miércoles, 27 de abril de 2016

La Fantasía de Ana Casta. Segunda parte.

Leer la primera parte.

Apenas pude dormir, y eso que estaba cansadísima. Pero la excitación de no saber qué había planeado Mi Ama para mí hizo volar mi imaginación durante horas.
Al día siguiente, todo empezó con normalidad y, por supuesto, como corresponde a mi condición, no me atreví a preguntar. Mi Ama desayunó tranquilamente y sólo cuando se sintió bien alimentada me requirió ante su presencia.
-¿Cómo estás, Ana?
-Bien, gracias, Mi Ama.
-¿Estás preparada?
-Creo que sí, Mi Ama.

-Bien, esta semana te daré libertad para que arregles todos los asuntos en el trabajo. Podrás ponerte tu ropa de hombre por última vez en un año. Y despedirte de tus amigos y tus compromisos. A partir del lunes, todo cambiará. Ya te digo la cifra que te va a costar este año de esclavitud: un tributo de… doce mil euros, que gastaré como me salga del coño. Doce mil, ni más ni menos. Sé que tienes el dinero, o sea que no te pongas tacaño. Además, no se trata de que sólo tú disfrutes con esto. Yo quiero sacar beneficio. Me da igual lo que pienses. No tengo complejos. Mando yo y decido yo, o sea que no soy tu puta. Aquí, la puta eres tú. Además, quiero el dinero por adelantado y en efectivo el lunes. Hasta entonces, tengo que hacer unas compras y unas gestiones de las que ya te informaré- sonrió-. Nos vemos aquí el lunes a las ocho de la mañana. Ahora sí ya puedes traerte un móvil con conexión buena a internet, para que pueda controlarte por WhatsApp y por Skype…Si no te presentas a las ocho en punto, mejor que no vengas. Tengo planes para ti y no quiero que me hagas perder el tiempo.
Arreglé, efectivamente, todo lo necesario, descansé todo lo que pude, me masturbé al máximo siempre pensando en ella, y el lunes me presenté ante la puerta de Mi Ama a la hora prevista. Me abrió la puerta con un vestido negro que nunca le había visto; ajustado y estupendo y unas botas negras de dominatrix. Parecía que por fin había adoptado el rol de dómina.
-Ya sabes lo que tienes que hacer.
Deduje que debía besar sus botas, y así lo hice.
-Muy bien, ahora entra, quítate tu ropa de hombre y ya sabes, dame el dinero.
Saqué los doce mil euros, que eran casi todos mis ahorros en el banco, aunque, francamente, nunca he querido tener una hipoteca ni grandes proyectos económicos. Ella los contó, muy sonriente.
-Cada vez me gusta más esto… Qué bien tener dinero de un imbécil como tú. Por supuesto, no lo voy a invertir en nada para ti. En todo caso, algún día pondré un restaurante para que trabajes para mí en el futuro. Sin contrato ni nada, claro. Sólo a cambio de comida y suelo, como en los viejos tiempos del trabajo duro. Así ganaré dinero y viviré bien gracias a ti. ¿Te gusta la idea?
-Sí, Ama.
No entendí realmente lo que eso significaba, pero mi ceguera de amor y deseo era total.
-Venga, vamos a empezar.
Entramos en el comedor y con un gesto de ella yo me desnudé completamente. Me puso el cinturón de castidad y se guardó la llave enganchándola de una de sus pulseras.
-La primera mala noticia es que empezaremos con tres meses de castidad. ¿Qué te parece? ¿Te gusta la idea?  Seguro que no, pero ya ves, es la mejor manera de asegurar tu motivación… Ya que vas a feminizarte más a lo largo de este año, este es un buen principio. No te preocupes, ya te irás acostumbrando. Además, no te va a quedar mucho tiempo para toquetearte. He decidido varias cosas para tu futuro. Tú quieres servir a tu Ama, ¿verdad? Pues tienes que ganar dinero para mí. Si quieres servirme, tenemos que cambiar algunas cosas de las que hemos hecho hasta ahora. No me eres útil aquí en casa todo el día. ¿Entonces para qué me sirves? ¿Entiendes lo que te estoy explicando?
-Sí, Ama.
-Prefiero que estés trabajando mientras yo trabajo. Pensaba hacerte trabajar de puto, pero creo que es mejor que trabajes en algo más cansado y que dé menos placer. ¿Verdad que te gusta la idea?
La sangre me bombeaba la cabeza y pensaba que me desmayaría, pero no pude evitar da la respuesta que en cierto modo menos me convenía:
-Sí, Ama.
