Relato de Elsophie2.
AYER
A las siete empezaba a ser otra vez de
ella. Vestido únicamente con braguitas (raso crema, con encajes por
delante) y el camisón nuevo, me puse de rodillas junto a la puerta de
entrada de mi piso, la brida puesta en una muñeca, sujeté la moneda con
la barbilla contra la pared y metí la otra muñeca en la brida, dejando
el cabo suelto al alcance de mis dedos, con los que fui tirando de él
poco a poco, hasta que me sentí inmovilizado. Ahora sí, ya no me podía
sentar sobre mis tobillos, si la moneda caía no podría volver a ponerla
en su sitio. Si me levantaba e iba a por un cuchillo para cortar a
brida, suponiendo que pudiera, ya no podría volver a ponérmela.
¿De dónde sacaba Rebeca estas ideas tan retorcidas?
Esta vez tardó poco en llegar, por lo que me vio en la posición ordenada.
-Buenos días, criada. ¿Estás mojada?
jajaja. Antes te mojabas nada más verme. Déjame ver -se agachó a mi
lado, levantó el camisón y metió las manos en las bragas-. Bueno...
antes te calentabas más, pero no importa. Nos tenemos que ir, así que
vístete deprisa.
Me cortó la brida y volé a mi cuarto,
donde me vestí con mis ropas de hombre, aunque con las bragas, bajo la
atenta y divertida mirada de Rebeca.
Bajamos y entramos en su coche. Saliendo de la ciudad, paró en el arcén.
-Cierra los ojos. Sujétate estas bolitas de algodón contra ellos,
Así, a ciegas, sentí que me vendaba los ojos -"quita los dedos"- con un pañuelo bien fuerte. Siguió conduciendo, no mucho rato.
Cuando paramos me ayudó a bajar, y me condujo al interior de una casa.
Nada más entrar, entre ella y otras
manos me desnudaron, menos las bragas. Cuando me empujaron hasta dejarme
a cuatro patas quise decir algo.
-eh, pero....
Un golpe dolorosísimo me cruzo el culo,
dejándome mudo y aterrorizado. ¿Dónde estaba? ¿Qué iban a hacer conmigo?
Tenía realmente mucho miedo, a oscuras, manejado por manos que no eran
sólo las de Rebeca. Es más, en aquel momento eché de menos a Rebeca, a
mi Señora, la que me había llevado allí, a esa situación, alguien
conocido, en un mundo conocido.
Alguien me metió una bola en la boca,
una bola dura y grande, que me dejó la boca dolorosamente abierta y
llena, y me la sujetaron atrás con una correa.
Y me pusieron otra correa a cuello, que
debía llevar una cadena unida porque de inmediato sentí que tiraban de
mí y me obligaban a caminar a cuatro patas y a ciegas.
-Cuidado al bajar, esclava.
La voz era desconocida. ¿Seguía rebeca conmigo?
Me llevaron a algún sitio donde me hicieron arrodillarme. Me esposaron manos y tobillos por atrás, dejándolos unidos.
Por fin me quitaron la venda de los
ojos. cuando acostumbré la vista a la poca luz que allí había descubrí
que estaba en una mazmorra como las que había visto en algunas películas
o reportajes sobre sadomaso. Algo totalmente nuevo. Vi cadenas
colgando, látigos en una pared, una cruz de san andrés, y me entró mucho
más miedo. Y lo peor: había una mujer (tetas, coño...) desnuda,
colgando de los brazos de unas cadenas, con la cabeza tapada por una
capucha, y con apenas las puntas de los dedos de los pies tocando el
suelo.
Ya no era miedo, sino pavor insuperable.
Quería irme de allí, que hiciera Rebeca lo que le diera la gana, pero
yo no quería estar allí. Pero ni siquiera podía decirle eso a nadie.
Atada en el suelo, con la bola en la boca, solo podía esperar. Estaba
secuestrado. Harían conmigo lo que quisieran. Sudaba de miedo.
Rebeca se puso frente a mí, agachada, y
yo empecé a girar mi cabeza frenéticamente de lado a lado, para decir
que no con todas mis fuerzas.
Rebeca se levantó, se acercó a una
pared, cogió una fina vara, golpeó con ella el aire mientras se
acercaba, la hizo vibrar con un silbido terrorífico, y me dió un golpe
en los muslos y otro en los pechos que me saltaron las lágrimas y me
dejaron sin respiración.
-si sigues portándote como una estúpida serás tú la colgada ahí. Así que recuerda tus principios: Obediencia y sumisión.
Bajé la cabeza.
-Muy bien, pero ahora mira, no te
pierdas detalle. Vas a asistir a un castigo moderado. Hace tres días,
esta esclava contestó a su Amo sin el debido respeto. Inmediatamente se
dio cuenta de lo que había hecho, así que el resto del día se esmeró en
satisfacer cualquier capricho de su Amo, solo para que el castigo fuera
más leve. Por la noche, ella misma vino a la mazmorra, donde la colgaron
como ahora la ves. Ahí lleva dos días y tres noches, sin probar nada
más que un poco de agua de ese cubo (sucio, hediondo, con el agua de un
color indescriptible, y restos marrones flotando) que le dan con una
esponja. Esta mañana le han puesto una mordaza de bola como la que tú
tienes, y la capucha, y ahora va a recibir su castigo. Si eres lista,
este castigo servirá también para ti. No apartes la mirada.
Mientras rebeca me aterrorizaba con la
historia, un hombre, vestido normal, en mangas de camisa, había cogido
un látigo de la pared. Rebeca cogió otro, se pusieron uno a cada lado de
la chica colgada y tras golpear una vez el suelo, se pusieron a azotar a
la infeliz, por delante, por atrás, en los muslos, el culo, el pecho,
la espalda. En cada golpe, la chica se encogía, perdía la base de los
pies, se giraba, encogía las piernas, doblaba los brazos, movía la
cabeza a un lado y a otro y su piel se iba cubriendo de líneas rojas
entrecruzadas.
Cuando dejó de "bailar", pararon los
latigazos. La mujer colgaba exhausta, los pies simplemente se
arrastraban centímetros con su balanceo, ya no servían de apoyo para
nada.
El hombre le quitó la capucha. Una
maraña de pelo rubio sudado cubría por completo su cara y su cabeza
caída hacia adelante. El hombre cogió el cubo del agua sucia y se lo
vació encima de su cabeza, con lo que ella pareció despertar. Abrió
mucho los ojos y al ver al otro acercarse hizo un gesto de sumisión,
inclinando la cabeza ante él. La soltó de las cadenas, ella cayó como un
fardo al suelo. Él le dio una palmadita en el culo.
-Vamos, putilla, ve a tu cuarto, dúchate, cúrate un poco y vístete, deprisa, que tenemos invitados.
Y luego, mirando a Rebeca:
-¿Colgamos ya a la tuya, o esperamos un poco?
Se me paró el corazón.
-Vamos a esperar, a ver qué tal se
porta. Imagino que con lo que ha visto está deseando ser la esclava más
solícita. Ya verás. Bueno, esclavita, te voy a dejar con estos amigos.
Pórtate bien, eh, que ya has visto lo que les pasa a las desobedientes.
Me sujetó la cara fuerte con sus manos:
-Ten cuidado, no se te vaya a escapar
algún gesto poco respetuoso con nuestro anfitrión. Y no intentes irte.
Las puertas están cerradas, y tendría luego que dejarte aquí una semana o
dos para que fueras debidamente castigada.
Me quedé inmóvil. Ella desapareció.
ANTES: EL CAMINO
¿Cuánto hacía? Dos, tres, quizá cuatro
años que no sabía nada de ella. Habíamos coincidido en un club de
lectura y nos habíamos hecho bastante amigos. Durante un curso nos vimos
cada semana en el club y, desde muy pronto, acostumbramos a terminar el
día de lectura tomando unas cañas con otros participantes. Rebeca y yo
congeniamos de forma especial, alargando las cañas los dos ya solos. Y
avanzando los meses, llegamos también a quedar, fuera del grupo de
lectura, para tomar algo. Hasta que comprobamos que no buscábamos lo
mismo. Ella quiso acercarse más, y yo no lo tenía claro. Después de una
noche de confesiones y desengaños en una cafetería del centro, no
volvimos a quedar.
Eso fue hace, más o menos, cuatro años.
Pero las comunicaciones avanzan una
barbaridad. a todo el mundo le gusta practicar con el wasap, y por
febrero, recibí su primer wasap. Un mensaje neutro, de vieja amiga:
"Hola, Andrés. Hace mucho que no nos vemos. ¿qué tal todo?"
No sé si el momento podría definirse
como bueno o malo, a tenor de lo que sucedería después, pero lo cierto
es que yo llevaba una temporada solo, tranquilo y sin compromisos, y me
debió parecer una buena idea reencontrarme con esa parte de mi pasado,
así que en vez de contestar con la misma neutralidad, le dije: "¡Rebeca!
Qué alegría saber de ti!!. Yo estoy bien. ¿Y tú, qué es de tu vida?"
O sea, demasiado largo y, sobre todo,
demasiados signos de admiración. En cuánto lo envié me pegué al teléfono
esperando su contestación, que no tardó en llegar.
"Mi vida bien, como siempre, ya sabes, trabajando y esas cosas. Me alegro de haber sabido de ti".
Eso era un final, estaba claro. Yo
tendría que haber dicho algo así como "igualmente", y despedirme con un
beso, o un abrazo. Pero no iba a rendirme tan fácilmente.
"Sigues tomando aquellas cañas? Muy a menudo las echo de menos. En fin, me has dado una alegría. Muchos besos."
Para no tener que pensar si enviaba o no
ese mensaje, le di inmediatamente a Enviar. Como aquel día no volvió a
escribirme, lo releí varias veces, y llegué a la conclusión de que
estaba bien. Podía terminar allí el cruce de mensajes, o podía seguir.
Lo había dejado en sus manos. También le había dicho que si quería
quedar... Pero no contestó.
Hasta el día siguiente, por la mañana. Yo estaba en el despacho del instituto cuando recibí su wasap:
"Perdona que no te contestara ayer, pero
había quedado y luego se me hizo tarde. A lo mejor es como dicen, que
cualquier tiempo pasado... ya sabes. Pero sí, yo también las echo de
menos, no a las cañas, que siempre hay, sino las que nos tomábamos los
dos. Menos la última."
"Ya, la última siempre es la peor. Pero eso tiene remedio. Solo hay que tomar otra."
No voy a reproducir todos los mensajes,
para no hacer este relato eterno. Solo diré que aquel día ella no podía,
ni al día siguiente, pero sí al otro, que era viernes. Quedamos, pues,
cuando ella quiso, lo que no deja de ser importante.
Como importante también es que en
aquella cita se cambiaron los papeles de la que había sido la última de
años antes. Yo descubrí que Rebeca, en esos momentos, me gustaba mucho
más que antes, y ella, sin embargo, parecía haber perdido cualquier
interés más allá de la charla con el viejo amigo. Lo más interesante de
aquel día fue saber que ella tampoco tenía pareja.
Lo que me permitió ser casi pesado
durante la semana siguiente con los wasaps, hasta que conseguí que
aceptara una invitación a cenar. ¿"Conseguí" o "consiguió que la
invitara yo"? es algo que me he preguntado muchas veces.
Pero ese día tampoco pasamos a más.
Cenamos, bien, en un restaurante caro, y después un par de gintonics, y
entre medias, casi constantemente, casi desde el principio, alusiones al
pasado por mi parte, contra temas banales por la suya. Y con el
alcohol, más memoria por mi parte, memoria incluso de lo que no llegó a
ser, y sonrisas condescendientes de ella, y cambio de tercio. Y al
final, "sube a casa a tomar la última" -original al máximo-, "me hice
mucho daño la otra vez, y no sé si ahora debo...", me dijo con una
sonrisa que desmentía cualquier dolor, y con un suave beso en los labios
se separó de mi donde nuestros caminos dejaban de ser el mismo, sin
querer ni siquiera que la acompañara a su portal.
Habría sido muy poco tiempo para
encoñarme como lo hice, si no hubiera habido una historia anterior. Pero
la había, y a mí me daba la impresión de que entonces había metido la
pata, y ahora no quería volver a hacerlo. Y Rebeca me hizo creer que
estaba en el mismo sitio, aunque le costara más, porque antaño había
sido la rechazada.
En realidad, ella jugaba sus cartas, con
maestría. No sé si desde su primer wasap, o desde el mío, con tanto
signo de admiración, o a lo mejor lo pensó en la primera noche, antes de
"pedirme perdón" por no haberme contestado. Seguro que aquella noche
tuvo la idea de que a lo mejor se podía hacer, y a partir de ahí actuar
para contemplar encantada como iba yo cayendo en su red.
Tres semanas tardamos en follar, según yo, como locos en un paraíso, y según ella, como deberíamos haberlo hecho años atrás.
-No me gusta compartir estas cosas -me
dijo en la cama, cuando intentaba recuperarme de la segunda penetración
(con cuarenta años, yo ya no era un fogoso e infatigable follador).
-¿Qué?
-Que si estamos juntos, no vamos a estar con nadie más.
-Dios, no quiero estar con nadie más, solo contigo.
-Mejor, si eres mío, no puedes ser de nadie más.
-No se me ocurre cómo podría ser de nadie más.
-Ya me ocuparé yo de que así sea.
Esta frase me supo a gloria, en parte
porque la selló con un beso tan apasionado que casi volví a la carga, y
en parte porque la interpreté como el estúpido encoñado que era,
pensando que quería decir que me haría tan feliz que yo no desearía ser
de nadie más.
Bueno, pues en realidad quería decir exactamente lo que dijo: ella se iba a ocupar de que yo no fuera de nadie más.
Ahora, mirando hacia atrás, veo
exactamente sus pasos, las fases por las que he ido pasando para ser
suyo, suyo como ella planeó, no como yo esperaba.
En la primera, fue brutalmente
encantadora conmigo. Rebeca tiene unos diez años menos que yo, de altura
media, delgada, pelo castaño, ojos verdes, una sonrisa que tira para
atrás, inteligente y arrolladora en la cama y fuera de ella. Por qué
razón no me fui con ella hace cuatro años es algo digno de estudiarse.
Yo entonces debía ser muy obtuso, o mucho más listo que ahora. En esa
primera fase yo caí rendido a sus pies, sin remisión, entre otras cosas
porque pensaba que a ella le pasaba lo mismo conmigo.
AYER
En su lugar apareció un joven con
uniforme de criada. Un uniforme normal: batita rosa, delantal a juego,
cofia... Me desató y me llevó a la cocina, donde me enseñó una extraña
prenda.
-Ven, que te ayudo a ponerte tu uniforme.
Mi "uniforme" era una especie de corsé
negro con ribetes blancos, que tenía un lejano parecido a lo que venden
en los sex shops como uniforme de doncella francesa. Terminaba por
arriba justo donde debería haber empezado la parte del sujetador, y por
abajo en una faldita de raso que llegaba justo al final del culo. Me lo
metió por los pies y cuando estuvo en su sitio, o sea, la cintura en la
cintura, me lo ató por atrás con unas cintas que apenas me dejaba
respirar. Mi pecho quedaba totalmente al aire, igual que mi culo si no
llevara las bragas.
-Quítate las bragas. Hoy el señor tiene
unos amigos como invitados. Yo prepararé todo, desde las copas a la
comida, y tú serás la encargada de servirlos. Y esto es lo importante:
cada vez que llegues al salón, siempre con sonrisa y cara de estar
deseando que te folle cualquier cosa que se menee, debes obedecer, sin
perder la sonrisa y el gesto de puta lujuriosa, cualquier cosa que te
indiquen, hasta el menor detalle. Si aceptas un consejo de amiga: hazlo
todo y bien a la primera, porque sea lo que sea, terminarás haciéndolo
con el cuerpo marcado por el látigo.
-Pero...
-Ese pero, a un señor, serían diez o quince latigazos. A mí me lo puedes decir ahora.
-Pero yo no soy de esos, no soy masoca, no me gusta que me azoten...
-"de esos"... Pues cuanto lo siento,
bonita. Y tampoco te gustará ir vestida así, pero estás aquí, tú sabrás
por qué. Nadie viene aquí a rastras, ni secuestrado. Supongo que has
venido voluntariamente, no vi que Rebeca te trajera a punta de pistola.
Eso sí, ya estás aquí, y no te puedes ir hasta el final. Luego tú sabrás
lo que tengas con rebeca. Creí que era tu ama, y que tú te quedabas
aquí porque adoras obedecerla.
-No, más bien me chantajea.
-Jajajaja, pues te jodes, vainillita -me
agarró de los huevos, que colgaban libres de ataduras, y me los
retorció-. ojalá me dejaran un rato contigo, ibas a saber lo que es
bueno. Bueno, los señores ya estarán en el salón. Coge esa bandeja y ve
para allá a ver si quieren algo. Recuerda mi consejo... o si no, no,
mejor olvídalo, a ver si me toca a mí participar en tu educación.
Con más miedo que otra cosas, y ataviado
de aquella extraña manera, cogí la bandeja y me dirigí al salón. Antes
de pararme en la puerta e inclinar la cabeza pude ver que la chica de
los azotes, vestida ahora con un largo vestido, estaba acurrucada contra
el hombre que la había flagelado. Además de estos, había otros dos
hombres y un joven, muy joven, parecía un adolescente.
-No queremos nada, putilla. Ve a ayudar a
la criada en la cocina. Y cuando suene la campana, te vienes, a cuatro
patas, deseosa de comerte la polla que se te ofrezca.
No dije nada. Me di la vuelta y volví a la cocina. ¿Deseosa de comerme una polla?
La criada, como llamaban al que estaba
conmigo, me puso a fregar y a limpiar lo que él iba utilizando para
preparar lo que fuera. Y yo no tenía más pensamientos que lo que me
habían dicho: al sonar la campana... ¿comerme una…?
La campana sonó un rato muy largo
después. Una o dos horas. En algún momento soñé que no iba a suceder,
que todo era parte de una broma para acojonarme. La criada se volvió
hacia mí y me sonrió:
-¡Disfrútalo!
Y yo no podía, de ninguna manera, acabar
colgada y azotada. Corrí al pasillo, allí me coloqué a cuatro patas, y
así entré en salón, gateando, con la cabeza levantada, con la sonrisa
que podía permitirme, y buscando lo que me temía encontrar.
El adolescente estaba junto a mí,
grabándome seguramente un vídeo, muy de cerca. Y yo no veía a donde
dirigirme, lo que me iba poniendo nervioso. Cuando uno de los hombres me
hizo una señal con el dedo, sin pensarlo, sin dudar, caminé hacia allí,
con cara de estar deseando lo que me iba a encontrar, con la boca
semiabierta, la lengua recorriendo los labios, salibando...
Llegué hasta él, con la cámara siempre a
medio metro de mí, sus piernas abiertas, pero la bragueta cerrada. ¿Qué
tenía que hacer? Me puse a restregar la cabeza contra sus muslos,
contra la polla que sentía crecer bajo su ropa. Sí, iba bien, y si no la
sacaba, a lo mejor me mandaban sin más de nuevo a la cocina. Insistí,
como si me fuera la vida en ello, como si hubiera nacido para chuparle
la polla a aquel tío.
Hasta que él se levantó, agarró la
correa que seguía colgando de mi collar y tiró de mí hacia otra
habitación. Se sentó en un sillón, se abrió los pantalones y se bajó los
slips. Allí la tenía, enorme, toda para mí. Y no quise pensar, o si lo
hacía era más un "bueno, y total, qué, lo importante es que todo quede
aquí, y que no me den con el látigo", así que metí con avaricia el
capullo en la boca y empecé a chuparlo con la lengua como su fuera un
chupachups. Metía un poco más y volvía a sacarla. a mí me lo habían
hecho muchas veces, solo era cuestión de recordar lo que más me gustaba y
hacérselo yo a aquel tío. Más adentro, hasta la garganta por encima de
la lengua, arcadas que disimulaba, retiraba la boca un poco, como si
quisiera chuparle más por fuera, y volvía hasta el fondo, hasta que el
hombre, que se ve que no tenía ganas de placeres sofisticados, me apretó
la cabeza contra su sexo y allí me dejó, con un margen de escasos
centímetros de mete y saca, con mi lengua intentando enredarse en aquel
montón de carne que me invadía. Hasta que la retiró lo justo para
llenarme la boca con su leche, que no dudé en tragar con cara de entrar
en éxtasis. él se dejó hacer, se la limpié con la lengua y cuando me
apartó para cerrarse los pantalones me di cuenta de que el adolescente
estaba casi a mi lado sin perder ni un momento de mi desvirgamiento
oral.
Se levantó y tiró de mi correa hacia el
salón. Yo le seguía con cara -o eso creo- de querer más, frotándome
contra su pantalón. Chupársela no había sido excitante para nada, pero
tampoco algo dramático. Si eso era todo…
ANTES
Por eso pudo empezar la segunda fase sin
darme yo cuenta. Fue después de ver una película que ella "quería ver":
Last days. Los supuestos últimos días de Kurt Covain.
-He soñado -me dijo al día siguiente- que follábamos...
-Ese es, en mí, un sueño muy recurrente.
-jajaja, calla. Lo interesante es que mientras follábamos, tú llevabas puesta una combinación de mujer.
-¿Qué?
-Como la que llevaba puesta en la peli de ayer Brad Pitt.
-Dios, si estaba grotesco.
-No te creas. Tiene un punto sexy muy interesante.
-Pues a mí no me ponía nada.
-¿Ah, no?
-Nada.
-Pues cuando me desperté estaba empapada. Si no fuera por la hora y el curro, te habías enterado tú.
-Eso sí me hubiera gustado: Enterarme.
-Jajajaja. Lo tenemos que probar.
-Ni de coña.
El viernes por la noche, cuando llegué a
su casa (cada uno seguíamos con nuestra casa, aunque durmiéramos la
mitad de los días juntos), ya tenía preparada la trampa en la que me
metí de lleno. No se anduvo con rodeos. Se acababa de duchar, y se
entretenía preparando algo de cenar vestida únicamente con un finísimo
kaftán largo de seda blanca. No me dejó tocarla.
-Primero hay que comer algo, que si no, nos puede dar una pájara.
Sólo mirarla: sus pechos ingrávidos, su
silueta al trasluz, su pelo húmedo, sus brazos levantados para recogerlo
en un moño que se le desharía al siguiente minuto, sus piernas
dibujadas en la seda.
-Puedes mirarme todo lo que quieras, pero ya te avanzo que no sé si podrás tocarme esta noche.
-¿Y eso?
-Ah, sorpresa.
Una lucecita se encendió en mi mente.
-¿No pretenderás que me ponga...?
-Yo no pretendo nada. Acaba de cenar, anda.
Acabamos de cenar, llevé los platos
sucios al lavavajillas y estaba agachado colocándolos cuando sentí sus
brazos rodeándome. Me revolví inmediatamente y me pegué a su cuerpo y a
sus labios como si no hubiera más momentos, más días, más vida para
saciarme. Recorrerla por encima de la seda ya me embriagaba, pero sobre
todo quería levantar aquella tela y hacerme con su piel. Cuando quise ir
subiendo el kaftán, se apartó y me dio un golpe en la mano.
-¡Chss! ¿Dónde vas? A ver... déjame tocar... aquí... mmm... ¿quieres reventar los pantalones o qué?
-Si pasa eso me tendrás que comprar otros, porque será culpa tuya.
-Ve a desnudarte, anda, que no se te puede dejar en este estado.
Corrí al cuarto a desnudarme, y antes de
terminar de hacerlo, ella me miraba desde la puerta con su sonrisa más
pícara y las manos atrás.
Cuando terminé, avancé hacia Rebeca, pero ella me detuvo:
-No, no, no. Siéntate en la cama.
Me senté, y ella descubrió sus manos con una bolsita rosa.
-Tengo un capricho.
Estaba claro.
-No pienso ponerme ropa de mujer.
-¡Mi macho!
-Jo! Me da mucha vergüenza, Rebeca.
Ella puso pucheros.
-¿te da vergüenza de mí?
-Sí, claro. Me vas a ver ridículo.
Más pucheros.
-Quiero verte ridículo, como tú dices. Mi ridículo favorito.
Estaba vencido. Lo sabía yo y lo sabía ella, pero todavía podía intentar...
-No me hagas ponerme eso, por favor.
-No te lo vas a poner tú. Te lo voy a poner yo. Levántate y cierra los ojos.
Lo hice. Cerrar los ojos y dejar que ella hiciera era la única y efímera victoria que me quedaba.
