Relato enviado por colaboración.
Después de aquella confesión, mi Señora
pareció olvidarse de lo que me había dicho sobre ir a trabajar con
falda. No sé cómo habría resultado eso entonces, ni que tipo de falda o
vestido me habría hecho llevar, pero de lo que estaba seguro es de que
habría ido. ¿Tendría que haberme declarado transexual, llamarme Andrea
también en el insti? Habría tenido que inventarme algo más allá de ser
mariquita afeminado, que era lo que ya parecía, también por deseo de las
compañeras que conocían mi situación en el instituto. Porque aunque no
llevara faldas, lo que no podía ponerme ya en ningún caso era ropa de
hombre. Mi armario se llenó de blusas y camisetas de chica, muchas
femeninas hasta lo cursi, otras lo más discretas posible, pero de chica,
y pantalones lo mismo, la mayoría vaqueros, porque era lo más unisex
que podía encontrar en ropa de mujer, pero también otros de línea
femenina, sin bragueta, a veces sin bolsillos, ajustados, a veces parte
de un traje chaqueta, que me ponía cuando ella me lo decía, aunque, de
momento, nunca para ir al instituto.
Mi Señora había pasado por mi casa para asegurarse de que allí
había desaparecido absolutamente toda la ropa de hombre. ¿Qué podría
decir el día que apareciera con un vestido en el instituto? ¿Que estaba
iniciándome en un cambio de género?
Porque eso era lo que parecía que mi Señora quería de mí. Y había sido tajante:
-Si un día veo en esta casa una prenda de hombre, al día siguiente
elegiré por ti la ropa que llevarás al instituto. Y desearás que sea
carnaval.
Y yo, para qué negarlo, estaba feliz. Trabajaba en el instituto,
travestido de una manera relativamente discreta, y trabajaba en casa de
mi Señora, donde era ya como una criada de confianza, con uniformes
adecuados. Tenía las llaves de su casa, y sabía lo que tenía que hacer
en todo momento, sin que ella tuviera que estar encima de mí. Y me lo
agradecía dejándome tiempo libre. Y yo vivía, permanentemente vestido de
chica, como en una fantasía, en la que no se volvió a hablar de
castigos, ni siquiera de perros, ¿se habría olvidado de mi anunciada
relación con León?
No se había olvidado.
El día antes de las vacaciones de navidad me anunció que aquella
tarde iríamos a la peluquería. Era la primera vez que iba conmigo a una
peluquería. Por descontado, suponía que iríamos a una de señoras, algo
que yo ya hacía desde hacía mucho tiempo. ella me llevaría, pensaba yo,
con alguna blusa de las muy femeninas sobre algún sujetador, que
descubriría en la peluquería, y ella hablaría con la peluquera y le
diría cómo quería que me cortara el pelo. Eso pensaba yo, y en realidad
casi fue así, con alguna diferencia.
Me puso el aparato de castidad, y me vestí, por indicación suya,
con un conjunto de bragas y sujetador nuevos, medias (siempre medias de
blonda, ni siquiera minimedias debajo de los vaqueros) la blusa fucsia
que me había dado Carmen, el traje de chaqueta y pantalón que compré
para la academia en verano, pañuelo y una trenca negra que había
milagrosamente encontrado y que podía parecer, de lejos, una trenca de
hombre. Y nos fuimos andando, ya tarde, yo diez pasos detrás de ella. Y
no caí en lo que me esperaba hasta que la vi esperarme en la puerta de
una peluquería canina. Y estaba acompañada de mi compañera Alicia.
-Esto no quería perdérmelo.
Entraron delante de mi y me esperaban en el recibidor.
-Desnúdate, menos las braguitas y el sujetador.
Me desnudé en un momento, terriblemente excitada, aunque el aparato no dejaba que mi pene lo mostrara.
-¿Te gusta, eh? ¿Ves como es mucho mejor que nos llevemos bien? Ponte a cuatro patas, perrita. Y espero que me dejes bien.
Me puse a gatas y ella me puso un collar de perra con una cadenita.
También me puso algo en el pelo, que cuando me lo pude ver, resultó ser
una horquilla con un lazo rosa en la parte de arriba de mi cabeza. Le
pasó la llave a Alicia, que se agachó para quitarme el aparato.
-Vamos.