-A ver, quiero escucharlo con tus propias palabras.
-Sí, Ama. Quiero ser su empleado sin cobrar para que usted sea rica y feliz y viva tranquila.
-Muy bien. Ve a tu habitación y vístete con lo que ahí encuentres.
Fui a mi habitación de siempre y encontré sobre el colchón, junto a mi osito rosa, un sombrero negro de terciopelo, los leggins, la camiseta blanca con el lazo, un sostén negro con copa y enorme, unas bragas negras con encaje y una cinta negra para el cuello con una rosa de tela de adorno. Los zapatos eran negros, planos, pero también con lacito en la punta; enseñaban buena parte del pie. Me vestí como pude y me presenté ante Mi Ama, que me arregló la cinta para el cuello y me colocó mejor el sombrero. El sostén negro se notaba sobradamente con la camiseta blanca. Parecía realmente que tenía dos pequeños pechos y, como no tengo mucha barriga, desde luego no parecía ginecomastia de cuarentón.
-Muy bien, Anita. ¿Te gustan los nuevos complementos que te he comprado? Y esta tarde te compraré más cositas. Por lo menos, tres mudas para ir bien vestidita. Es demasiado unisex para mi gusto, pero iremos poco a poco. ¿No te parece?
-Sí, Mi Ama.
-Me alegro… Ahora vamos a la calle que tenemos que hacer un viajecito.
Me quedé helado. Era un lunes por  la mañana. Era un barrio muy distinto al mío, por suerte, pero habría mucha gente en la calle.
-¿Qué te pasa, Ana?
-Lo siento, Ama, pero es lunes… hay mucha gente en la calle. Me van a ver todos.
Mi Ama sonrió benévolamente antes de acariciarme la mejilla.
-Claro que te van a ver. Y te verán todos los días. ¿Cómo si no vas a ir a trabajar para mí?
-Pero Ama… por favor.
-Me parece que no lo has entendido. Tu nuevo vestuario va a ser así. Dentro y fuera de casa. Ya se acabaron las tonterías. Vivimos en Barcelona, que es una ciudad abierta y liberal. Nadie se va a escandalizar de verte así. En todo caso, se reirán, pero eso a mí no me importa. Además, te ves muy bien, sobre todo con la rosa al cuello. ¿O prefieres el collar de perro? Fíjate que te estoy dejando los leggins y no te pongo una falda. ¿O prefieres falda?
-No, Ama.
-Bueno, ya llegará ese momento. Bien, pues venga, ya está bien de tonterías…
Cogió su bolso, su chaqueta y abrió la puerta de la casa para que yo saliera.
-Ah, espera, me olvidaba de algo.
Buscó en su bolso un frasco de perfume, "Ana", y me roció bien con el perfume de mujer.
-¿A que huele bien?
-Si, Ama.
-Espera, que te echaré un poco más –me roció de nuevo, y creo que ya era demasiada cantidad- Así me gusta que vaya mi niña. Oliendo bien. Siempre que salgas a la calle, colonia de mujer. Y para bañarte, todo de mujer.
-Sí, Ama.
-En la calle, me sigues a unos diez metros, con las manos en la espalda y mirando al suelo. Si necesito algo, silbaré. ¿Está claro?
-Sí, Ama.
Nos cruzamos por la escalera con un par de vecinos y cuando llegué al portal me detuve, presa del pánico.
-Ama, por favor…
-A ver, qué tienes que decir… Suplica de rodillas.
Me arrodillé en el vestíbulo del portal, desesperado.
-Por favor, Ama, me puede ver alguien conocido…Se lo suplico…Por favor…
Mi Ama pareció meditar unos segundos, hasta que empezó a reír. Acto seguido, me soltó dos buenas bofetadas.
-¿Ya estás más tranquilo? Qué imbécil eres....Vamos. ¡Ya!
Abrió la puerta y se puso en marcha. Yo dudé durante unos segundos pero finalmente accedí, temblando.
Caminamos durante quince minutos hasta una estación de metro. Creo que no me vieron mucho, pero también es cierto que estuve mirando al suelo siempre, y caminaba poco erguido para que no se me notara demasiado el sostén.
Por fin entramos en el metro y Mi Ama pagó los dos billetes.  Cuando llegó el convoy, entramos y Mi Ama se sentó. Yo me situé a su lado, de pie, y en el trayecto empezó a hablarme.
-Recuerda bien el trayecto, porque es largo y lo harás todos los días hasta la nueva casa¿está claro?