La sentí avanzar hacia mí. Me metió la
prenda por la cabeza, luego uno de los brazos por su sitio, después el
otro, y por último la dejó caer. Sentí el roce de la seda, muy parecida a
la del kaftán que ella llevaba puesto, luego la sentí a ella, que se
abrazaba a mí y me pasaba sus manos por el cuerpo cubierto por la
combinación, hasta que una de ellas se encontró con mi polla, a la que
acariciaba por encima de la tela, mientras la otra me la metía por el
culo, y yo entonces me abracé a ella. Nos tiramos en la cama hechos un
lío y aquel día, casualidad o no, ella cabalgó sobre mí, apartando lo
justo la combinación, negra como la de la peli, para dejar al aire mi
polla, devorada sin piedad por su coño de amazona desnuda y salvaje. Se
corrió en un momento, y se apartó inmediatamente para que yo no lo
hiciera. Retardar mis orgasmos era algo habitual, muy habitual. Me bajó
la combinación y se recostó a mi lado paseando sus manos arriba y abajo
por encima de la seda, me pellizcaba y acariciaba los pezones, me metía
el dedo en culo, me besaba la polla, me restregaba la combinación en mi
ingle, mientras yo intentaba alcanzar algo de ella y ella me apartaba
las manos. Cuando le pareció bien volvió a ponerse encima de mí, se
corrió de nuevo, y después de otro rato de caricias me puso encima de
ella y metió mi picha en su coño para que nos corriéramos los dos como
salvajes, mientras, eso sí, ella no dejaba de tocarme el culo con la
combinación. Me quitó el condón y me limpió la polla con su boca, se
acostó a mi lado y apagó la lamparilla. Me moví para quitarme aquella
prenda, pero ella solo dijo:
-No.
Por primera vez en mi vida dormí con ropa de mujer puesta.
Por la mañana, quise levantarme sin despertarla, pero no fue posible. Cuando ya estaba de pie, me susurró:
-No te la quites. Quiero verte paseando
por ahí con ella, mi Brad. Y quiero también un buen desayuno en la cama.
¿Podrás hacerlo en combinación?
-Claro, mi amor.
claro que podía. En realidad, pasada la vergüenza de que me viera así, ya me daba igual. Craso error.
Cerré bien persianas y cortinas, por si había vecinos curiosos, y preparé los desayunos y fui con la bandeja a la cama.
-Dios, cómo me pone verte así. Es como si estuvieras... no sé... vestido para follar.
Y volvían los toqueteos y mi picha, claro, reaccionaba a sus palabras, a sus caricias.
-Y veo que a ti también, eh
-Ya sabes que me pone lo que te pone a ti.
Otro error. Y otra vez su mejor sonrisa.
-No metas todo esto al lavavajillas. Lávalo a mano.
-¿Y eso?
-¿No me vas a dar este capricho?
-Pues no sé...
-Porfa... ¿no te gustó lo de anoche?
-Buff...
-Te cabalgué como una amazona.
-Lo sé, lo sé.
-Pues hoy seré tu amazona, y tú mi prisionero esclavo, y esta noche volveré a hacerte muy mío.
-Me dejaré, no lo dudes.
-Pues ahora, mi prisionero esclavo... a fregar... no, espera.
Se levantó de un salto y abrió el cajón
de la mesilla. Rebuscó, sacó y puso delante de mis narices un tanga
suyo, minúsculo, con una cinta en el culo y los laterales, y un pequeño
triángulo negro de raso con encaje por delante.
-Hay que sujetar un poco eso, que hace un bulto muy feo por delante.
-rebe...
-¡Calla, prisionero! ¡Póntelo!
En realidad, ya no me importaba, delante
de ella, ya estaba en combinación. Cogí aquella prenda minúscula, y me
la puse, no tapaba la polla, claro, pero la sujetaba un poco. Y me la
había puesto yo, mientras que la combinación me la puso ella. Parecen
detalles pequeños, pero no lo son.
Cogí la bandeja y la llevé al fregadero.
Un momento después, ella estaba detrás de mi. Me puso en la cabeza un
pañuelo de raso negro, doblando en triángulo.
-Chssss, no digas nada, estás en mi
país, el país de las mujeres amazonas, aquí no hay ropa de hombre, y a
los prisioneros como tú los obligamos a llevar ropas de mujer.
Me hizo un nudo atrás, y sujetó el
pañuelo con varias horquillas. Luego añadió un delantal blanco, pequeño y
con volantes, que yo nunca le había visto.
-Friega, esclavo. Y date prisa, que tienes muchas cosas que hacer.
Y así fue, ella se pasó el día sentada,
leyendo, viendo la tele, mientras yo preparaba la comida, limpiaba la
casa de arriba a abajo, hacía la colada, tendía la ropa (para eso me
puso una bata por encima, y me quitó el pañuelo, un detalle debido
seguramente a que todavía era la segunda fase, a que todavía era su
novio o algo así), planchaba, limpiaba cristales, preparaba la cena. Con
qué ganas cenaba a su lado, pensando en lo que vendría después.
Que fue exactamente como yo esperaba. El
domingo dejé de ser su prisionero. Ella estaba feliz repitiendo cuánto
le había gustado, y que teníamos que repetirlo, y yo, que no pensaba en
todo, no podía estar más de acuerdo.
AYER
-Ve a por los aperitivos, putilla.
Me retiré a gatas, y volví con una bandeja llena de copas con martinis. Los fui repartiendo con mi mejor sonrisa.
-vuelve a la cocina, y que la criada te vaya preparando el culo. ¿Eres virgen? ¿te han dado alguna vez por el culo?
Sin levantar la cabeza, con un hilillo de voz dije:
-No, Señor, nunca me han penetrado por el culo -y todavía más bajito-: Soy Virgen.
Un coro de carcajadas.
-¡Me pido a la virgencita!
-Perdona, pero tú ya has pasado tu turno... y no creo que siga siendo virgencita cuando te vuelva a tocar.
Más carcajadas.
-Dios, y no lo he grabado bien. Que vuelva a decirlo, pero... con un velo, o un pañuelo.
-Ve a por un pañuelo y unas horquillas para la virgencita -le dijo el Señor a su esclava.
Esta volvió al momento con un pañuelo de
seda azul, que me puso en la cabeza sin doblarlo, como si fuera un
velo, y lo sujetó con las horquillas a los lados. Me caía sobre los
hombros, la espalda y el pecho, como una melena azul, como un velo.
-Muy bien. Levanta la cabeza con esa
sonrisa de estar deseándolo. Genial. Y repítelo para que pueda grabarlo
en primer plano: soy una virgen y estoy deseando que me desvirguen el
culo. Acariciándote los pezones.
Tenía que hacerlo bien, me esforzaba por hacerlo bien, para salir de allí entero, aunque me follaran por todas partes.
Aparté un poco los extremos del pañuelo
del pecho, y me acaricié los pezones que quedaban justo encima del
corsé. Puse cara de viciosa, o lo que yo pensabas que sería algo así, y
mirando de frente a la cámara -¡mirando de frente a la cámara!-, repetí:
-Soy una virgen, y estoy deseando dejar de serlo, quiero que me follen este culo de virgencita.
-Genial. Ve, ve a la cocina y que te
prepare el culo. Vuelves para acá sin esperar a nada, a gatas, mirando a
tu alrededor, buscando a alguien que quiera desvirgarte el culo,
deseándolo, y te plantas en el medio del salón, de rodillas y sobándote
los pezones, así, como ahora, esperando... o pidiendo como te parezca...
Volví a la cocina, que parecía mi camerino. Miré a la criada me esperaba con un tubo de alguna crema en la mano.
-Inclínate mirando para allá, jajaja,
que es como te van a dejar. Virgen! ¡Hala, a cumplir! -me había llenado
el culo de crema, y me dio un azote con la mano, empujándome hacia la
puerta.
Ya estaba a cuatro patas, con mi culo
apenas cubierto por la minifaldita de raso del corsé, cuando me paró de
nuevo. Se agachó frente a mí, me apartó el pañuelo, y me pintó los
labios con una carmín rosa.
-Te los pintaría de rojo, pero eres una virgen, recatada y tímida.
Caminé a gatas. Sentía la faldita en el
culo y el velo en los hombros y la espalda. Levanté la cabeza al llegar
al salón, entreabrí los labios, me los repasé con la lengua. Miré a los
señores, nadie se movía, uno grababa todo, seguí hasta el centro del
salón, me incorporé hasta quedar de rodillas y llevé mis manos a los
pezones. Los acaricié con la boca entreabierta y gimiendo. La cámara se
plantó a un metro escaso de mi cara. Me recorría todo el cuerpo, desde
la faldita que rozaba mis muslos, los pezones que acariciaba con mis
manos, mi cara... mi cara con el velo, mi boca pintada de rosa gimiendo.
¿Qué más tenía que hacer? ¿Qué más querían para no colgarme y azotarme?
Me incliné, hasta que el velo rozaba el
suelo, y llevé mis manos al culo, separé las nalgas, le enseñé mi culo a
la cámara, y fui girando para ofrecérselo a los señores, moviéndolo de
lado a lado. cuando completé la vuelta, volví a ponerme de rodillas,
rendondeé los labios, y me gané algunas carcajadas.
-Dime, virgencita, qué quieres.
-Quiero que me follen por el culo, que me penetren, quiero dejar de ser virgen.
-Va a ser verdad. Ven, acércate.
El señor estaba sentado en un sofá y entre sus piernas, de rodillas, su sumisa le chupaba el pene despacio.
-Aparta, puta!
De un empujón la tiró al centro del salón.
-Ven acá, virgencita. Así, levántate,
entre mis piernas, ahora inclínate y pon las manos en el sofá, a mis
lados. Muy bien. Inclínate más, más, hasta que tengas mi polla en tu
boca, así, y ahora chupa muy despacito, muy despacito, que no quiero
correrme. No sé si pareces una virgen o una monja, con ese velo, pero
qué bien lo haces, sigue así, despacio...
Despacito, pero hasta la garganta, recorría apenas centímetros con mi lengua, y la sacaba y la metía lo mínimo.
-Ya no gimes de deseo, eh, claro, que tienes la boca llena, jajaja
Pero me vi, me vi desde fuera,
inclinada, con su polla en mi boca y mi culo... alguien metió algo en mi
culo, algo pequeño, con un pañuelo anudado al final, que se quedó
colgando y rozándome.
-Mueve el culete, que se note lo feliz que estás por lo que va a pasar.
Moví el culo, sintiendo el roce del pañuelo en mi piel, y entonces me di cuenta de que yo también empezaba a mojarme.
-Vaya vaya con la virgencita. No... se... te... ocurra... correrte.
Fue oírlo y cualquier sombra de excitación desapareció.
Y casi al mismo tiempo, alguien me quitó
lo que tenía en el culo, me separaron las nalgas y algo fuerte, grande y
duro empezó a entrar en él. Se retiró y volvió a la carga. Mi esfínter
se cerraba, y yo hacía esfuerzos por relajarlo, porque aquello iba a
entrar de cualquier manera. Lo que tenía en la boca desapareció de mi
mente y ya solo supe pensar en el culo. Lo sentía como si lo estuvieran
rompiendo, y cuando me parecía que ya estaba, empujaban más adentro, y
más. Estaba seguro de que iba a echar un chorro de sangre, de que iba a
tener que ir al médico, de que aquello.... y todavía empujaba más, y
cuando ya sentía los huevos y las piernas contra mi cuerpo, cuando ya
estaba claro que no podía entrar más porque no había más polla que
meter, entonces empezó a moverse adelante y atrás, con más recorrido
cada vez. en algún momento podía reconocer algún conato de placer, pero
el dolor podía con todo.
Hasta que estalló dentro de mí, se apretó contra mi culo con furia, y con la misma furia descargó todo lo descargable.
Sin sacar su polla tiró de mí hacia
arriba, hasta ponerme de pie. entonces la sacó. el que estaba sentado
delante de mí se levantó y cambiaron sus posiciones.
-A ver qué tal la limpias, bonita,
Me incliné, puse las manos a los lados, y
metí su polla sucia de leche y de mi mierda en mi boca. el sabor fue
horrible, pero apenas me dio tiempo a pensarlo porque de inmediato tenía
otra picha dentro de mi culo, incrustada hasta el final de una
embestida que me habría hecho gritar si no hubiera tenido la boca
taponada. Y sin pausa, en un mete y saca frenético, se corrió dentro de
mí.
Al momento se salió, se sentó al lado del otro:
-Limpia, limpia y besa estos hermosos
instrumentos que te han transformado de virgen en puta. Y que se sienta y
se vea lo feliz que te ha hecho esa transformación.
Con mi mejor cara de viciosa limpié y
relamí las dos pollas hasta dejarlas casi relucientes. A cambio de ello,
volvieron a meterme lo que luego supe que era un tampón en el culo, con
el pañuelo colgando de la cuerdecilla.
-Yo creo que ya es hora de comer. A mover la cola por el pasillo mientras nos sirves.
ANTES
Durante la semana, volvimos a la rutina habitual, pero el viernes me llegó un wasap al móvil:
"¿me ayudas esta tarde un poco en casa? Está todo sin hacer y será más divertido hacerlo juntos"
"Claro, le dije. ¿la amazona necesita un prisionero que la ayude?" A veces parecía tan tonto!
"Sí, sería genial"
Yo pensaba que el juego del sábado había
terminado. Y que ese viernes sencillamente compartiríamos las tareas
antes de salir por ahí o lo que fuera. La sorpresa que me llevé fue de
entrada incluso muy agradable, porque la vi con ganas de jugar: me
esperaba en mitad del salón, radiante, sonriente, la melena suelta...y
en bikini y con una fusta en las manos.
-¡Has hecho esperar a tu dueña amazona, esclavo!
¡cómo creerse que nada de eso fuera en
serio viendo su sonrisa!. Mi picha se puso a cien. Fui a pedir perdón,
pero me calló con un gesto.
-El castigo para tu retraso será que no
puedes decir nada, no puedes hablar. Solo obedecer. O probarás mi fusta
en tus carnes, esclavo. ¡Desnúdate!
Por seguir su juego, me desnudé de inmediato.
-¡Ponte tu ropa de trabajo!
Me tiró la combinación, que me puse sin rechistar, el tanga, el pañuelo, que me costó un poco más ponerme, y el delantal.
-Empieza por la cocina, esclavo, que debe tener todavía restos de lo que cenaste antesdeanoche.
Ya iba hacia la cocina, cuando me llamó.
-Un momento, vuélvete hacia mí.
Lo hice, y el flash del móvil me cegó.
-Pero...
-¡Ni una palabra, esclavo! ¿Quieres probar mi fusta de amazona?
Seguía sonriendo.
-A las amazonas nos gusta tener imágenes de nuestros esclavos. ¡A la cocina!
No me gustó un pelo que me hiciera una
foto con aquella pinta, pero no le di más importancia. Otro error,
porque yo no sabía que acababa de empezar la tercera fase.
En la primera fase me había enamorado.
En la segunda me había vestido de mujer y dado órdenes, todavía
sonrientes. Y al final de la tercera, ya no sería el prisionero esclavo
de mi novia amazona y juguetona, sino la criada de Rebeca, mi Señora.
Aquel viernes con la foto parecieron
terminar los juegos, y al poco rato, como me había dicho en el wasap,
estaba a mi lado compartiendo las tareas que acabamos en un pispás.
Luego le quité el bikini, ella me quitó el delantal y el tanga, y
disfrutamos de otra tarde memorable. La foto pasó al olvido, aunque solo
al mío. Igual que la que me hizo al día siguiente, cuando le servía el
desayuno, por supuesto en combinación. La maldita combinación que a mí
seguía sin gustarme, pero tampoco me molestaba ya. Y mejor era que fuera
así, porque no volvimos a acostarnos antes sin vestirme de su
"prisionero esclavo".
Un día, supongo que dos o tres semanas
más tarde, me llevó al Corte Inglés porque tenía que comprar algo.
Subimos a la sección de lencería femenina y fue paseando entre las
hileras de camisones, conmigo aburrido detrás, hasta que se volvió y me
susurró al oído:
-Estoy imaginándome a mi prisionero con
cualquier camisón de estos, y me empapo, me dan ganas de correr al
probador y violarlo allí mismo. Te dejaría elegirlo a ti, pero seguro
que lo haces mal.
Me quedé de piedra, pero de piedra también se quedó mi polla cuando me metió su lengua en el oído al terminar de hablar.
Cogió un camisón, y a mí con la otra mano, y me llevó hasta la caja. Le enseñó el camisón a la dependienta y le preguntó:
-¿Los probadores?
-Aquí mismo, detrás de esa puerta.
Entramos, y mientras me besaba me
desnudó a toda prisa y me puso el camisón. Era largo y de tirantes, con
encaje en el escote, rojo fuerte. Con mi camisa y los pantalones en la
mano, se apartó un poco para mirarme.
-He convertido a mi prisionero en una puta elegante, pero este camisón te queda estrecho. No te muevas.
Y salió. Salió con mi ropa en sus manos y la oí claramente decirle a la dependienta:
-Necesitamos una talla más.
¡Con mi ropa en sus manos! El camisón
por lo tanto sólo podía ser para el que se había quedado en el probador.
Aquello había llegado demasiado lejos. Cuando entró, le solté:
-¿Qué haces? ¿Estás loca? La dependienta...
Me tiró el camisón que llevaba, me tiró
mi ropa y se fue. Fui a salir detrás de ella, pero me di cuenta a tiempo
de cómo estaba vestido.
En los dos minutos que tardé en
cambiarme mis pensamientos dejaron el asuntillo de si la dependienta
sabía o imaginaba para centrarse en que Rebeca, mi Rebeca, se había ido
muy cabreada.
Así que salí del probador y, sin mirar
ni un momento a los ojos de la dependienta, dejé el camisón pequeño
sobre el mostrador, pagué el grande y me fui casi corriendo.
Por supuesto, la llamé inmediatamente, y por supuesto, me colgó. Varias veces.
Luego fueron varios wasap del tipo
"perdona, perdona, perdona, lo siento, etc", que tampoco contestó.
Cuando le dije: "voy hacia tu casa", llegó una respuesta: "no estoy
allí".
"Es igual. Te esperaré"
Tardó en contestar, seguramente el tiempo en que el cabreo se le iría pasando, porque su mensaje decía:
"Espero que por lo menos te hayas comprado tu camisón rojo".
"Sí"
"entonces puedes ir a mi casa, y me esperas con él puesto"
"ok"
"Y te haré todas las fotos que me dé la
gana, y en las posturas que yo quiera. Sé que te gusta tan poco como a
mí que eso que me has llamado"
Más "lo siento", más "perdona", y un ok final.
AYER
Llegué a la cocina a gatas, con mi velo
de virgen, aunque ya no era ninguna virgen, y con mi colita moviéndose
entre mis muslos. La criada me recibió con cara de deseo.
-Ay cómo me dejen esta tarde las
sobras!... Bueno, que hay mucho que hacer. La comida la tienes que
servir de pie. Con una profunda reverencia al servir a cada señor.
Reverencia femenina, cruzando un pie por atrás, a ver –no me salió a la
primera, pero no era difícil y enseguida hacía bonitas reverencias
femeninas, con los pies cruzados-. Ah, y si alguno te toca, nada de
apartarte, sino al contrario: facilitando y animando con el gesto y tus
movimientos. Que te pone la mano en el culo, tú aprietas el culo contra
su mano y lo mueves para que te roce. Que se vea que eres una puta
agradecida.
Con estas recomendaciones la comida
trascurrió casi como un respiro para mi cuerpo. Con ellos sentados a la
mesa del comedor, la esclava arrodillada a los pies de su señor,
comiendo lo que él le daba o le tiraba, y conmigo alrededor, sirviendo,
sonriendo, haciendo poses.
Algunas manos que se escapaban para
reconocer mi cuerpo y sobarlo, con detenimiento por mi parte, y no
porque sintiera el más mínimo placer. Esos juegos ya me parecían
inocentes después de lo que había pasado y, sobre todo, tras lo que vi
al empezar la mañana. Me tocaban en la entrepierna y se le ocurría una
gracia: "Huevos con salchicha. Tráenos en un plato estos huevos con
salchicha, a ver si a alguien le apetecen". Y yo tenía que volver de la
cocina con un platito bajo mi polla y los huevos, y se los enseñaba, uno
por uno, a todos, y a la cámara. Y todavía había quién hurgaba entre
ellos con cuchillo y tenedor y luego los dejaba.
Otro me metía el dedo en el culo, hasta
el fondo, y lo sacaba y me lo llevaba a la boca: "Prueba, prueba esta
salsa, a ver qué tal" Y yo saboreaba mi mierda, y contestaba "muy rica,
señor". O se aburrían "Bailános un poco, virgencita. Ahí, en la
presidencia, las manos en las tetas y el vientre de un lado a otro, que
se muevan de alegría esas colitas".
Yo seguía en trance, desde que llegué
por la mañana. Sólo quería salir entero de allí. Y movía mis colitas, la
polla y el pañuelo de atrás, y me acariciaba mis pechos, de lado a lado
con un garbo que ni yo me hubiera imaginado.
Terminó la comida y llegó la siesta.
Para ellos. Y para la criada, que pasó por la cocina, pintada y con un
cortísimo camisón de tirantes, e inusualmente alegre, a darme
instrucciones para fregar, limpiar y colocar, y se fue con alguno de los
señores a su siesta.
Estaba ya terminando, una larga hora
después, cuando la criada regresó, todavía en camisón, pero con una cara
mucho menos alegre. Hizo un repaso poco satisfactorio para mí.
-¡Cómo me dejaran, aprendías en un
momento! Y ahora, ¡joder!, "hazle una buena lavativa a la virgen
mientras terminamos nosotros".
Lo miré sin comprender nada. ¿Qué era eso de una lavativa? Porque la virgen, desde luego, era yo.
-¿No entiendes? Ya entenderás, porque me
da que vas a ser algo parecido a mí: una criada. Peor. Porque yo hago
esto porque quiero, porque de vez en cuando el señor se acuerda de mí.
Antes, por ejemplo, cuando me dijo "ponte uno de tus camisones bonitos y
ven a la habitación", yo encantado porque ha tenido colgada a la puta
tres días y yo creí que iba a seguir con el castigo, que la dejaría
aparte, y que yo podría tocar a mi Señor, chuparle la polla, o los pies,
o que me follaría. Y al entrar allí, ¿qué me encuentro? al señor en la
cama, con la puta en sus brazos, "vela nuestros sueños, criada, de
rodillas". Una hora de rodillas, viéndolos dormir abrazados. Hasta que
la puta se despierta, me mira, sonríe, y se pone a besar al señor, lo
desarropa, busca su polla y se la mete en la boca con la delicadeza que
ella sabe, y el señor se despierta y le acaricia el pelo, y cuando me
mira me dice: hazle una lavativa a la virgen mientras terminamos.
Me había conducido al servicio que había al lado de la cocina.
-Entra en la bañera. Esperemos no mojar nada de tu ropa. ¿Te han hecho alguna vez una lavativa?
-No. No sé qué es eso.
-te voy a llenar el intestino de agua, y después la expulsarás en ese cubo.
Todavía estaba pensando en lo que me
había dicho, cuando cogió la manguera de la ducha, y delante de mis
ojos, cambió la alcachofa por un tubito que se estrechaba al final.
-Inclínate hasta dejar el culo en pompa.
Me quitó el tampón que todavía llevaba y
me metió el tubito y abrió el grifo. Una sensación extraña, al
principio placentera, pero de inmediato dolorosa, se apoderó de mi
tripa.
-Te meteré solo un par de litros, porque no quiero que me dejes todo perdido.
entendí lo que decía cuando empecé a sentir ganas de expulsar aquello. Paró.
-Nada de cagarte antes de tiempo. Enderézate.
Al ponerme en pie tenía que concentrarme en mantener el esfínter cerrado. Me miró con algo de lástima o pena.
-Y tú vas a ser lo mismo para Rebeca.
Una criada. O peor, porque si has venido aquí chantajeado es porque no
quieres hacerlo. Yo sirvo a mi señor voluntariamente. Y luego, como
nunca me hace caso, me masturbo una y otra vez soñando con volver a
servirlo, o con que él me haga algún caso. Pero tú, ¿con qué vas a
soñar? Es más, seguro que Rebeca ni siquiera te deja masturbarte,
jajaja. Y no lo harías soñando con esto, no hay más que verte la cara.
Lo que mi cara decía era que se me iba a escapar lo que tenía allí, y no quería, no quería.
La criada colocó un cubo detrás de mí.
-Recógete la falda y siéntate bien, porque eso salpica mucho. Y ya puedes vaciarte.
Me senté en el cubo y de inmediato, y
sin control, empecé a expulsar agua con una presión totalmente
inesperada. Un chorro, otro, otro, y luego no sólo agua, sino heces
mezcladas con el líquido. Y cuando ya creía haber terminado, más
líquido, más mierda.
-Empuja y acaba, vamos.
Ya no salía más. Me levanté y la criada,
con una esponja, me limpió el culo, dejándola después en el cubo. Lo
miré. Agua marrón oscura, con mierda flotando, y la esponja que acababa
de usar.
-¿Viste esta mañana a la puta colgada?
-Sí.
-Pues antes le hice dos lavativas de
cuatro litros cada una. Todo quedó en un cubo como éste, y ese es el
único alimento que se le dio mientras estuvo allí. Con una esponja como
esa, bien empapada, se la metía en la boca para que bebiera.
¡Además de los latigazos!
-¿quieres probarla?
-No, por favor.
-jajajaja. Vamos, sal de ahí y vuelve a la cocina. El Señor no tardará.
ANTES
Llegué a su casa, me desnudé y me puse el puñetero camisón rojo.
Me miré en el espejo. Me veía ridículo,
un hombre con un camisón. Horrible. Era la primera vez que me vestía así
en solitario, sin ella. Tristísima figura. No había excitación alguna.
Cuando llegó, empecé a animarme porque
su cara ya no era la que recordaba cuando abandonó el probador. Había
algo parecido a una sonrisa. Se le había pasado el enfado, o algo así.
Quise ir a abrazarla, pero no me dejó:
-Quieto. Y ni una palabra. Sólo obedece.
Sacó el móvil y empezaron las fotos.
-Sabes, seguro que las amazonas
castraban a sus prisioneros para convertirlos en esclavas. Tranquilo, yo
no te voy a castrar, jajaja, al menos literalmente. Levántate el
camisón, que se te vea la mierda de picha que tienes cuando me haces
enfadar. ¿ves? Ahora enséñame tu culo, así. Muy bien. Déjalo caer y
acaríciate los pezones por encima de la tela. Pon cara de estar deseando
que te follen. Más viciosa. Genial. Deja una mano en las tetillas y con
la otra acaríciate la picha. Ponte el pañuelo en la cabeza, ya sabes
cómo. Abre bien los brazos mientras te lo pones, que parezca que haces
algo seductor. Las horquillas, en la boca, y las vas cogiendo para
sujetar el pañuelo. Qué bien. Ahora vete a la cama. túmbate, seductora.
Tócate la picha mientras con la otra mano me indicas que me acerque. Muy
bien. Tienes que ser una puta. Túmbate boca arriba, las piernas y los
brazos bien abiertos.
Dejó un momento el móvil y sacó de un
cajón unas cintas con las que fue atándome los tobillos y las muñecas a
las patas de la cama. Después me ató un pañuelo en la base de la polla,
con todas sus fuerzas. Me bajó el camisón hasta donde pudo con mis
piernas abiertas y se sentó a mi lado.
-Tu castigo no ha terminado, prisionero
-me tocaba la picha, que reaccionó de inmediato-. Así que me vas a
esperar aquí, sin moverte, jeje. Cuando salí tan enfadada del Corte
llamé a S para tomar algo, así que voy a salir.
-¿Qué? No puedes...
Me tapó la boca con la mano.
-Si dices una palabra más, te amordazaré
-apartó la mano y acercó su boca a la mía, me rozó los labios con su
lengua-. Tú espérame aquí, que luego seguiré con el castigo. A no ser
que S quiera venir aquí a tomar el café.
No dije nada, pero abrí los ojos desmesuradamente e intenté tirar de las ligaduras, pero lo había hecho realmente bien.
-Jajajaja. Ahora te sientes prisionero de verdad. Piensa en eso, mientras vuelvo.
Y se fue, dejándome solo, en camisón,
con el pañuelo en la cabeza, el otro en la picha, y atado de pies y
manos. Muy bien atado. ¿Y si volvía con S y me veía así? No, pensaba, no
sería capaz. Este es nuestro juego, solo nuestro.
O eso pensaba yo, porque no me daba
cuenta que ya no era solo un juego, que estaba prisionero de verdad, y
eso que me lo había dicho. Y ahora sé que incluso utilizaba ese término,
prisionero, para engañarme, para que siguiera creyendo en el juego,
porque en cuanto consideró que me tenía ya, en sus manos, dejó de
usarlo, para ser solo esclava, o criada.
No sé cuánto tardó en volver. Muchísimo, según mi percepción.
-Hola, esclavo prisionero. Espero que
hayas estado a gusto. S me ha dado recuerdos para ti, y cuando le dije
que estabas en la cama, atado y en camisón, no se lo quería creer -ni
yo, no podía creerme lo que estaba diciendo-, así que he pensado
mandarle una foto. Y la haré desde tu móvil.
-Pero, pero... no puedes hacer eso, ¿qué va a pensar?
-jajaja, si no fuera a soltarte, tendría que amordazarte.
Subió el camisón lo suficiente para que
se me viera la picha atada con el pañuelo, y me hizo la foto, y empezó a
trastear en el móvil.
-No, por favor, por favor, Rebeca.
-No sé por qué protestas, porque en
realidad es peor para mí. Se va a dar cuenta de qué clase de novio
tengo, pero qué se le va a hacer. ¡Ya está!
-Diossss
Entonces sonó su móvil. Un mesaje, una foto, ¡una broma!
-Oh, me he equivocado, jajjajajaja.
Respiré aliviado. Y ella fue desatándome.
-¿Quieres el resto del castigo, o prefieres irte ya a tu casa?
¿Irme a casa? ¿Sin sexo? Nunca había pasado eso.
-El resto del castigo, Rebe, por favor.
-Pues levántate. Junta las muñecas.
Me las ató con un pañuelo y me llevó frente al canto de la puerta abierta.
-Ponte de puntillas y levanta los brazos, hasta que el pañuelo quede encima de la puerta.
Quedé prácticamente colgado, con la polla contra el canto de la puerta. Y hubo más fotos, claro.
-Y ahora vas, por fin, a probar la
fusta. No te dolerá, mi prisionero, porque lo haremos por encima del
camisón, en tu culito. Puedes quejarte como la nenaza que eres así
vestida, pero sin gritos.
¡Me iba a pegar con una fusta! No se me
ocurría qué decir, pero antes de pensar nada, llegaron los primeros
golpes. Y ella tenía razón, el camisón los amortiguaba, respiré
aliviado, y cuando pegó un poco más fuerte, hasta solté alguna queja,
ahhh, ahh, por participar en su juego.
-¿ves? No ha sido nada, pero la próxima vez será sin camisón.
Me ayudó a descolgarme y, sin desatarme
las manos, me hizo arrodillarme frente a ella, sentada en la cama. Se
levantó la falda. No llevaba bragas.
-chupa, que me has calentado mucho.
Chupé con entusiasmo, en la creencia de que aquello era el principio de una noche de sexo. Pero era el final.
cuando se cansó, me apartó y me desató.
-Vístete y vete a casa.
-¿Ahora? ¿Así?
-¿Tienes ganas, verdad?
-Muchas.
-Pues guárdatelas bien para cuando te llame. No se te ocurra masturbarte. vístete, vamos.
Salió de la habitación y a mí me dejó totalmente confundido, aunque todavía pensaba que todo era parte de la broma.
Salí de allí vestido.
-Adiós -me dijo sin apartar la vista de la tele.
-Adiós... -le dije.
Salí despacio, llamé al ascensor
despacio, esperé con la puerta abierta, dejé el portal despacio, y
caminé muy despacio, con el móvil en la mano, esperando una llamada que
no llegó. A cambio, volví a verme en la foto que me había hecho con mi
aparato.
AYER
El señor no tardó más que unos minutos.
-A gatas. Mueve la colita... muy bien. Te voy a quitar el velo, porque de virgen ya tienes poco.
Me quitó el pañuelo que hacía de velo en la cabeza, y me puso una cadena en el collar.
-Vamos a despertar al niño.
Caminaba delante de mí, que lo seguía a cuatro patas, como un perrito, o una perrita, con la cadena que llevaba el amo.
-Te subes a su cama para despertarlo. Le
darás tu polla para que se la coma, puede que se niegue al principio,
pero es sólo por timidez. Tú insistes, le sujetas la cabeza,
cariñosamente, e insistes hasta que te la mame un rato largo, sin
correrte. Porque después, se la sacas de la boca y le das la vuelta para
metérsela en el culo. Ya lo tendrá lubricado e igual que antes, puede
que se resista un poco, pero tú lo convences, de mejor o peor manera,
pero tienes que metérsela, le encanta. Y nada de correrte. Por último él
hará lo que quiera contigo.
Entramos en una habitación, que no
estaba a oscuras, como yo esperaba. Me soltó la cadena y avancé a gatas
hasta la cama. el señor cogió la cámara y me siguió a escasa distancia,
donde seguiría toda la sesión.
El niño... no podía ser un niño, pero sí
lo parecía, descansaba y parecía dormir. Me subí a la cama y fui
desarropándolo. estaba desnudo. Lo acaricié hasta que abrió un ojo.
Seguí, acercando mi polla a su cabeza. él se dio la vuelta para el otro
lado. Y yo detrás de él. Me sorprendía incluso que mi polla se fuera
endureciendo, y cuando empecé a rozar con mi capullo sus labios, que
cerró con fuerza, ya estaba lista para cualquier cosa. Pero no había
manera, no abría la boca. Cambié de postura para acercar mis labios a
los suyos, los humedecí y lo besé. Entreabrió su boca y se tragó mi
lengua. Eso sí le gustaba. Esperé un poquito, cambié mis labios por un
dedo que dejé en su boca, y volví con la picha. Se echó para atrás,
sujeté su cabeza con las manos, con poca fuerza, porque no hizo falta
más. Ahora sí me dejó, me dejó y se la comió, con una facilidad pasmosa
mi polla desapareció en la boca de aquel barbilampiño. Le dejé hacer, se
veía que le gustaba, y yo lo necesitaba porque no estaba seguro de
mantener la erección para el culo. Cuando vi que me acercaba
peligrosamente al orgasmo, me retiré con cuidado, le di la vuelta y lo
dejé boca abajo y fui poniéndome encima de él.
No resultó sencillo encontrar la
posición (aunque en eso no era virgen, porque sí lo había hecho por el
culo con alguna mujer), incluso él me ayudó poniendo el culo un poco en
pompa. Y cuando ya estaba listo para ir entrando, se apartó de repente.
-No, no, por favor, no me lo hagas por ahí.
Me descolocó, pero recordé lo que me había dicho el Señor.
-sí, ya verás, te va a gustar, no te resistas...
-Por favor, no me violes.
Pero mientras decía esto, había vuelto a
ponerse en su sitio. Lo agarré por la cintura y apreté un poco con mi
picha. Entró como si viviera allí, sin la más mínima dificultad, hasta
el fondo.
-ahh, me duele, no, no sigas, por favor, sácala...
-Relájate, no aprietes el culo
-apretaba, pero creo que sólo por disfrutar más, y desde luego a mi
polla la endurecía más-, enseguida terminamos.
Tenía que sacarla, porque si no, me
temía que iba a pasar lo que me habían dicho que no podía pasar. Así que
fui más despacio, y cuando él dejó de quejarse, la saqué con suavidad.
Entonces él se revolvió, me puso boca
abajo, se subió sobre mí y antes de darme cuenta, tenía su polla en mi
culo, y ahí no había delicadeza ninguna. Debía estar a punto, porque con
pocos empujones lo sentí correrse dentro de mí.
Después, me hizo sentar en la cama, con
los pies colgando, él se puso entre mis piernas, y volvió a chuparme la
polla, esta vez era lo que él quisiera, y quiso mamarme hasta que me
corrí. Guardó mi leche en su boca, me tiró para atrás, se sentó a
horcajadas en mi pecho, me hizo abrir la boca y fue vaciando la suya en
la mía. Cuando acabó, volvió a dejarme sentado y él se acostó boca abajo
sobre mis muslos.
-Pégame, pégame azotes en culo, vamos, virgencita, pega con ganas.
Fui pegándole, pero no le gustaba.
-Que me pegues de verdad, o te acordarás.
Entonces sí, empleé casi toda mi fuerza.
Y me vi, en una imagen turbadora, grabada muy de cerca por la cámara:
yo, vestido con el corsé y falda, con alguien que parecía un niño,
aunque no lo fuera, en mis muslos, y pegándole azotes en el culo.
-Ya basta -oí al Señor.
Paré de inmediato.
-Al suelo.
Prácticamente me lancé al suelo, donde quedé a cuatro patas.
-¡Criada!
Esta apareció de repente.
-Llevátela a la mazmorra y la cuelgas.
¡No! Después de todo iba a...
-Vamos, virgencita.
Pensé que colgar no significaba azotar. Tenía que seguir...
ANTES
Aquella noche apenas dormí, pensando
solo en la posibilidad, devastadora para mí, de que Rebeca pudiera
terminar conmigo. No creía que fuera a pasar por lo de aquel día, pero
sí era un principio. Porque ella había decidido mandarme a casa, algo
que yo no podría haber hecho. ¿Estaba yo más enamorado de ella que ella
de mí? Ahora sí lo sé: desde luego: yo estaba enamorado y ella,
sencillamente, no.
Además, ella ya había hecho conmigo todo
lo que tenía que hacer: me había encoñado perdidamente, me había dado
órdenes, me había atado, vestido de mujer, me había castigado y pegado,
me había hecho trabajar de chacha en su casa. Y me había hecho fotos muy
comprometidas, sólo para mí.
Solo faltaba que yo me diera cuenta de
cual era la situación real. Lo que sucedió después de varios días sin
llamarme, sin coger mis llamadas ni contestar a mis mensajes y cuando mi
desesperación era acuciante.
Primero fueron unos wasasps con fotos
mías que no me gustaría que nadie viera, en camisón en posturas obscenas
que ni me imaginaba que pudieran quedar así cuando las hizo, o
simplemente en combinación y delantal, con el pañuelo en la cabeza,
atareado con la fregona en la mano o con la bandeja del desayuno. Y
después:
"Yo también echo de menos a mi prisionera. Ven esta tarde a echarme una mano como la otra vez."
No me entretuve en pensar en detalles
como que echara de menos a la prisionera, en femenino, y no a mí, o que
su tono fuera el de ordenar. Pensaba más bien en el bikini con el que me
recibió la otra vez.
No había bikini esta vez. Me recibió en
la puerta, vestida como si acabara de llegar o fuera a irse, y me apartó
suavemente cuando quise abrazarla.
-Quieto. Has sido un pesado estos días,
con tanta llamada y tanto mensaje. Tienes mucho que hacerte perdonar.
Aquí tienes tu ropa, cámbiate.
Desapareció en el salón. Mi ropa: tanga,
combinación, pañuelo, delantal. Me vestí como ella quería y pasé. Me
esperaba con la fusta en la mano.
-¿Me has extrañado estos días?
-Muchísimo.
-No te preocupes. Si haces las cosas bien, no volverás a extrañarme.
-Las cosas... bien...
-Sí, fundamentalmente una: obedecerme.
-¿obedecerte?
-¿te has vuelto tonto o qué? ¿no sabes lo que significa eso?
-sí, pero... no entiendo.
-Sí, sí lo entiendes, y lo irás
entendiendo mejor. Yo ordeno, tú obedeces y así no me extrañarás,
seguirás viniendo por aquí, seguirás poniéndote la combinación, seguirás
siendo mi prisionera... ¿no es eso lo que quieres?
-Sigo sin entenderte bien.
-Te lo diré de otra manera: si no me
obedeces, me enfadaré otra vez, pasarás días sin verme y te castigaré.
Te puedo atar, te puedo pegar, o puedo... mandar algunas fotos a algunos
amigos. Y no tengo ganas de seguir hablando, que me tengo que ir. Te
quedas aquí y no tengo que decirte lo que hay que hacer. Luego nos
vemos. Ah, la fusta... esto es por si no cumples bien con tu trabajo.
Ahora, mientras friegas y limpias, y no se olvide la plancha, piensa,
piensa. Adiós.
Lo peor, con todo lo que había dicho,
era que en la última imagen que me quedó de ella no aparecía la sonrisa
que me había llevado a donde estaba.
Como ella decía, se pensaba mucho
mientras se fregaban los platos de otro, de otra, o se planchaba su
ropa. Y empezó a pasar por mi cabeza la realidad escueta en la que me
había metido. ¿Cuántas veces había hecho las tareas en casa de Rebe?
Muchas, casi siempre con ella, cierto, aunque últimamente... ¿y cuántas
las habíamos hecho en mi casa? quizá alguna vez, al principio, pero ya
ni me acordaba. Pero también pensaba en las veces que habíamos follado, y
no me cabía en la cabeza que esto dejara de pasar. Porque si fuéramos a
dejar la relación, ¿para qué llamarme y tenerme allí? ¿sólo para
limpiar y tender la ropa? Eso tampoco me cuadraba nada. Lo más fácil, lo
que me dictaba mi sentido común, es que siguiera enfadada, lo que
también era para tomar nota, pero ¿tan enfadada como para mandar esas
fotos? No podía ser.
Por si acaso, y en la confianza de agradarle y terminar con eso, me esmeré en lo que hacía.
Estaba terminando con la plancha cuando
ella llegó. No me dijo nada y yo tampoco me atreví a decir nada. Hizo un
repaso por la casa y me llamó al salón.
-está bien, veo que te has esforzado y
me gusta. Es una gozada salir a tomar algo y volver a casa y que esté de
punta en blanco. Te daría las gracias, pero no ha lugar, porque ese es
tu deber. ¿te lo has pasado bien trabajando para mí?
-Rebeca, tenemos que hablar de esto. Si sigues enfadada...
-calla, qué dices,¿enfadada? en
absoluto. ¿cómo voy a estar enfadada si vuelvo a casa y mi prisionera ha
hecho los deberes con primor?
-entonces...
-Entonces nada. Te irás dando cuenta de que nuestra relación ha cambiado un poco, pero todo es cuestión de que te acostumbres.
-¿Acostumbrarme a qué?
-¿Otra vez? Mira que te cuesta.
Acostumbrarte a obedecerme sin rechistar. Y a ser castigada cuando no lo
hagas perfectamente. Vaya, a veces me sale el femenino, pero bueno,
viéndote así es normal. Por ejemplo, hoy lo has hecho muy bien, pero no
perfecto. Yo tenía un interés especial en que quedara todo planchado, y
no has terminado. Tendré que castigarte. Así que date la vuelta e
inclínate.
-No, no creo que...
-¿a qué amigo común quieres que le mande
una foto? Vamos, Andrés, no es para tanto. Ya sé que estás muy encoñada
conmigo, precisamente a eso me he dedicado estos meses: a encoñarte.
Pero hay que saber cuándo se termina. Y lo nuestro se está terminando.
Ahora estoy jugando contigo, es cierto, pero puedo ser muy cruel. ¿Qué
sería lo peor que podría hacerte? ¿Publicar en el instituto el enlace a
la página donde están colgadas todas tus fotos? Pues lo haré. supongo
que te costaría, pero podrías encontrar alguna explicación, alguna
performance, un carnaval... lo que sea, pero reconocerás conmigo que el
pitorreo iba a ser la hostia. Te aseguro que es mejor no enfadarme.
Estaba tan asombrado que no podía decir nada.
-¿No es mejor terminar como amigos? Me
enseñas el culo, te doy con la fusta y te vas a casa con el culo rojo. Y
cuando vuelva a llamarte, y a lo mejor eso ni sucede, pues ya sabes:
obedecer con todas tus ganas. Y si quieres, míralo por el lado positivo:
si sigues conmigo, aunque sea así, puedes volverme a enamorar, como
hace cuatro años, entonces sí estaba enamorada, y me hiciste mucho más
daño del que yo te voy a hacer ahora. Y no digas nada más, estoy cansada
y no quiero conversaciones largas. Date la vuelta, inclínate y súbete
la combinación. No hace falta que te bajes el tanga, total, esa tirilla
no va a estorbarnos.
En mi cabeza todo daba vueltas, y opté,
de momento, por lo más sencillo. Me di la vuelta, me incliné como si
fuera a jugar a la pídola, y me levanté la combinación con las manos.
Rebeca se puso a mi lado, oí vibrar la fusta y chocar contra mi culo. Me
esperaba algo peor. Fueron diez fustazos, cada uno más fuerte que el
anterior, pero aguantables. Lo peor no eran los golpes. Lo peor era
estar inclinado, recoger la combinación y poner el culo para recibir un
castigo.
-¿Ves? Ha sido fácil.Ya puedes cambiarte, aunque... Trae los calzoncillos que llevabas puestos.
Fui a por ellos, extrañando por su petición. Por su orden, más bien.
-Extiéndelos delante de mí.
Con unas tijeras que llevaba en la mano fue cortándolos hasta dejarlos inservibles.
-Como ves, no te puedes poner esta
prenda. Te irás con el tanga puesto. Y en casa, a dormir con el camisón
que te llevarás colgadito del brazo, para que no se arrugue. Tendremos
que ir retocando tu vestuario hasta que sea el adecuado para lo que
eres: Mi encoñada... no sé... ¿criada?. ¿No te parece?
No supe que contestar.
-¿Te has quedado mudo?
-No, digo sí. Perdona, Rebe, es que...
-Y ese lenguaje también. Ya no soy Rebe, ni Rebeca, ni amor. Soy Señora. Tu Señora. A ver, dilo.
-Mi Señora.
-Muy bien. Tira ese trapo a la basura,
vístete y vete. Ya te llamaré. Mientras esperas, estos son tus deberes:
De tu casa deben desaparecer esta misma noche, cuando llegues, todos los
calzoncillos y todos los pijamas de hombre que tengas, no sea que se me
ocurra visitarte mañana temprano y vea algo de eso. Volveremos al Corte
Inglés a por más camisones y algunas braguitas para mi criada. Seguro
que ahora te portas mejor en el vestuario. Adiós.
Volví a casa flotando, y no precisamente
de felicidad. Además de con mucha prisa y vergüenza de que alguien me
viera con el camisón colgando del brazo.
Tres cosas se me habían quedado
clavadas: había dedicado esos meses a encoñarme, según sus palabras,
ahora quería que fuera su criada, y mi ropa interior tenía que ser
siempre femenina. Y todo para vengarse del desplante de hacía unos años.
Y las cosas, de pronto, empezaban a cuadrar.
Me di cuenta, con inmensa tristeza, que
había caído en manos de alguien que me odiaba. Tenía fotos con las que
chantajearme, y en vez de pedirme dinero, había decidido humillarme,
convertirme en su criada. Cogí todos mis calzoncillos y el par de
pijamas que tenía, y los bajé al contenedor de la basura.
Y mientras hacía todo eso, mientras me
ponía el camisón rojo y volvía a mirarme en el espejo, fui haciéndome a
la idea de que eso no podía durar. Y mientras durara... bueno, podía ser
peor. Iba a pagar con mi trabajo de criada lo que le hubiera hecho
antes. Pero bueno, terminaría y seguiría bien. ¿Qué podía durar? ¿Unas
semanas, algún mes? Nadie me vería en camisón, y tendría cuidado de que
no se viera la cinturilla de las bragas por encima de los pantalones. Al
fin y al cabo, yo no era de esos jovencitos que les gusta enseñar casi
todo el calzoncillo kalvin klein.
Me acosté casi contento pensando que
bueno, que la ventaja de esto es que no había sufrido al terminar con
rebeca, sino que era más bien un alivio, aunque tuviera que verla
algunas veces más. Y a lo mejor ni la veía. En adelante, me prometí,
nunca, nada de ropas raras, nada de juegos especiales y, sobre todo,
nada de fotos.
AYER
La criada me puso de nuevo la cadena, y tiró de ella, me bajó al sótano, entramos en la mazmorra.
-A mí me puedes rogar, jajaja, aunque te va a dar igual. Ponte de pie y desnúdate.
Hice lo que me ordenaba.
-Por favor, no me azotes.
-¿Yo? No se me ocurriría sin órdenes del señor. Además, azotar a mí no me pone. Ponte aquí y levanta los brazos.
Al momento sentí que tiraba de mis
brazos hacia arriba, hasta sujetarlos con unas esposas y tirar de ellas
hasta quedar colgado, tocando el suelo con la punta de los dedos.