Tiró de la cadena y entré a cuatro patas detrás de ella, con Alicia
detrás. Creo que ya habían cerrado, porque no había nadie más que el
chico que nos recibió. Se saludaron y estuvieron hablando un rato
mientras yo seguía a cuatro patas detrás de mi Señora.
El chico cogió la cadena y tiró de ella hacia un cuarto interior.
Allí había una bañera en alto, con unos escalones en la parte de atrás.
-Arriba, perrita, que vamos a darnos un baño. Dice tu dueña que eres muy sumisa, así que espero que no me des guerra.
El chico me quitó el collar, las bragas y el sujetador, y dándome
unos azotitos en el culo, me hizo subir los escalones de una bañera que
estaba en alto.
-¿Quieres hacer pis? A ver, levanta una patita...
Levanté una de mis patas traseras, pero no quería hacer pis.
-Mejor.
Cogió la ducha y empezó el baño más
humillante que recordaba. Me limpió de arriba a abajo, con agua tibia y
una manopla de cuerdas, me limpió el culo y los genitales, me limpió las
orejas...
-A ver el hocico.
Me limpió el "hocico", que era mi nariz, me quitó algunos pelos que
allí había, y luego me hizo salir y me secó. Salimos también del
cuarto, conmigo desnuda y a gatas, y me llevó a una especie de pequeña
mesa o gran taburete, en el que me puse a cuatro patas. Entonces lo
subió hasta que yo quedé a su altura, y fue cortándome el pelo mientras
yo permanecía desnuda en aquella mesita para arreglar perros. Hurgó en
cada uno de mis agujeros con bastoncitos y pañuelos.
Volvimos a la bañera, para quitarme todos los pelitos, y otra vez
al taburete, donde me secó y me peinó. Me puso las bragas, el sujetador,
la horquilla con el lazo y el collar, me hizo bajar y le dio a Teresa
la correa que me sujetaba. Esta conversaba con Alicia, y no habían
dejado de mirar en todo momento.
Teresa pagó, aunque todos mis gastos luego me los cobraba redondeándolos siempre muy hacia arriba, y salimos al recibidor.
-Muy bien, Andrea. Vístete, y colócate el lazo donde quieras de la cabeza.
Me lo puse en la parte de atrás, como si llevara una coleta. Por
suerte, hacía tiempo que había anochecido, había poca gente por la calle
y a los que me vieran por atrás yo no los veía.
Al llegar a su portal, me despidió.
-Vete a casa y haz la maleta para quince días, porque te vas todas
las vacaciones a otra ciudad. Ah, nada de vaqueros ni blusas de las que
llevas al instituto. Vas a ser una mujercita estos días, y tienes que
estar muy femenina. A las nueve pasaré por tu portal a recogerte. Espero
verte con un vestido bonito, las medias, unos zapatos con algo de
tacón, por favor, y la cazadora. Deja esta trenca monjil en casa. Y bien
depiladitas la cara y las piernas, que no quiero llevar un adefesio.
Me fui a mi casa pensando en el club en el que había pasado los
días del puente anterior, pero para eso no me había ordenado hacer la
maleta.
Metí en ella vestidos, blusas, faldas, además de ropa interior y un
par de camisones, y dejé un vestido rosa de media manga y algo por
encima de las rodillas, que sabía que le gustaba a mi Señora para el
viaje.
Dormí mal, nerviosa por no saber lo que me esperaba, y a las nueve
menos cinco estaba en el portal con mi vestido bajo la cazadora. En mi
portal ya me habían visto muchas veces con ropa por lo menos equívoca,
pero esperaba que no saliera nadie en esos cinco minutos. La cazadora
dejaba ver la falda por completo, y debajo llevaba unas medias de brillo
muy llamativas.
Dieron las nueve y el coche de Teresa no aparecía.
-¿Don Andrés?
Juani, la mujer que desde hacía años limpiaba el portal, apareció
de pronto, cargada de cubos y bayetas y con una mirada alucinada.
-Hola, Juani.
-Está usted muy... elegante.
-Sí, eh. Vamos a hacer una fiesta de disfraces y estoy esperando a que me recojan.
-Una fiesta, a estas horas. Pues sí que madrugan.
-Bueno, tengo que ir lejos y tenemos que ir ya disfrazados...
