miércoles, 25 de mayo de 2016

Mi contrato de esclavitud y castidad.

Hace once años, a propuesta mía, mi esposa Diana y yo acordamos firmar un "contrato de esclavitud". Encontramos el documento original en internet y pasamos unas pocas semanas buscando como adaptarlo y hacer ajustes en nuestro estilo de vida y nuestras necesidades individuales. El documento ya forma parte de mi trabajo en mi sumisión y establece una larga lista de cosas que estoy obligado a hacer de forma diaria, semanal y mensual. Hay desde servicios personales, recados, tareas domésticas y otros protocolos más formales que los dos estábamos de acuerdo al firmar. Además, fue entonces cuando acordamos la cláusula de que yo estaba obligado a llevar bragas siempre 24/7, con la única excepción de cuando me diera el permiso de no llevarlas. En todo este tiempo, las únicas veces que me han dado permiso para no usar ropa interior ha sido cuando he tenido algunas citas con el médico. Es sorprendente cómo se puede llegar a funcionar con un poco de planificación y cuidado de no ser descubierto. Incluso he sido capaz de ir al gimnasio y cambiar dentro y fuera de mi ropa interior sin ser descubierto. Había una cosa que mi esposa insistió en el contrato que me sorprendió mucho. Insistió en que ya que iba a ser su marido feminizado, que debería experimentar tantos sentimientos femeninos como sea posible. Al hacerlo, ella pensaba que me haría más obediente y dócil a ella y que tendría un estado de ánimo adecuado como sumiso. Otra cláusula en el mismo sentido es que debo ser yo el que se encargue de que siempre haya compresas y salvaslips en casa, y debo ir yo solo a comprarlas. Desde que firmamos el contrato, una vez cada 28 días, estoy obligado a usar una toalla higiénica en las bragas por un período de 7 días. Está marcado en el calendario y si me olvido, ella me recuerda con algo con frases como "¿Te ha venido la regla?" En los dos últimos días de mi periodo, se me permite usar protectores de bragas. También hay veces en las que insiste en que me ponga un tampón, ella disfruta del placer de la inserción en el trasero. Esas veces son cuando me he portado mal, la he decepcionado o no cumplido alguna cláusula de nuestro contrato. La sensación de la almohadilla en mi ropa interior, y a veces el tampón en mi trasero, no deja ninguna duda en cuanto a quién lleva los pantalones en mi casa, y quién  lleva las bragas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario