miércoles, 2 de diciembre de 2015

Testimonio. 2 años de castidad matrimonial


Durante dos años mi esposa y yo estuvimos separados geográficamente. Durante aquellos días ejercía mi sexualidad leyendo todo lo que pudiese encontrar sobre el tema del cornudismo en blogs como cuckold marriage y tumblrs como Best Cuckold Content, que inyectaban combustible a mis fantasías de convertirme en un cornudo consagrado una vez que mi esposa, por fin viviera a mi lado día tras día.
Fue en esos medios que descubrí la práctica de la castidad forzada, que no es otra cosa que permitir que tu mujer (o quien vaya a guardar la llave) encierre tu pene dentro de una jaulita asegurada con un candado.
Al principio, igual que a mucha gente, me pareció algo extremo y hasta grotesco. Las fotos de maridos humillados y enjaulados chocaban violentamente con mi concepción de lo “normal”. Entonces recuerdo que, durante un viaje a París, fuimos a un sex shop de aquella ciudad, y por fin pude ver uno de estos artefactos en exhibición. Contemplarlo en la realidad me llevó a fantasear con la posibilidad de utilizarlo.
Esta práctica es su propia disciplina y no forzosamente es parte del cuckold (cornudismo o candaulismo, como desees llamarlo); sino una forma de BDSM que mucha gente ha agregado a sus vidas sin necesidad de que su esposa les ponga los cuernos. Sin embargo le queda al estilo de vida cornudo como anillo al dedo o… err… jaula al pene.
Cuando un marido decide ser cornudo consentido, la máxima principal es que jamás querrá estar con ninguna otra mujer que no sea su esposa y, a veces, ni eso. Esta decisión se toma por voluntad propia y somos una gran cantidad de esposos quienes la sugieren a sus mujeres, que a su vez nos miran como pensando “¿estás loco?”. Ahora imaginen la reacción de esa misma mujer cuando su marido le ruega encerrar su miembro en un aparato que se mira todo excepto cómodo.
Como aspirante a cornudo, aceptas vivir en castidad al tiempo que fomentas la promiscuidad de tu esposa, la alientas a vestirse sexy y coquetear o dejarse seducir por otros hombres que le resulten atractivos, con la posibilidad de irse a la cama con ellos para después retornar a tus brazos y contarte lo puta que se portó con ellos y cómo son mejores amantes que tú. A ti te corresponde mimarla y entregarle tu total devoción.
Ella no quería tomar ninguna pastilla anticonceptiva y siempre me exigía usar preservativo, pero cuando empezamos con la castidad, ella me sugirió reforzar la seguridad por si había algún accidente con el preservativo y desde entonces usaba además una funda de látex también con preservativo. Tenía que ponerme dos preservativos para poder penetrarla y apenas sentía nada. Esto avanzó y un día me sorprendió contandome que su ginecóloga y le había sugerido la conveniencia de que se pusiera un DIU. Y luego cuando se lo puso, yo debía seguir usando dos preservativos a pesar del DIU.

Una jaula con rejas. Muy popular.
Pero una cosa es jurar asumir tu papel de cornudo y otra reforzarlo por medio de una jaula de castidad. No es necesaria la jaula para estar en castidad, pero es un paso contundente con el que asumes el valor de tus palabras y dejas el control de tu sexualidad a tu pareja. No te masturbarás o sentirás ningún tipo de placer a menos que ella así lo decida. Siempre he dicho que la jaula de castidad es mi segundo anillo de matrimonio; una prueba tangible de mi juramento cornudo.
Ahí es donde radica el enorme placer que produce portar un artilugio de estos: cedes ciegamente las riendas de tu placer físico a la persona que más amas y deseas en este mundo. Lo único que te queda es el placer mental y el delicioso sufrimiento que te producen los pensamientos lascivos mientras tu pene golpetea contra las paredes de tu encierro.