-¿Andrea?
Entretenido con Juani, no había visto llegar el coche que mi Señora, y ahora ella nos miraba desde la puerta.
-Buenos días... Señora.
-Veo que has hecho una amiga, ¿no nos presentas?
-Sss..í, claro. Esta es Juani, la encargada de la limpieza del portal. Y... mi señora Teresa.
-No sabía que estuviera usted casado.
-¿Casado? ¿conmigo? jajaja No, en absoluto. Andrea es casi una
colega de usted, Juani. ella también se encarga de la limpieza en mi
casa, y de todo lo demás. Es mi criada. cuéntaselo tú, Andrea.
-Sí, Señora. en realidad, Juani, soy la criada de la Señora Teresa.
-¿Qué? ¿Me toman ustedes el pelo?
-No, Juani. Es largo de contar, pero el resumen es ese. Además de
en el instituto, trabajo a tiempo completo de criada en casa de mi
Señora Teresa.
-¿Y que era eso que decías de disfraces? ¿Estás disfrazada, Andrea?
-No, Señora. Verás, Juani, me visto así, de mujer, porque soy una criada. No hay ninguna fiesta.
-Ahora no tenemos tiempo, pero creo que a tu vuelta deberías enseñarle tu casa a Juani, para que vea toda tu ropa.
-No, si ya había oído -le decía Juani a Teresa- algo sobre que
Andrés... bueno... que era algo rarito, sobre todo con la ropa. nadie ha
visto una mujer en su casa, pero en su tendedero siempre hay solo ropa
de mujer. Eso me han dicho, vamos.
-jajaja, Andrea. Todo se sabe en estos vecindarios. Hay que ver qué cotilla es la gente, eh.
-sí, Señora.
-Y es una estupenda criada, Juani. Después de vacaciones, cuando
vuelva por aquí, estoy segura de que hablará contigo para echarte una
mano. Es tan amable, siempre está deseando ayudar, ¿verdad, Andrea?
-Sí, Señora.
-¿Andrea? -preguntó Juani.
-Es mi nombre de mujer. Puede llamarme así si lo desea, Juani. Y estaré encantada de echarle una mano cuando usted quiera.
El tratamiento de usted me había salido sin querer, igual que el femenino.
-¿Pero eres un hombre o una mujer?
E igual que mis compañeras de instituto, a Juani se le notaba en la
mirada que seguía pensando que todo era una broma. Teresa también lo
notó.
-Ahora no tenemos tiempo, pero en cuanto vuelvas, le enseñarás tu
casa a Juani, y harás su trabajo cuando ella quiera, para que se
convenza. Claro que ahora... levántate el vestido, anda, a ver qué
tienes ahí
-Sí, Señora.
Así, ante cualquiera, y encima en mi portal... pero tenía que obedecer.
Me levanté el vestido por delante, primero se vio la blonda de las
medias, y luego las bragas, y debajo de las bragas, mi polla erecta.
Juani tenía la mirada fija en ella.
-Pues sí -dijo- parece un hombre. Me encantará que me eches una mano.
-Cuando tú quieras, Juani, solo tienes que decírselo. Bueno, vámonos. Adiós, Juani.
-Adiós.
-Adiós, Teresa y Andre...a.
En cuanto hubimos arrancado mi Señora soltó una carcajada.
-Jajaja. debería castigarte, por intentar engañar así a... ¿Juani, has dicho?
-Sí, Señora, Juani.
-Pero estoy de buen humor, y hoy es nochebuena, así que no lo tendré en cuenta.
-Gracias, Señora.
-Y ahora también por hablar sin que yo te pregunte ni te dé
permiso. Pero son dos horas de viaje, así que conversaremos como si
fuéramos dos mujeres cualquiera de viaje.
-Sí, Señora.
-Y ya has visto, en tu portal dicen que eres rarito, jajaja. Vamos a
tener que poner algunas normas de comportamiento. Por ejemplo, no
quiero verte tutear a nadie más. Fuera del instituto, de momento.
-Sí, Señora.
-Y vas a hablar siempre de ti en femenino. Ya verás como dentro de
poco para tus vecinos dejas de ser rarito, para pasar a ser rarita.
-Sí, Señora.
-El día que vea que alguien ajeno a nuestro círculo íntimo te llama
Andrea y te habla en femenino recibirás un premio importante.