-Esperarás aquí a Rebeca, y ella decidirá cómo será el castigo. De vez en cuando, vendré a darte de beber. Ya sabes qué.
Allí estaba el cubo, con la esponja flotando entre otras muchas cosas. Se puso un guante de goma y la cogió.
-Abre la boca.
-Por favor...
-creo que lo has hecho muy bien. ¿Quieres estropearlo ahora, con una criada?
Abrí la boca, y me la metió. Sentí unas arcadas horribles, pero la esponja era además un tapón.
-Aguanta, que a todo se acostumbra uno.
Cuando notes que va dejando de saberte a mierda, no te preocupes, que
vendré enseguida a renovarla, jajja.
Me puso una capucha como la que tenía la
puta colgada por la mañana, y desapareció. Sentí cerrarse la puerta, y
luego el silencio.
Y la esponja en la boca, chorreando mierda, y lo que había dejado en mi nariz cuando me "limpió" con ella la cara.
Y el dolor en las muñecas, y el tirón en las piernas.
Pero sobre todo, el miedo. Miedo por
estar en manos de otra gente. Miedo porque, aunque yo quisiera, no podía
irme. Y no era una imposibilidad moral o metafísica, o una
imposibilidad motivada por otras circunstancias que la impusieran. El
miedo era físico, temblaba de miedo, ya no tanto por los latigazos que
vendrían, sino porque otras personas harían conmigo lo que quisieran, y
yo, atada, inmovilizada, no lo podría impedir.
Y miedo a empeorar, a que se cayera la
esponja, a que se olvidaran de mí y me quedara allí varios días, a que
se acordaran de mí y bajaran a azotarme...
Empecé a llorar. Era verdad lo que había
dicho la criada: yo había ido voluntariamente, chantajeada, sí, pero
podía elegir, y había elegido ir allí. Pero en ese momento ya no era
voluntario. No podía decir "hasta aquí hemos llegado, me voy y que pase
lo que tenga que pasar".
Relajarme, pensé, lo que tengo que hacer
es relajarme, no torturarme más, Rebeca vendrá, le dirán lo bien que me
he portado, me llevará y seré su criada de vez en cuando...
Tenía que hacer grandes esfuerzos para
tranquilizarme, y todos eran valdíos cuando me llegaba otra crisis:
quería irme!!! y no era libre de hacerlo.
La que volvió al cabo de un rato fue la criada. Antes de quitarme la esponja me avisó:
-Si dices algo, lo que sea, te pondré la esponja con más mierda y la mordaza de bola sobre ella.
Me callé como un muerto, me quitó la
esponja de la boca con su guante de goma, y con ella llena del agua que
había salido de mi culo, me restregó la cara varias veces, volvió a
introducirla en el cubo para empaparla bien de nuevo, y me la metió en
la boca. Bajó la capucha y se fue.
Tres días habían tenido así a la
putilla. Tres días!! Pero yo... yo... tenía que trabajar el lunes...
podían tenerme allí el domingo entero, y dos noches... no... podían
tenerme lo que quisieran, yo estaba atado, no podía irme aunque
quisiera, que quería...
Todavía pasó la criada otras dos veces a
renovarme el "alimento", antes de que me quitara la capucha y la
esponja, me pusiera la mordaza de bola y me lavara con una manguera. Me
secó y entonces vi con pavor que cogía un látigo.
-Te has portado muy bien, virgencita.
Pero yo también, y me he ganado un premio: darte un latigazo. Sólo uno,
eso es la lástima, pero bastará para que pruebes lo que te puede pasar
si tienes que venir a ser castigada. ¿Preparada?
No, no estaba preparada, no era justo,
no... ZZZAAASSSSS!!!!... una quemadura brutal recorrió mi culo de lado a
lado, todos mis músculos se tensaron y quise gritar...
-¿Te imaginas lo que será recibir 20, 50
de estos? Yo los he probado, y te aseguro que al segundo o tercero no
hay placer masoquista alguno. Ya te puedes portar bien para que Rebeca
no quiera castigarte. Mejor dicho, más que bien, para que cuando ella
esté cabreada por otra cosa, no la pague contigo. Y te hablo con
experiencia de sumiso, de sumiso que suspira por la atención de su amo,
aunque sea para castigarle.
El señor y la puta entraron en la mazmorra. La criada se quedó inmóvil, con la cabeza inclinada.
-Y ahora, la última prueba -dijo el
señor-. Vas a cerrar los ojos, y vas a ser absolutamente sumiso. Harás
lo que te vaya indicando mi putilla, sin dudar, sin la más mínima
resistencia. Si no lo haces así, o si te veo abrir un ojo, o
entreabrirlo, o si tengo dudas, virgencita, me enfadaré mucho contigo, y
te quedarás aquí otro día. Y no será tan divertido como este.
Cerré los ojos con fuerza. La puta se
puso detrás de mí y me soltó las manos de la cadena, para esposármelas a
la espalda. Me agarró de un brazo y salimos de la mazmorra. Pero en vez
de girar hacia la escalera de siempre, lo hicimos hacia el otro lado.
Nos detuvimos. Oí que alguna especie de puerta de corría.
Me empujó ligeramente hacia delante. Había un escalón, y luego otro.
-de rodillas, virgencita, con la cabeza bien inclinada, vas a entrar en la cajita.
Me puse de rodillas, ella empujó mi
cabeza todavía más hacia abajo y luego me empujó por el culo hacia
adelante. Avancé, así doblado, a un espacio pequeñísimo. Me rozaban
paredes por todos los lados, y la cabeza rozaba el techo.
-Gírate, para quedar de lado, si no, no vas a caber.
Empujó mis pies hacia un lado, para que entraran en aquella "cajita". Y luego empujó todo mi cuerpo contra el fondo.
-Ya está lista, Señor.
Y la "cajita", de repente, empezó a moverse, a ascender lentamente. Y unos momentos después, paró. Oí la voz del señor:
-Ya puedes abrir los ojos, virgencita. ¡Para lo que te va a servir! Y relájate, que no sabemos el tiempo que permanecerás ahí.
Los abrí y parecía que siguieran
cerrados. La oscuridad era total. Por lo que notaba alrededor, sabía que
estaba en un cajón, un cajón que ascendía, supuse que un pequeño
ascensor de esos que se utilizan para subir y bajar cosas en
restaurantes con varios niveles. Muy pequeño, muy incómodo, más al tener
las manos esposadas a la espalda. Y lo habían parado en la mitad, entre
piso y piso, de forma que tenía seis paredes a mi alrededor. De
inmediato, empezó a dolerme todo el cuerpo por la postura, y a sentir
que faltaba el aire, que no iba a salir de allí en horas y que no podría
aguantar.
La sensación de antes, de estar
prisionera de otras personas, ahora parecía incluso liberadora. Allí
tenía aire, allí veía... aquí... aquí me iba a volver loca. Quise
moverme, pero solo conseguí empeorar mi postura, más incomodidad, más
dolor. Relajarme, tenía que relajarme o me pondría a gritar, y no podía
gritar con la mordaza.
Me tranquilicé. Respiré más despacio.
Era una prueba, lo había dicho el Señor, respiré, y era una prueba
física, humillante, porque me movían en un cajón para cosas, pero era
una prueba más, otra que se quedaría en aquella casa cuando saliera con
Rebeca, respiré, era como estar colgada, como recibir un latigazo, sólo
me enseñaban lo que me pasaría si no lo hacía bien, respiré despacio,
estaba completamente decidida a obedecer a Rebeca en todo, en todo,
cualquier cosa menos volver a aquella casa del terror, respiré despacio,
si no pensaba en mi cuerpo, no me dolía, no tenía la necesidad de
estirarme, pensar en otra cosa, en Rebeca, en la felicidad de estar en
su casa, con mi combinación, con mi pañuelo en la cabeza, limpiando,
fregando...
La caja, con un pequeño tirón, volvió a ponerse en marcha, a subir. Cerré los ojos, por si acaso. cuando paró, oí a la criada:
-jajaja, puedes abrir los ojos, hombre.
Lo hice, y la vi recortada en el
cuadrado de luz que era la salida. Mi primer impulso fue tirarme por
allí, pero esperé. Ella me agarró de un brazo y me ayudó a salir. Me
pude poner en pie sin dificultad. Seguro que no había estado más que
unos minutos allí dentro.
Allí mismo, me volvió a poner el pañuelo
que había llevado todo el día como velo. En aquellos momentos, era todo
lo que llevaba. Desnuda, amordazada, con las manos esposadas a la
espalda, y el velo en la cabeza, me llevó al salón. ¡Qué alegría sentí
al ver a Rebeca! Y eso que era ella la que me había llevado allí, y la
que me había dejado allí.
Me colocó delante de todos, que estaban
sentados en sofás y sillones. Me quitó las esposas, pero mantuve mis
manos atrás, y la mordaza. Luego ella, la criada, se puso a mi lado,
también con las manos atrás y la cabeza inclinada.
ANTES
Al día siguiente, a media mañana quedó claro que de no volver a verla, nada de nada.
Me tuve que ir a trabajar con el tanga,
claro. Sentía la tira rozarme el culo, lo que podría haber sido
excitante en otras circunstancias. Llevaba la camisa bien remetida en el
pantalón, y una chaqueta, y así y todo no dejaba de pensar que pasaría
si alguien se daba cuenta. Esa preocupación pasó enseguida a una segundo
plano, cuando llegó su wasap:
"Esclavita: esta tarde pasaré por tu
casa a buscarte. Cómo no sé a qué hora será, me esperas de rodillas, sin
apoyar tu culito, y en tanga frente a la puerta de entrada desde las
tres."
¿Podía no hacerlo? Podía, claro que
podía negarme, y al día siguiente, cuando llegara al instituto todo
sería risas y caras de estupor a mi alrededor, fotos imprimidas por
todas partes y alguna llamada rápida del director o de inspección. No
podía.
Así que salí volando del instituto, comí
corriendo, me desnudé, menos el tanga, y me puse de rodillas frente a
la puerta de entrada. Rebeca tenía llave, y estaba seguro de que no
llamaría, así que no podía correr el riesgo de que no me encontrara
allí. Por lo menos podía sentarme sobre mis tobillos, pero eso se hizo
también doloroso con el paso del tiempo. A las cinco estaba seguro de
que me iba a tener así toda la tarde y que no aparecería. Pero seguí
allí de rodillas.
E hice bien. A las seis abrió con su llave y se me quedó mirando.
-Buenas tardes... -le dije.
-¡Señora!
-Buenas tardes, Señora.
-Y no me mires a la cara. La cabeza siempre inclinada. Di la verdad, criada: ¿te has apoyado en algún momento?
La verdad.
-Sí, Señora, un poco.
Se fue a la cocina y volvió con un gran cucharón de madera.
-De pie, esclava. E inclínate como ayer para recibir tu castigo.
Uno, dos, tres.... fui contando los
golpes, pero dejé de hacerlo cuando iba por treinta y tantos. el
cucharón no dolía como la fusta, al principio, pero cuando los azotes
iban cayendo sobre la carne maltratada... empecé a gemir de dolor en
cada golpe, y ella a dar más fuerte.
-La obediencia es fundamental, ya lo
sabes. Tendré que castigarte con más dureza si no lo aprendes bien.
Vístete, que nos vamos de compras. Por la calle siempre detrás de mí, a
unos diez pasos.
Volvimos a la sección de lencería del
Corte Inglés. Allí me hizo una seña para que me acercara. Tenía un
camisón en la mano, que me entregó.
Nos dirigimos a los probadores. Tras la
puerta general estaba la encargada, y varias cabinas que cerraban con
cortinas. Me señaló una de ellas, a donde pasé. Ella cerró la cortina
dejando un hueco, donde se quedó. La encargada debía de estar viéndola,
pero evidentemente le daba igual, o peor, eso era lo que quería. El
camisón era de raso, de color salmón, corto, de tirantes y sin adornos.
Y, como era de esperar, me quedaba pequeño. Me lo pidió y desde allí
mismo llamó a la encargada de los probadores, a la que le dio el
camisón.
-¿me puede traer una talla más, por favor?
Todo eso ya lo había vivido. La otra vez
con asombro y mucho morbo, hasta que se estropeó al final. Ahora solo
quedaba vergüenza. Además, la prenda que trajo la dependienta tampoco me
valía. La dependienta le dijo que no quedaban tallas más grandes en ese
color, y Rebeca se fue con ella en busca de otro, que al fin resultó
igual, pero de color rosa.
Con el camisón ya en la caja, Rebeca dio un paso más en mi humillación casi pública:
-Vete a por bragas a aquel expositor, donde están rebajadas. Te coges varias, y que sean bien femeninas.
Como si las bragas pudieran ser otra cosa que femeninas.
En realidad, ahora veo que ella cuidaba
todavía ese detalle, el de la humillación, para que no fuera pública del
todo. Todavía la mantenía en privado, aunque hubiera momentos
equívocos. Mi degradación no había llegado al fondo.
Volví a la caja donde esperaba Rebeca,
con la dependienta enfrente, supuestamente atareada en el ordenador, y
dejé las bragas en un montoncito sobre el camisón. No era suficiente.
-A ver qué te has comprado -las cogió y
las fue mirando una a una-. Bien... bonita... esta no, es muy sosa -y me
devolvía unas braguitas de algodón azules-, estas sí, sí, no, ni
hablar, parecen unos calzoncillos, y esta te quedará pequeña. Vete a
dejar estas tres y trae otras que me gusten.
Terminamos allí y paseamos por la planta.
-Mira, una camisa que a ti seguro que te gusta.
La camisa era básica, blanca, de
algodón. Podía parecer de hombre, excepto en la forma para el pecho y en
los botones, al lado de las mujeres. No me gustaba, pero me temía que
daría igual.
-Yo, sin embargo, creo que estarías mucho mejor con esta otra.
También era blanca, pero de tacto
sedoso, y en vez de cuello de camisa, tenía una especie de pequeño
cuello de cisne rematado en un volante pequeñito. Y se abotonaba atrás.
-¿No te gustaría ir con esta blusa a trabajar?
Ahora sí que me gustaba la anterior.
-No, Señora, por favor.
-Jajajaja. Bueno, pero no olvides donde
están, por si tienes que venir a por ellas. Estúdiate bien esta planta,
la planta de mujer, porque aquí es donde comprarás casi todo a partir de
ahora. Nada de ir más arriba, a la de caballeros o a la planta joven,
que ya tienes una edad, jajaja. Tú, a la planta de señoras, y eso porque
no hay una planta de criadas, y porque cuando no estés sirviendo, no
quiero un adefesio cerca de mí.
Salimos de allí y volvimos a casa como
habíamos venido. ella delante y yo a diez pasos, con la bolsa de mi
nueva ropa interior. En el portal me esperó.
-Mañana -era sábado- tengo una sorpresa
preparada para tí. Será, más o menos, la última parte de tu preparación.
Me esperarás, en braguitas y camisón, de rodillas al lado de la puerta
de entrada, desde las siete de la mañana. Y para que no tengas
tentaciones de sentarte, toma esta monedita -de un céntimo-: La sujetas
con tu barbilla contra la pared. Y toma esta brida, ¿sabes cómo
funciona, verdad? Ya sabes, dejas el lazo preparado y en cuanto tengas
la monedita en su sitio te cruzas las muñecas a la espalda y vas tirando
de la brida hasta que esté bien prieta. Así, si se te cae la moneda por
sentarte, lo sabré porque no podrás volver a ponerla en su sitio.
Me dejó allí, con la bolsa en una mano, y la brida y la moneda en la otra.
Subí a casa a dejar las cosas y me fui a
tomar unas cañas con unos amigos. Necesitaba salir de aquella historia.
Claro que no sabía cómo, pero seguía teniendo mi vida, la misma que
esperaba recuperar al completo en cuanto Rebeca se diera por satisfecha
por haberla dejado tiempo atrás. En ningún momento, eso sí, y supongo
que es lo que ella quería, pude dejar de pensar en el tanga que llevaba,
un tanga de raso y encajes, no los que podían utilizar los "boys" en
sus funciones.
Y al volver a casa, miré el camisón
nuevo, cortito, al lado del rojo, tan largo. Nadie me podía obligar a
dormir con aquello. Dormí en pelotas.
AYER
Rebeca empezó a hablar:
-Buenas noches, esclava. Dime ¿Qué tal tu día?
-Muy bien, Señora -no estaba seguro de poder hablar, pero era una pregunta directa de mi señora.
-¿Y ese velo azul cielo tan bonito que llevas?
-Es mi velo de virgen, Señora.
-Pues creo que ya no es muy adecuado. Quítatelo.
Me quité las horquillas, cuatro, y el pañuelo, y me los quedé en la mano sin saber qué hacer.
-Haz un triángulo con el pañuelo y póntelo como lo lleva una criada.
Me puse las horquillas en la boca, doblé
el pañuelo en triángulo y me lo puse como me decía. Até los extremos en
la parte de atrás y volví a colocar las horquillas para que no se
cayera.
-Bueno -continuó Rebeca en cuanto estuve
listo-. Te dejé aquí esta mañana como un tipo encoñada y sometida por
mí, y me dicen mis amigos que has aprendido mucho mucho. Vamos, que te
has portado como toda una criada, una putilla, una esclava sexual. Como
me costaba creer tanta dedicación, me han estado enseñando unos vídeos
mientras tú estabas colgada abajo. Ha sido increíble. Ver tu cara de
deseo cuando entrabas de rodillas en el salón, con tu velo de virgen,
buscando cualquier polla para comértela, o para que te la metieran por
el culo. Jajaja, era casi blasfemo. Y esa cara de placer cuando te
estaban follando, espectacular. Pero cuando casi me corro de gusto es
cuando te follabas al niño. Dios, un día te enseñaré tus grabaciones,
debidamente montadas. El "niño", este amigo que ves a mi lado, tiene 20
añazos, pero desde luego no lo parece. Tan depiladito, parecía que
efectivamente eras un jodido pederasta obligando a un chaval de... no
sé... ¿doce añitos? a chuparte la polla, para luego violarlo aunque él
te dijera que no, y encima darle una buena tunda de azotes en su
infantil culito. En serio, creí que te encontraría colgada con la piel
bien repasada por el látigo, porque te habrías negado a grabar esas
cosas. Me has dejado de piedra, y encantada. Ese vídeo, junto a los
otros donde se te ve perdidita por cualquier polla, travestida,
acariciándote los pezones con verdadero vicio... todo eso te deja por
completo en mis manos. Porque te supongo consciente, por muy tonto que
seas, de que en cuánto permita que se vea algo de eso, perderás, por
supuesto, tu trabajo, no van a dejar a un tipo así de pervertido en el
instituto, con la infancia, jajajaja, pero además irás a la cárcel, aquí
o en el extranjero. Y bueno, supongo que no tardarían en darse cuenta
de que ese "niño" no tiene nada de niño, y te sacarían de la cárcel,
pero... ya sabes lo que les pasa a los que llegan a la cárcel como tú
llegarías. Primero los violan, luego les dan de hostias, y siguen
violándolos. Alguien se convertiría en tu chulo, te pondría unas
braguitas, y cobraría a media cárcel para que te las bajara, jajaja.
Vamos, que cuando te sacaran tendrías un túnel en el culo y otro en la
boca. Así que, dime, ¿qué harás para que esos vídeos no vean la luz?
-Lo que usted deseé, Señora.
-Hace unos años me rechazaste. ¿Quién te iba a decir que acabarías conmigo, pero no como novio, no, sino como criada?
Se levantó y avanzó hacia mí con una fusta en la mano.
-Toma. Ve ofreciéndosela a cada invitado, y pones el culo, para la despedida.
Cogí la fusta casi con alegría, porque ya me iba a ir.
Avancé hacia el primero y se la ofrecí con una reverencia que no le gustó:
-Un pie atrás y cruzándolo con el otro, que eres una señorita, o algo así.
Le hice la reverencia como decía. Cogió
la fusta, me di la vuelta, me incliné y de repente, zzaassss, dio con
una fuerza inesperada.
-toma.
Cogí la fusta y avancé hasta el
siguiente. Nueva reverencia, nuevo giro y nuevo golpe. Cuando terminé la
ronda volví a mi sitio. Rebeca cogió la fusta. Como más valía pasarse
que quedarse corto, me giré y le ofrecí mi culo.
-Muy bien -zzaaassss-, desde ahora serás... -zzzzaaaassss-... Andrea... -zzaaassss-... mi criada... -zzzaaassss- y esclava.
-Criada -dijo el señor, a su criada-,
desnúdate y viste a andrea. Después bajas a la mazmorra y te cuelgas tú
misma, que tengo ganas de divertirme un rato.
La criada se quitó el delantal, la bata
del uniforme, la combinación blanca, el sujetador y las bragas, y los
zapatos de medio tacón.
Y luego fue poniéndome a mi toda su
ropa: el sujetador, las bragas, la combinación, la bata rosa y el
delantal, y los zapatos. No sé si las lágrimas de sus ojos eran de
alegría o de tristeza. La iban a colgar, pero, ¿no era eso lo que
quería? Me quedé con el pañuelo que llevaba puesto. No entendía qué
pasaba. ¿No nos íbamos?
-Cierra los ojos - me dijo Rebeca.
Volvió a vendármelos como por la mañana. Pero no podía ser... estaba vestida de criada.
Rebeca me agarró de un brazo y me
condujo fuera, me metió en el coche, y arrancamos, sin poder quitarme de
la cabeza cómo iba vestido.
Al cabo de un rato me dijo:
-Ya puedes quitarte la venda.
Volví a ver. Estábamos entrando en la
ciudad. Era de noche, pero... pero llevaba puesto el uniforme de criada
rosa, y el pañuelo azul en la cabeza, y no a lo pirata. Me hundí en el
asiento.
-Señora...
-No soy una Señora, soy Tu Señora.
-Mi Señora...
-chsss... silencio. Y bien erguida, Andrea, la cabeza bien alta, orgullosa de pertenecerme, y nada de tapártela con la mano.
Cruzábamos el centro de la ciudad,
parábamos en los semáforos, la gente pasaba cerca de nosotros, llegamos
al barrio, estaba nerviosísimo, cualquiera me podía reconocer..., paró
cerca de mi portal.
-No te quejarás, andrea. Te he traído
casi hasta tu casa. en esa bolsa tienes tu ropa. Sé que tienes ganas de
decirme algo, y hasta sé qué es: que cómo vas a ir así por la calle.
Pues irás. Supongo que corriendo, pero ten cuidado con los zapatos. Y
recuerda: estás a mi servicio las 24 horas del día, los siete días de la
semana. En mi casa, en la tuya, en la calle, en el insti... todo el
tiempo. Y cualquier desobediencia, cualquier duda incluso, será
severamente castigada. ¿Te gustaría pasarte tus próximas vacaciones
colgada en la mazmorra?
-No, por favor, mi señora. Mi Señora...
-Eres muy charlatana. Voy a tener que prohibirte hablar, pero hoy estoy contenta. Dime.
-Seré su criada, mi Señora, y su
esclava, y estoy encantad...a de servirla. Lo único que me gustaría
pedirle es... ¿no podría servirla en todo lo que usted deseé, pero
vestido, perdón, vestida normal, con mi ropa, con un chándal, con un
uniforme de hombre...?
-¿Un chandal? Jajaja. Buena idea. te
encontraremos uno, ya verás, te encantará. Pero no, la respuesta es no.
Mi criada ha de ser, y parecer, una criada, así, en femenino. ¿Cómo te
llamas?
-Andrea, mi señora.
-Pues eso. Tendrás que vestir de Andrea.
¿Te acuerdas de la camisa blanca que vimos ayer, esa que era de chica
pero básica, sin nada femenino?
-Sí, mi Señora.
-Jajajaja. Pues el lunes, cuando tengas
que ir a trabajar, la echarás de menos. Mira, andrea, me cansaré antes
de que hagas todas las tareas de mi casa que de humillarte vistiéndote
como una mariquita. Y mañana, a las once, te quiero en casa. Puedes
traer el uniforme en una bolsa, pero la ropa interior puesta. Y con un
buen relleno en el suje. Adiós.
Me bajé del coche y eché a correr hacia
el portal. Allí parado, vestida de criada, con el pañuelo en la cabeza,
tuve que buscar las llaves en los bolsillos del pantalón que llevaba en
la bolsa. Agaché la cabeza todo lo que pude, encontré las llaves y subí
corriendo, nada de ascensor. Sólo respiré cuando cerré la puerta de mi
casa detrás de mí. Respiré, y volví a mirarme. ¿Dónde me había metido?