-Sí, Ama.
Todas las mañanas tendras que venir aquí antes de que yo salga a trabajar. Al principio tu horario sera de 06:00 a 24:00 pero no dormiras en mi casa aun. Cuando llegues a casa, tendrás tu lista de tareas, por si estoy dormida o he salido. Y así todos los días. De lunes a viernes. Sin festivos ni descansos. Y mejor que no te pongas enferma. ¿Alguna pregunta?
-No, Ama.
-La compra, la harás toda de una vez el sábado por la mañana, antes de las doce, que irás a la casa de la señora Mercedes, que también te necesita. Con la señora Mercedes estarás hasta las nueve de la noche, haciendo lo que ella te diga. Ya sé que es dura… Más que yo, desde luego. Te aseguro que te tiene ganas… A las nueve vuelves a mi casa, y a limpiar a fondo, porque ahora, entre unas cosas y otras, te va a quedar poco tiempo para la casa.
-Sí, Ama.
-Qué más… Ah, claro, los domingos. Bueno, los domingos te prestaré a mi amiga Pepi, que también está encantada de utilizarte. De nueve a nueve. Luego a casa otra vez, a terminar lo que quede pendiente. ¿Qué te parece tu nueva vida?
-Muy bien, Ama.
-¡Manos a la espalda y mirada al suelo1 Espalda erguida, imbécil. Y no me levantes la mirada.
-Sí, Ama. Perdón, Ama.
La señora que estaba en el asiento contiguo al de Mi Ama podía escuchar perfectamente toda la conversación, y tenía los ojos como platos. Seguro que olió además mi perfume excesivo.
-¿Crees que podrás aguantar este ritmo de vida? Y fíjate que quería apuntarte a algunos cursos, pero no encuentro el tiempo. A ver qué se me ocurre. Quería que fueras al gimnasio, y a clases de cocina, y de ballet. Bueno, ya lo iremos viendo. Tenemos todo un año. Quiero sacarte todo el provecho que pueda. ¿Te gusta la idea? ¿Podrás aguantar?
-No lo sé, Ama. Lo intentaré.
-Tranquila, te irás acostumbrando. Es cuestión de no pensar mucho. Eso sí: el primer día que no cumplas, ya no hace falta que vuelvas. Si quieres ser mi esclavo, estas son la condiciones. No hay nada que negociar. O lo tomas o lo dejas.
Lógicamente, pensé que cometía una locura, pero cada vez que me hablaba Mi Ama con esa sencilla autoridad la deseaba todavía más. No veía otro sentido a mi vida que cumplir sus deseos, aunque eso supusiera vivir así. La voz de mi Ama sonaba cada vez mas lejana y después de ver la casa y un torrente de explicaciones e instrucciones mas, imagine mi nueva vida....y me gusto.
Cuando llegamos a la casa mi Ama me dijo que me podía poner el uniforme, sin la peluca pero con la cofia y vi sobre la mesa la lista de tareas ya preparadas.
-Lo primero que vas a hacer es aprender a limpiar. ¿Eres limpia Anita?
-Si Ama
-Pues venga, ponte a limpiar. Llena el cubo de agua y tráelo… aunque lo vamos a hacer un poco más difícil.
Hice lo que me dijo; mientras, ella se levantó y fue a su habitación, para regresar con algo que no esperaba: unas cadenas unidas para pies y manos, que me puso a la espalda. Eran esposas cortas, que sólo me permitían dar pequeños pasitos.
-Así, muy bien… Bueno. Está perfecto. A ver, que te vea. ¿Qué complicado limpiar así, verdad?
-Sí, Ama.
Me dio cariño con la mano mientras me sonreía.
-Ay, de verdad…Lo que hay que hacer por ti…Todo para que aprendas a servir mejor.
-Gracias, Ama.
-¿Y cómo vas a fregar ahora?
-No lo sé, Ama.
Fue a la cocina y volvió con el cepillo para fregar.
-Abre la boca.
Lo agarré con los dientes y me señaló el cubo. Entendí lo que tenía que hacer. Me arrodille, metí el cepillo en el cubo, lo saqué mojado y empecé a fregar el suelo del comedor.
-Venga, empieza y no hagas ruido, que quiero dormir un poco de siesta. Friega el comedor y el pasillo, de momento.
Estuve una hora así, fregando como pude, penosamente, mientras crecía el dolor en las rodillas y en la espalda. Mi Ama se había ido al dormitorio, pero estaba atenta: en el momento en el que se me cayó el cepillo al suelo, reaccionó inmediatamente.