-oh, gracias, Señora. ¿No me puede decir qué tipo de premio?
-Bueno, piensa en algunos días libres, o semanas...
-Gracias, Señora.
-No te veo muy entusiasmada, Andrea.
-Bueno, Señora. Es que ahora estoy muy a gusto sirviéndola.
-Me alegro, mujer, me alegro. Nos ha costado, no te creas. Eras un
vulgar travesti de closet, y te he convertido en una auténtica sumisa
esclava. Muy bien.
-Muchas gracias.
-Entonces, qué te parecería de premio pasar un mes de vacaciones en
el chalet de Carlota. Ella, tú y yo, como tres amigas de vacaciones,
donde tú serías nuestra señorita de compañía más que la criada.
-Eso sí sería maravilloso.
-Se lo diré a Carlota. Le gustará. Dos parejas: ella y yo, y tú y
León. Podrías tener sexo siempre que quisieras, y no como una perrita,
sino como una señorita enamorada de su perro. ¿No te gustaría jugar con
él, acariciarlo, tú en camisón, chuparle la polla y correrte mientras él
te posee?
-Sí, Señora, me gustaría mucho -en aquel momento recordaba el
último día en el club, cuando me folló un perro mientras Susy me
masturbaba y lo increíble que fue sentirse así, humillada porque me
estaba poseyendo un animal, feminizada y también (aunque fuera solo una
actuación) querida, y excitadísima. Me corrí como nunca, y sólo
recordarlo volvía a mojarme. No era esa la idea que tenía de León, pero
el resto, mis dos amas y yo feminizada pasando unos días juntas era
realmente excitante.
-Pues algo así será el premio cuando compruebe que Juani te trata
como su chica ayudante en la limpieza del portal. Tendrás tu habitación y
por supuesto, que nosotras somos liberales, dejaremos que tu novio
duerma contigo, pero solo cuando tú quieras. Hasta que sea tu marido,
claro. Entonces ya, como una buena esposa sumisa, dormirás siempre con
él y estarás a su disposición permanente.
Una buena esposa sumisa... eso era en lo que no quería pensar.
Como había dicho, más o menos dos horas después estacionaba el coche frente a una peluquería de la pequeña ciudad de S.
-Bueno, Andrea. Aquí te quedas. Durante estas vacaciones vas a
trabajar en esta peluquería, y así aprenderás algo de ese oficio que me
parece muy apropiado para ti. Aquí te dirán también donde te vas a
alojar. Esto no es un castigo, sino más bien una prueba. Durante los
próximos días siempre vestirás con vestidos y faldas, y así te moverás
dentro y fuera de la peluquería. Espero que no se te ocurra comprarte
ninguna ropa masculina, porque entonces sí que tendría que castigarte,
pero vamos, estoy segura de que no lo harás, porque te veo feliz con
este trabajo, ¿a que sí?
-Sí, Señora. Tengo un poco de miedo, pero estoy encantada, y nerviosa, con esto.
-Claro, porque es la primera vez que eres Andrea del todo, sin que
yo esté a tu lado para decirte lo que tienes que hacer. Hala, baja, coge
la maleta y entra en la peluquería.
-¿No me va a acompañar, Señora?
-No. Esto lo vas a hacer tú sola. El día 7, por la tarde, te recogeré en la peluquería. Adiós.
Se fue y me dejó sola en la acera, con mi vestido rosa, la cazadora en la mano y la maleta al lado.
Abrí la puerta y pasé. La pelu estaba llena, y en un momento todas las miradas se centraron en mí.
-Hoo..la -dije
-¿Andrea? Te estábamos esperando -me dijo la peluquera que parecía
mayor, y que luego resultó que era la jefa, dejando un momento de peinar
una cabeza-. Pasa a ese cuarto y dejas la maleta y te cambias. Hay dos o
tres batitas. Ponte la que te quede bien.
El cuarto estaba al fondo, y pasé por delante de todas las clientas
y las peluqueras con vestido, medias y zapatos de chica. Después de año
y medio de servir a mi Señora como una mujer, y de vestirme así en casa
durante muchos más, era la primera vez que me veía así, travestido
normalmente delante de gente desconocida. A nadie se le podía escapar
que yo era un hombre, y que vestía como una mujer. Fue extraño, y muy
placentero.
Entré, dejé la maleta y la cazadora y miré las dos batas que allí
había colgadas. Eran muy finas, de nylon rosa, diferentes a las que le
había visto puestas a las peluqueras de fuera. Me puse la que parecía
más grande, una bata tipo kimono, cerrada hasta el cuello, con la parte
derecha superpuesta a la otra y con un lazo en el lateral, con mangas
anchas y bolsillos, y que llegaba hasta medio muslo. Salí con ella
puesta, pero en cuanto me vio la jefa, que luego me enteré de que se
llamaba Julia, me dijo:
-Así no vas a estar cómoda, Andrea. Mejor te quitas el vestido.
-Sí, Señora. ¿Me dejo la combinación?
-Ah, ¿llevas combinación? Como quieras, pero date prisa.
Me dejé la combinación, porque sin ella me parecía que se iba a ver
la blonda de las medias. Así se veía la combinación blanca varios dedos
por debajo de la bata, pero me daba menos vergüenza que enseñar las
braguitas cuando me agachara.
Y así vestida, me dediqué el resto de la tarde a barrer todos los
pelos que iban cortando a las clientas, a observar atentamente cómo
lavaban las cabezas, y a lavarlas yo misma después de un rato. No pude
por menos de recordar lo que había dicho mi Señora de buscar otra
profesión. Y no me sentí a disgusto.
Terminamos pronto, porque era nochebuena, y Julia me dio un papel
con la dirección donde me iba a alojar. Tenía que haberlo supuesto,
porque todo era demasiado bonito: me alojaría en un club de las afueras,
a un kilómetro más o menos de las últimas casas en una carretera de
salida. Cogí un taxi que me dejó en la puerta. entré con más miedo que
otra cosa, pero nadie se avalanzó sobre mi ni nada por el estilo.
Había poco movimiento. Varias putas acodadas en la barra, algún
cliente y la encargada, que me acompañó a mi habitación. En ella solo
había una cama en un rincón, una mesilla, un armario y una silla.
-Desnúdate y vete al servicio que hay ahí fuera a vaciarte bien. Ahora vendrán a atenderte.
No podía ser todo tan bonito. Siempre había alguna sorpresa.
Estaba muy acostumbrada a cumplir órdenes al pie de la letra, así
que me desnudé pensando qué querrían de mí, y desnuda salí al pasillo en
busca del servicio. Por suerte la puerta estaba abierta. Estuve allí un
rato, hasta que tocaron la puerta.
-Vamos, Andrea, que tengo prisa.
Una de las chicas me esperaba en la puerta de mi habitación.
-¿Te la has pelado?
-No, Señora.
-Yo soy señorita, jajaja. Pues aquí, de rodillas, delante de mi, y deprisa.
Me puse a ello, mientras me enseñaba lo que llevaba en la mano:
-¿Has visto que bonito corsé, todo para ti? Y esta preciosa combinación cortita. Esta va a ser tu ropita de dormir.
No tardé nada, después de todo el día vestida de chica, y al enseñarme aquella ropa.
-Chúpate bien la mano, y límpiate la picha.
Una vez de pie, me puso el corsé, que ató atrás con los cordones
hasta dejarme casi sin respiración. Luego me puso la combinación, cuyo
roce en el pito y los muslos casi hace que se me empinara otra vez.
-Échate en la cama boca abajo, los brazos y piernas sobre los extremos.
Con varios pañuelos me dejó inmovilizado.
-Creo que aquí vienes a descansar, así que siempre estarás así, descansando, jajaja. Aunque falta algo...
Me dio crema en el culo, y metió un consolador que vibraba muy despacio, y que sujetó también con tres cordones.
-esto es solo por si entra algún desaprensivo y quiere encularte. Por cierto, ¿has cenado ya?
-No, señorita.
-Ahora te traeré tu cena de nochebuena.
La cena llegó inmediatamente. La señorita me desató y me bajé a
comer del cuenco con retos de comida flotando en agua que había dejado
en el suelo.
-Así, como una perrita. Come y bebe, que hasta el desayuno no habrá nada más. Deprisa, que volveré ahora mismo a por el cuenco.