AYER
A las siete empezaba a ser otra vez de
ella. Vestido únicamente con braguitas (raso crema, con encajes por
delante) y el camisón nuevo, me puse de rodillas junto a la puerta de
entrada de mi piso, la brida puesta en una muñeca, sujeté la moneda con
la barbilla contra la pared y metí la otra muñeca en la brida, dejando
el cabo suelto al alcance de mis dedos, con los que fui tirando de él
poco a poco, hasta que me sentí inmovilizado. Ahora sí, ya no me podía
sentar sobre mis tobillos, si la moneda caía no podría volver a ponerla
en su sitio. Si me levantaba e iba a por un cuchillo para cortar a
brida, suponiendo que pudiera, ya no podría volver a ponérmela.
¿De dónde sacaba Rebeca estas ideas tan retorcidas?
Esta vez tardó poco en llegar, por lo que me vio en la posición ordenada.
-Buenos días, criada. ¿Estás mojada?
jajaja. Antes te mojabas nada más verme. Déjame ver -se agachó a mi
lado, levantó el camisón y metió las manos en las bragas-. Bueno...
antes te calentabas más, pero no importa. Nos tenemos que ir, así que
vístete deprisa.
Me cortó la brida y volé a mi cuarto,
donde me vestí con mis ropas de hombre, aunque con las bragas, bajo la
atenta y divertida mirada de Rebeca.
Bajamos y entramos en su coche. Saliendo de la ciudad, paró en el arcén.
-Cierra los ojos. Sujétate estas bolitas de algodón contra ellos,
Así, a ciegas, sentí que me vendaba los ojos -"quita los dedos"- con un pañuelo bien fuerte. Siguió conduciendo, no mucho rato.
Cuando paramos me ayudó a bajar, y me condujo al interior de una casa.
Nada más entrar, entre ella y otras
manos me desnudaron, menos las bragas. Cuando me empujaron hasta dejarme
a cuatro patas quise decir algo.
-eh, pero....
Un golpe dolorosísimo me cruzo el culo,
dejándome mudo y aterrorizado. ¿Dónde estaba? ¿Qué iban a hacer conmigo?
Tenía realmente mucho miedo, a oscuras, manejado por manos que no eran
sólo las de Rebeca. Es más, en aquel momento eché de menos a Rebeca, a
mi Señora, la que me había llevado allí, a esa situación, alguien
conocido, en un mundo conocido.
Alguien me metió una bola en la boca,
una bola dura y grande, que me dejó la boca dolorosamente abierta y
llena, y me la sujetaron atrás con una correa.
Y me pusieron otra correa a cuello, que
debía llevar una cadena unida porque de inmediato sentí que tiraban de
mí y me obligaban a caminar a cuatro patas y a ciegas.
-Cuidado al bajar, esclava.
La voz era desconocida. ¿Seguía rebeca conmigo?
Me llevaron a algún sitio donde me hicieron arrodillarme. Me esposaron manos y tobillos por atrás, dejándolos unidos.
Por fin me quitaron la venda de los
ojos. cuando acostumbré la vista a la poca luz que allí había descubrí
que estaba en una mazmorra como las que había visto en algunas películas
o reportajes sobre sadomaso. Algo totalmente nuevo. Vi cadenas
colgando, látigos en una pared, una cruz de san andrés, y me entró mucho
más miedo. Y lo peor: había una mujer (tetas, coño...) desnuda,
colgando de los brazos de unas cadenas, con la cabeza tapada por una
capucha, y con apenas las puntas de los dedos de los pies tocando el
suelo.
Ya no era miedo, sino pavor insuperable.
Quería irme de allí, que hiciera Rebeca lo que le diera la gana, pero
yo no quería estar allí. Pero ni siquiera podía decirle eso a nadie.
Atada en el suelo, con la bola en la boca, solo podía esperar. Estaba
secuestrado. Harían conmigo lo que quisieran. Sudaba de miedo.
Rebeca se puso frente a mí, agachada, y
yo empecé a girar mi cabeza frenéticamente de lado a lado, para decir
que no con todas mis fuerzas.
Rebeca se levantó, se acercó a una
pared, cogió una fina vara, golpeó con ella el aire mientras se
acercaba, la hizo vibrar con un silbido terrorífico, y me dió un golpe
en los muslos y otro en los pechos que me saltaron las lágrimas y me
dejaron sin respiración.
-si sigues portándote como una estúpida serás tú la colgada ahí. Así que recuerda tus principios: Obediencia y sumisión.
Bajé la cabeza.
-Muy bien, pero ahora mira, no te
pierdas detalle. Vas a asistir a un castigo moderado. Hace tres días,
esta esclava contestó a su Amo sin el debido respeto. Inmediatamente se
dio cuenta de lo que había hecho, así que el resto del día se esmeró en
satisfacer cualquier capricho de su Amo, solo para que el castigo fuera
más leve. Por la noche, ella misma vino a la mazmorra, donde la colgaron
como ahora la ves. Ahí lleva dos días y tres noches, sin probar nada
más que un poco de agua de ese cubo (sucio, hediondo, con el agua de un
color indescriptible, y restos marrones flotando) que le dan con una
esponja. Esta mañana le han puesto una mordaza de bola como la que tú
tienes, y la capucha, y ahora va a recibir su castigo. Si eres lista,
este castigo servirá también para ti. No apartes la mirada.
Mientras rebeca me aterrorizaba con la
historia, un hombre, vestido normal, en mangas de camisa, había cogido
un látigo de la pared. Rebeca cogió otro, se pusieron uno a cada lado de
la chica colgada y tras golpear una vez el suelo, se pusieron a azotar a
la infeliz, por delante, por atrás, en los muslos, el culo, el pecho,
la espalda. En cada golpe, la chica se encogía, perdía la base de los
pies, se giraba, encogía las piernas, doblaba los brazos, movía la
cabeza a un lado y a otro y su piel se iba cubriendo de líneas rojas
entrecruzadas.
Cuando dejó de "bailar", pararon los
latigazos. La mujer colgaba exhausta, los pies simplemente se
arrastraban centímetros con su balanceo, ya no servían de apoyo para
nada.
El hombre le quitó la capucha. Una
maraña de pelo rubio sudado cubría por completo su cara y su cabeza
caída hacia adelante. El hombre cogió el cubo del agua sucia y se lo
vació encima de su cabeza, con lo que ella pareció despertar. Abrió
mucho los ojos y al ver al otro acercarse hizo un gesto de sumisión,
inclinando la cabeza ante él. La soltó de las cadenas, ella cayó como un
fardo al suelo. Él le dio una palmadita en el culo.
-Vamos, putilla, ve a tu cuarto, dúchate, cúrate un poco y vístete, deprisa, que tenemos invitados.
Y luego, mirando a Rebeca:
-¿Colgamos ya a la tuya, o esperamos un poco?
Se me paró el corazón.
-Vamos a esperar, a ver qué tal se
porta. Imagino que con lo que ha visto está deseando ser la esclava más
solícita. Ya verás. Bueno, esclavita, te voy a dejar con estos amigos.
Pórtate bien, eh, que ya has visto lo que les pasa a las desobedientes.
Me sujetó la cara fuerte con sus manos:
-Ten cuidado, no se te vaya a escapar
algún gesto poco respetuoso con nuestro anfitrión. Y no intentes irte.
Las puertas están cerradas, y tendría luego que dejarte aquí una semana o
dos para que fueras debidamente castigada.
Me quedé inmóvil. Ella desapareció.
ANTES: EL CAMINO
¿Cuánto hacía? Dos, tres, quizá cuatro
años que no sabía nada de ella. Habíamos coincidido en un club de
lectura y nos habíamos hecho bastante amigos. Durante un curso nos vimos
cada semana en el club y, desde muy pronto, acostumbramos a terminar el
día de lectura tomando unas cañas con otros participantes. Rebeca y yo
congeniamos de forma especial, alargando las cañas los dos ya solos. Y
avanzando los meses, llegamos también a quedar, fuera del grupo de
lectura, para tomar algo. Hasta que comprobamos que no buscábamos lo
mismo. Ella quiso acercarse más, y yo no lo tenía claro. Después de una
noche de confesiones y desengaños en una cafetería del centro, no
volvimos a quedar.
Eso fue hace, más o menos, cuatro años.
Pero las comunicaciones avanzan una
barbaridad. a todo el mundo le gusta practicar con el wasap, y por
febrero, recibí su primer wasap. Un mensaje neutro, de vieja amiga:
"Hola, Andrés. Hace mucho que no nos vemos. ¿qué tal todo?"
No sé si el momento podría definirse
como bueno o malo, a tenor de lo que sucedería después, pero lo cierto
es que yo llevaba una temporada solo, tranquilo y sin compromisos, y me
debió parecer una buena idea reencontrarme con esa parte de mi pasado,
así que en vez de contestar con la misma neutralidad, le dije: "¡Rebeca!
Qué alegría saber de ti!!. Yo estoy bien. ¿Y tú, qué es de tu vida?"
O sea, demasiado largo y, sobre todo,
demasiados signos de admiración. En cuánto lo envié me pegué al teléfono
esperando su contestación, que no tardó en llegar.
"Mi vida bien, como siempre, ya sabes, trabajando y esas cosas. Me alegro de haber sabido de ti".
Eso era un final, estaba claro. Yo
tendría que haber dicho algo así como "igualmente", y despedirme con un
beso, o un abrazo. Pero no iba a rendirme tan fácilmente.
"Sigues tomando aquellas cañas? Muy a menudo las echo de menos. En fin, me has dado una alegría. Muchos besos."
Para no tener que pensar si enviaba o no
ese mensaje, le di inmediatamente a Enviar. Como aquel día no volvió a
escribirme, lo releí varias veces, y llegué a la conclusión de que
estaba bien. Podía terminar allí el cruce de mensajes, o podía seguir.
Lo había dejado en sus manos. También le había dicho que si quería
quedar... Pero no contestó.
Hasta el día siguiente, por la mañana. Yo estaba en el despacho del instituto cuando recibí su wasap:
"Perdona que no te contestara ayer, pero
había quedado y luego se me hizo tarde. A lo mejor es como dicen, que
cualquier tiempo pasado... ya sabes. Pero sí, yo también las echo de
menos, no a las cañas, que siempre hay, sino las que nos tomábamos los
dos. Menos la última."
"Ya, la última siempre es la peor. Pero eso tiene remedio. Solo hay que tomar otra."
No voy a reproducir todos los mensajes,
para no hacer este relato eterno. Solo diré que aquel día ella no podía,
ni al día siguiente, pero sí al otro, que era viernes. Quedamos, pues,
cuando ella quiso, lo que no deja de ser importante.
Como importante también es que en
aquella cita se cambiaron los papeles de la que había sido la última de
años antes. Yo descubrí que Rebeca, en esos momentos, me gustaba mucho
más que antes, y ella, sin embargo, parecía haber perdido cualquier
interés más allá de la charla con el viejo amigo. Lo más interesante de
aquel día fue saber que ella tampoco tenía pareja.
Lo que me permitió ser casi pesado
durante la semana siguiente con los wasaps, hasta que conseguí que
aceptara una invitación a cenar. ¿"Conseguí" o "consiguió que la
invitara yo"? es algo que me he preguntado muchas veces.
Pero ese día tampoco pasamos a más.
Cenamos, bien, en un restaurante caro, y después un par de gintonics, y
entre medias, casi constantemente, casi desde el principio, alusiones al
pasado por mi parte, contra temas banales por la suya. Y con el
alcohol, más memoria por mi parte, memoria incluso de lo que no llegó a
ser, y sonrisas condescendientes de ella, y cambio de tercio. Y al
final, "sube a casa a tomar la última" -original al máximo-, "me hice
mucho daño la otra vez, y no sé si ahora debo...", me dijo con una
sonrisa que desmentía cualquier dolor, y con un suave beso en los labios
se separó de mi donde nuestros caminos dejaban de ser el mismo, sin
querer ni siquiera que la acompañara a su portal.
Habría sido muy poco tiempo para
encoñarme como lo hice, si no hubiera habido una historia anterior. Pero
la había, y a mí me daba la impresión de que entonces había metido la
pata, y ahora no quería volver a hacerlo. Y Rebeca me hizo creer que
estaba en el mismo sitio, aunque le costara más, porque antaño había
sido la rechazada.
En realidad, ella jugaba sus cartas, con
maestría. No sé si desde su primer wasap, o desde el mío, con tanto
signo de admiración, o a lo mejor lo pensó en la primera noche, antes de
"pedirme perdón" por no haberme contestado. Seguro que aquella noche
tuvo la idea de que a lo mejor se podía hacer, y a partir de ahí actuar
para contemplar encantada como iba yo cayendo en su red.
Tres semanas tardamos en follar, según yo, como locos en un paraíso, y según ella, como deberíamos haberlo hecho años atrás.
-No me gusta compartir estas cosas -me
dijo en la cama, cuando intentaba recuperarme de la segunda penetración
(con cuarenta años, yo ya no era un fogoso e infatigable follador).
-¿Qué?
-Que si estamos juntos, no vamos a estar con nadie más.
-Dios, no quiero estar con nadie más, solo contigo.
-Mejor, si eres mío, no puedes ser de nadie más.
-No se me ocurre cómo podría ser de nadie más.
-Ya me ocuparé yo de que así sea.
Esta frase me supo a gloria, en parte
porque la selló con un beso tan apasionado que casi volví a la carga, y
en parte porque la interpreté como el estúpido encoñado que era,
pensando que quería decir que me haría tan feliz que yo no desearía ser
de nadie más.
Bueno, pues en realidad quería decir exactamente lo que dijo: ella se iba a ocupar de que yo no fuera de nadie más.
Ahora, mirando hacia atrás, veo
exactamente sus pasos, las fases por las que he ido pasando para ser
suyo, suyo como ella planeó, no como yo esperaba.
En la primera, fue brutalmente
encantadora conmigo. Rebeca tiene unos diez años menos que yo, de altura
media, delgada, pelo castaño, ojos verdes, una sonrisa que tira para
atrás, inteligente y arrolladora en la cama y fuera de ella. Por qué
razón no me fui con ella hace cuatro años es algo digno de estudiarse.
Yo entonces debía ser muy obtuso, o mucho más listo que ahora. En esa
primera fase yo caí rendido a sus pies, sin remisión, entre otras cosas
porque pensaba que a ella le pasaba lo mismo conmigo.
AYER
En su lugar apareció un joven con
uniforme de criada. Un uniforme normal: batita rosa, delantal a juego,
cofia... Me desató y me llevó a la cocina, donde me enseñó una extraña
prenda.
-Ven, que te ayudo a ponerte tu uniforme.
Mi "uniforme" era una especie de corsé
negro con ribetes blancos, que tenía un lejano parecido a lo que venden
en los sex shops como uniforme de doncella francesa. Terminaba por
arriba justo donde debería haber empezado la parte del sujetador, y por
abajo en una faldita de raso que llegaba justo al final del culo. Me lo
metió por los pies y cuando estuvo en su sitio, o sea, la cintura en la
cintura, me lo ató por atrás con unas cintas que apenas me dejaba
respirar. Mi pecho quedaba totalmente al aire, igual que mi culo si no
llevara las bragas.
-Quítate las bragas. Hoy el señor tiene
unos amigos como invitados. Yo prepararé todo, desde las copas a la
comida, y tú serás la encargada de servirlos. Y esto es lo importante:
cada vez que llegues al salón, siempre con sonrisa y cara de estar
deseando que te folle cualquier cosa que se menee, debes obedecer, sin
perder la sonrisa y el gesto de puta lujuriosa, cualquier cosa que te
indiquen, hasta el menor detalle. Si aceptas un consejo de amiga: hazlo
todo y bien a la primera, porque sea lo que sea, terminarás haciéndolo
con el cuerpo marcado por el látigo.
-Pero...
-Ese pero, a un señor, serían diez o quince latigazos. A mí me lo puedes decir ahora.
-Pero yo no soy de esos, no soy masoca, no me gusta que me azoten...
-"de esos"... Pues cuanto lo siento,
bonita. Y tampoco te gustará ir vestida así, pero estás aquí, tú sabrás
por qué. Nadie viene aquí a rastras, ni secuestrado. Supongo que has
venido voluntariamente, no vi que Rebeca te trajera a punta de pistola.
Eso sí, ya estás aquí, y no te puedes ir hasta el final. Luego tú sabrás
lo que tengas con rebeca. Creí que era tu ama, y que tú te quedabas
aquí porque adoras obedecerla.
-No, más bien me chantajea.
-Jajajaja, pues te jodes, vainillita -me
agarró de los huevos, que colgaban libres de ataduras, y me los
retorció-. ojalá me dejaran un rato contigo, ibas a saber lo que es
bueno. Bueno, los señores ya estarán en el salón. Coge esa bandeja y ve
para allá a ver si quieren algo. Recuerda mi consejo... o si no, no,
mejor olvídalo, a ver si me toca a mí participar en tu educación.
Con más miedo que otra cosas, y ataviado
de aquella extraña manera, cogí la bandeja y me dirigí al salón. Antes
de pararme en la puerta e inclinar la cabeza pude ver que la chica de
los azotes, vestida ahora con un largo vestido, estaba acurrucada contra
el hombre que la había flagelado. Además de estos, había otros dos
hombres y un joven, muy joven, parecía un adolescente.
-No queremos nada, putilla. Ve a ayudar a
la criada en la cocina. Y cuando suene la campana, te vienes, a cuatro
patas, deseosa de comerte la polla que se te ofrezca.
No dije nada. Me di la vuelta y volví a la cocina. ¿Deseosa de comerme una polla?
La criada, como llamaban al que estaba
conmigo, me puso a fregar y a limpiar lo que él iba utilizando para
preparar lo que fuera. Y yo no tenía más pensamientos que lo que me
habían dicho: al sonar la campana... ¿comerme una…?
La campana sonó un rato muy largo
después. Una o dos horas. En algún momento soñé que no iba a suceder,
que todo era parte de una broma para acojonarme. La criada se volvió
hacia mí y me sonrió:
-¡Disfrútalo!
Y yo no podía, de ninguna manera, acabar
colgada y azotada. Corrí al pasillo, allí me coloqué a cuatro patas, y
así entré en salón, gateando, con la cabeza levantada, con la sonrisa
que podía permitirme, y buscando lo que me temía encontrar.
El adolescente estaba junto a mí,
grabándome seguramente un vídeo, muy de cerca. Y yo no veía a donde
dirigirme, lo que me iba poniendo nervioso. Cuando uno de los hombres me
hizo una señal con el dedo, sin pensarlo, sin dudar, caminé hacia allí,
con cara de estar deseando lo que me iba a encontrar, con la boca
semiabierta, la lengua recorriendo los labios, salibando...
Llegué hasta él, con la cámara siempre a
medio metro de mí, sus piernas abiertas, pero la bragueta cerrada. ¿Qué
tenía que hacer? Me puse a restregar la cabeza contra sus muslos,
contra la polla que sentía crecer bajo su ropa. Sí, iba bien, y si no la
sacaba, a lo mejor me mandaban sin más de nuevo a la cocina. Insistí,
como si me fuera la vida en ello, como si hubiera nacido para chuparle
la polla a aquel tío.
Hasta que él se levantó, agarró la
correa que seguía colgando de mi collar y tiró de mí hacia otra
habitación. Se sentó en un sillón, se abrió los pantalones y se bajó los
slips. Allí la tenía, enorme, toda para mí. Y no quise pensar, o si lo
hacía era más un "bueno, y total, qué, lo importante es que todo quede
aquí, y que no me den con el látigo", así que metí con avaricia el
capullo en la boca y empecé a chuparlo con la lengua como su fuera un
chupachups. Metía un poco más y volvía a sacarla. a mí me lo habían
hecho muchas veces, solo era cuestión de recordar lo que más me gustaba y
hacérselo yo a aquel tío. Más adentro, hasta la garganta por encima de
la lengua, arcadas que disimulaba, retiraba la boca un poco, como si
quisiera chuparle más por fuera, y volvía hasta el fondo, hasta que el
hombre, que se ve que no tenía ganas de placeres sofisticados, me apretó
la cabeza contra su sexo y allí me dejó, con un margen de escasos
centímetros de mete y saca, con mi lengua intentando enredarse en aquel
montón de carne que me invadía. Hasta que la retiró lo justo para
llenarme la boca con su leche, que no dudé en tragar con cara de entrar
en éxtasis. él se dejó hacer, se la limpié con la lengua y cuando me
apartó para cerrarse los pantalones me di cuenta de que el adolescente
estaba casi a mi lado sin perder ni un momento de mi desvirgamiento
oral.
Se levantó y tiró de mi correa hacia el
salón. Yo le seguía con cara -o eso creo- de querer más, frotándome
contra su pantalón. Chupársela no había sido excitante para nada, pero
tampoco algo dramático. Si eso era todo…
ANTES
Por eso pudo empezar la segunda fase sin
darme yo cuenta. Fue después de ver una película que ella "quería ver":
Last days. Los supuestos últimos días de Kurt Covain.
-He soñado -me dijo al día siguiente- que follábamos...
-Ese es, en mí, un sueño muy recurrente.
-jajaja, calla. Lo interesante es que mientras follábamos, tú llevabas puesta una combinación de mujer.
-¿Qué?
-Como la que llevaba puesta en la peli de ayer Brad Pitt.
-Dios, si estaba grotesco.
-No te creas. Tiene un punto sexy muy interesante.
-Pues a mí no me ponía nada.
-¿Ah, no?
-Nada.
-Pues cuando me desperté estaba empapada. Si no fuera por la hora y el curro, te habías enterado tú.
-Eso sí me hubiera gustado: Enterarme.
-Jajajaja. Lo tenemos que probar.
-Ni de coña.
El viernes por la noche, cuando llegué a
su casa (cada uno seguíamos con nuestra casa, aunque durmiéramos la
mitad de los días juntos), ya tenía preparada la trampa en la que me
metí de lleno. No se anduvo con rodeos. Se acababa de duchar, y se
entretenía preparando algo de cenar vestida únicamente con un finísimo
kaftán largo de seda blanca. No me dejó tocarla.
-Primero hay que comer algo, que si no, nos puede dar una pájara.
Sólo mirarla: sus pechos ingrávidos, su
silueta al trasluz, su pelo húmedo, sus brazos levantados para recogerlo
en un moño que se le desharía al siguiente minuto, sus piernas
dibujadas en la seda.
-Puedes mirarme todo lo que quieras, pero ya te avanzo que no sé si podrás tocarme esta noche.
-¿Y eso?
-Ah, sorpresa.
Una lucecita se encendió en mi mente.
-¿No pretenderás que me ponga...?
-Yo no pretendo nada. Acaba de cenar, anda.
Acabamos de cenar, llevé los platos
sucios al lavavajillas y estaba agachado colocándolos cuando sentí sus
brazos rodeándome. Me revolví inmediatamente y me pegué a su cuerpo y a
sus labios como si no hubiera más momentos, más días, más vida para
saciarme. Recorrerla por encima de la seda ya me embriagaba, pero sobre
todo quería levantar aquella tela y hacerme con su piel. Cuando quise ir
subiendo el kaftán, se apartó y me dio un golpe en la mano.
-¡Chss! ¿Dónde vas? A ver... déjame tocar... aquí... mmm... ¿quieres reventar los pantalones o qué?
-Si pasa eso me tendrás que comprar otros, porque será culpa tuya.
-Ve a desnudarte, anda, que no se te puede dejar en este estado.
Corrí al cuarto a desnudarme, y antes de
terminar de hacerlo, ella me miraba desde la puerta con su sonrisa más
pícara y las manos atrás.
Cuando terminé, avancé hacia Rebeca, pero ella me detuvo:
-No, no, no. Siéntate en la cama.
Me senté, y ella descubrió sus manos con una bolsita rosa.
-Tengo un capricho.
Estaba claro.
-No pienso ponerme ropa de mujer.
-¡Mi macho!
-Jo! Me da mucha vergüenza, Rebeca.
Ella puso pucheros.
-¿te da vergüenza de mí?
-Sí, claro. Me vas a ver ridículo.
Más pucheros.
-Quiero verte ridículo, como tú dices. Mi ridículo favorito.
Estaba vencido. Lo sabía yo y lo sabía ella, pero todavía podía intentar...
-No me hagas ponerme eso, por favor.
-No te lo vas a poner tú. Te lo voy a poner yo. Levántate y cierra los ojos.
Lo hice. Cerrar los ojos y dejar que ella hiciera era la única y efímera victoria que me quedaba.