-¡Anita, no me hagas levantar!
La segunda vez sí se levantó y me azotó con la mano en las nalgas, como a los niños pequeños, diez veces por nalga.
-Qué paciencia…
Miró el reloj: eran ya las cinco de la tarde.
-Bueno, descansa una hora en tu habitación, que luego tendrás más trabajo.
Sin quitarme las cadenas, me dejó ir a mis “aposentos”, donde descansé como pude tumbada en la cama. A las seis, me quitó las cadenas y me dijo a dónde tenía que dirigirme. Era una dirección cercana, apenas a quince minutos caminando.
Me quité el uniforme de criada y volví a vestirme como en la mañana, con los leggins y la camiseta de lacito. Me presenté ante Mi Ama para que me diera el visto bueno, pero apenas me prestó atención, porque estaba chateando con gente que parecía importarle más que yo.
-Vete ya. Cuando termines ahí, vienes corriendo. Recuerda que te controlo por WhatsApp.
-Sí, Ama.
Salí a la calle y fui corriendo hasta la dirección indicada. Era, efectivamente, una oficina bancaria, ya cerrada a esas horas. En la puerta me esperaba una señora cincuentona con el aspecto tópico y previsible de las limpiadoras, aunque vestía de calle. Me vio llegar y nos entendimos con la mirada antes de hablar.
-Tú eres el chico ese amigo de Marta, ¿no? –dijo mientras me repasaba de pies a cabeza
-Sí, señora.
-Me llamo Marisa…
-Yo soy Carlos.
-¿Carlos? No es lo que me ha dicho Marta.
-Perdón, mi verdadero nombre es Ana.
-Ana, que bonito, puedo llamarte Anita, ¿no?… Me gusta lo que llevas al cuello… Te queda bien…A ver, dime lo que quieres hacer.
-No sé, señora… ayudarle en el trabajo.
-¿Y eso por qué?
-Porque la señora Marta me lo ha ordenado, y yo la obedezco.
-¿Entonces vas a ayudarme a limpiar todos los días, sin quejarte?
-Sí, señora.
-Muy bien.
Sacó unas llaves y abrió la oficina del banco. Encendió las luces
-Vamos para dentro…a estas horas ya no hay nadie en el banco. Hay que barrer, fregar, limpiar los ordenadores con cuidado, vaciar papeleras, limpiar los cristales y sobre todo el lavabo, que suele estar sucio ya a estas horas. No es mucho trabajo; en tres horas se hace bien.
-Muy bien, señora.
Abrió la puerta de un pequeño almacén en el que se guardaban los útiles de limpieza.
-Aquí lo tienes todo. Y tienes ropa también.
Efectivamente, en una repisa había ropa. Dudé unos instantes.
-La ropa es obligatoria. La paga la empresa.
-Sí, señora.
Cogí la ropa y al menos conseguí cambiarme en el lavabo. Era una camisa rosa, con botones amarillos y el logo de la empresa, sin cuello, típica de limpiadora, y un pantalón blanco con cintura elástica y sin bolsillos. Todo con el logo de la empresa, por supuesto.
El sostén no se disimulaba, desde luego. Y las bragas negras, tampoco.
Salí del lavabo y antes de coger los útiles de limpieza, la señora Marisa me revisó el vestuario.
-Te queda bien, es tu talla. Pero le falta un pequeño detalle....
Saco un bolso negro y me enseño un pequeño dispositivo delante.
-Se llama Dreamlover y sirve para que trabajes mas rápido....-ijo mientras colocaba el pequeño dispositivo en mi cinturón de castidad y lo ajustaba.-Va con un mando a distancia y proporciona descargas eléctricas de baja intensidad. Es una sorpresa de tu Ama, esta Marta......Por si no eres suficientemente eficiente limpiando, Anita. Espero no tener que usarlo....¿Entendido?
-Si Señora, entendido
 Pues venga, a trabajar. Si tienes alguna duda, estaré ahí.
Y la señora Marisa se puso sus auriculares, cogió un libro de Ruiz Zafón y se sentó en uno de los asientos para los clientes que esperan.
Estuve tres horas limpiando; de vez en cuando, la señora Marisa se levantaba y echaba un vistazo o daba consejos. La señora traía incluso su bocadillo y parecía estar feliz con su ayudante. Yo estaba muerto de hambre y de cansancio, pero ella no me hizo ni caso. A las diez creí haber terminado; la señora Marisa me obligó a repasarlo casi todo, sobre todo los cristales y el lavabo. A las once me dio permiso para regresar a casa. Por suerte para mi no uso el mando a distancia del aparato pero no me lo quito.