Bebí agua pero no me atreví a comer nada de aquellos restos que
había allí. Ella volvió como había dicho, en un momento, quitó el
cuenco, volvió a atarme en la cama y se fue apagando la luz.
Me quedé pensando en que aquello ya era lo normal en mi señora:
dejarme probar lo bonito que era vestir de mujer por la calle, trabajar
así en una peluquería, para terminar atada en un club, esperando sabía
dios qué. Era su esclava, y no debía olvidarlo.
Por suerte, estaba cansado de estar todo el día de pie en la
peluquería, y conseguí dormirme incluso a pesar del vibrador en el culo.
La situación no era lo que me preocupaba, sino qué pasaría después, qué
pasaría al día siguiente, navidad.
Pero no pasó nada. Me dejaron levantarme dos o tres veces al
servicio, y el resto del tiempo estuve atada en la cama. Esa fue mi
navidad. Restos de comida con agua en el cuenco, ordeñarme una vez y
nada más que pensar o dormir.
Y después de otra noche en la que ya pude dormir mucho menos, me levantaron temprano.
-Vamos, a la ducha y a vestirse, que te esperan en la pelu.
Casi se me escapó un grito de alegría al oír aquello. Me vestí
primorosamente, nunca me habían gustado tanto aquellas prendas, y hecha
una perfecta señorita salí al bar para marcharme a trabajar.
-Te esperamos esta noche, y como ya sabes a qué vienes, puedes
tardar lo que quieras, y venir cenada si no te gusta lo que te damos.
Pero no se te olvide venir, eh.
-No, señora.
Iba descubriendo lo que iban a ser mis vacaciones.
En la peluquería era una chica más, la última, claro. Me ponía la
batita sobre mi ropa interior y me dedicaba a recibir a las clientas,
quitarles el abrigo, ponerles una bata, lavar sus cabezas, a llevarles
revistas, a servir cafés (en el bar de al lado me conocieron enseguida),
a barrer, fregar, lavar espejos..., o a estar de pie, a la vista de
todas, observando como cortaban y peinaban las otras. A mediodía y por
la noche comía algo en el bar, y procuraba llegar lo más tarde posible
al club, donde me ponía el corsé y esperaba de rodillas a que alguien
fuera a atar las cintas, luego me ponía el camisón, me ordeñaba y me
tumbaba sobre la cama donde me sujetaban con las correas.
Día a día, aquello estaba resultando una de las mejores vacaciones
de mi vida. Feminizada todo el tiempo, atada por las noches,
masturbándome a menudo...
En nochevieja, mi jefa y mi compañera me invitaron a tomar unas
copas con ellas después de cerrar. Fue el mejor momento de las
vacaciones, porque fui realmente una chica más, con dos amigas, de bar
en bar. Luego paseé por la ciudad hasta la medianoche, que pasé en la
plaza entre un gentío con ganas de fiesta. Mucha gente se fijaba en mí,
con un corto y entallado vestido negro de fiesta y los labios rojos.
Pero todo el mundo debía pensar que era parte de la nochevieja. Fue
fantástico, aunque estuviera sola. Cuando ya me cansé de deambular como
si fuera a algún sitio, me volví al club. Estaba tan cansada que incluso
la idea de reposar atada en la cama no me parecía mal.
Allí también había fiesta, y decidieron, sin mi permiso, claro, incorporarme a ella.
-Estamos muy atareadas, Andrea, así que ve a tu cuarto, te desnudas y vuelves aquí con el corsé puesto y el camisón en la mano.
allí, al bar, delante de todo el mundo, como en el otro club. Pero
estaba acostumbrada a obedecer, y sabía que era mejor no pensarlo.
A los pocos minutos hice mi entrada triunfal en el bar vestida únicamente con el corsé, todavía flojo, y el camisón en el brazo.
-Ponte ahí depie y apoya las manos en la pared. ¡A ver, alguien que conserve fuerzas para atar el corsé de esta niña!
Varios voluntarios empezaron a gritar, y la señora eligió al que
parecía más fuerte, que apretó las tiras, jaleado por los demás, como
ningún otro día. No podía ni respirar profundamente, y hasta temí que me
rompiera alguna costilla.
-Muy bien. hala, ponte el camisón y a la camita.
Me puse mi camisón, y ya salía cuando la señora se dirigió a mí nuevamente:
-No seas maleducada y despídete de todos con un besito de buenas noches.