La sentí avanzar hacia mí. Me metió la
prenda por la cabeza, luego uno de los brazos por su sitio, después el
otro, y por último la dejó caer. Sentí el roce de la seda, muy parecida a
la del kaftán que ella llevaba puesto, luego la sentí a ella, que se
abrazaba a mí y me pasaba sus manos por el cuerpo cubierto por la
combinación, hasta que una de ellas se encontró con mi polla, a la que
acariciaba por encima de la tela, mientras la otra me la metía por el
culo, y yo entonces me abracé a ella. Nos tiramos en la cama hechos un
lío y aquel día, casualidad o no, ella cabalgó sobre mí, apartando lo
justo la combinación, negra como la de la peli, para dejar al aire mi
polla, devorada sin piedad por su coño de amazona desnuda y salvaje. Se
corrió en un momento, y se apartó inmediatamente para que yo no lo
hiciera. Retardar mis orgasmos era algo habitual, muy habitual. Me bajó
la combinación y se recostó a mi lado paseando sus manos arriba y abajo
por encima de la seda, me pellizcaba y acariciaba los pezones, me metía
el dedo en culo, me besaba la polla, me restregaba la combinación en mi
ingle, mientras yo intentaba alcanzar algo de ella y ella me apartaba
las manos. Cuando le pareció bien volvió a ponerse encima de mí, se
corrió de nuevo, y después de otro rato de caricias me puso encima de
ella y metió mi picha en su coño para que nos corriéramos los dos como
salvajes, mientras, eso sí, ella no dejaba de tocarme el culo con la
combinación. Me quitó el condón y me limpió la polla con su boca, se
acostó a mi lado y apagó la lamparilla. Me moví para quitarme aquella
prenda, pero ella solo dijo:
-No.
Por primera vez en mi vida dormí con ropa de mujer puesta.
Por la mañana, quise levantarme sin despertarla, pero no fue posible. Cuando ya estaba de pie, me susurró:
-No te la quites. Quiero verte paseando
por ahí con ella, mi Brad. Y quiero también un buen desayuno en la cama.
¿Podrás hacerlo en combinación?
-Claro, mi amor.
claro que podía. En realidad, pasada la vergüenza de que me viera así, ya me daba igual. Craso error.
Cerré bien persianas y cortinas, por si había vecinos curiosos, y preparé los desayunos y fui con la bandeja a la cama.
-Dios, cómo me pone verte así. Es como si estuvieras... no sé... vestido para follar.
Y volvían los toqueteos y mi picha, claro, reaccionaba a sus palabras, a sus caricias.
-Y veo que a ti también, eh
-Ya sabes que me pone lo que te pone a ti.
Otro error. Y otra vez su mejor sonrisa.
-No metas todo esto al lavavajillas. Lávalo a mano.
-¿Y eso?
-¿No me vas a dar este capricho?
-Pues no sé...
-Porfa... ¿no te gustó lo de anoche?
-Buff...
-Te cabalgué como una amazona.
-Lo sé, lo sé.
-Pues hoy seré tu amazona, y tú mi prisionero esclavo, y esta noche volveré a hacerte muy mío.
-Me dejaré, no lo dudes.
-Pues ahora, mi prisionero esclavo... a fregar... no, espera.
Se levantó de un salto y abrió el cajón
de la mesilla. Rebuscó, sacó y puso delante de mis narices un tanga
suyo, minúsculo, con una cinta en el culo y los laterales, y un pequeño
triángulo negro de raso con encaje por delante.
-Hay que sujetar un poco eso, que hace un bulto muy feo por delante.
-rebe...
-¡Calla, prisionero! ¡Póntelo!
En realidad, ya no me importaba, delante
de ella, ya estaba en combinación. Cogí aquella prenda minúscula, y me
la puse, no tapaba la polla, claro, pero la sujetaba un poco. Y me la
había puesto yo, mientras que la combinación me la puso ella. Parecen
detalles pequeños, pero no lo son.
Cogí la bandeja y la llevé al fregadero.
Un momento después, ella estaba detrás de mi. Me puso en la cabeza un
pañuelo de raso negro, doblando en triángulo.
-Chssss, no digas nada, estás en mi
país, el país de las mujeres amazonas, aquí no hay ropa de hombre, y a
los prisioneros como tú los obligamos a llevar ropas de mujer.
Me hizo un nudo atrás, y sujetó el
pañuelo con varias horquillas. Luego añadió un delantal blanco, pequeño y
con volantes, que yo nunca le había visto.
-Friega, esclavo. Y date prisa, que tienes muchas cosas que hacer.
Y así fue, ella se pasó el día sentada,
leyendo, viendo la tele, mientras yo preparaba la comida, limpiaba la
casa de arriba a abajo, hacía la colada, tendía la ropa (para eso me
puso una bata por encima, y me quitó el pañuelo, un detalle debido
seguramente a que todavía era la segunda fase, a que todavía era su
novio o algo así), planchaba, limpiaba cristales, preparaba la cena. Con
qué ganas cenaba a su lado, pensando en lo que vendría después.
Que fue exactamente como yo esperaba. El
domingo dejé de ser su prisionero. Ella estaba feliz repitiendo cuánto
le había gustado, y que teníamos que repetirlo, y yo, que no pensaba en
todo, no podía estar más de acuerdo.
AYER
-Ve a por los aperitivos, putilla.
Me retiré a gatas, y volví con una bandeja llena de copas con martinis. Los fui repartiendo con mi mejor sonrisa.
-vuelve a la cocina, y que la criada te vaya preparando el culo. ¿Eres virgen? ¿te han dado alguna vez por el culo?
Sin levantar la cabeza, con un hilillo de voz dije:
-No, Señor, nunca me han penetrado por el culo -y todavía más bajito-: Soy Virgen.
Un coro de carcajadas.
-¡Me pido a la virgencita!
-Perdona, pero tú ya has pasado tu turno... y no creo que siga siendo virgencita cuando te vuelva a tocar.
Más carcajadas.
-Dios, y no lo he grabado bien. Que vuelva a decirlo, pero... con un velo, o un pañuelo.
-Ve a por un pañuelo y unas horquillas para la virgencita -le dijo el Señor a su esclava.
Esta volvió al momento con un pañuelo de
seda azul, que me puso en la cabeza sin doblarlo, como si fuera un
velo, y lo sujetó con las horquillas a los lados. Me caía sobre los
hombros, la espalda y el pecho, como una melena azul, como un velo.
-Muy bien. Levanta la cabeza con esa
sonrisa de estar deseándolo. Genial. Y repítelo para que pueda grabarlo
en primer plano: soy una virgen y estoy deseando que me desvirguen el
culo. Acariciándote los pezones.
Tenía que hacerlo bien, me esforzaba por hacerlo bien, para salir de allí entero, aunque me follaran por todas partes.
Aparté un poco los extremos del pañuelo
del pecho, y me acaricié los pezones que quedaban justo encima del
corsé. Puse cara de viciosa, o lo que yo pensabas que sería algo así, y
mirando de frente a la cámara -¡mirando de frente a la cámara!-, repetí:
-Soy una virgen, y estoy deseando dejar de serlo, quiero que me follen este culo de virgencita.
-Genial. Ve, ve a la cocina y que te
prepare el culo. Vuelves para acá sin esperar a nada, a gatas, mirando a
tu alrededor, buscando a alguien que quiera desvirgarte el culo,
deseándolo, y te plantas en el medio del salón, de rodillas y sobándote
los pezones, así, como ahora, esperando... o pidiendo como te parezca...
Volví a la cocina, que parecía mi camerino. Miré a la criada me esperaba con un tubo de alguna crema en la mano.
-Inclínate mirando para allá, jajaja,
que es como te van a dejar. Virgen! ¡Hala, a cumplir! -me había llenado
el culo de crema, y me dio un azote con la mano, empujándome hacia la
puerta.
Ya estaba a cuatro patas, con mi culo
apenas cubierto por la minifaldita de raso del corsé, cuando me paró de
nuevo. Se agachó frente a mí, me apartó el pañuelo, y me pintó los
labios con una carmín rosa.
-Te los pintaría de rojo, pero eres una virgen, recatada y tímida.
Caminé a gatas. Sentía la faldita en el
culo y el velo en los hombros y la espalda. Levanté la cabeza al llegar
al salón, entreabrí los labios, me los repasé con la lengua. Miré a los
señores, nadie se movía, uno grababa todo, seguí hasta el centro del
salón, me incorporé hasta quedar de rodillas y llevé mis manos a los
pezones. Los acaricié con la boca entreabierta y gimiendo. La cámara se
plantó a un metro escaso de mi cara. Me recorría todo el cuerpo, desde
la faldita que rozaba mis muslos, los pezones que acariciaba con mis
manos, mi cara... mi cara con el velo, mi boca pintada de rosa gimiendo.
¿Qué más tenía que hacer? ¿Qué más querían para no colgarme y azotarme?
Me incliné, hasta que el velo rozaba el
suelo, y llevé mis manos al culo, separé las nalgas, le enseñé mi culo a
la cámara, y fui girando para ofrecérselo a los señores, moviéndolo de
lado a lado. cuando completé la vuelta, volví a ponerme de rodillas,
rendondeé los labios, y me gané algunas carcajadas.
-Dime, virgencita, qué quieres.
-Quiero que me follen por el culo, que me penetren, quiero dejar de ser virgen.
-Va a ser verdad. Ven, acércate.
El señor estaba sentado en un sofá y entre sus piernas, de rodillas, su sumisa le chupaba el pene despacio.
-Aparta, puta!
De un empujón la tiró al centro del salón.
-Ven acá, virgencita. Así, levántate,
entre mis piernas, ahora inclínate y pon las manos en el sofá, a mis
lados. Muy bien. Inclínate más, más, hasta que tengas mi polla en tu
boca, así, y ahora chupa muy despacito, muy despacito, que no quiero
correrme. No sé si pareces una virgen o una monja, con ese velo, pero
qué bien lo haces, sigue así, despacio...
Despacito, pero hasta la garganta, recorría apenas centímetros con mi lengua, y la sacaba y la metía lo mínimo.
-Ya no gimes de deseo, eh, claro, que tienes la boca llena, jajaja
Pero me vi, me vi desde fuera,
inclinada, con su polla en mi boca y mi culo... alguien metió algo en mi
culo, algo pequeño, con un pañuelo anudado al final, que se quedó
colgando y rozándome.
-Mueve el culete, que se note lo feliz que estás por lo que va a pasar.
Moví el culo, sintiendo el roce del pañuelo en mi piel, y entonces me di cuenta de que yo también empezaba a mojarme.
-Vaya vaya con la virgencita. No... se... te... ocurra... correrte.
Fue oírlo y cualquier sombra de excitación desapareció.
Y casi al mismo tiempo, alguien me quitó
lo que tenía en el culo, me separaron las nalgas y algo fuerte, grande y
duro empezó a entrar en él. Se retiró y volvió a la carga. Mi esfínter
se cerraba, y yo hacía esfuerzos por relajarlo, porque aquello iba a
entrar de cualquier manera. Lo que tenía en la boca desapareció de mi
mente y ya solo supe pensar en el culo. Lo sentía como si lo estuvieran
rompiendo, y cuando me parecía que ya estaba, empujaban más adentro, y
más. Estaba seguro de que iba a echar un chorro de sangre, de que iba a
tener que ir al médico, de que aquello.... y todavía empujaba más, y
cuando ya sentía los huevos y las piernas contra mi cuerpo, cuando ya
estaba claro que no podía entrar más porque no había más polla que
meter, entonces empezó a moverse adelante y atrás, con más recorrido
cada vez. en algún momento podía reconocer algún conato de placer, pero
el dolor podía con todo.
Hasta que estalló dentro de mí, se apretó contra mi culo con furia, y con la misma furia descargó todo lo descargable.
Sin sacar su polla tiró de mí hacia
arriba, hasta ponerme de pie. entonces la sacó. el que estaba sentado
delante de mí se levantó y cambiaron sus posiciones.
-A ver qué tal la limpias, bonita,
Me incliné, puse las manos a los lados, y
metí su polla sucia de leche y de mi mierda en mi boca. el sabor fue
horrible, pero apenas me dio tiempo a pensarlo porque de inmediato tenía
otra picha dentro de mi culo, incrustada hasta el final de una
embestida que me habría hecho gritar si no hubiera tenido la boca
taponada. Y sin pausa, en un mete y saca frenético, se corrió dentro de
mí.
Al momento se salió, se sentó al lado del otro:
-Limpia, limpia y besa estos hermosos
instrumentos que te han transformado de virgen en puta. Y que se sienta y
se vea lo feliz que te ha hecho esa transformación.
Con mi mejor cara de viciosa limpié y
relamí las dos pollas hasta dejarlas casi relucientes. A cambio de ello,
volvieron a meterme lo que luego supe que era un tampón en el culo, con
el pañuelo colgando de la cuerdecilla.
-Yo creo que ya es hora de comer. A mover la cola por el pasillo mientras nos sirves.
ANTES
Durante la semana, volvimos a la rutina habitual, pero el viernes me llegó un wasap al móvil:
"¿me ayudas esta tarde un poco en casa? Está todo sin hacer y será más divertido hacerlo juntos"
"Claro, le dije. ¿la amazona necesita un prisionero que la ayude?" A veces parecía tan tonto!
"Sí, sería genial"
Yo pensaba que el juego del sábado había
terminado. Y que ese viernes sencillamente compartiríamos las tareas
antes de salir por ahí o lo que fuera. La sorpresa que me llevé fue de
entrada incluso muy agradable, porque la vi con ganas de jugar: me
esperaba en mitad del salón, radiante, sonriente, la melena suelta...y
en bikini y con una fusta en las manos.
-¡Has hecho esperar a tu dueña amazona, esclavo!
¡cómo creerse que nada de eso fuera en
serio viendo su sonrisa!. Mi picha se puso a cien. Fui a pedir perdón,
pero me calló con un gesto.
-El castigo para tu retraso será que no
puedes decir nada, no puedes hablar. Solo obedecer. O probarás mi fusta
en tus carnes, esclavo. ¡Desnúdate!
Por seguir su juego, me desnudé de inmediato.
-¡Ponte tu ropa de trabajo!
Me tiró la combinación, que me puse sin rechistar, el tanga, el pañuelo, que me costó un poco más ponerme, y el delantal.
-Empieza por la cocina, esclavo, que debe tener todavía restos de lo que cenaste antesdeanoche.
Ya iba hacia la cocina, cuando me llamó.
-Un momento, vuélvete hacia mí.
Lo hice, y el flash del móvil me cegó.
-Pero...
-¡Ni una palabra, esclavo! ¿Quieres probar mi fusta de amazona?
Seguía sonriendo.
-A las amazonas nos gusta tener imágenes de nuestros esclavos. ¡A la cocina!
No me gustó un pelo que me hiciera una
foto con aquella pinta, pero no le di más importancia. Otro error,
porque yo no sabía que acababa de empezar la tercera fase.
En la primera fase me había enamorado.
En la segunda me había vestido de mujer y dado órdenes, todavía
sonrientes. Y al final de la tercera, ya no sería el prisionero esclavo
de mi novia amazona y juguetona, sino la criada de Rebeca, mi Señora.
Aquel viernes con la foto parecieron
terminar los juegos, y al poco rato, como me había dicho en el wasap,
estaba a mi lado compartiendo las tareas que acabamos en un pispás.
Luego le quité el bikini, ella me quitó el delantal y el tanga, y
disfrutamos de otra tarde memorable. La foto pasó al olvido, aunque solo
al mío. Igual que la que me hizo al día siguiente, cuando le servía el
desayuno, por supuesto en combinación. La maldita combinación que a mí
seguía sin gustarme, pero tampoco me molestaba ya. Y mejor era que fuera
así, porque no volvimos a acostarnos antes sin vestirme de su
"prisionero esclavo".
Un día, supongo que dos o tres semanas
más tarde, me llevó al Corte Inglés porque tenía que comprar algo.
Subimos a la sección de lencería femenina y fue paseando entre las
hileras de camisones, conmigo aburrido detrás, hasta que se volvió y me
susurró al oído:
-Estoy imaginándome a mi prisionero con
cualquier camisón de estos, y me empapo, me dan ganas de correr al
probador y violarlo allí mismo. Te dejaría elegirlo a ti, pero seguro
que lo haces mal.
Me quedé de piedra, pero de piedra también se quedó mi polla cuando me metió su lengua en el oído al terminar de hablar.
Cogió un camisón, y a mí con la otra mano, y me llevó hasta la caja. Le enseñó el camisón a la dependienta y le preguntó:
-¿Los probadores?
-Aquí mismo, detrás de esa puerta.
Entramos, y mientras me besaba me
desnudó a toda prisa y me puso el camisón. Era largo y de tirantes, con
encaje en el escote, rojo fuerte. Con mi camisa y los pantalones en la
mano, se apartó un poco para mirarme.
-He convertido a mi prisionero en una puta elegante, pero este camisón te queda estrecho. No te muevas.
Y salió. Salió con mi ropa en sus manos y la oí claramente decirle a la dependienta:
-Necesitamos una talla más.
¡Con mi ropa en sus manos! El camisón
por lo tanto sólo podía ser para el que se había quedado en el probador.
Aquello había llegado demasiado lejos. Cuando entró, le solté:
-¿Qué haces? ¿Estás loca? La dependienta...
Me tiró el camisón que llevaba, me tiró
mi ropa y se fue. Fui a salir detrás de ella, pero me di cuenta a tiempo
de cómo estaba vestido.
En los dos minutos que tardé en
cambiarme mis pensamientos dejaron el asuntillo de si la dependienta
sabía o imaginaba para centrarse en que Rebeca, mi Rebeca, se había ido
muy cabreada.
Así que salí del probador y, sin mirar
ni un momento a los ojos de la dependienta, dejé el camisón pequeño
sobre el mostrador, pagué el grande y me fui casi corriendo.
Por supuesto, la llamé inmediatamente, y por supuesto, me colgó. Varias veces.
Luego fueron varios wasap del tipo
"perdona, perdona, perdona, lo siento, etc", que tampoco contestó.
Cuando le dije: "voy hacia tu casa", llegó una respuesta: "no estoy
allí".
"Es igual. Te esperaré"
Tardó en contestar, seguramente el tiempo en que el cabreo se le iría pasando, porque su mensaje decía:
"Espero que por lo menos te hayas comprado tu camisón rojo".
"Sí"
"entonces puedes ir a mi casa, y me esperas con él puesto"
"ok"
"Y te haré todas las fotos que me dé la
gana, y en las posturas que yo quiera. Sé que te gusta tan poco como a
mí que eso que me has llamado"
Más "lo siento", más "perdona", y un ok final.
AYER
Llegué a la cocina a gatas, con mi velo
de virgen, aunque ya no era ninguna virgen, y con mi colita moviéndose
entre mis muslos. La criada me recibió con cara de deseo.
-Ay cómo me dejen esta tarde las
sobras!... Bueno, que hay mucho que hacer. La comida la tienes que
servir de pie. Con una profunda reverencia al servir a cada señor.
Reverencia femenina, cruzando un pie por atrás, a ver –no me salió a la
primera, pero no era difícil y enseguida hacía bonitas reverencias
femeninas, con los pies cruzados-. Ah, y si alguno te toca, nada de
apartarte, sino al contrario: facilitando y animando con el gesto y tus
movimientos. Que te pone la mano en el culo, tú aprietas el culo contra
su mano y lo mueves para que te roce. Que se vea que eres una puta
agradecida.
Con estas recomendaciones la comida
trascurrió casi como un respiro para mi cuerpo. Con ellos sentados a la
mesa del comedor, la esclava arrodillada a los pies de su señor,
comiendo lo que él le daba o le tiraba, y conmigo alrededor, sirviendo,
sonriendo, haciendo poses.
Algunas manos que se escapaban para
reconocer mi cuerpo y sobarlo, con detenimiento por mi parte, y no
porque sintiera el más mínimo placer. Esos juegos ya me parecían
inocentes después de lo que había pasado y, sobre todo, tras lo que vi
al empezar la mañana. Me tocaban en la entrepierna y se le ocurría una
gracia: "Huevos con salchicha. Tráenos en un plato estos huevos con
salchicha, a ver si a alguien le apetecen". Y yo tenía que volver de la
cocina con un platito bajo mi polla y los huevos, y se los enseñaba, uno
por uno, a todos, y a la cámara. Y todavía había quién hurgaba entre
ellos con cuchillo y tenedor y luego los dejaba.
Otro me metía el dedo en el culo, hasta
el fondo, y lo sacaba y me lo llevaba a la boca: "Prueba, prueba esta
salsa, a ver qué tal" Y yo saboreaba mi mierda, y contestaba "muy rica,
señor". O se aburrían "Bailános un poco, virgencita. Ahí, en la
presidencia, las manos en las tetas y el vientre de un lado a otro, que
se muevan de alegría esas colitas".
Yo seguía en trance, desde que llegué
por la mañana. Sólo quería salir entero de allí. Y movía mis colitas, la
polla y el pañuelo de atrás, y me acariciaba mis pechos, de lado a lado
con un garbo que ni yo me hubiera imaginado.
Terminó la comida y llegó la siesta.
Para ellos. Y para la criada, que pasó por la cocina, pintada y con un
cortísimo camisón de tirantes, e inusualmente alegre, a darme
instrucciones para fregar, limpiar y colocar, y se fue con alguno de los
señores a su siesta.
Estaba ya terminando, una larga hora
después, cuando la criada regresó, todavía en camisón, pero con una cara
mucho menos alegre. Hizo un repaso poco satisfactorio para mí.
-¡Cómo me dejaran, aprendías en un
momento! Y ahora, ¡joder!, "hazle una buena lavativa a la virgen
mientras terminamos nosotros".
Lo miré sin comprender nada. ¿Qué era eso de una lavativa? Porque la virgen, desde luego, era yo.
-¿No entiendes? Ya entenderás, porque me
da que vas a ser algo parecido a mí: una criada. Peor. Porque yo hago
esto porque quiero, porque de vez en cuando el señor se acuerda de mí.
Antes, por ejemplo, cuando me dijo "ponte uno de tus camisones bonitos y
ven a la habitación", yo encantado porque ha tenido colgada a la puta
tres días y yo creí que iba a seguir con el castigo, que la dejaría
aparte, y que yo podría tocar a mi Señor, chuparle la polla, o los pies,
o que me follaría. Y al entrar allí, ¿qué me encuentro? al señor en la
cama, con la puta en sus brazos, "vela nuestros sueños, criada, de
rodillas". Una hora de rodillas, viéndolos dormir abrazados. Hasta que
la puta se despierta, me mira, sonríe, y se pone a besar al señor, lo
desarropa, busca su polla y se la mete en la boca con la delicadeza que
ella sabe, y el señor se despierta y le acaricia el pelo, y cuando me
mira me dice: hazle una lavativa a la virgen mientras terminamos.
Me había conducido al servicio que había al lado de la cocina.
-Entra en la bañera. Esperemos no mojar nada de tu ropa. ¿Te han hecho alguna vez una lavativa?
-No. No sé qué es eso.
-te voy a llenar el intestino de agua, y después la expulsarás en ese cubo.
Todavía estaba pensando en lo que me
había dicho, cuando cogió la manguera de la ducha, y delante de mis
ojos, cambió la alcachofa por un tubito que se estrechaba al final.
-Inclínate hasta dejar el culo en pompa.
Me quitó el tampón que todavía llevaba y
me metió el tubito y abrió el grifo. Una sensación extraña, al
principio placentera, pero de inmediato dolorosa, se apoderó de mi
tripa.
-Te meteré solo un par de litros, porque no quiero que me dejes todo perdido.
entendí lo que decía cuando empecé a sentir ganas de expulsar aquello. Paró.
-Nada de cagarte antes de tiempo. Enderézate.
Al ponerme en pie tenía que concentrarme en mantener el esfínter cerrado. Me miró con algo de lástima o pena.
-Y tú vas a ser lo mismo para Rebeca.
Una criada. O peor, porque si has venido aquí chantajeado es porque no
quieres hacerlo. Yo sirvo a mi señor voluntariamente. Y luego, como
nunca me hace caso, me masturbo una y otra vez soñando con volver a
servirlo, o con que él me haga algún caso. Pero tú, ¿con qué vas a
soñar? Es más, seguro que Rebeca ni siquiera te deja masturbarte,
jajaja. Y no lo harías soñando con esto, no hay más que verte la cara.
Lo que mi cara decía era que se me iba a escapar lo que tenía allí, y no quería, no quería.
