viernes, 4 de marzo de 2016

Castidad con mi novia y sus amigas.

Mi novia Carmen y yo llevamos cinco años juntos de convivencia y dos más, es decir, siete años en total. Hace unos meses decidimos probar nuevas cosas. Ella tiene el cabello largo negro, labios carnosos. Tiene veinnueve años mientras que yo veintisiete. Hace un par de meses probamos eso del cinturón de castidad, más por morbo que por otra cosa.
Actualmente, llevo cinco semanas sin correrme, sin salir ni una sola gota de semen, nunca había llegado tan lejos. Es pleno agosto y ella se fue de vacaciones. Yo estoy en casa desnudo, llevo únicamente mi jaula de castidad. Esto esperando notícias suyas. Me prometió que el día de hoy sería inolvidable. Cuando al día siguiente desperté, era domingo y aún no tenía notícias. Me encontraba en castidad, como los últimos meses. Andaba caliente como siempre pero ya estaba un poco más acostumbrado.
A mediodía mi chica llegó y me miraba traviesa. Por el calor, ella se quitó toda la ropa e iba totalmente desnuda, con unos hermosos pechos ni grandes ni pequeños, los pezones duros. Olía a perfume femenino recién puesto y mi polla, reaccionando ante aquel agradable olor, intentó ponerse dura, pero no podía. Como yo andaba desnudo, ella al ver mi pene intentando levantarse rió. —
¿Acabas de levantarte y tu cosita ya quiere guerra? Que mono. Me hizo una caricia y dijo: — No te preocupes cielo, correrte no sé, pero disfrutar, sí que vas a disfrutar amor. Aquello me puso aún más feliz. Ella me levantó de la cama y me retiró el cinturón, el cual se abría con una llave que ella tenía colgada de su cuello. Obviamente yo aceptaba el juego pues sin no, nada de aquel juego serviría de nada. Una vez liberada mi polla y calmada la erección con hielo, me metí en la ducha. Primero mi novia enjabonó mi pene para después limpiarlo con el agua y se llevara la suciedad. El agua calentita calmó mi excitación pero casi no sirvió de nada, pues Carmen al tocarme volvía a calentarme. Ya con el cinturón otra vez, ella empezó a tocarse delante de mí, enjabonándose los pechos y guiñándome un ojo divertida mientras se metía un dedito en la vagina. Cuando traté de tocarla dijo: — Quieto tigre, de momento tienes prohibido tocarme. Algo decepcionado, dejé que ella llevara la situación. Por orden suya, comencé a enjabonar espalda, barriga y piernas, pero nada de sus partes intimas. Tras acabar, ella terminó de lavarse y me lavó a mí con mucho mimo. Acto seguido salimos de la ducha, la cual era una bañera y ella se puso frente al espejo. Con un gesto, supe que tenía que hacer: me arrodillé y comencé a lamer sus pechos mientras ella se ponía más perfume femenino en cuello y pelo. Besé su cuello mientras la olía. Nos besamos y luego ella se arrodilló y comenzó a mamar mi pene enjaulado. Sentía como mi verga quería crecer, pero no lo hacía. Ella, traviesa, seguía lamiendo, mamando y besando. Finalmente dijo: — Ahora voy a liberarte la polla, pero recuerda tienes prohibido correrte, no quiero que eyacules. Te haré una mamada hermosa y si te corres tendrás un castigo severo. Aquello me excitó más aún. No estaba seguro de poder aguantar. Si la mamada duraba más de cinco minutos dudaba que pudiera aguantar. Liberado mi pene, este se puso como una roca al instante. Ella rió. Olió mi pene, lo tocó y con la punta de la lengua lamió todo el tronco y besó mis testículos. Tragué saliva. Lamió otra vez mi pene muy lentamente pero esta vez con toda su lengua y luego se lo metió en la boca hasta los huevos. Tras unos veinte segundos sin moverse, sacó lentamente la pija y comenzó una rica mamada. A los tres minutos llamaron al timbre. Salvado, me dije. Ella me guiñó un ojo, me colocó el cinturón de nuevo, totalmente frustrado y dijo: — Espera ahora vengo. No se te ocurra moverte. Dicho esto se fue escaleras abajo. Escuché voces y entonces las vi aparecer en el baño a todas juntas: Sandra, la chica enfermera pelirroja de unos veintiocho años. Sakura, una chica japonesa que vino a España hace seis años y tiene veintinueve años, la cual trabaja de profesora y para terminar estaba Cristina, una chica Transexual que trabajaba en una tienda de ropa femenina. Antes era un hombre llamado Cristian, pero se cambió hace diez años, ahora tiene treinta años. A todas las conocimos en diversas circunstancias,  — Que rico tu novio —dijo Sakura. Carmen sonrió mientras las otras reían. — ¿Ves amor? — me dijo. — Te dije que te esperaba una sorpresa. Vamos a jugar todas juntas ahora. Aquello me calentó más. Estaba en el límite ¿cuánto más era capaz de estar sin orgasmo?

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