Empecé por los que tenía más cerca. Las chicas ponían el carrillo, y
algunos tíos también, pero enseguida empezaron a animarse, cuando uno
pegó su boca a la mía y me dio un larguísimo beso en el que me metió la
lengua hasta el estómago mientras me sujetaba la cabeza contra la suya
con las dos manos. A partir de ahí se fueron animando, y cada uno quería
batir el record del anterior. Supongo que en circunstancias más
normales no habrían besado así a un hombre, pero ellos borrachos y yo en
corsé y camisón...
-A mí me besas aquí -y se abría la bragueta y aplastaba mi cabeza
contra sus malolientes calzoncillos-, que yo te ayudé a vestirte,
jajaja. Pero no en los gayumbos, no, apártalos.
Quise besarle la picha, pero él me la metió en la boca para que se
la mamara, cosa que empecé a hacer. Con toda la experiencia que por
entonces tenía, se ve que le gustaba, y me tuvo varios minutos, pero el
alcohol no le dejaba correrse.
-Las mamadas tienen un precio, chicos, y no está bien que le quitemos el trabajo a nuestras niñas. Ya vale.
Me apartó de un empujón, y lo bueno de aquello fue que el siguiente no se quiso ni acercar.
-A mí no me toques con esa boca después de saborear la picha de ese.
Así terminé besando solo a las chicas.
-ahora ponte de rodillas ahí en el medio y ordéñate para que todos vean lo obediente que eres.
Me masturbé, me tomé mi leche, ya allí mismo, una de las putas me puso el consolador en el culo.
-Es nochevieja, ¿no irás a mandarla a la cama tan pronto?
-jajaja, vale, vale. Andrea, no hace falta que te vayas ya a
descansar, tiempo tendrás mañana. Quédate ahí, donde estás, por si
alguien te saca a bailar.
De rodillas, expuesta en el centro del bar, con el corsé, el
camisón y el consolador puestos. Esa iba a ser mi nochevieja, hasta que
alguien pasó al lado y me dio un fuerte azote en el culo que casi me
hizo caerme hacia adelante. Luego otro, y otro.
-Andrea, por favor, inclínate para que te puedan pegar nuestros clientes.
Puse los codos y la cabeza sobre ellos, y todo el que quiso pasó por allí a dejarme el culo bien rojo. Luego pararon.
-De rodillas, Andrea, hasta que alguien quiera darte un cariñoso azote.
De rodillas, inclinada, azotes, de rodillas, inclinada, azotes...
Ya había amanecido hacía un rato cuando me mandaron al servicio y a mi
"cama", donde pasé el día de año nuevo atada, pero tranquila.
Y volvimos a la rutina de los otros días.
La noche de reyes fue un día de mucho trabajo en la peluquería.
Salimos tarde, cené en el bar y ya cerca de las doce me fui al club
dando un paseo, como otras noches, porque prefería llegar tarde, porque
cuanto menos tiempo pasara atada y más cansada llegara, mejor podía
dormir.
Un coche me adelantó en el descampado antes del club. Paró algo más
adelante, y retrocedió hasta ponerse a mi altura. desde dentro abrieron
la puerta trasera y alguien dijo:
-Pasa, Andrea, que te llevamos hasta el club.
Mi primera intención había sido la de correr, aunque los zapatos de
tacón que llevaba no lo hubieran hecho fácil, pero al oír mi nombre me
confié y entré en el coche, que estaba a oscuras.
Antes de darme cuenta de nada, unas manos me agarraron y tiraron de
mí hacia dentro, hasta dejarme tirada en el suelo boca abajo, con unos
pies encima de mi espalda que me imposibilitaban moverme. Me quitaron el
pañuelo que llevaba al cuello y con él me vendaron los ojos.
No tardó mucho el coche en parar.
-Vas a salir de aquí como una chica cariñosa a la que le van a dar una sorpresa. Agarradita a mí. ¿Sientes esto?
Un frío metálico y afilado recorrió mi cuello.
-Pues con una mano llevaré a mi chica, tú, y en la otra tendré la
navaja preparada para clavártela al menor gesto o sonido. ¿Has
entendido?
-Ssssí...
-Pues vamos.