La criada colocó un cubo detrás de mí.
-Recógete la falda y siéntate bien, porque eso salpica mucho. Y ya puedes vaciarte.
Me senté en el cubo y de inmediato, y
sin control, empecé a expulsar agua con una presión totalmente
inesperada. Un chorro, otro, otro, y luego no sólo agua, sino heces
mezcladas con el líquido. Y cuando ya creía haber terminado, más
líquido, más mierda.
-Empuja y acaba, vamos.
Ya no salía más. Me levanté y la criada,
con una esponja, me limpió el culo, dejándola después en el cubo. Lo
miré. Agua marrón oscura, con mierda flotando, y la esponja que acababa
de usar.
-¿Viste esta mañana a la puta colgada?
-Sí.
-Pues antes le hice dos lavativas de
cuatro litros cada una. Todo quedó en un cubo como éste, y ese es el
único alimento que se le dio mientras estuvo allí. Con una esponja como
esa, bien empapada, se la metía en la boca para que bebiera.
¡Además de los latigazos!
-¿quieres probarla?
-No, por favor.
-jajajaja. Vamos, sal de ahí y vuelve a la cocina. El Señor no tardará.
ANTES
Llegué a su casa, me desnudé y me puse el puñetero camisón rojo.
Me miré en el espejo. Me veía ridículo,
un hombre con un camisón. Horrible. Era la primera vez que me vestía así
en solitario, sin ella. Tristísima figura. No había excitación alguna.
Cuando llegó, empecé a animarme porque
su cara ya no era la que recordaba cuando abandonó el probador. Había
algo parecido a una sonrisa. Se le había pasado el enfado, o algo así.
Quise ir a abrazarla, pero no me dejó:
-Quieto. Y ni una palabra. Sólo obedece.
Sacó el móvil y empezaron las fotos.
-Sabes, seguro que las amazonas
castraban a sus prisioneros para convertirlos en esclavas. Tranquilo, yo
no te voy a castrar, jajaja, al menos literalmente. Levántate el
camisón, que se te vea la mierda de picha que tienes cuando me haces
enfadar. ¿ves? Ahora enséñame tu culo, así. Muy bien. Déjalo caer y
acaríciate los pezones por encima de la tela. Pon cara de estar deseando
que te follen. Más viciosa. Genial. Deja una mano en las tetillas y con
la otra acaríciate la picha. Ponte el pañuelo en la cabeza, ya sabes
cómo. Abre bien los brazos mientras te lo pones, que parezca que haces
algo seductor. Las horquillas, en la boca, y las vas cogiendo para
sujetar el pañuelo. Qué bien. Ahora vete a la cama. túmbate, seductora.
Tócate la picha mientras con la otra mano me indicas que me acerque. Muy
bien. Tienes que ser una puta. Túmbate boca arriba, las piernas y los
brazos bien abiertos.
Dejó un momento el móvil y sacó de un
cajón unas cintas con las que fue atándome los tobillos y las muñecas a
las patas de la cama. Después me ató un pañuelo en la base de la polla,
con todas sus fuerzas. Me bajó el camisón hasta donde pudo con mis
piernas abiertas y se sentó a mi lado.
-Tu castigo no ha terminado, prisionero
-me tocaba la picha, que reaccionó de inmediato-. Así que me vas a
esperar aquí, sin moverte, jeje. Cuando salí tan enfadada del Corte
llamé a S para tomar algo, así que voy a salir.
-¿Qué? No puedes...
Me tapó la boca con la mano.
-Si dices una palabra más, te amordazaré
-apartó la mano y acercó su boca a la mía, me rozó los labios con su
lengua-. Tú espérame aquí, que luego seguiré con el castigo. A no ser
que S quiera venir aquí a tomar el café.
No dije nada, pero abrí los ojos desmesuradamente e intenté tirar de las ligaduras, pero lo había hecho realmente bien.
-Jajajaja. Ahora te sientes prisionero de verdad. Piensa en eso, mientras vuelvo.
Y se fue, dejándome solo, en camisón,
con el pañuelo en la cabeza, el otro en la picha, y atado de pies y
manos. Muy bien atado. ¿Y si volvía con S y me veía así? No, pensaba, no
sería capaz. Este es nuestro juego, solo nuestro.
O eso pensaba yo, porque no me daba
cuenta que ya no era solo un juego, que estaba prisionero de verdad, y
eso que me lo había dicho. Y ahora sé que incluso utilizaba ese término,
prisionero, para engañarme, para que siguiera creyendo en el juego,
porque en cuanto consideró que me tenía ya, en sus manos, dejó de
usarlo, para ser solo esclava, o criada.
No sé cuánto tardó en volver. Muchísimo, según mi percepción.
-Hola, esclavo prisionero. Espero que
hayas estado a gusto. S me ha dado recuerdos para ti, y cuando le dije
que estabas en la cama, atado y en camisón, no se lo quería creer -ni
yo, no podía creerme lo que estaba diciendo-, así que he pensado
mandarle una foto. Y la haré desde tu móvil.
-Pero, pero... no puedes hacer eso, ¿qué va a pensar?
-jajaja, si no fuera a soltarte, tendría que amordazarte.
Subió el camisón lo suficiente para que
se me viera la picha atada con el pañuelo, y me hizo la foto, y empezó a
trastear en el móvil.
-No, por favor, por favor, Rebeca.
-No sé por qué protestas, porque en
realidad es peor para mí. Se va a dar cuenta de qué clase de novio
tengo, pero qué se le va a hacer. ¡Ya está!
-Diossss
Entonces sonó su móvil. Un mesaje, una foto, ¡una broma!
-Oh, me he equivocado, jajjajajaja.
Respiré aliviado. Y ella fue desatándome.
-¿Quieres el resto del castigo, o prefieres irte ya a tu casa?
¿Irme a casa? ¿Sin sexo? Nunca había pasado eso.
-El resto del castigo, Rebe, por favor.
-Pues levántate. Junta las muñecas.
Me las ató con un pañuelo y me llevó frente al canto de la puerta abierta.
-Ponte de puntillas y levanta los brazos, hasta que el pañuelo quede encima de la puerta.
Quedé prácticamente colgado, con la polla contra el canto de la puerta. Y hubo más fotos, claro.
-Y ahora vas, por fin, a probar la
fusta. No te dolerá, mi prisionero, porque lo haremos por encima del
camisón, en tu culito. Puedes quejarte como la nenaza que eres así
vestida, pero sin gritos.
¡Me iba a pegar con una fusta! No se me
ocurría qué decir, pero antes de pensar nada, llegaron los primeros
golpes. Y ella tenía razón, el camisón los amortiguaba, respiré
aliviado, y cuando pegó un poco más fuerte, hasta solté alguna queja,
ahhh, ahh, por participar en su juego.
-¿ves? No ha sido nada, pero la próxima vez será sin camisón.
Me ayudó a descolgarme y, sin desatarme
las manos, me hizo arrodillarme frente a ella, sentada en la cama. Se
levantó la falda. No llevaba bragas.
-chupa, que me has calentado mucho.
Chupé con entusiasmo, en la creencia de que aquello era el principio de una noche de sexo. Pero era el final.
cuando se cansó, me apartó y me desató.
-Vístete y vete a casa.
-¿Ahora? ¿Así?
-¿Tienes ganas, verdad?
-Muchas.
-Pues guárdatelas bien para cuando te llame. No se te ocurra masturbarte. vístete, vamos.
Salió de la habitación y a mí me dejó totalmente confundido, aunque todavía pensaba que todo era parte de la broma.
Salí de allí vestido.
-Adiós -me dijo sin apartar la vista de la tele.
-Adiós... -le dije.
Salí despacio, llamé al ascensor
despacio, esperé con la puerta abierta, dejé el portal despacio, y
caminé muy despacio, con el móvil en la mano, esperando una llamada que
no llegó. A cambio, volví a verme en la foto que me había hecho con mi
aparato.
AYER
El señor no tardó más que unos minutos.
-A gatas. Mueve la colita... muy bien. Te voy a quitar el velo, porque de virgen ya tienes poco.
Me quitó el pañuelo que hacía de velo en la cabeza, y me puso una cadena en el collar.
-Vamos a despertar al niño.
Caminaba delante de mí, que lo seguía a cuatro patas, como un perrito, o una perrita, con la cadena que llevaba el amo.
-Te subes a su cama para despertarlo. Le
darás tu polla para que se la coma, puede que se niegue al principio,
pero es sólo por timidez. Tú insistes, le sujetas la cabeza,
cariñosamente, e insistes hasta que te la mame un rato largo, sin
correrte. Porque después, se la sacas de la boca y le das la vuelta para
metérsela en el culo. Ya lo tendrá lubricado e igual que antes, puede
que se resista un poco, pero tú lo convences, de mejor o peor manera,
pero tienes que metérsela, le encanta. Y nada de correrte. Por último él
hará lo que quiera contigo.
Entramos en una habitación, que no
estaba a oscuras, como yo esperaba. Me soltó la cadena y avancé a gatas
hasta la cama. el señor cogió la cámara y me siguió a escasa distancia,
donde seguiría toda la sesión.
El niño... no podía ser un niño, pero sí
lo parecía, descansaba y parecía dormir. Me subí a la cama y fui
desarropándolo. estaba desnudo. Lo acaricié hasta que abrió un ojo.
Seguí, acercando mi polla a su cabeza. él se dio la vuelta para el otro
lado. Y yo detrás de él. Me sorprendía incluso que mi polla se fuera
endureciendo, y cuando empecé a rozar con mi capullo sus labios, que
cerró con fuerza, ya estaba lista para cualquier cosa. Pero no había
manera, no abría la boca. Cambié de postura para acercar mis labios a
los suyos, los humedecí y lo besé. Entreabrió su boca y se tragó mi
lengua. Eso sí le gustaba. Esperé un poquito, cambié mis labios por un
dedo que dejé en su boca, y volví con la picha. Se echó para atrás,
sujeté su cabeza con las manos, con poca fuerza, porque no hizo falta
más. Ahora sí me dejó, me dejó y se la comió, con una facilidad pasmosa
mi polla desapareció en la boca de aquel barbilampiño. Le dejé hacer, se
veía que le gustaba, y yo lo necesitaba porque no estaba seguro de
mantener la erección para el culo. Cuando vi que me acercaba
peligrosamente al orgasmo, me retiré con cuidado, le di la vuelta y lo
dejé boca abajo y fui poniéndome encima de él.
No resultó sencillo encontrar la
posición (aunque en eso no era virgen, porque sí lo había hecho por el
culo con alguna mujer), incluso él me ayudó poniendo el culo un poco en
pompa. Y cuando ya estaba listo para ir entrando, se apartó de repente.
-No, no, por favor, no me lo hagas por ahí.
Me descolocó, pero recordé lo que me había dicho el Señor.
-sí, ya verás, te va a gustar, no te resistas...
-Por favor, no me violes.
Pero mientras decía esto, había vuelto a
ponerse en su sitio. Lo agarré por la cintura y apreté un poco con mi
picha. Entró como si viviera allí, sin la más mínima dificultad, hasta
el fondo.
-ahh, me duele, no, no sigas, por favor, sácala...
-Relájate, no aprietes el culo
-apretaba, pero creo que sólo por disfrutar más, y desde luego a mi
polla la endurecía más-, enseguida terminamos.
Tenía que sacarla, porque si no, me
temía que iba a pasar lo que me habían dicho que no podía pasar. Así que
fui más despacio, y cuando él dejó de quejarse, la saqué con suavidad.
Entonces él se revolvió, me puso boca
abajo, se subió sobre mí y antes de darme cuenta, tenía su polla en mi
culo, y ahí no había delicadeza ninguna. Debía estar a punto, porque con
pocos empujones lo sentí correrse dentro de mí.
Después, me hizo sentar en la cama, con
los pies colgando, él se puso entre mis piernas, y volvió a chuparme la
polla, esta vez era lo que él quisiera, y quiso mamarme hasta que me
corrí. Guardó mi leche en su boca, me tiró para atrás, se sentó a
horcajadas en mi pecho, me hizo abrir la boca y fue vaciando la suya en
la mía. Cuando acabó, volvió a dejarme sentado y él se acostó boca abajo
sobre mis muslos.
-Pégame, pégame azotes en culo, vamos, virgencita, pega con ganas.
Fui pegándole, pero no le gustaba.
-Que me pegues de verdad, o te acordarás.
Entonces sí, empleé casi toda mi fuerza.
Y me vi, en una imagen turbadora, grabada muy de cerca por la cámara:
yo, vestido con el corsé y falda, con alguien que parecía un niño,
aunque no lo fuera, en mis muslos, y pegándole azotes en el culo.
-Ya basta -oí al Señor.
Paré de inmediato.
-Al suelo.
Prácticamente me lancé al suelo, donde quedé a cuatro patas.
-¡Criada!
Esta apareció de repente.
-Llevátela a la mazmorra y la cuelgas.
¡No! Después de todo iba a...
-Vamos, virgencita.
Pensé que colgar no significaba azotar. Tenía que seguir...
ANTES
Aquella noche apenas dormí, pensando
solo en la posibilidad, devastadora para mí, de que Rebeca pudiera
terminar conmigo. No creía que fuera a pasar por lo de aquel día, pero
sí era un principio. Porque ella había decidido mandarme a casa, algo
que yo no podría haber hecho. ¿Estaba yo más enamorado de ella que ella
de mí? Ahora sí lo sé: desde luego: yo estaba enamorado y ella,
sencillamente, no.
Además, ella ya había hecho conmigo todo
lo que tenía que hacer: me había encoñado perdidamente, me había dado
órdenes, me había atado, vestido de mujer, me había castigado y pegado,
me había hecho trabajar de chacha en su casa. Y me había hecho fotos muy
comprometidas, sólo para mí.
Solo faltaba que yo me diera cuenta de
cual era la situación real. Lo que sucedió después de varios días sin
llamarme, sin coger mis llamadas ni contestar a mis mensajes y cuando mi
desesperación era acuciante.
Primero fueron unos wasasps con fotos
mías que no me gustaría que nadie viera, en camisón en posturas obscenas
que ni me imaginaba que pudieran quedar así cuando las hizo, o
simplemente en combinación y delantal, con el pañuelo en la cabeza,
atareado con la fregona en la mano o con la bandeja del desayuno. Y
después:
"Yo también echo de menos a mi prisionera. Ven esta tarde a echarme una mano como la otra vez."
No me entretuve en pensar en detalles
como que echara de menos a la prisionera, en femenino, y no a mí, o que
su tono fuera el de ordenar. Pensaba más bien en el bikini con el que me
recibió la otra vez.
No había bikini esta vez. Me recibió en
la puerta, vestida como si acabara de llegar o fuera a irse, y me apartó
suavemente cuando quise abrazarla.
-Quieto. Has sido un pesado estos días,
con tanta llamada y tanto mensaje. Tienes mucho que hacerte perdonar.
Aquí tienes tu ropa, cámbiate.
Desapareció en el salón. Mi ropa: tanga,
combinación, pañuelo, delantal. Me vestí como ella quería y pasé. Me
esperaba con la fusta en la mano.
-¿Me has extrañado estos días?
-Muchísimo.
-No te preocupes. Si haces las cosas bien, no volverás a extrañarme.
-Las cosas... bien...
-Sí, fundamentalmente una: obedecerme.
-¿obedecerte?
-¿te has vuelto tonto o qué? ¿no sabes lo que significa eso?
-sí, pero... no entiendo.
-Sí, sí lo entiendes, y lo irás
entendiendo mejor. Yo ordeno, tú obedeces y así no me extrañarás,
seguirás viniendo por aquí, seguirás poniéndote la combinación, seguirás
siendo mi prisionera... ¿no es eso lo que quieres?
-Sigo sin entenderte bien.
-Te lo diré de otra manera: si no me
obedeces, me enfadaré otra vez, pasarás días sin verme y te castigaré.
Te puedo atar, te puedo pegar, o puedo... mandar algunas fotos a algunos
amigos. Y no tengo ganas de seguir hablando, que me tengo que ir. Te
quedas aquí y no tengo que decirte lo que hay que hacer. Luego nos
vemos. Ah, la fusta... esto es por si no cumples bien con tu trabajo.
Ahora, mientras friegas y limpias, y no se olvide la plancha, piensa,
piensa. Adiós.
Lo peor, con todo lo que había dicho,
era que en la última imagen que me quedó de ella no aparecía la sonrisa
que me había llevado a donde estaba.
Como ella decía, se pensaba mucho
mientras se fregaban los platos de otro, de otra, o se planchaba su
ropa. Y empezó a pasar por mi cabeza la realidad escueta en la que me
había metido. ¿Cuántas veces había hecho las tareas en casa de Rebe?
Muchas, casi siempre con ella, cierto, aunque últimamente... ¿y cuántas
las habíamos hecho en mi casa? quizá alguna vez, al principio, pero ya
ni me acordaba. Pero también pensaba en las veces que habíamos follado, y
no me cabía en la cabeza que esto dejara de pasar. Porque si fuéramos a
dejar la relación, ¿para qué llamarme y tenerme allí? ¿sólo para
limpiar y tender la ropa? Eso tampoco me cuadraba nada. Lo más fácil, lo
que me dictaba mi sentido común, es que siguiera enfadada, lo que
también era para tomar nota, pero ¿tan enfadada como para mandar esas
fotos? No podía ser.
Por si acaso, y en la confianza de agradarle y terminar con eso, me esmeré en lo que hacía.
Estaba terminando con la plancha cuando
ella llegó. No me dijo nada y yo tampoco me atreví a decir nada. Hizo un
repaso por la casa y me llamó al salón.
-está bien, veo que te has esforzado y
me gusta. Es una gozada salir a tomar algo y volver a casa y que esté de
punta en blanco. Te daría las gracias, pero no ha lugar, porque ese es
tu deber. ¿te lo has pasado bien trabajando para mí?
-Rebeca, tenemos que hablar de esto. Si sigues enfadada...
-calla, qué dices,¿enfadada? en
absoluto. ¿cómo voy a estar enfadada si vuelvo a casa y mi prisionera ha
hecho los deberes con primor?
-entonces...
-Entonces nada. Te irás dando cuenta de que nuestra relación ha cambiado un poco, pero todo es cuestión de que te acostumbres.
-¿Acostumbrarme a qué?
-¿Otra vez? Mira que te cuesta.
Acostumbrarte a obedecerme sin rechistar. Y a ser castigada cuando no lo
hagas perfectamente. Vaya, a veces me sale el femenino, pero bueno,
viéndote así es normal. Por ejemplo, hoy lo has hecho muy bien, pero no
perfecto. Yo tenía un interés especial en que quedara todo planchado, y
no has terminado. Tendré que castigarte. Así que date la vuelta e
inclínate.
-No, no creo que...
-¿a qué amigo común quieres que le mande
una foto? Vamos, Andrés, no es para tanto. Ya sé que estás muy encoñada
conmigo, precisamente a eso me he dedicado estos meses: a encoñarte.
Pero hay que saber cuándo se termina. Y lo nuestro se está terminando.
Ahora estoy jugando contigo, es cierto, pero puedo ser muy cruel. ¿Qué
sería lo peor que podría hacerte? ¿Publicar en el instituto el enlace a
la página donde están colgadas todas tus fotos? Pues lo haré. supongo
que te costaría, pero podrías encontrar alguna explicación, alguna
performance, un carnaval... lo que sea, pero reconocerás conmigo que el
pitorreo iba a ser la hostia. Te aseguro que es mejor no enfadarme.
Estaba tan asombrado que no podía decir nada.
-¿No es mejor terminar como amigos? Me
enseñas el culo, te doy con la fusta y te vas a casa con el culo rojo. Y
cuando vuelva a llamarte, y a lo mejor eso ni sucede, pues ya sabes:
obedecer con todas tus ganas. Y si quieres, míralo por el lado positivo:
si sigues conmigo, aunque sea así, puedes volverme a enamorar, como
hace cuatro años, entonces sí estaba enamorada, y me hiciste mucho más
daño del que yo te voy a hacer ahora. Y no digas nada más, estoy cansada
y no quiero conversaciones largas. Date la vuelta, inclínate y súbete
la combinación. No hace falta que te bajes el tanga, total, esa tirilla
no va a estorbarnos.
En mi cabeza todo daba vueltas, y opté,
de momento, por lo más sencillo. Me di la vuelta, me incliné como si
fuera a jugar a la pídola, y me levanté la combinación con las manos.
Rebeca se puso a mi lado, oí vibrar la fusta y chocar contra mi culo. Me
esperaba algo peor. Fueron diez fustazos, cada uno más fuerte que el
anterior, pero aguantables. Lo peor no eran los golpes. Lo peor era
estar inclinado, recoger la combinación y poner el culo para recibir un
castigo.
-¿Ves? Ha sido fácil.Ya puedes cambiarte, aunque... Trae los calzoncillos que llevabas puestos.
Fui a por ellos, extrañando por su petición. Por su orden, más bien.
-Extiéndelos delante de mí.
Con unas tijeras que llevaba en la mano fue cortándolos hasta dejarlos inservibles.
-Como ves, no te puedes poner esta
prenda. Te irás con el tanga puesto. Y en casa, a dormir con el camisón
que te llevarás colgadito del brazo, para que no se arrugue. Tendremos
que ir retocando tu vestuario hasta que sea el adecuado para lo que
eres: Mi encoñada... no sé... ¿criada?. ¿No te parece?
No supe que contestar.
-¿Te has quedado mudo?
-No, digo sí. Perdona, Rebe, es que...
-Y ese lenguaje también. Ya no soy Rebe, ni Rebeca, ni amor. Soy Señora. Tu Señora. A ver, dilo.
-Mi Señora.
-Muy bien. Tira ese trapo a la basura,
vístete y vete. Ya te llamaré. Mientras esperas, estos son tus deberes:
De tu casa deben desaparecer esta misma noche, cuando llegues, todos los
calzoncillos y todos los pijamas de hombre que tengas, no sea que se me
ocurra visitarte mañana temprano y vea algo de eso. Volveremos al Corte
Inglés a por más camisones y algunas braguitas para mi criada. Seguro
que ahora te portas mejor en el vestuario. Adiós.
Volví a casa flotando, y no precisamente
de felicidad. Además de con mucha prisa y vergüenza de que alguien me
viera con el camisón colgando del brazo.
Tres cosas se me habían quedado
clavadas: había dedicado esos meses a encoñarme, según sus palabras,
ahora quería que fuera su criada, y mi ropa interior tenía que ser
siempre femenina. Y todo para vengarse del desplante de hacía unos años.
Y las cosas, de pronto, empezaban a cuadrar.
Me di cuenta, con inmensa tristeza, que
había caído en manos de alguien que me odiaba. Tenía fotos con las que
chantajearme, y en vez de pedirme dinero, había decidido humillarme,
convertirme en su criada. Cogí todos mis calzoncillos y el par de
pijamas que tenía, y los bajé al contenedor de la basura.
Y mientras hacía todo eso, mientras me
ponía el camisón rojo y volvía a mirarme en el espejo, fui haciéndome a
la idea de que eso no podía durar. Y mientras durara... bueno, podía ser
peor. Iba a pagar con mi trabajo de criada lo que le hubiera hecho
antes. Pero bueno, terminaría y seguiría bien. ¿Qué podía durar? ¿Unas
semanas, algún mes? Nadie me vería en camisón, y tendría cuidado de que
no se viera la cinturilla de las bragas por encima de los pantalones. Al
fin y al cabo, yo no era de esos jovencitos que les gusta enseñar casi
todo el calzoncillo kalvin klein.
Me acosté casi contento pensando que
bueno, que la ventaja de esto es que no había sufrido al terminar con
rebeca, sino que era más bien un alivio, aunque tuviera que verla
algunas veces más. Y a lo mejor ni la veía. En adelante, me prometí,
nunca, nada de ropas raras, nada de juegos especiales y, sobre todo,
nada de fotos.
AYER
La criada me puso de nuevo la cadena, y tiró de ella, me bajó al sótano, entramos en la mazmorra.
-A mí me puedes rogar, jajaja, aunque te va a dar igual. Ponte de pie y desnúdate.
Hice lo que me ordenaba.
-Por favor, no me azotes.
-¿Yo? No se me ocurriría sin órdenes del señor. Además, azotar a mí no me pone. Ponte aquí y levanta los brazos.
Al momento sentí que tiraba de mis
brazos hacia arriba, hasta sujetarlos con unas esposas y tirar de ellas
hasta quedar colgado, tocando el suelo con la punta de los dedos.