Al principio cuando le propuse a mi mujer que deseaba permanecer encerrado en castidad, ella de inmediato se negó. Su preocupación principal era que la jaula fuera a causarme algún tipo de daño, por lo que acudí a un urólogo para conocer los pormenores y riesgos de mi jugetito; su conclusión fue que no existía problema alguno mientras no me diera un golpe fuerte con la jaula puesta y la aseara correctamente. Ah… Y que tengo un quiste en un testículo. “He visto cosas más agresivas, como el aro ese de metal”, me dijo, refiriéndose al piercing Príncipe Alberto.
Finalmente en otro viaje a la Ciudad Luz, me decidí a comprar el aparato este y dejar que mi miembro fuera enclaustrado bajo la batuta de mi mujer.
El día que la adquirimos llegamos a casa con mucha ansiedad, ya que yo deseaba que me la colocara de inmediato. Quería ser un cornudo encerrado en castidad lo más pronto posible, pero no fue tan sencillo, pues cada vez que mi esposa trataba de introducir mi miembro en la jaula, me excitaba muchísimo y resultaba en una poderosa erección que impedía nuestro propósito. Para lograrlo tuve que meterme a bañar en agua fria, permitir que mi miembro redujera su tamaño al salir de la ducha y colocarlo yo mismo; que tampoco fue tan fácil, pero resultó con la ayuda de un poco de lubricante con base de silicona que es de mayor duración. Si te olvidas de poner el lubricante cada día puedes sufrir pequeñas rozaduras en la piel que resultan molestas.
Otro obstáculo tiene qué ver con la medida de argolla que asegura la jaula en su lugar, pues esta rodea la base de los testículos y es lo que impide que el aparato bailotee debajo de nuestros pantalones. Las jaulas producidas en serie vienen con varias argollas con diferentes medidas, así como una serie de pernos de longitud variada. El punto está en encontrar las medidas perfectas de ambas piezas que resulten más cómodas para la víctima, y eso toma algunas semanas. Al final se trata de un objeto al que el cuerpo no está acostumbrado, y es especialmente difícil superar las molestias nocturnas, provenientes de las erecciones tan intensas que los hombres tenemos durante las madrugadas. Al principio experimenté una quemazón intensa que me obligaba a despertar y pedirle las llaves a mi esposa para poder pausar mi encierro hasta la mañana siguiente.
El objetivo de cualquier hombre que haya tomado esta decisión es permanecer encerrado la mayor cantidad de tiempo posible, y hay quienes consiguen estar meses sin retirarse el artefacto del miembro, todo con los cuidados pertinentes. Yo empecé poco a poco, quitándomela antes de ir a dormir pero siempre con muchas ganas de no tener que hacerlo, hasta que me fui acostumbrando y ahora puedo pasar semanas con el objeto cerrado. Desgraciadamente uno de mis testículos, el del quiste, es muy pequeño y a veces se sale de la argolla que lo asegura, pero no me causa mayor molestia y es cosa de que mi esposa me preste la llave para volver a colocar todo en su sitio.

El encierro es una experiencia intensa, sobre todo en combinación con las aventuras sexuales de mi esposa con otros hombres, ya sea real o ficción, yo creo que ella folla cada vez que sale a cenar con sus amigas y que aprovecha cualquier salida al yoga al que recientemente se ha apuntado para darse algún polvo con sus amantes. Durante esos momentos lucho con mi ansiedad y mi morbo, pues además hace años que no me masturbo, antes solía masturbarme con frecuencia más de una vez al día; ahora al no poder hacerlo se acumula mucha libido que puedo sentir palpitar en la base de mi estómago y en el miembro mismo. Esa sensación es indescriptiblemente placentera.
También tengo más sensibilidad en los pezones, y mi esposa me tortura de vez en cuando lamiéndolos al tiempo que me relata las cosas que hace con nuestros corneadores o con hombres que mira como prospectos. Esta práctica en especial me causa potentes descargas de placer que no puedo desahogar masturbándome. Pocas veces he experimentado placer tan grandioso.
Yo sé que no tengo un miembro pequeño, incluso mi mujer me ha comentado que la he lastimado en ocasiones, pero me excita mucho saber que sus amantes son más dotados que yo y, por ello, y ahora ella prefiere que esté encerrado sin poder tocarme y mucho menos penetrarla sin funda. Es algo que yo le he pedido y ahora también ella disfruta como parte vital de nuestra relación y nuestra sexualidad. Espero en un futuro no muy lejano llegar a esos meses de encierro de los que otros hombres gozan.
Escribiré más sobre mi experiencia en castidad muy pronto. Ahorita llevo siete días sin quitarme la jaula y me siento pleno y feliz. Mucho tengo qué agradecer esta deliciosa experiencia a mi compañera de vida.

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