Salimos del coche, yo sin ver nada, pero con el tío pegado a mi
costado. Me agarré, despacio, a su cuerpo, y él pasó su brazo izquierdo
por mi cintura. No muy lejos se oía el ruído de una noche festiva,
algunas voces, algunos coches... tremendamente ajenos a lo que me estaba
sucediendo, algo que definitivamente escapaba por completo a nada que
mi señora pudiera haber preparado. Yo estaba sola, en manos de
desconocidos, y no sabía qué planes tenían para mí, pero no creía que
fuera un juego de dominación.
Entramos en algún portal, y luego en un ascensor. Por fin en un
piso, una puerta se cerró detrás de mí y mi acompañante me soltó en
mitad de alguna habitación.
-Si eres una buena chica, y haces lo que tienes que hacer, dentro
de unas horas saldrás de aquí como has entrado, te dejaremos donde te
cogimos y tú recordarás esta noche con bastante placer. Pero si no te
portas bien, o te quitas la venda en algún momento y nos ves la cara...
tendremos que ir pensando en qué parte de la provincia enterramos tu
cuerpo. Desnúdate para que no tengamos que destrozarte la ropa.
En cuanto estuve desnuda empezaron. Me empujaron hasta encontrarme
con la picha de uno de ellos en la boca, y la picha de otro en el culo.
al cabo de un rato se cambiaron y saboreé mi propia mierda en su picha.
el resto de la noche fue así, violándome continuamente, y yo colaborando
lo mejor que sabía, tragándome su leche, abriendo el culo para
facilitarlo todo. ellos se sirvieron copas y empezaron a beber. Debían
de ser tres o cuatro y todos me metieron sus pollas por los dos
agujeros, y a todos les chupé desde los pies hasta el cuello, mientras
ellos bebían y se animaban yo les metía la lengua en el culo, les
masturbaba mientras lamía sus pezones, o sus sobacos, o lo que me
pusieran delante. Me llevaron a una cama donde me ataron en aspa, boca
abajo, con unos cojines bajo mi vientre que dejaban mi culo levantado
para seguir violándome allí, y para, por fin, olvidarme allí atada
cuando el alcohol y el sexo les venció.
Y tal como me habían dicho, en algún momento me hicieron vestirme
de nuevo, buscando la ropa a tientas por el suelo, me bajaron al coche y
me dejaron tirada más o menos donde me habían cogido.
Llegué al club hecha una mierda, lo que notaron enseguida las chicas que quedaban por allí, ya sin clientes.
-Me han... violado.
Fue todo lo que pude decir, y luego sentir una corriente de
simpatía y ternura entre aquellas mujeres. Y después de la ducha, me
pusieron solo el camisón, me dieron alguna crema en el culo que debía
estar hecho polvo y me acostaron en la cama sin atarme.
Había pasado malos tragos en el último año y medio, pero nunca me
había sentido como entonces, y entendí la diferencia infinita entre
participar en unos actos, por muy humillantes o dolorosos que pudieran
resultar, y el infinito terror de aquella noche. No me habían pegado, ni
torturado, ni me habían puesto un perro encima para que me follara,
sólo me habían penetrado una y otra vez, algo que yo ya había hecho
muchas veces, pero la violencia y el desprecio latentes en todo momento
me había aterrorizado hasta dejarme temblando. Y el miedo a que en
cualquier momento me clavaran aquella navaja.
Por la mañana, o a mediodía, no sé, la señora decidió que ya había
pasado el mal trago, y volví al corsé y al ordeño y a las ataduras,
aunque pasaron de colocarme nada en el culo.
Y al día siguiente, ya con la maleta hecha, me despedí de todo el
mundo y me fui a pasar mi último día en la peluquería, donde me recogió
por la tarde mi Señora. El viaje de vuelta fue feliz, porque no le conté
lo de la violación, que quería olvidar cuanto antes, y sí las
maravillosas sensaciones de haber sido una mujer todo el tiempo durante
aquellas semanas. ella se alegró, y yo, sorprendentemente, me disgusté
cuando me dijo:
-Pero ahora recuerda que vuelves al instituto, así que habrá que
dejar los vestidos y las faldas para las ocasiones, y volver a tus
vaqueritos y tus camisitas solo medio de niña. ah, y esta noche tengo un
regalo para ti, mi regalo de reyes.
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