-Esperarás aquí a Rebeca, y ella decidirá cómo será el castigo. De vez en cuando, vendré a darte de beber. Ya sabes qué.
Allí estaba el cubo, con la esponja flotando entre otras muchas cosas. Se puso un guante de goma y la cogió.
-Abre la boca.
-Por favor...
-creo que lo has hecho muy bien. ¿Quieres estropearlo ahora, con una criada?
Abrí la boca, y me la metió. Sentí unas arcadas horribles, pero la esponja era además un tapón.
-Aguanta, que a todo se acostumbra uno.
Cuando notes que va dejando de saberte a mierda, no te preocupes, que
vendré enseguida a renovarla, jajja.
Me puso una capucha como la que tenía la
puta colgada por la mañana, y desapareció. Sentí cerrarse la puerta, y
luego el silencio.
Y la esponja en la boca, chorreando mierda, y lo que había dejado en mi nariz cuando me "limpió" con ella la cara.
Y el dolor en las muñecas, y el tirón en las piernas.
Pero sobre todo, el miedo. Miedo por
estar en manos de otra gente. Miedo porque, aunque yo quisiera, no podía
irme. Y no era una imposibilidad moral o metafísica, o una
imposibilidad motivada por otras circunstancias que la impusieran. El
miedo era físico, temblaba de miedo, ya no tanto por los latigazos que
vendrían, sino porque otras personas harían conmigo lo que quisieran, y
yo, atada, inmovilizada, no lo podría impedir.
Y miedo a empeorar, a que se cayera la
esponja, a que se olvidaran de mí y me quedara allí varios días, a que
se acordaran de mí y bajaran a azotarme...
Empecé a llorar. Era verdad lo que había
dicho la criada: yo había ido voluntariamente, chantajeada, sí, pero
podía elegir, y había elegido ir allí. Pero en ese momento ya no era
voluntario. No podía decir "hasta aquí hemos llegado, me voy y que pase
lo que tenga que pasar".
Relajarme, pensé, lo que tengo que hacer
es relajarme, no torturarme más, Rebeca vendrá, le dirán lo bien que me
he portado, me llevará y seré su criada de vez en cuando...
Tenía que hacer grandes esfuerzos para
tranquilizarme, y todos eran valdíos cuando me llegaba otra crisis:
quería irme!!! y no era libre de hacerlo.
La que volvió al cabo de un rato fue la criada. Antes de quitarme la esponja me avisó:
-Si dices algo, lo que sea, te pondré la esponja con más mierda y la mordaza de bola sobre ella.
Me callé como un muerto, me quitó la
esponja de la boca con su guante de goma, y con ella llena del agua que
había salido de mi culo, me restregó la cara varias veces, volvió a
introducirla en el cubo para empaparla bien de nuevo, y me la metió en
la boca. Bajó la capucha y se fue.
Tres días habían tenido así a la
putilla. Tres días!! Pero yo... yo... tenía que trabajar el lunes...
podían tenerme allí el domingo entero, y dos noches... no... podían
tenerme lo que quisieran, yo estaba atado, no podía irme aunque
quisiera, que quería...
Todavía pasó la criada otras dos veces a
renovarme el "alimento", antes de que me quitara la capucha y la
esponja, me pusiera la mordaza de bola y me lavara con una manguera. Me
secó y entonces vi con pavor que cogía un látigo.
-Te has portado muy bien, virgencita.
Pero yo también, y me he ganado un premio: darte un latigazo. Sólo uno,
eso es la lástima, pero bastará para que pruebes lo que te puede pasar
si tienes que venir a ser castigada. ¿Preparada?
No, no estaba preparada, no era justo,
no... ZZZAAASSSSS!!!!... una quemadura brutal recorrió mi culo de lado a
lado, todos mis músculos se tensaron y quise gritar...
-¿Te imaginas lo que será recibir 20, 50
de estos? Yo los he probado, y te aseguro que al segundo o tercero no
hay placer masoquista alguno. Ya te puedes portar bien para que Rebeca
no quiera castigarte. Mejor dicho, más que bien, para que cuando ella
esté cabreada por otra cosa, no la pague contigo. Y te hablo con
experiencia de sumiso, de sumiso que suspira por la atención de su amo,
aunque sea para castigarle.
El señor y la puta entraron en la mazmorra. La criada se quedó inmóvil, con la cabeza inclinada.
-Y ahora, la última prueba -dijo el
señor-. Vas a cerrar los ojos, y vas a ser absolutamente sumiso. Harás
lo que te vaya indicando mi putilla, sin dudar, sin la más mínima
resistencia. Si no lo haces así, o si te veo abrir un ojo, o
entreabrirlo, o si tengo dudas, virgencita, me enfadaré mucho contigo, y
te quedarás aquí otro día. Y no será tan divertido como este.
Cerré los ojos con fuerza. La puta se
puso detrás de mí y me soltó las manos de la cadena, para esposármelas a
la espalda. Me agarró de un brazo y salimos de la mazmorra. Pero en vez
de girar hacia la escalera de siempre, lo hicimos hacia el otro lado.
Nos detuvimos. Oí que alguna especie de puerta de corría.
Me empujó ligeramente hacia delante. Había un escalón, y luego otro.
-de rodillas, virgencita, con la cabeza bien inclinada, vas a entrar en la cajita.
Me puse de rodillas, ella empujó mi
cabeza todavía más hacia abajo y luego me empujó por el culo hacia
adelante. Avancé, así doblado, a un espacio pequeñísimo. Me rozaban
paredes por todos los lados, y la cabeza rozaba el techo.
-Gírate, para quedar de lado, si no, no vas a caber.
Empujó mis pies hacia un lado, para que entraran en aquella "cajita". Y luego empujó todo mi cuerpo contra el fondo.
-Ya está lista, Señor.
Y la "cajita", de repente, empezó a moverse, a ascender lentamente. Y unos momentos después, paró. Oí la voz del señor:
-Ya puedes abrir los ojos, virgencita. ¡Para lo que te va a servir! Y relájate, que no sabemos el tiempo que permanecerás ahí.
Los abrí y parecía que siguieran
cerrados. La oscuridad era total. Por lo que notaba alrededor, sabía que
estaba en un cajón, un cajón que ascendía, supuse que un pequeño
ascensor de esos que se utilizan para subir y bajar cosas en
restaurantes con varios niveles. Muy pequeño, muy incómodo, más al tener
las manos esposadas a la espalda. Y lo habían parado en la mitad, entre
piso y piso, de forma que tenía seis paredes a mi alrededor. De
inmediato, empezó a dolerme todo el cuerpo por la postura, y a sentir
que faltaba el aire, que no iba a salir de allí en horas y que no podría
aguantar.
La sensación de antes, de estar
prisionera de otras personas, ahora parecía incluso liberadora. Allí
tenía aire, allí veía... aquí... aquí me iba a volver loca. Quise
moverme, pero solo conseguí empeorar mi postura, más incomodidad, más
dolor. Relajarme, tenía que relajarme o me pondría a gritar, y no podía
gritar con la mordaza.
Me tranquilicé. Respiré más despacio.
Era una prueba, lo había dicho el Señor, respiré, y era una prueba
física, humillante, porque me movían en un cajón para cosas, pero era
una prueba más, otra que se quedaría en aquella casa cuando saliera con
Rebeca, respiré, era como estar colgada, como recibir un latigazo, sólo
me enseñaban lo que me pasaría si no lo hacía bien, respiré despacio,
estaba completamente decidida a obedecer a Rebeca en todo, en todo,
cualquier cosa menos volver a aquella casa del terror, respiré despacio,
si no pensaba en mi cuerpo, no me dolía, no tenía la necesidad de
estirarme, pensar en otra cosa, en Rebeca, en la felicidad de estar en
su casa, con mi combinación, con mi pañuelo en la cabeza, limpiando,
fregando...
La caja, con un pequeño tirón, volvió a ponerse en marcha, a subir. Cerré los ojos, por si acaso. cuando paró, oí a la criada:
-jajaja, puedes abrir los ojos, hombre.
Lo hice, y la vi recortada en el
cuadrado de luz que era la salida. Mi primer impulso fue tirarme por
allí, pero esperé. Ella me agarró de un brazo y me ayudó a salir. Me
pude poner en pie sin dificultad. Seguro que no había estado más que
unos minutos allí dentro.
Allí mismo, me volvió a poner el pañuelo
que había llevado todo el día como velo. En aquellos momentos, era todo
lo que llevaba. Desnuda, amordazada, con las manos esposadas a la
espalda, y el velo en la cabeza, me llevó al salón. ¡Qué alegría sentí
al ver a Rebeca! Y eso que era ella la que me había llevado allí, y la
que me había dejado allí.
Me colocó delante de todos, que estaban
sentados en sofás y sillones. Me quitó las esposas, pero mantuve mis
manos atrás, y la mordaza. Luego ella, la criada, se puso a mi lado,
también con las manos atrás y la cabeza inclinada.
ANTES
Al día siguiente, a media mañana quedó claro que de no volver a verla, nada de nada.
Me tuve que ir a trabajar con el tanga,
claro. Sentía la tira rozarme el culo, lo que podría haber sido
excitante en otras circunstancias. Llevaba la camisa bien remetida en el
pantalón, y una chaqueta, y así y todo no dejaba de pensar que pasaría
si alguien se daba cuenta. Esa preocupación pasó enseguida a una segundo
plano, cuando llegó su wasap:
"Esclavita: esta tarde pasaré por tu
casa a buscarte. Cómo no sé a qué hora será, me esperas de rodillas, sin
apoyar tu culito, y en tanga frente a la puerta de entrada desde las
tres."
¿Podía no hacerlo? Podía, claro que
podía negarme, y al día siguiente, cuando llegara al instituto todo
sería risas y caras de estupor a mi alrededor, fotos imprimidas por
todas partes y alguna llamada rápida del director o de inspección. No
podía.
Así que salí volando del instituto, comí
corriendo, me desnudé, menos el tanga, y me puse de rodillas frente a
la puerta de entrada. Rebeca tenía llave, y estaba seguro de que no
llamaría, así que no podía correr el riesgo de que no me encontrara
allí. Por lo menos podía sentarme sobre mis tobillos, pero eso se hizo
también doloroso con el paso del tiempo. A las cinco estaba seguro de
que me iba a tener así toda la tarde y que no aparecería. Pero seguí
allí de rodillas.
E hice bien. A las seis abrió con su llave y se me quedó mirando.
-Buenas tardes... -le dije.
-¡Señora!
-Buenas tardes, Señora.
-Y no me mires a la cara. La cabeza siempre inclinada. Di la verdad, criada: ¿te has apoyado en algún momento?
La verdad.
-Sí, Señora, un poco.
Se fue a la cocina y volvió con un gran cucharón de madera.
-De pie, esclava. E inclínate como ayer para recibir tu castigo.
Uno, dos, tres.... fui contando los
golpes, pero dejé de hacerlo cuando iba por treinta y tantos. el
cucharón no dolía como la fusta, al principio, pero cuando los azotes
iban cayendo sobre la carne maltratada... empecé a gemir de dolor en
cada golpe, y ella a dar más fuerte.
-La obediencia es fundamental, ya lo
sabes. Tendré que castigarte con más dureza si no lo aprendes bien.
Vístete, que nos vamos de compras. Por la calle siempre detrás de mí, a
unos diez pasos.
Volvimos a la sección de lencería del
Corte Inglés. Allí me hizo una seña para que me acercara. Tenía un
camisón en la mano, que me entregó.
Nos dirigimos a los probadores. Tras la
puerta general estaba la encargada, y varias cabinas que cerraban con
cortinas. Me señaló una de ellas, a donde pasé. Ella cerró la cortina
dejando un hueco, donde se quedó. La encargada debía de estar viéndola,
pero evidentemente le daba igual, o peor, eso era lo que quería. El
camisón era de raso, de color salmón, corto, de tirantes y sin adornos.
Y, como era de esperar, me quedaba pequeño. Me lo pidió y desde allí
mismo llamó a la encargada de los probadores, a la que le dio el
camisón.
-¿me puede traer una talla más, por favor?
Todo eso ya lo había vivido. La otra vez
con asombro y mucho morbo, hasta que se estropeó al final. Ahora solo
quedaba vergüenza. Además, la prenda que trajo la dependienta tampoco me
valía. La dependienta le dijo que no quedaban tallas más grandes en ese
color, y Rebeca se fue con ella en busca de otro, que al fin resultó
igual, pero de color rosa.
Con el camisón ya en la caja, Rebeca dio un paso más en mi humillación casi pública:
-Vete a por bragas a aquel expositor, donde están rebajadas. Te coges varias, y que sean bien femeninas.
Como si las bragas pudieran ser otra cosa que femeninas.
En realidad, ahora veo que ella cuidaba
todavía ese detalle, el de la humillación, para que no fuera pública del
todo. Todavía la mantenía en privado, aunque hubiera momentos
equívocos. Mi degradación no había llegado al fondo.
Volví a la caja donde esperaba Rebeca,
con la dependienta enfrente, supuestamente atareada en el ordenador, y
dejé las bragas en un montoncito sobre el camisón. No era suficiente.
-A ver qué te has comprado -las cogió y
las fue mirando una a una-. Bien... bonita... esta no, es muy sosa -y me
devolvía unas braguitas de algodón azules-, estas sí, sí, no, ni
hablar, parecen unos calzoncillos, y esta te quedará pequeña. Vete a
dejar estas tres y trae otras que me gusten.
Terminamos allí y paseamos por la planta.
-Mira, una camisa que a ti seguro que te gusta.
La camisa era básica, blanca, de
algodón. Podía parecer de hombre, excepto en la forma para el pecho y en
los botones, al lado de las mujeres. No me gustaba, pero me temía que
daría igual.
-Yo, sin embargo, creo que estarías mucho mejor con esta otra.
También era blanca, pero de tacto
sedoso, y en vez de cuello de camisa, tenía una especie de pequeño
cuello de cisne rematado en un volante pequeñito. Y se abotonaba atrás.
-¿No te gustaría ir con esta blusa a trabajar?
Ahora sí que me gustaba la anterior.
-No, Señora, por favor.
-Jajajaja. Bueno, pero no olvides donde
están, por si tienes que venir a por ellas. Estúdiate bien esta planta,
la planta de mujer, porque aquí es donde comprarás casi todo a partir de
ahora. Nada de ir más arriba, a la de caballeros o a la planta joven,
que ya tienes una edad, jajaja. Tú, a la planta de señoras, y eso porque
no hay una planta de criadas, y porque cuando no estés sirviendo, no
quiero un adefesio cerca de mí.
Salimos de allí y volvimos a casa como
habíamos venido. ella delante y yo a diez pasos, con la bolsa de mi
nueva ropa interior. En el portal me esperó.
-Mañana -era sábado- tengo una sorpresa
preparada para tí. Será, más o menos, la última parte de tu preparación.
Me esperarás, en braguitas y camisón, de rodillas al lado de la puerta
de entrada, desde las siete de la mañana. Y para que no tengas
tentaciones de sentarte, toma esta monedita -de un céntimo-: La sujetas
con tu barbilla contra la pared. Y toma esta brida, ¿sabes cómo
funciona, verdad? Ya sabes, dejas el lazo preparado y en cuanto tengas
la monedita en su sitio te cruzas las muñecas a la espalda y vas tirando
de la brida hasta que esté bien prieta. Así, si se te cae la moneda por
sentarte, lo sabré porque no podrás volver a ponerla en su sitio.
Me dejó allí, con la bolsa en una mano, y la brida y la moneda en la otra.
Subí a casa a dejar las cosas y me fui a
tomar unas cañas con unos amigos. Necesitaba salir de aquella historia.
Claro que no sabía cómo, pero seguía teniendo mi vida, la misma que
esperaba recuperar al completo en cuanto Rebeca se diera por satisfecha
por haberla dejado tiempo atrás. En ningún momento, eso sí, y supongo
que es lo que ella quería, pude dejar de pensar en el tanga que llevaba,
un tanga de raso y encajes, no los que podían utilizar los "boys" en
sus funciones.
Y al volver a casa, miré el camisón
nuevo, cortito, al lado del rojo, tan largo. Nadie me podía obligar a
dormir con aquello. Dormí en pelotas.
AYER
Rebeca empezó a hablar:
-Buenas noches, esclava. Dime ¿Qué tal tu día?
-Muy bien, Señora -no estaba seguro de poder hablar, pero era una pregunta directa de mi señora.
-¿Y ese velo azul cielo tan bonito que llevas?
-Es mi velo de virgen, Señora.
-Pues creo que ya no es muy adecuado. Quítatelo.
Me quité las horquillas, cuatro, y el pañuelo, y me los quedé en la mano sin saber qué hacer.
-Haz un triángulo con el pañuelo y póntelo como lo lleva una criada.
Me puse las horquillas en la boca, doblé
el pañuelo en triángulo y me lo puse como me decía. Até los extremos en
la parte de atrás y volví a colocar las horquillas para que no se
cayera.
-Bueno -continuó Rebeca en cuanto estuve
listo-. Te dejé aquí esta mañana como un tipo encoñada y sometida por
mí, y me dicen mis amigos que has aprendido mucho mucho. Vamos, que te
has portado como toda una criada, una putilla, una esclava sexual. Como
me costaba creer tanta dedicación, me han estado enseñando unos vídeos
mientras tú estabas colgada abajo. Ha sido increíble. Ver tu cara de
deseo cuando entrabas de rodillas en el salón, con tu velo de virgen,
buscando cualquier polla para comértela, o para que te la metieran por
el culo. Jajaja, era casi blasfemo. Y esa cara de placer cuando te
estaban follando, espectacular. Pero cuando casi me corro de gusto es
cuando te follabas al niño. Dios, un día te enseñaré tus grabaciones,
debidamente montadas. El "niño", este amigo que ves a mi lado, tiene 20
añazos, pero desde luego no lo parece. Tan depiladito, parecía que
efectivamente eras un jodido pederasta obligando a un chaval de... no
sé... ¿doce añitos? a chuparte la polla, para luego violarlo aunque él
te dijera que no, y encima darle una buena tunda de azotes en su
infantil culito. En serio, creí que te encontraría colgada con la piel
bien repasada por el látigo, porque te habrías negado a grabar esas
cosas. Me has dejado de piedra, y encantada. Ese vídeo, junto a los
otros donde se te ve perdidita por cualquier polla, travestida,
acariciándote los pezones con verdadero vicio... todo eso te deja por
completo en mis manos. Porque te supongo consciente, por muy tonto que
seas, de que en cuánto permita que se vea algo de eso, perderás, por
supuesto, tu trabajo, no van a dejar a un tipo así de pervertido en el
instituto, con la infancia, jajajaja, pero además irás a la cárcel, aquí
o en el extranjero. Y bueno, supongo que no tardarían en darse cuenta
de que ese "niño" no tiene nada de niño, y te sacarían de la cárcel,
pero... ya sabes lo que les pasa a los que llegan a la cárcel como tú
llegarías. Primero los violan, luego les dan de hostias, y siguen
violándolos. Alguien se convertiría en tu chulo, te pondría unas
braguitas, y cobraría a media cárcel para que te las bajara, jajaja.
Vamos, que cuando te sacaran tendrías un túnel en el culo y otro en la
boca. Así que, dime, ¿qué harás para que esos vídeos no vean la luz?
-Lo que usted deseé, Señora.
-Hace unos años me rechazaste. ¿Quién te iba a decir que acabarías conmigo, pero no como novio, no, sino como criada?
Se levantó y avanzó hacia mí con una fusta en la mano.
-Toma. Ve ofreciéndosela a cada invitado, y pones el culo, para la despedida.
Cogí la fusta casi con alegría, porque ya me iba a ir.
Avancé hacia el primero y se la ofrecí con una reverencia que no le gustó:
-Un pie atrás y cruzándolo con el otro, que eres una señorita, o algo así.
Le hice la reverencia como decía. Cogió
la fusta, me di la vuelta, me incliné y de repente, zzaassss, dio con
una fuerza inesperada.
-toma.
Cogí la fusta y avancé hasta el
siguiente. Nueva reverencia, nuevo giro y nuevo golpe. Cuando terminé la
ronda volví a mi sitio. Rebeca cogió la fusta. Como más valía pasarse
que quedarse corto, me giré y le ofrecí mi culo.
-Muy bien -zzaaassss-, desde ahora serás... -zzzzaaaassss-... Andrea... -zzaaassss-... mi criada... -zzzaaassss- y esclava.
-Criada -dijo el señor, a su criada-,
desnúdate y viste a andrea. Después bajas a la mazmorra y te cuelgas tú
misma, que tengo ganas de divertirme un rato.
La criada se quitó el delantal, la bata
del uniforme, la combinación blanca, el sujetador y las bragas, y los
zapatos de medio tacón.
Y luego fue poniéndome a mi toda su
ropa: el sujetador, las bragas, la combinación, la bata rosa y el
delantal, y los zapatos. No sé si las lágrimas de sus ojos eran de
alegría o de tristeza. La iban a colgar, pero, ¿no era eso lo que
quería? Me quedé con el pañuelo que llevaba puesto. No entendía qué
pasaba. ¿No nos íbamos?
-Cierra los ojos - me dijo Rebeca.
Volvió a vendármelos como por la mañana. Pero no podía ser... estaba vestida de criada.
Rebeca me agarró de un brazo y me
condujo fuera, me metió en el coche, y arrancamos, sin poder quitarme de
la cabeza cómo iba vestido.
Al cabo de un rato me dijo:
-Ya puedes quitarte la venda.
Volví a ver. Estábamos entrando en la
ciudad. Era de noche, pero... pero llevaba puesto el uniforme de criada
rosa, y el pañuelo azul en la cabeza, y no a lo pirata. Me hundí en el
asiento.
-Señora...
-No soy una Señora, soy Tu Señora.
-Mi Señora...
-chsss... silencio. Y bien erguida, Andrea, la cabeza bien alta, orgullosa de pertenecerme, y nada de tapártela con la mano.
Cruzábamos el centro de la ciudad,
parábamos en los semáforos, la gente pasaba cerca de nosotros, llegamos
al barrio, estaba nerviosísimo, cualquiera me podía reconocer..., paró
cerca de mi portal.
-No te quejarás, andrea. Te he traído
casi hasta tu casa. en esa bolsa tienes tu ropa. Sé que tienes ganas de
decirme algo, y hasta sé qué es: que cómo vas a ir así por la calle.
Pues irás. Supongo que corriendo, pero ten cuidado con los zapatos. Y
recuerda: estás a mi servicio las 24 horas del día, los siete días de la
semana. En mi casa, en la tuya, en la calle, en el insti... todo el
tiempo. Y cualquier desobediencia, cualquier duda incluso, será
severamente castigada. ¿Te gustaría pasarte tus próximas vacaciones
colgada en la mazmorra?
-No, por favor, mi señora. Mi Señora...
-Eres muy charlatana. Voy a tener que prohibirte hablar, pero hoy estoy contenta. Dime.
-Seré su criada, mi Señora, y su
esclava, y estoy encantad...a de servirla. Lo único que me gustaría
pedirle es... ¿no podría servirla en todo lo que usted deseé, pero
vestido, perdón, vestida normal, con mi ropa, con un chándal, con un
uniforme de hombre...?
-¿Un chandal? Jajaja. Buena idea. te
encontraremos uno, ya verás, te encantará. Pero no, la respuesta es no.
Mi criada ha de ser, y parecer, una criada, así, en femenino. ¿Cómo te
llamas?
-Andrea, mi señora.
-Pues eso. Tendrás que vestir de Andrea.
¿Te acuerdas de la camisa blanca que vimos ayer, esa que era de chica
pero básica, sin nada femenino?
-Sí, mi Señora.
-Jajajaja. Pues el lunes, cuando tengas
que ir a trabajar, la echarás de menos. Mira, andrea, me cansaré antes
de que hagas todas las tareas de mi casa que de humillarte vistiéndote
como una mariquita. Y mañana, a las once, te quiero en casa. Puedes
traer el uniforme en una bolsa, pero la ropa interior puesta. Y con un
buen relleno en el suje. Adiós.
Me bajé del coche y eché a correr hacia
el portal. Allí parado, vestida de criada, con el pañuelo en la cabeza,
tuve que buscar las llaves en los bolsillos del pantalón que llevaba en
la bolsa. Agaché la cabeza todo lo que pude, encontré las llaves y subí
corriendo, nada de ascensor. Sólo respiré cuando cerré la puerta de mi
casa detrás de mí. Respiré, y volví a mirarme. ¿Dónde me había metido?
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