextos.
Relato de Elsophie2.
-Hola, José, pasa, no te quedes en la puerta. Beatriz no tardará en llegar.
-Puedo volver más tarde.
-Perdona. ¡he vuelto a molestarte!.
-No, no, ¡qué dices! Al contrario.
-¿Al contrario? Estupendo. -me miraba fijamente, sin perder nunca
la sonrisa-. No te voy a preguntar si eres virgen, porque podrías no
serlo por alguna casualidad o borrachera. No. Lo que te voy a preguntar
es más fácil: ¿Has estado alguna vez con una mujer?... Mejor no me
contestes. En realidad, Beatriz hoy no va a venir. Está en casa de una
amiga. Pero podemos seguir con las clases particulares. Ponte de pie.
-A lo mejor debería irme, si no va a venir...
Me puso un dedo en la boca.
-A lo mejor deberías callarte... Y abrázame, pero con pasión, como habrás visto en el cine.
-Te acabo de dar de mi perfume (por cierto, dúchate antes de que te huela tu madre, que lo conoce). ¿Qué me puedes dar tú a mi?
Yo acababa de volver a ver El Graduado, pero no era Dustin Hoffman. ¿qué
le podía dar? Intuía lo que quería, pero, ¿qué pasaba si me bajaba los
pantalones y no era eso? o peor, y si me bajaba los pantalones y se
echaba a reír?
Ella se quedó parada, de pie, al lado de la cama, moviendo la cabeza de lado a lado.
-¡Hay que ver! El trabajo que me estás dando.
Se desabrochó un botón y la falda cayó a sus pies. Me quitó las deportivas, y volvió a quedarse quieta.
-¿en casa te desnuda mamá o ya sabes hacerlo solo?
Me incorporé sobre los codos para ponerme de pie y demostrarle que,
al menos, desnudarme sí sabía, pero Leticia volvió a empujarme, a la
vez que ella se subía, de rodillas a mi lado y dejaba una mano sobre mi
sexo.
-Aquí, tumbado, enséñame esto que me vas a regalar.
Ahora sí estaba seguro. Llevé mis manos a la cintura de los
vaqueros sin dejar de mirar la cara sonriente, siempre sonriente, de
Leticia, que me acariciaba lo que ya no podía crecer más. Los desabroché
y bajé la cremallera de un tirón, encontrándose mi mano con la suya. Me
la sujetó.
-Tranquilo, despacio, a ver si te pillas los pelitos... ¿tienes ya pelitos ahí?
Algo me dijo que esa no era una pregunta para ser contestada, pero abrí la boca para decir:
-Sí, claro.
Y a Leticia se le escapó una leve carcajada.
-Claro que sí -remarcó-. Quítate los pantalones, anda.
Tiré de la cintura de vaqueros y calzoncillos para abajo, pero ella me detuvo con un cachete en mi mano.
-¡Los pantalones! La salida a escena del actor tiene que ser elegante.
Ahora sí, acerté. Me los bajé, poco a poco, retorciéndome sobre la cama y con la mano de Leticia siempre ahí.
Lo peor llegó al terminar. ¿Qué tenía que hacer? ¿Me tumbaba en la
cama boca arriba con las manos en la nuca? ¿Seguía desnudándome? ¿La
desnudaba a ella? Me dejé caer medio de lado, apoyado en mi brazo
derecho, y llevé la otra mano a su blusa, que fui recorriendo despacio
hasta rozar el sujetador, llegar al botón, desabrocharlo, bajar al
siguiente, desabrocharlo, y lo mismo con los otros dos. Empujé hacia
atrás la blusa, de un hombro, del otro, y quedó en su espalda. entonces
pude rozar su cuello, y bajar hacia sus pechos, rodear el sujetador y
acariciar la piel que no tapaba.
-Quítamelo, José.
Apartó su mano de mis calzoncillos y con un gesto dejó caer su
blusa, esperando de rodillas, en bragas y sujetador. Yo me incorporé y
quise buscar su espalda.
-No, no. Aquí, frente a mí. Así -de rodillas los dos, frente a
frente, me quitó la camiseta, y quedamos con las copas del sujetador
rozando mi pecho-, ahora quítamelo.
La rodeé en un abrazo que erizó mi piel, y desabroché su penúltima
prenda a la primera. No era tan difícil. Hizo un gesto con los hombros y
el suje cayó entre los dos. Y yo, que debería haber mantenido mis ojos
en los suyos, bajé como sin querer la vista a aquellas tetas que me
parecieron maravillosas. Hoy podría decir cómo eran, pero en aquel
momento no me entretuve a pensar. Las rocé con mis manos, y acaricié sus
pezones con mis pulgares, despacio, como ella quería. Me devolvió la
caricia en los míos, pellizcándolos con extrema delicadeza. Me
estremecí.
-Ahora sí, quítate esos calzoncillos tan feos que llevas puestos.
Estaba de rodillas, no era fácil, pero lo iba a intentar, cuando
volvió a empujarme. Quedé tumbado y ya fue sencillo. Mientras pataleaba
un poco para quitármelos de los tobillos, ella se inclinó sobre mi sexo y
un segundo después un latigazo me sacudió de arriba a abajo. El
latizago se hizo más profundo, inabarcable cuando mi pene desapareció en
su boca. Se me escapó algún gemido, y me puse tan tenso que ella se
retiró, seguramente pensando que con tanto juego preliminar yo debía
estar a punto de explotar.
-¿Te gusta, verdad? Pero no puedo seguir, te veo muy... a punto... Vamos a hacer una cosa.
Se tumbó a mi lado y de repente, ya no tenía bragas.
-Te hubiera gustado quitármelas, pero a lo mejor te corrías
¡Qué vergüenza! Y nada que decir. Quise acariciar su cuerpo desnudo, pero no me dejó.
-No, no, no. El niño al suelo.
Y me empujó con sus piernas hasta tirarme de la cama.
Ella se sentó en el borde, con las piernas cerradas.
-Ven aquí, de rodillas, frente a mí, que te voy a enseñar otra cosa.
Me puse donde decía, y entonces empezó a abrir las piernas, y yo a
entrever, a ver su sexo, limpio, rasurado, abriéndose para mi. Abrió las
piernas del todo, se tiró un poco hacia atrás, apoyándose en sus manos,
cerró los ojos.
-Vamos, ¿a qué esperas? ¿Nunca has sido boy-scout? Explora, busca
con tus deditos, mira bien y aprende de esta lección de anatomía. Quiero
sentir tus deditos por ahí.
Y allí fueron, con la misma timidez de siempre, recorriendo los
bordes, acariciando los labios, apartándolos despacio, empapándose de
flujo, todo era suavidad, Leticia estaba encharcada, acaricié los labios
pequeños y llevé mis dedos hacia arriba, hasta rozar el clítoris. Un
espasmo de ella me paralizó.
-Ahí con la lengua, José, no seas bruto.
Dejé los labios apartados con los dedos y acerqué mi boca hasta que sentí su punto en mi lengua, que fui moviendo muy despacio.
Leticia se dejó caer de espaldas gimiendo, y seguí, agarró las
sábanas con sus manos, y seguí, ella se agitaba y yo tenía que
perseguirla para no perder mi objetivo, el único que tenía claro, el que
me había indicado.
-¡Sigueee!
claro que seguía, aunque la agitación iba creciendo y los gemidos ya eran casi gritos.
Hasta que estalló. Me quedé paralizado otra vez y me aparté, o al
revés. Tenían que haberla oído en toda la casa, en todo el bloque.
Con una mano me agarró la cabeza y la empujó contra su sexo.
-No pares, José, sigue...!
¿Parar? Imposible, con la boca pegada a su sexo como una ventosa,
con lo que ella se movía sería suficiente, pero yo, que ya sabía al
menos hacer una cosa, coloqué como pude mi lengua en su clítoris y la
movía, y no era fácil, arriba y abajo. Y era como si estuviera cargando
de electricidad aquel cuerpo, más fuerte, más lejos, más alta, la sentí
pararse como si quisiera respirar, y los gemidos se hicieron gritos otra
vez, alargados, inacabables.
Y entonces sí, apartó mi cabeza con suavidad, y se quedó quieta. Me
asomé a su cara. Tenía los ojos cerrados y una expresión de
tranquilidad que me asombró, después de lo que acababa de pasar. Movió
los labios lo imprescindible para decir:
-En el cajón de arriba de la mesilla hay condones. Coge uno y sube a la cama, José. José.
Lo cogí, subí a la cama y ella seguía inmóvil. Le besé los pezones y
mordisqueé a su alrededor. De repente, como si hubiera accionado un
interruptor, subió sus piernas, se giró sobre sí misma y antes de que me
diera cuenta, yo estaba tumbado boca arriba y ella me estaba poniendo
el condón sobre la erección más grande que yo recordara. Y otro momento
después tenía mi picha dentro de ella y empezaba en pequeños círculos y
arriba y abajo muy muy despacio. La electricidad cambiaba de bando.
Quise colaborar acariciándole las tetas, pero apartó mis manos, que
quedaron en sus muslos. Allí sí me dejó. Y yo no quería perderme nada de
aquello, y no dejar de mirar a la mujer increíble que tenía encima de
mí, pero terminé cerrando los ojos y dejándome llevar a donde ella
quisiera.
Oí más gemidos, cuando me di cuenta de que eran míos intenté
abortarlos. Imposible. su movimiento se aceleró, sentí crecer la
corriente desde muy dentro hasta la punta del pene, donde se quiso
parar, seguramente para que estuviera preparado, pero fue inútil. No
estaba preparado en absoluto para el espasmo final que me arqueó el
cuerpo y me hizo empujar mi pene con todas mis fuerzas contra su sexo,
una y otra vez, con la sana intención de invadirla por completo y
quedarme allí para siempre, mientras sentía ascender y salir chorros de
placer, y su vagina se contraía en otro orgasmo infinito y ella se caía
con sus manos arañando mi pecho.
Nos quedamos así un momento, recuperando la respiración, hasta que Leticia se salió y se dejó caer a mi lado.
Un rato después, la sentí moverse, la miré y me miraba. Había
recuperado la sonrisa de toda la tarde. A lo mejor la había iluminado, o
a lo mejor es que a mí me parecía más clara y grande.
-Pues sí tenías algo que darme.
Como no tenía un cigarrillo para encenderlo allí en la cama, me quedé sin saber qué hacer, ni qué decir.
Ella se levantó, sin envolverse en la sábana, buscó las bragas y se
las estaba poniendo cuando cambió de idea. Sacó el pie que ya había
metido y se acercó a la cama. Me las metió por los pies y fue
subiéndolas.
-Esos calzoncillos son muy feos, José -iba diciendo mientras me las
subía, pantorrillas, rodillas, muslos-. Te presto mis braguitas, pero
me las tienes que devolver.
Me las colocó en su sitio y dejó caer su mano sobre mi pene, que de inmediato pareció despertar.
-Calma, hombre, calma. Deberías irte vistiendo. Y no se te olvide ducharte, que hueles a mujer.
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