-Pues hasta mañana, guapa… Ya ves cómo es el trabajo de aburrido. Imagínate todos los días hacer lo mismo…Bueno, así es la vida. Ahora llamaré a Marta, que me ha dicho que le informe de cómo has trabajado.
-Muy bien, señora, hasta mañana. ¿Puedo cambiarme de ropa?
-No… ya voy a cerrar. Te vas a casa así. Y mañana vienes de casa con el uniforme puesto para no perder tiempo, ¿vale?
Respiré hondo, y eso no le gustó a la señora.
-Yo me pongo también el uniforme y no me quejo como tú. Si quieres el trabajo, ya sabes.
-Sí, señora.
Temí el castigo de Mi Ama por la insolencia. Regresé a casa con el uniforme de limpiadora puesto y el resto de la ropa doblada en un brazo. Mi Ama estaba descansando en el sofá y parecía interesada en un programa de televisión (yo no puedo mirar la televisión nunca, no me está permitida ninguna actividad de entretenimiento; tengo que dar la espalda cuando Mi Ama ve la tele). Esperé de pie, como siempre en esos casos. Sólo cuando llegaron los anuncios me hizo caso.
-¿Qué? Un día duro, ¿no?
-No, Ama.
-No mientas, Anita… Di la verdad. Cualquier cosa menos mentir.
-Ha sido duro, Ama.
-Claro que lo ha sido. Ya lo sé. De eso se trata. De que trabajes mucho y vayas volviéndote humilde y obediente, sin nada más que pensar que tu trabajo para mí. Así se te quitarán todas las tonterías y llevarás una vida más sencillita. En el fondo, te quitas todas las preocupaciones, ya verás. Y esto es sólo el principio. Me temo que cada día será peor que el anterior…
Intenté asentir, pero el cuerpo apenas me lo permitía. Imagino que Mi Ama se dio cuenta.
-Pero para que veas, te he hecho unos regalos alguno aun no lo has estrenado, -dijo maliciosamente.. Así no perderás la ilusión con que has empezado hoy. Todo con tu dinero, claro. Están en tu habitación. Espero que te gusten. Son regalos que te harán este año más fácil.
-Muchas gracias, Ama.
-Así me gusta, que me lo agradezcas, porque ya no te voy a comprar nada más al menos hasta navidad. ¡Va, venga, ve a verlos!
Fui a mi habitación y, en efecto, había bastantes regalos, que fui comprobando uno a uno. Había una cesta con muchos productos cosméticos de marca: cremas, lociones, perfumes, todo de mujer, claro; un estuche de maquillaje mejor que el que había tenido hasta ahora; un bono de 200 euros para un centro de depilación… Mi Ama entró en la habitación para comentarme las compras y comprobar mi reacción.
-Me he pasado un buen rato para comprarlo todo. ¿Te gusta?
-Sí, Ama, mucho.
Había varias bolsas de ropa, que fui abriendo con ilusión de niño en el día de Reyes. La primera era de una zapatería: eran unos hermosos zapatos negros con tacón de aguja, de unos 10 cm o más y varios plugs. Parecían caros.
-Ahora que parece que no hay vecinos abajo, lo utilizarás para trabajar en casa. Tienes que irte acostumbrando a los tacones altos.
-Sí, Ama.
Otra bolsa contenía una americana negra, con solapas de raso, y unos leggins blancos con rayas azules. Había también un bolso negro, un peto vaquero, roto en las rodillas, como es la moda, una camiseta rosa con el dibujo de un gato, un chaleco con botones que parecía masculino, una camisa blanca, dos juegos de bragas y sostén, uno rosa y otro blanco y unas zapatillas blancas de deporte. Y un pijama de Hello Kitty.
-¡Vas a tener mucha ropa para ir a trabajar! No te quejarás…
-No, Ama.
-Y, por último, esto…
Mi Ama sacó de su espalda una caja que no estaba en la habitación. Una caja envuelta y con lacito.
-Esto es lo mejor… Ha sido idea de la señora Mercedes, o sea que tendrás que darle las gracias este sábado. Ya verás cómo te va a gustar… va a ser estupendo, y dará mucho juego, te lo aseguro.
Abrí la caja con nerviosismo, mientras sentía la mirada divertida de Mi Ama, y casi me desmayo cuando vi lo que contenía: un disfraz completo de SissyMaid. Mañana tendremos te con las amigas, jajajaja.

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